martes, 2 de noviembre de 2021

El mito de la aceleración

 

Para ir más rápido, al principio el ser humano echó a correr en vez de andar. Más adelante utilizó animales que le transportaran, estrechando las distancias, ampliando el espacio recorrido en un determinado tiempo.

En esto que llegó la bicicleta en el siglo XIX, que en su momento fue una revolución, ya que se conseguían hacer distancias antes inimaginables, con un esfuerzo humano incluso menor al de correr. Y las bicicletas no se cansaban como los animales de sangre (caballos, mulos y burros), ni pedían de comer y de beber. La bicicleta era la máquina de la eficacia, que no tenía motor y nos permitía seguir activos. Y al ser movidas por el esfuerzo humano, parecía que habíamos llegado al límite de la velocidad posible. Hasta que llegó el motor de combustión.

Con el coche cambió todo. Ya no era necesario hacer un esfuerzo. Eso, que se vio como un enorme avance, en cierto modo fue un retroceso.

El ser humano lleva casi toda su vida intentando ir más rápido, en lo que se ha venido a llamar el Mito de la aceleración: conseguir llegar cada vez más lejos en menos tiempo. La intención parece muy loable en sí misma, hasta que esas velocidades empezaron a ser demasiado altas y hacían que las consecuencias fueran terribles en forma de accidentes y muertes. Pero se siguió avanzando pese al coste ambiental y en vidas humanas que esa aceleración originaba. Ahora algunas civilizaciones muy antiguas son consideradas como seres crueles, que llegaban a matar a otros seres humanos para entregarlos como ofrendas a sus dioses. Sin embargo, en la actualidad no nos escandalizamos de estar haciendo lo mismo, al llevar a la muerte cada año a miles de personas, como ofrendas al dios del progreso y de la velocidad. Caen muertos diariamente un chorreo de seres humanos en los santuarios de esta religión, en las carreteras, o como consecuencia de enfermedades del estrés que la aceleración en si misma conlleva. Sin hablar del ruido, de la enorme ocupación de espacio, de la obesidad por falta de actividad, de la contaminación atmosférica, etc. Además, esas víctimas mortales están democratizadas, ya no solo caen las personas pudientes, también lo hace ya la clase media y baja, que ha tenido acceso a su tasa de velocidad y muerte. A su tasa de carrera hacia ninguna parte.

La semiótica, una vez más, juega un papel importante en llevar a los altares a estos vehículos. En los noticieros se habla de “buena circulación” del tráfico, cuando estos vehículos pueden ir a la velocidad que quieren, no cuando van a una velocidad más segura. Es por eso que los coches atascados se consideran una mala circulación, cuando resulta que a esa velocidad y en esa circunstancia no hay muertos.

Luego está el automovilista, que habla siempre de los atascos como algo ajeno, como algo que provocan los demás, al juntarse en el espacio-tiempo con dicho automovilista, que va circulando por ahí porque “lo necesita y tiene derecho” (y hasta obligación apuntaría yo). De ese modo escuchas a la gente hablar de que “se formó un atasco”, como si el atasco tuviera entidad propia y capacidad de decisión de cuando formarse. Lo suyo sería decir “formamos un atasco”, pues el coche que el automovilista conducía era parte de ese atasco. Pero no, eso sería admitir que son parte del problema, y eso nunca, el problema lo crearon los demás por tener la ocurrencia de estar ahí también en ese mismo momento.

Sin hablar de que por las mañanas, en plena hora punta, cuando en los medios de comunicación se habla de la situación del tráfico en las ciudades se menciona que “el tráfico es el habitual a estas horas de la mañana”, que es algo que no está informando del grado de congestión y problemas que eso lleva, en vez de decir con determinación: “Como cada mañana los vehículos están muy atascados, la gente tardando lo que no está escrito, las emisiones contaminantes creciendo, el estrés aumentando al ver que la gente no llega a su hora a fichar en el trabajo, como muchas otras mañanas ha habido alguna colisión que ha supuesto un trauma para esas personas y sus familiares. Por favor, dejen el coche en su casa el próximo día, por el bien de todos”.

Parece que era falso ese mandamiento que decía que el coche nos iba a hacer ganar mucho tiempo, al acercarnos a todos lados en tiempos record y con seguridad. En realidad nos suele hace tardar más (al menos en ciudad) y nos expone a un riesgo alto de perder la vida o sufrir secuelas importantes.

Volviendo a la democratización de las muertes en carretera, no hay que olvidar que los primeros ciclistas del siglo XIX fueron también personas pudientes, de esfera alta. Lo mismo ocurrió luego con los vehículos a motor, pues los primeros usuarios fueron también gente que se podía permitir pagar un vehículo solo al alcance de bolsillos holgados. Más adelante nos vendieron la democratización de esa velocidad. Aquello fue una estafa, porque en realidad nos estaban colocando en el lado oscuro, en el lado de los que viven más y más rápido, pensando que eso es bueno, en vez de considerar que si nos dejaban entrar en ese ámbito era porque les interesaba que pasáramos a ser parte de la nueva religión. Toda religión adquiere más importancia mientras más feligreses la siguen.

Esa fue la “Era de la velocidad o de la aceleración”. Esa en la que en poco más de cien años (algo pequeño dentro de nuestro cómputo histórico) se pasó de ir andando o, en el mejor de los casos a caballo o en carreta (unos diez kilómetros a la hora), a recorrer 600 kilómetros en dos horas en tren de alta velocidad, o ir en un avión de Europa a cualquier otro continente en el día. Esa Era de la Velocidad es la precursora de la actual Era tecnológica, y así se la podría conocer en el futuro en los libros de historia.

La Era de la velocidad y la aceleración la podríamos situar entre 1880 (primeras bicicletas con transmisión) y 1990 con los trenes de alta velocidad a 300 kilómetros.

No obstante, a finales de esa era, cuando se estaba llegando a los mayores estándares de velocidad, ocurre algo que descoloca a los sacerdotes de la aceleración: la bicicleta, ese vehículo que fue parte, si no inicio, de aquella era de la velocidad, que estaba en plena retirada ante el empuje de los motores, de pronto comienza a verse de nuevo, no ya como deporte por antonomasia, sino como parte de un movimiento de resistencia, como una vuelta a la eficacia. Miles de personas comienzan a desempolvar y usar la bicicleta, no porque es un vehículo económico y no pueden permitirse acceder al estatus del motor (como ocurría aún en China, India y otros países en los años 70), sino porque deciden prescindir del motor y darle un sentido a sus piernas. El movimiento comienza sobre todo en el centro de Europa, y a continuación se va extendiendo al resto de Europa y del mundo. Millones de seres reivindican su derecho a pedalear en las calles, a recuperarlas. La bicicleta viene a desmitificar la velocidad. Aflora la lentitud como un estatus no solo válido, sino necesario.

Es extraño lo que ha ocurrido con la bicicleta. No ha ocurrido igual, por ejemplo, con los caballos. No se ve un movimiento de personas que quieran volver a usar su caballo en la ciudad para desplazarse, pero la facilidad y eficacia de la bicicleta es la que, por si misma, ha disparado su uso.

Debido a la presión ciudadana, sobre todo a los grupos de presión ciclistas, se están consiguiendo algunas cosas. Pero el avance no será real mientras se siga apoyando, a cara descubierta, a la velocidad, subvencionando el uso de los vehículos veloces y mejorando y ampliando las infraestructuras de la ciudad, y fuera de ella, continuamente pensando en estos vehículos motorizados. La verdadera revolución llegará cuando deje de apostarse por el motor. De ese modo, como ocurrió en centroeuropa con la llamada crisis del petróleo de los años 70, las bicicletas saldrán solas y la industria del motor se tendrá que reconvertir hacia el nuevo nicho de negocio.

Viñeta de Forges en los años noventa


Este escrito ha sido inspirado tras releer, después de 30 años de haberlo leído por primera vez, el impagable libro de Ivan Illich, "Energía y equidad".

9 comentarios:

Otto Luhrs dijo...

En pleno estallido social en Chile 2019 (18-O) se volvió a cantar con mucha fuerza, El Baile de los que Sobran, canción del Album Pateando Piedras, Los Prisioneros, 1986. Se le preguntó a Jorge González, autor y vocalista de este tema, si le llenaba de emocion, orgullo y alegría que su cancion siguiera tan vigente. El sorprendió respondiendo que todo lo contrario, le llenaba de tristeza que esa canto a la injusticia de la educación chilena aun tuviera un sentido tan fuerte. Con ese ejemplo... ¿que diría Iván Illich si supiera que en el 2021 seguimos escribiendo y leyendo desde su Energía y Equidad de 1974?

juan merallo dijo...

Muy acertado comentario Otto. Creo que Ivan Illich no se sorprendería mucho de ver que el status quo sigue siendo ni más ni menos que el que nos viene dictado por los que mueven los hilos.

Miguel Andrés dijo...


Este comentario me recuerda lo vigente que aún siguen estando las razones que inspiraron el Día Internacional del Coche, allá por 1987. Recientemente ha caído en mis manos un folleto elaborado por Pedalibre en aquella época y tan solo habría que cambiar la fecha para que recobrara toda la actualidad. Hoy, más de 30 años después, los atascos en Madrid ocupan las primeras páginas de los periódicos junto con "soluciones" que, lejos de repensar la movilidad bajo criterios saludables y de sostenibilidad, se empeñan en reproducir errores del pasado: más túneles (A5), más carriles (Nudo Norte), más aparcamientos,... e incluso medidas que de risa que dan, dan miedo: enormes grúas para retirar coches atascados.

Excelente artículo. Gracias Juan

bicietéreo dijo...

Sí, a todo ello habría que sumar una energía barata que sostiene o, mejor dicho, ha sostenido todo el sistema económico, industrial, tecnológico, social, etc. "Gracias", -entre comillas, lo de gracias-, a ello, los ritmos, la velocidad de los mercados, de las personas, de los proyectos, de la expansión de.., hasta de ideologías y políticas nos ha llevado donde estamos.
Viendo ahora y- riéndome a mandibulares batiente- lo que ocurre con la crisis de los materiales y semiconductores, me troncho con la paradoja que se puede generar viendo como muchas bicicletas eléctricas e inteligentes dejen de moverse por falta de componentes cuando los que seguimos usando bicicletas "analógicas" seguimos a lo nuestro, siendo independientes, libres de enchufes y de conexiones que te atan, que te hacen depender de..., así vamos.
Ahora, hay atascos con coches contaminantes y de motores de combustión, en un futuro seguirán los mismos atascos con coches movidos con hidrogeno o eléctricos si sigue habiendo posibilidad de materias primas o, con otras energías desconocidas actualmente.
"Citius, altius, fortius". Ja,ja,ja.

juan merallo dijo...

Gracias Miguel. Estoy de acuerdo: mismas medidas, mismos errores y misma sordera para escuchar a los que quieren recordar esos errores. Es decir, más de lo mismo. Es la vuelta, tras la pandemia, a la "vieja normalidad".

juan merallo dijo...

Así es Carlos. De esos barros estos lodos. Y lo que nos falta por ver.

bicietereo dijo...

Aquel Ivan Illich que escribió aquello de que:" Una sociedad donde cada persona supiera y apreciará lo que es suficiente, quizá sería una sociedad pobre pero seguramente sería rica en sorpresas y sería libre.
Ahora en este mundo habría que preguntar a las personas que es suficiente para ellos...

M MADRIZ dijo...

¿Qué es un atasco?, dices mientras clavas tu pupila en la zona azul.
¿Qué es un atasco? ¿Y tú me lo preguntas?
Atascado… eres tú.

juan merallo dijo...

Muy bueno, Manolo