miércoles, 27 de diciembre de 2023

La caída de Zulle


Desfiladero de Teverga

Cuando voy haciendo una ruta en bicicleta, me gusta detenerme de vez en cuando. No necesariamente por estar cansado, sino para asimilar lo que acabas de ver, e incluso para disfrutar de otro modo el lugar en que te detienes, saboreando la quietud, la contemplación, el paso de los minutos.

Senda del oso

Al salir un momento de la carretera del desfiladero de Teverga, en Asturias, fue cuando descubrí la Senda del Oso. Me pareció un lugar conmovedor, bello, tranquilo, en el que convivían las hojas caídas del anterior otoño, los setos eternamente verdes y los árboles de gigantescas proporciones. La seguí un rato, dejándome llevar por su vista y sus sonidos. Dejé la bici apoyada a un lado del camino y, antes de volver a la estrecha y también tranquila carretera que iba pegada a la senda, decidí inmortalizar el lugar con una imagen, usando el disparador automático de mi cámara. Estamos hablando del año 1994, así que no había móviles con cámara, por supuesto, pero tampoco cámaras digitales, que yo sepa. Yo llevaba mi magnífica, y pesada, cámara réflex analógica.

Al empezar a pedalear de nuevo, me di cuenta de que uno de los rastrales del pedal iba suelto: se le había caído un tornillo. Aunque lo busqué por si se hubiera caído allí mismo, no conseguí encontrarlo entra la hojarasca de alrededor.

Desfiladero de Teverga

Eran ya las cinco de la tarde, había pedaleado suficiente ese día y tenía que buscar un lugar donde acampar. Pero antes tenía que pasar por un pueblo con cierta entidad que tuviera un establecimiento donde conseguir un tornillo para el rastral, algo de comida y, que no falte, un poco de conversación, una más de las necesidades del cicloturista solitario.

No había nadie en lo que parecía ser un ultramarinos de la primera aldea que encontré. Una mujer que pasaba por la puerta, al ver que quería algo de la tienda, me pidió que esperara un momento. Fue a la esquina de la casa y llamó a gritos a la dependienta que faenaba en la huerta anexa: “¡Antonieta, que tienes a un forastero esperando en la tienda!” Antonieta vino, muy tranquila, limpiándose las manos en un mandil, y espantando en su camino a unos pollos que andaban sueltos por la calle. La mujer era rechoncha y alta y tenía un acento muy agradable, que debía ser el de la zona. Además de venderme algo de comida me indicó que quizás en Bárzana, un pueblo que había más adelante, podría encontrar el tornillo que buscaba, a la entrada de la localidad, en unos almacenes de materiales de construcción.

Al poco de salir del pueblo, veo un autobús que me quiere adelantar. La carretera es muy estrecha, así que me echo bien a la derecha, disminuyo la velocidad y le indico con el brazo izquierdo que pase. Al hacerlo, veo por las ventanas a unos críos que me miran con mucha curiosidad, debe ser un autobús escolar. Al rebasarme del todo, por el cristal trasero, dos chavales han retirado las cortinas para verme y me saludan con efusividad, yo les sonrío y les respondo al saludo con una mano, con la misma efusividad.

A la entrada de Bárzana de Quirós pregunto si tienen tornillos para el rastral. Cuando me empiezan a explicar que no tienen y que en el pueblo va a ser difícil conseguirlo, entran unos chavales que escuchan la conversación y uno de ellos, el más espigado, me dice que él tiene uno de su bicicleta y que me lo puede prestar. El señor que me ha estado explicando sobre la dificultad de encontrar ese tornillo en estos pueblos, sonríe y me dice – Pues ahí tienes la solución-.

Salgo con los chavales que me explican que son algunos de los que me han pasado en el autobús, que venían de una excursión, y que han venido corriendo a buscarme (algunos de ellos en bicicleta), en cuanto han pasado por casa. Ante mi negativa de aceptar su tornillo, quedándose su rastral sin él, me dice que no hay problema, que su padre luego le pondrá otro. Yo, que soy así de tontorrón, me emociono de la amabilidad humana. Le doy las gracias y me pongo la mano en el corazón, como si fuera a cantar un himno.

Aprovecho para preguntarles donde podría acampar, se miran unos a otros y Alberto, el más pequeño, proclama:

- Al lado de la escuela.

- ¿Y dónde está la escuela? Es que yo no conozco el pueblo, es la primera vez que vengo aquí.

- ¡Nosotros te llevamos! – gritan casi todos al unísono.

Y allá que voy, dirigido por una camarilla de chavales de entre 6 y 12 años, a los que se van uniendo otros por el camino.

Me llevan al colegio Virgen del Alba, que está en la parte baja del pueblo, cerca del río. Al lado del colegio hay un techado amplio con suelo de cemento, donde al parecer hay mercadillo de vez en cuando. Es un sitio perfecto, resguardado, tranquilo y no tengo ni que clavar las piquetas. Los críos me quieren ayudar a montar la tienda. Yo les dejo hacer, porque les hace mucha ilusión y me siento agradecido por haberme dado el tornillo. Miran todo lo que hago con mucha curiosidad: desmontar las alforjas de la bici, sacar e inflar la colchoneta, extender el saco de dormir, etc.

Los amables chavales de Bárzana que
me ayudaron a poner mi tienda de campaña

Se ve que había corrido la voz y comenzaban a venir algunos críos más, que suplían a los que por alguna razón se tenían que ir. Siempre había entre cuatro y ocho chavales por allí, pero todos muy educados, preguntando antes de tocar nada y pidiendo las cosas por favor.

Como ya han cogido confianza, empiezan las preguntas, algunas de ellas realmente graciosas:

- ¿Y no tienes casa donde vivir?

- Si, claro, vivo en Madrid, en un piso, pero he venido de viaje y acampo cada día donde puedo, pues no en todos los lugares por los que paso hay alojamientos.

- Eso me gusta- dijo uno de ellos- vivir como los nómadas.

- ¿Y te dejan tus padres irte por ahí con la bici? - me preguntó otro.

Entre risas le respondí que tenía 31 años, y que ya no vivía con mis padres. Se quedaron un tanto sorprendidos, no entendían muy bien que alguien que iba en bici, como ellos, fuera ya tan “mayor”, como para no vivir con sus padres.

Los más simpáticos eran Nuria y Alberto, que tendrían unos seis años. Pero, en general, eran todos encantadores.

Me preguntan también de dónde vengo y a donde voy. Con los ojos muy abiertos escuchan que he comenzado este recorrido en la desierta Sierra de la Cabrera, en Zamora, un territorio perdido del mundo. Que luego he continuado a Las Médulas, un lugar con la tierra de color anaranjado-rojizo, que fue una mina de oro en la época de los romanos, con cuevas y túneles excavados en la montaña por los prisioneros y los esclavos. Que luego he ido a los Ancares, donde la poca gente que vive por allí, lo hace en la misma casa con los animales y donde hay momentos que está todo tan vacío de gente durante tantos kilómetros, que te parece que te has quedado solo en el mundo. De ahí había pasado a Somiedo, donde hay unas lagunas en lo alto de la montaña con agua transparente. Eso último algunos lo conocían, pues les quedaba más cerca del pueblo.

Cuando les explico hacia dónde voy a continuar los próximos días, rápidamente me cuentan excitados que al día siguiente voy a subir la Cobertoria (8 kms. de subida, a casi 1200 metros de altitud). Allí en la bajada hacia Pola de Lena, el ciclista suizo Alex Zulle perdió la Vuelta a España hacía apenas un año, al caerse a la salida de una curva.

- La Vuelta al final la ganó otro suizo… ya se me ha olvidado su nombre- dijo uno de los chicos.

El ciclista suizo olvidado era Tony Rominger.

Cuando me cuentan todo eso me viene a la mente la imagen de Alex Zulle, entre la niebla y la lluvia yéndose al suelo. Lo vi en directo en televisión el año anterior y, seguramente, no fui el único que  lamentó esa caída, pues era Zulle una de esas personas que te caen simpáticas, que no parecía suizo porque estaba siempre sonriente. Además llevaba gafas, como yo, así que le comprendía aún más si cabe. Lo lamenté también porque parecía que a Zulle le acompañaba la mala suerte. Y esos, los perdedores por vocación, se llevan la simpatía del aficionado, que desea que, por una vez, estos ciclistas vean encumbrados sus deseos, ganando a las grandes figuras. Recuerdo escucharle a un buen amigo la frase: “Si alguna vez tiene que perder Induráin, que sea ante Alex Zulle”. 

Captura de pantalla del momento de la caída

La declaración de Alex Zulle ese día cuando le preguntaron por su caída bajando la Cobertoria fue pura poesía: “Agua, culo en carretera, bicicleta en flores”. Luego, en su aún básico castellano, “explicó” que las flores tenían electricidad. No entendí que quería decir con eso último... hasta que pasé por allí al día siguiente.

Ese día, Tony Rominger, su compatriota (ese sí que parecía suizo, muy serio y calculador) le había sacado una pequeña diferencia al comenzar a bajar el collado de la Cobertoria, y Zulle fue en su persecución. Pero el suelo mojado y un ímpetu desmesurado dieron con Zulle en el suelo a la salida de aquella curva, enfrente de una casa de labor que quedaría para siempre marcada como “en la que se cayó Alex Zulle”. Alex intentó luego recortar diferencias, pero las secuelas de la caída y el suelo mojado, impidieron una gesta con la que estuvimos la mayoría soñando. La diferencia que sacó Rominger ese día le dio el triunfo en la Vuelta a España, teniendo que conformarse Zulle con la segunda posición.

Si este chaval de Bárzana se había olvidado del nombre del ganador de la Vuelta (y eso que corría en un equipo asturiano), pero no del segundo clasificado, Zulle, eso quería decir que la mañida frase “Del segundo nadie se acuerda” no siempre es cierta. En este caso, no se recordaba al primero por la sencilla razón de que no se había caído en la Cobertoria.

Para los chavales que tengo pegados a la tienda de campaña, el lugar de la caída de Zulle se ha convertido en un icono, y me dicen que incluso ha habido peregraciones en bici al lugar, para recordarlo y señalarlo. Me piden que al día siguiente tenga yo también cuidado en la bajada, aunque parece que no lloverá. Me hacen hincapié en las más que probables boñigas en el suelo, que son muy resbaladizas. “Las peores son las de vaca”, dice uno, a lo que otro apunta “Sí, esas son peores que las de caballo, pero son aún peores las de las ovejas”. Otro asegura: “Las de oveja, si están secas no son peligrosas. Si ves vacas, ten cuidado, porque alguna boñiga habrá”. Después de estos escatológicos consejos, les explico que voy a cenar. Me preguntan si necesito comida. Aún les persigue la idea de que soy un vagabundo con pocos recursos, por lo que tengo que explicarles algo mejor como es un viaje cicloturista, la sensación de libertad y de aventura que conlleva, nada comparable a ir a los sitios en coche. Además de decirles que trabajo de funcionario en el Ayuntamiento de Madrid y tengo un sueldo. Que viajar en bicicleta no es de pobres, sino de aventureros.

Vacas en la bajada de la Cobertoria

Les enseño el paquete de pasta que me voy a preparar en la cazuelita, con el infernillo de gas. Tienen los ojos como platos mirándome cocinar. Se estuvieron conmigo allí contándome cosas del pueblo y yo cosas de mi viaje, hasta que se tuvieron que ir a cenar todos.

Los últimos me dijeron que vendrían por la mañana a visitarme, antes de entrar a la escuela, que estaba al lado. Yo pensaba irme muy temprano, como tengo por costumbre, pero no lo dije, por si al final no era así.

Finalmente me levanté a las 6,30 y salí a las 7,45. La única persona que vi antes de irme, mientras me lavaba la cara y las manos en el río, fue un pescador que había allí.

Tras recoger la tienda y cargar todos los bártulos en la bici, ya dispuesto para salir, y viendo que era demasiado pronto para los chavales y su horario escolar, les dejé una nota en el lugar en el que había puesto la tienda, sujeta por las cuatro esquinas con piedras, que decía: “Gracias chavales, por el tornillo y la compañía. -El de la bici-”

Con la claridad manifiesta del amanecer, abandoné el lugar, sabiendo que iba sobre aviso y que no me iba a caer bajando la Cobertoria.

Últimas rampas de la Cobertoria

Tardé algo más de una hora en subir ese collado de rampas exigentes. Después de subir su vertiente oeste a aquella hora tan temprana, el sol me regaló un día espléndido llegando a la cima. Desde el alto había una impresionante vista de montañas y valles sumidos en un techo de nubes.

Vista desde el Collado de la Cobertoria

En la bajada a Pola de Lena me encuentro, en efecto, varias vacas, por lo que hay que extremar la precaución.

La bajada está repleta de curvas, a cuál más traicionera. No me extraña la caída de Zulle, que además la hizo lloviendo.

Lugar de la caída de Zulle

Hago una foto en el fatídico lugar, al que reconozco sin dudar. En ese momento hay un conmovedor silencio, que no hace pensar que ahí hubo un suizo con carácter español, lamentándose de un golpetazo en el culo, mientras su bicicleta se perdía entre las flores.

Me agacho buscando flores por el lugar. No veo ninguna, pero sí un montón de ortigas, lo que Zulle debió llamar flores en su básico castellano. Ahora entiendo la electricidad de esas flores que se le pegaron a las piernas.
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Muchos de los datos recogidos en este relato están tomados de mi cuaderno de bitácora que suelo escribir al final de cada jornada cicloturista. El resto vienen de la memoria y/o de la investigación.

Hoy, esos chavales que me acompañaron en Bárzana de Quirós, tendrán alrededor de 40 años. Me encantaría si alguno viera este relato, recordase aquel día o se viera reflejado en la foto y se pusiera en contacto conmigo, para, una vez más, darles las gracias por su hospitalidad.

Al final de este vídeo se puede ver la caída de Zulle en la Cobertoria, en 1993.

sábado, 4 de noviembre de 2023

Cicloturismo en Cuba

 

Este artículo estuvo publicado durante varios años en la web amigosdelciclismo.com, creada por mi amigo el salmantino Javier García, que se mantuvo 18 años online hasta que Javier decidió cerrarla por motivos personales. Ahora he querido recuperar dicho artículo y publicarlo aquí, pues es una parte importante de la historia cicloturista cubana. Y de mi propia historia.

Presentación

Cuando los miembros del Club de Cicloturismo Comandante Che Guevara, de San Antonio de los Baños (provincia de La Habana), me ofrecieron en 2005 acompañarlos a su ruta por las provincias de Matanzas, La Habana y Pinar del Río, no lo dudé un momento.


Hacer la primera ruta verdaderamente cicloturista con el primer club de cicloturismo de la historia de Cuba, era como entrar por la puerta grande en la historia del cicloturismo de este país.

Para mí, acostumbrado a la aventura, a buscarme la vida en lugares y culturas desconocidos hasta entonces, ir con cicloturistas del lugar me resultó algo muy cómodo, pues sus ojos se convertían en mis guías, sus narraciones y sus consejos en mi mapa y su amistad en el más preciado recuerdo a incorporar en mis alforjas de vuelta a casa.


La ruta tenía además un carácter reivindicativo, como no podía ser de otro modo tratándose de Cuba: “Por la Paz y Contra el Bloqueo”. Por ello se veían apoyados por los distintos estamentos a su paso por las ciudades y pueblos, especialmente por parte del INDER (Instituto Nacional para el Deporte y la Recreación), que nos proveían a los cicloturistas de alojamiento y comida gratuitos. Todo un lujo.

Ciclo(n)turismo

Nada más llegar al aeropuerto de La Habana, el presidente del Club de Cicloturismo Comandante Che Guevara me advierte de que dos días más tarde entra un ciclón en Cuba. Yo, que no tengo muy claro lo que es un ciclón, que solo tengo alguna referencia de la tele, le pregunto en qué consiste exactamente un ciclón. Me mira fijamente a ver si le estoy bromeando y cómo ve que no, me contesta: “Tremendos vientos… tremendas lluvias”. En efecto, el ciclón Dennis entró y arrasó varias provincias por las que pasó, entre ellas la provincia de Matanzas, por la que hubiéramos debido empezar la ruta el día 9 de julio. Eso significó perder cuatro días y el paso por dicha provincia, donde no nos podían atender porque los esfuerzos estaban volcados en socorrer a los evacuados. Tocó rehacer la ruta, que tuvo que comenzar en la Provincia de La Habana. Eso sí, nos perdimos la visita, entre otras, de la localidad de Cárdenas (considerada la ciudad de la bicicleta) y de Varadero, lugar muy turístico, pero de innegable belleza.



En los primeros días de ruta pudimos observar los estragos que el ciclón Dennis dejó a su paso por algunas localidades, y eso que no fueron las ciudades más directamente afectadas. También pasamos, más adelante, por otras muchas que se habían visto afectadas por ciclones en los últimos tres años, por lo que esta ruta también fue útil para aprender sobre los efectos de un ciclón a corto y largo plazo. Era tremendo ver como aún quedaban señales muy sentidas de los daños, pese al paso de los años.

El ciclón lo pasé en casa de Osmar, el presidente del Club. Él y su familia me acogieron con la máxima cordialidad. Le estuve ayudando a preparar el paso del ciclón: Poner tablones cruzados en las ventanas, sujetar con cables el tejado al suelo, para que no se lo llevara, etc. Fue toda una experiencia que no olvidaré nunca. Ahora, cuando veo unas imágenes de un ciclón en televisión, comprendo de verdad la magnitud del fenómeno. 



La ruta

DIA 1

La ruta cicloturista comienza en Guanabo, donde nos deja la guagua (autobús) que nos ha traído desde San Antonio de los Baños. Somos nueve ciclistas.

El primer día sólo se hacen 36 kilómetros y nos quedamos en Santa Cruz del Norte, el lugar por el que el ciclón salió de Cuba cuatro días antes, ya algo debilitado, rumbo al mar y a Florida. El destrozo es grande, está todo lleno de ramas de árboles por todos lados y el dormitorio de la escuela en la que nos quedamos alojados tiene el techo semiderruido por el tremendo viento del ciclón. No es problema, ya que no hace ni pizca de frío por las noches y los mosquitos los combato con una estupenda mosquitera que me resulta imprescindible en todo el viaje.



En esta localidad visitamos la mayor planta productora de Ron de América Latina, en cuyas bodegas nace la bebida insignia cubana, el Ron Havana Club. La ruta estará repleta de este tipo de visitas turísticas, haciendo el viaje honor a la etimología de su nombre, o sea, cicloturismo (turismo en bicicleta).

Durante el baño vespertino, el agua de la playa está caliente para mí, muy agradable, aunque a los cubanos les parece caldo y no les hace mucha gracia meterse.



El comportamiento de la temperatura es muy diferente a la de España, en Cuba por la noche baja muy poco la temperatura con respecto a las del día, no se dan los contrastes que bien conocemos en España, así lo normal en Cuba en verano es tener entre 24 y 28 grados nocturnos, o sea, calor. Por ello es un sinsentido llevarse ningún tipo de manga o pantalón largos, a no ser unos de tela fina para escapar de las picaduras de los mosquitos al caer la tarde.

Los miembros del Club aparecen desde el primer día ataviados con un maillot y cascos, como si fueran ciclistas deportivos, mientras que yo voy vestido normal, con una camiseta de algodón, pantalones cortos de vestir y gorra para el sol. Algunas personas durante la ruta nos preguntan de donde somos y yo les bromeo, con acento cubano, que “los compañeros aquí presentes vienen de Europa, como pueden ver por su vestimenta, han venido a visitar la isla y yo, como cubano, se la estoy enseñando”. No cuela, excepto alguno que piensa al principio que sí soy cubano, pero hablo con acento raro porque debo ser del otro lado de la isla, de Santiago de Cuba.


DIA 2

El segundo día pasamos por Jaruco, importante centro cultural durante la colonización española. Cerca de allí están las famosas “Escaleras de Jaruco”, donde la existencia de numerosas elevaciones, farallones y cavernas hacen de este lugar un verdadero oasis para los amantes de la naturaleza, la aventura y la espeleología.

También pasamos por Güines, donde visitamos el museo de la historia municipal y confirmamos la fama que tiene este municipio como uno de los que más se usa la bicicleta. Hay bicis por todos lados y en ellas va gente con bultos sobre la bici de lo más pintorescos, desde sacos enormes hasta cerdos, pasando por plátanos, vigas de hierro o una escalera llevada entre dos ciclistas en sus bicis, cada uno por un lado. Increíble. Se ve mucho aquello de dos personas en una sola bici, y hasta tres. Todo vale para transportarse en este útil medio de locomoción.



En general, en las carreteras también se ve mucho ciclista cotidiano, mucho más que vehículos motorizados que son minoritarios y tremendamente respetuosos con los ciclistas.

Acabamos en San José, frente al estadio de béisbol, cuyo techado también ha sufrido tremendos destrozos por el ciclón. Este día hacemos 70 kilómetros (techo de la ruta), una respetable distancia para un cicloturista cargado de alforjas, pero asumible dado el escaso desnivel de esta zona.

DIA 3

En Melena del Sur tomamos una copiosa merienda. Sigue siendo todo muy llano, con apenas alguna pequeña ladera, pero sin grandes problemas, casi toda la ruta es así (excepto en la provincia de Pinar del Río), sin embargo, no es monótono, el paisaje tiene tantos detalles diferentes, hay tanta vegetación, especialmente esas enormes palmas que quieren tocar las nubes. Hay siempre gente por todos lados, que te mira, que te saluda y te sonríe, que todo ello hace imposible el aburrimiento.


El día de pedaleo termina en Batabanó, municipio sureño donde nos reciben a la puerta del pueblo para escoltarnos hasta la puerta del INDER. Allí nos espera medio pueblo en la calle con música, aplausos, discursos de bienvenida, ofrendas florales… esto es una constante al llegar a los pueblos, generalmente las autoridades y responsables nos dan un pequeño discurso de bienvenida, para a continuación tomar la palabra algunos de los miembros del Club Cicloturista y a continuación yo mismo, como representante español, agradeciendo la cordialidad y hablando de las ventajas del cicloturismo sin prisas y sus connotaciones medioambientales y sociales. A mí, al principio, me aturde todo eso, parece demasiado recibimiento para unos simples cicloturistas, pero al poco me acostumbro, al entender que los cubanos son así, sumamente cordiales y capaces de valorar el esfuerzo de nuestra labor y el agradecimiento por visitar su municipio de un modo respetuoso con el medio ambiente. Por la noche nos ofrecen regalos (es un peso en las alforjas que se lleva con placer) y una exclusiva actuación musical después de la cena ¡justo antes de que se fuera la luz! Y es que los apagones en Cuba pueden suceder en cualquier momento, aunque dicen que es un tema coyuntural por unos problemas en unas centrales, unido al paso del ciclón.

DIA 4



Este día vamos a Güira de Melena, pasando por Quivicán. En Quivicán visitamos una fábrica de elaboración de tabacos, conociendo la elaboración completa de un puro habano, función mucho más artesanal de lo que me imaginaba. Al llegar a Güira cae una tremenda tormenta (¿serán estas las famosas “tormentas tropicales”?). Nos coge a sólo 300 metros del pueblo, pero nos tenemos que refugiar por lo fuerte del viento y de la lluvia. Prácticamente todas las tardes cae una tormenta en Cuba por el verano, lo que ayuda a refrescar el ambiente de calor húmedo que impera, pero esta de hoy ha sido algo especial. El viento, durante las tormentas suele ser bastante fuerte. Y, en general, el viento cubano viene del Este.



Este día nos deja Leonardo, que recibe un aviso de casa. Al día siguiente se nos unirá Nadia, la mujer de Bernardo, con una antigua bici sin cambios, pero como es bicimensajera en San Antonio de los Baños, está acostumbrada a pedalear, aún así tiene que ayudarse de su marido, pero no importa, no hay prisa.

A lo que no me acostumbro al principio es al trasiego de gente, de animales y de maquinaria de lo más peculiar (como esos tractores que corrían a 80 km/h) que hay por todos lados. Cuba, para un europeo, parece un poco desastrosa, pero el caso es que hay normalidad dentro del caos, y al cabo de los días te acaba pareciendo de lo más natural, y lo que te parece el caos es cuando, a la vuelta en España, te bajas del avión y comienza esa locura de automóviles, contaminación, ruido y estrés. Dan ganas de volver a subirse al avión de vuelta.



DÍA 5

Al día siguiente nos acercamos a la localidad de Playa Cagío a un Festival de la Juventud. En esta localidad no queda casa alguna en pie, aunque ahora las están construyendo de nuevas. El ciclón Michelle, que cruzó por esta zona el año pasado, las tiró todas, destrozando también la arboleda, la playa y el paisaje. Es impresionante. Me hace comprender nuestra vulnerabilidad ante la fuerza de la naturaleza y la responsabilidad que todos tenemos ante estas catástrofes y los cambios naturales que el planeta está sufriendo, en buena parte por culpa del egoísmo humano (cambio climático). Ya el día 8 de julio, cuando vimos (y sobre todo sentimos) pasar el ciclón Dennis, desde la casa de Osmar (antes de empezar la ruta), aunque afortunadamente el ojo del huracán sólo pasó a unos 80 km. de la casa, sin embargo había unos vientos racheados que movían los árboles de un lado a otro como si fueran balones de boxeo. Era de noche y habían cortado la luz y el agua por seguridad. La sensación de indefensión era enorme. Por fortuna, la información estatal vía TV y radio fue exquisita y en todo momento actualizada. Los servicios de evacuación funcionan a las mil maravillas en Cuba. Supongo que porque tienen mucha experiencia.



Dejamos Playa Cagío en silencio, con el corazón encogido y, encima, con la noticia de que un nuevo ciclón, Emily, está rondando la isla. Por suerte, éste no acaba entrando en Cuba y podemos continuar nuestra ruta.

Acabamos el día en Artemisa, cuna de muchos héroes de la epopeya revolucionaria.

DIA 6



Tremenda recepción en San Cristóbal, de nuevo con discursos y parabienes, merienda y almuerzo. Acabamos de entrar en la provincia de Pinar del Río, la provincia más occidental de Cuba. Esta provincia es más montañosa, el paisaje es más diverso y hay más “lomas”. En Cuba se llama “lomas” a las cuestas, pendientes o puertos de montaña. Por lo tanto “tremenda loma” significa “esa cuesta es muy empinada (o larga)”. Sin embargo, no hay que asustarse, las tremendas lomas de los compañeros cubanos son tachuelas para alguien que vive en el país más montañoso de toda Europa, o sea España, y las subo sin problemas. También es verdad que mi bicicleta es más apropiada. Dicen que en la parte Este de la isla si son de verdad “tremendas” las lomas, pero de eso no puedo hablar.

Para llegar a Los Palacios, circulamos un rato por una “ochovía”, o sea, una autopista de varios carriles por sentido. Cuando me lo dicen, me parece que será peligroso, pero cuando empezamos a circular por ella comprendo que no hay ningún problema. El escasísimo tráfico, unido al respeto por el ciclista, hace perfectamente llevadera la circulación en bicicleta por una ochovía. Incluso vamos ocupando el carril derecho por completo, en vez de ir por el arcén (que tiene un peor firme). Es lo natural, lo que hace el resto de ciclistas que va circulando por allí y, desde luego, lo más cómodo. Eso sí, el paisaje por la ochovía es más monótono, así que decidimos no repetir la experiencia.



En Los Palacios visitamos el museo municipal y nos damos un bañito refrigerante en el río. Tenemos problemas con el tema del alojamiento, y sólo gracias a la tremenda gestión de los miembros del INDER, conseguimos salir del paso. Mi más sincera gratitud para ellos.

DIA 7

Tras pasar por Consolación del Sur el terreno se empieza a ondular más y más. Continuamos hacia la localidad de Pinar del Río, que da nombre a la provincia, donde se nos recibe con solemnidad. Este día ha sido uno de los más calurosos, con temperaturas de hasta 35º C, que bajo las condiciones de humedad que se soportan, dan una mayor sensación de calor. Es indispensable parar cada cierto tiempo a tomar algo líquido. Las alternativas son múltiples: en las guaraperas te venden el guarapo, que no es otra cosa que el jugo de la caña de azucar exprimida: riquísima y refrescante. También hay múltiples lugares en los que se pueden comprar refrescos gaseados (parecido a la gaseosa, pero con más sabor) o jugos (zumos de frutas naturales hechos en el momento). Otra buena alternativa es la de comprar fruta como el mango, la piña o la guayaba, que alimentan y refrescan (sobre todo las dos primeras). Los puestos que venden todos estos productos se pueden encontrar en cualquier lado, tanto en un pueblo, como en un “entronque” (cruce) o al borde de una abandonada carretera. Son una alternativa barata y nutritiva para refrescarse y descansar un rato. Hay una alternativa más barata (gratis) que consistía en subirse a Las Palmas, coger cocos, beberse la riquísima agua que hay en su interior y luego comerse la carne del coco. Los compañeros cubanos se subieron varias veces a uno durante la ruta para coger los cocos que estaban a bastantes metros de altura.




DÍA 8

Al inicio del día hay un intento de amotinamiento: varios miembros de la ruta consideramos que hay una alternativa al recorrido más corta e igual de bonita y proponemos a Osmar tomarla. Éste nos comenta que ya está comprometido el paso por la localidad de Cabeza y sería muy descortés ignorarles, además de que la ruta, según su opinión, es más bonita por el trazado original, pese a ser más largo. Nos convence y aquí no ha pasado nada. Al grito de “Avansemo compañeroh” nos ponemos en marcha dispuestos a afrontar las lomas del día, las más exigentes de toda la ruta. Algunos compañeros tienen que bajarse a andar al no tener sus bicis un rango de cambios adecuado. Ya les explico yo que en Pedalibre, incluso teniendo un rango de cambios adecuado para algunos es muy común bajarse y andar.



Estamos entrando en el Parque Nacional de Viñales, un entorno único, enclavado en la Cordillera de Guaniguanico, en la porción centro oriental de la región Sierra de los Órganos, un escenario de espectacular belleza natural, donde se mezclan las palmas, las montañas, el agua y una densa vegetación que hace de este parque un lugar para disfrutar despacio de una naturaleza exuberante. Es precioso.



Nos bañamos y almorzamos en la localidad de Cabeza, en un ambiente rural, donde nos tratan de nuevo de forma exquisita.

Llegando a Viñales, visitamos el Mural de la Prehistoria, impresionante mural pintado por un discípulo del pintor mexicano Diego Rivera en una roca de más de cien metros de alto. Viñales es la localidad más turística de las que hemos visitado. Allí nos encontramos con Miguel Ángel, un miembro de mi club de cicloturismo, Pedalibre, que no sabía que estaba en Cuba también. La situación es cómica, porque él ha visto una bici de uno de mis compañeros cubanos, con una placa de ConBici que le he regalado, se acerca y piensa “voy a hacer una foto, para luego enseñársela a Juan, seguro que le chocará”, cuando, nada más hacer la foto, me acerco andando, soy como una aparición para él y en su cara se mezclan la incredulidad y la sorpresa, y en la mía también ¡Qué pequeño es el mundo!




DIA 9

Visitamos dos cuevas: El Palenque, donde se escondían los Cimarrones, los negros que huían de la esclavitud, y la Cueva del Indio, cueva de enormes dimensiones que incluye un viaje en bote por un río interior. Ambas cosas merecen la pena, aunque haya que pagar por entrar.



Este día tuvimos serios problemas con las averías en las bicicletas. Afortunadamente se fueron arreglando y, aunque más tarde de lo previsto, pero llegamos a la población de La Palma.

Cada vez que un cubano tenía una avería en su bici se abría para mí una puerta al conocimiento. Los cubanos son unos manitas por naturaleza y por necesidad.

No necesitaban un tronchacadenas (de hecho la mayoría ni conocían su existencia): con un clavo y un pequeño martillo montaban de nuevo la cadena en menos que canta un gallo.



Un pedal cuyos rodamientos han perdido su vida útil. No pasa nada, un trozo de cable plástico hace el apaño. 

Un pinchazo y no hay ponchero (profesional arreglapinchazos) en los alrededores. Sin problemas. Con unos alicates y un hilo de coser, se arregla el pinchazo. Increíble, yo vi uno de estos arreglos y aguantó toda la ruta.



Que una cubierta deteriorada se abre dejando a la vista la cámara ¿Y qué? Se coge una cámara vieja, se ata fuertemente alrededor de la zona, se liberan los frenos de esa rueda y tira millas. Setenta kilómetros duró hasta encontrar otra cubierta.



Que no lleva transportín (“parrilla” lo llaman ellos). No importa. Se fabrica uno sobre la marcha con dos palos y una cuerda.

DIA 10

Impresionante recepción en Las Pozas, con pioneros incluidos (niños/as con sus uniformes reglamentarios). Nos muestran un monumento que simboliza la victoria de los cubanos contra los españoles en una batalla, allá por finales del siglo XIX… sin malos rollos ¡eh!



Nos encontramos con Unai y Ainoa, dos cicloturistas de Bilbao que nos acompañan hasta Bahía Honda. También nos acompañan en este mismo tramo ciclistas deportivos de Bahía Honda, enviados por el INDER para darnos escolta...

En Bahía Honda nos dan una de las atenciones más calurosas de toda la ruta (probablemente la mejor, junto a las de Batabanó y Guanajay) y tenemos toda la tarde libre, así que hay baño en la presa y relajación y tiempo de compartir experiencias, parte imprescindible en los viajes cicloturistas.

Hablando de experiencias, las carreteras de Cuba son un punto y aparte, no son muy recomendables para bicicletas de carretera, porque suelen ser bastante irregulares (salvo contadas excepciones) y si a eso se le añade que no es fácil encontrar llantas, cubiertas o cámaras de 700, conviene llegarse con una bici híbrida o de montaña y con recambios para las cubiertas si las nuestras no están muy nuevas.



Por la noche, durante una entrañable charla-paseo, José nos pone al día de los acontecimientos que se han sucedido durante los últimos años de historia en Cuba: (la revolución, la bonanza del paraguas soviético, la caída de la URSS -que afectó mucho al país cubano-, el “periodo especial” y la actualidad.

DIA 11

Salimos de la provincia de Pinar del Río y volvemos a entrar en la de La Habana. En Cabañas, nos dan un refrigerio al lado de un mar precioso con siete distintos tonos de azul. A partir de ahí, mucho calor y múltiples paradas para tomar jugos, guarapo y frutas. En Guanajay nos están esperando a la puerta del pueblo varios bicitaxis con las autoridades y los miembros del INDER dentro, que nos acompañan por el interior del pueblo hasta la sede del INDER. Allí espectacular recibimiento, con discursos, entrega de diplomas, jugos para apaciguar el calor, cake (a las tartas las llaman así, en inglés) y una competición de tiro de soga entre los conductores de bicitaxis del pueblo y los miembros de nuestra caravana cicloturista, competición que por supuesto ganamos y por lo cual una bella señorita nos regala una fabulosa tarta.



Por la noche nos enseñan la ciudad y nos llevan a un concierto de cantantes locales, con un repaso a toda la historia de la música cubana, desde el Son hasta la Nueva Trova Cubana, pasando por el Bolero.

DIA 12

El paisaje se vuelve definitivamente más llano, está claro que estamos de vuelta en provincia de La Habana y con la forma que hemos cogido estos días de pedaleo y el poco relieve del terreno, los kilómetros pasan volando. En Caimito nos dan un almuerzo casero consistente en, como todos los días, arroz con frijoles y algo más. El algo más varía todos los días, pero el arroz con frijoles (que por otro lado es una combinación muy completa a nivel nutritivo) no faltan ni un solo día. Es la comida nacional y está deliciosa, aunque hay que admitir que después de tantos días con lo mismo… En Vereda asistimos a una representación de teatro infantil y de recreación con chavales. En esta población el ciclón se llevó el año pasado el techo de la iglesia, que todavía no han podido reponer.



En Bauta, donde nos quedaremos a dormir, asistimos a un espectáculo de Controversia, en la que dos cantores improvisan Décimas, unas poesías cantadas que contestan a lo que el otro ha dicho. Se pueden tirar horas contestándose el uno al otro. Es impresionante y muy divertido.

DIA 13

El último día de ruta es un tramo sumamente corto hasta San Antonio de los Baños que nos sirve para completar los casi 700 kilómetros e ir despidiendo a la ruta y a los amigos.

Soy de la opinión que los compañeros cubanos tienen mucho que aprender desde el punto de vista cicloturista (tomarse las rutas con más calma, dar un aspecto de mayor normalidad, etc.), pero humanamente somos nosotros los que tenemos muchas cosas que aprender de ellos, porque el pueblo cubano es el más acogedor que he conocido en mis singladuras cicloturistas.

Al llegar a nuestro destino, hago varias donaciones al Club de Cicloturismo Che Guevara, pero muy especialmente dos cosas: mis alforjas, unas alforjas que me han acompañado durante muchos años y, sobre todo, a Julia, mi bicicleta, la que me acompañó en todas mis rutas desde 1993 hasta 1999. Es un momento muy emotivo para mí, pero sé que quedan en buenas manos y que se les va a sacar muy buen provecho.



Ya cuando aterricé en Cuba hice múltiples donaciones en forma de material para las bicicletas. Los cubanos tienen complicado conseguir algunas piezas para bicicleta, sobre todo por culpa del bloqueo al que el país se ve sometido desde hace un buen número de años, por eso las donaciones de material para bicicletas y para cicloturismo son muy apreciadas.

Las bicicletas

Un comentario aparte merecen las bicicletas de los miembros de la expedición.

Las bicicletas de los miembros del CC Comandante Che Guevara son mixtas en el más amplio sentido de la palabra, pues están hechas de trozos de unas bicis y otras. Hay piezas de bicis chinas, rusas, cubanas o europeas, en una mezclanza de lo más peculiar. Hay bicis con solo un plato, había una bici con CUATRO platos, bicis de piñón fijo... pero todas ellas hicieron su labor dignamente. Predominaban las bicis de cuadro y ruedas de carretera, que no son muy recomendables para cicloturismo de alforjas, así ocurrió que todas y cada una de estas bicicletas pincharon durante la ruta, y algunas varias veces. El cóctel de rueda fina, peso del equipaje y carreteras en mal estado, era pernicioso. De todo se aprende, y una de las razones de esta buena gente para invitarme a su ruta era el compartir experiencias, dado que en Europa tenemos una más instaurada tradición cicloturista. Una vez más, la bici híbrida se demuestra como el elemento más adecuado para el cicloturismo de alforjas, por su relativo buen rendimiento en carretera asfaltada y pistas de tierra.

El ponchero



Parece inaudito que los cubanos, que son capaces de arreglar cualquier cosa, sin embargo recurran a un ser llamado Ponchero para arreglar los pinchazos, algo que en países como España está asumido como una reparación simple, que cualquiera puede realizar. Sin embargo, la cosa no es tan fácil en Cuba. Cuando intentas arreglar un pinchazo en Cuba, al pegar el parche éste no pega bien, debido al índice de humedad tan alto en el ambiente. Hay sin embargo un truco que consiste en prender fuego (¡sólo un segundo y luego soplar!) a la solución adhesiva, para luego pegar rápidamente el parche.

El ponchero te pega un trozo de goma (llamado ponche) en la zona afectada, por medio de calor, con una plancha de lo más rudimentaria, en plena calle. El remedio es más eficaz que los tradicionales parches y muy barato.



Pero ahí no acaba la labor del ponchero. Hay que tener en cuenta que en Cuba las cámaras y las cubiertas (allí llamadas gomas) no se tiran nunca, simplemente se reparan. Así, una cubierta que se me abrió por los lados, que amenazaba con provocar un reventón y que no iba a encontrar sustituta (porque no las había de ese tamaño), tuvo fácil solución con un vulcanizado que aguantó perfectamente el resto de la ruta.

Poncheros los hay en los sitios más insospechados, por lo tanto, problemas con las ruedas no son tales en Cuba, siempre vas a encontrar quien te lo solucione.

Diccionario poncheril:

Ponche: pinchazo y parche, ambos se llaman así

Coger un ponche: Arreglar un pinchazo

Ponchero: señor que arregla pinchazos

Ponchera: no es la mujer del ponchero, sino la tienda donde se cogen los ponches

Alojamientos

En principio está absolutamente prohibido acampar con tienda de campaña en toda la isla. Por lo tanto, no es recomendable molestarse en llevar una tienda de campaña.

Es mejor optar por conseguir alojamiento. Hay bases de campismo, en las que te alquilan por un precio bastante asequible una especie de bungalow o te dejan ponerte en las tarimas al aire libre. También es posible preguntar por casas particulares, lo que es un sistema muy común de alojamiento, además de barato y agradable por aquello de socializar con el amable pueblo cubano.

Animales

Imprescindible llevar una mosquitera para poner en la cama o en la base de campismo, colgada del techo. Será la mejor inversión del viaje. Te permite aislarse de los sufridos mosquitos y de los escorpiones. Estos últimos pueden estar en cualquier lado, pero según los cubanos, la reacción lógica al veneno del escorpión es sólo la incapacidad de hablar durante un rato, pues se te duerme la lengua.

Existen también unas hormigas rojas muy pequeñas, llamadas que son relativamente molestas, pues te muerden y te producen un escozor que te obliga a rascarte la zona durante un buen rato. Las llaman Santanillas. Simplemente, antes de sentarte en cualquier roca, banco, escaleras, etc., mira si están por ahí rondando y si es así evita sentarte en ese lugar.

Ciclones

La época ciclónica va desde junio hasta noviembre. Preguntad si hay riesgo de ellos en los días que vais a estar, pues la población está muy bien informada y os pueden decir con la suficiente antelación si se acerca uno y por dónde. Y, desde luego, si os indican que se acerca uno por la zona en la que estáis o aledaña, preguntad cuando está previsto que llegue. El día que llegue no pedaleéis, comentadle a las autoridades locales vuestra situación y ellos os dirán dónde debéis estar y donde debéis refugiaros. En el tema de los ciclones están bien organizados en Cuba. Os recomiendo que no pedaleéis tampoco el día después del ciclón, pues suele ser un día de muchas lluvias y acabaríais calados hasta los huesos.



Agua

Yo bebí agua todos los días de la red pública y no me pasó nada durante casi veinte días. El último día de ruta sí pillé una gastroenteritis debido al agua, pero es que no me informé del estado del agua en aquel pueblo. Al parecer había mucha gente en la misma situación, debido a que el ciclón Dennis había removido los sedimentos unos días antes y había sacado al flote alguna bacteria. Por lo tanto, mi consejo, no preocuparse del agua y beberla sin miedo, eso sí, preguntando en el ámbito local si el agua está en condiciones.

Agua del grifo se dice “Agua de la llave”

Otras palabras útiles y su “traducción” al español:

Piña: piñonera de la bici, o sea juego de piñones
Goma: cubierta
Torre: desviador trasero
Parrilla: Transportín
Tenedor: horquilla, donde va sujeta la rueda delantera
Chivo/a: bicicleta
Nave: bicicleta de calidad

Gracias a los compañeros cubanos Bernardo, Israel, José, Lázaro, Leonardo, Nadia, Osmar, Reinaldo y Yosbel, por su compañía en la ruta y su tremenda amabilidad.

domingo, 23 de julio de 2023

La bici de Ernesto

 



Nunca pude entender, y así te lo hice ver Ernesto porque éramos amigos y los dos españoles en una ciudad francesa como Estrasburgo, que te fueras sin tu bicicleta, que la dejaras de lado en aquellos momentos en los que tenías algo importante que sentir.

La bici no es una persona. - me decías.

Ya sabía yo que no era una persona, pero no lo decía por ella, lo decía por ti. Sentir sobre una bicicleta es darles más profundidad a los sentimientos. Si pedaleas al lado de la persona amada, ese amor es más vívido. Si visitas un paisaje en bicicleta, te entran las imágenes por las pupilas y de ahí van directas a la parte del cerebro donde se almacenan los momentos especiales. Si haces un trayecto urbano en bicicleta llegas más alegre y con la sensación de haber hecho algo útil mientras te desplazas.

¿Me estás diciendo que la bici es un opiáceo? – me dijiste riendo.

Cuando por fin lo entendiste, cuando lo sentiste por ti mismo, ya no dejaste de usarla. La bicicleta hacía que todos los días fueran festivo. Dejaste atrás el prozac, el quejarte por todo, las críticas como divertimento y empezaste a ver la vida como esa maravillosa maleta llena de sorpresas.

Comenzaste a cambiar hasta el color de la ropa que usabas, de esos colores grises y negros a colores claros y alegres. Hasta tu bicicleta, que era de color gris, la cambiaste por una de color azul claro.

Es tan fácil usar la bici en Estrasburgo. Además de una enorme cantidad de vías exclusivas, la ciudad está pensada para usar la bici sin problemas: aparcabicis por todos lados, calles en contrasentido permitidas a las bicicletas, calmado del tráfico, giro permitido a la derecha para bicicletas con semáforo en rojo…

Todas las mañanas, cuando iba camino del trabajo, pasaba yo al lado de tu casa en la rue de Bruges, nada más salir de la mía, porque vivíamos muy cerca. Tu bicicleta estaba firmemente atada enfrente de tu ventana, abierta para burlar el calor veraniego, haciendo del aparcabicis como una extensión de la casa.

Fue por eso por lo que ayer lunes me sorprendió que la bici estuviera en el sitio de siempre y tu ventana cerrada, pese al calor reinante.

Fue muy duro enterarme que habías fallecido ese fin de semana y ya no estarías más entre nosotros. Ahora que habías empezado a vivir una vida plena, te habían cerrado el grifo de la existencia, sin avisar del corte.

Cuando alguien joven y con quien tienes trato habitual desaparece es cuando más te das cuenta de que estamos en esta vida de paso, que esto no es para siempre. Que todo lo material que acumulas en el devenir de tus días, te va a sobrevivir y se va a quedar sin dueño. Soy de esas personas que tiene asumida que la muerte es parte de la vida, que vive plenamente consciente de que esto terminará algún día. Pero eso no impide que sigamos sorprendiéndonos cuando alguien cercano desaparece.

Los que usamos la bicicleta habitualmente, sentimos que una bici es parte de alguien. Es por ello, que nos sigue extrañando que cuando la persona desaparece, la bicicleta no desaparezca también. Ahí estaba atada la bicicleta de Ernesto. Sus amigos nos miramos haciéndonos la misma pregunta: ¿Qué va a pasar con esa bicicleta? ¿Quién va a querer la bicicleta de un muerto? ¿Dónde está la llave para abrir el candado que la fijaba a la barandilla? Si no la liberábamos, ella misma se iba a convertir en un cadáver, como esas bicicletas abandonadas a las que les van desapareciendo poco a poco componentes, hasta quedar solo su metálico esqueleto.

Dispuestos a librarla de sus ataduras, nos juntamos unos cuantos amigos de Ernesto con herramientas varias. Primero era liberarla. Luego ya veríamos que hacíamos con ella.

Cuando estábamos intentando cortar un fuerte candado de metal, un vecino que pasaba por ahí nos inquirió que si estábamos intentando robar la bicicleta. Le explicamos que Ernesto había muerto. Nos dijo que, en cualquier caso, la bicicleta no era nuestra. Lo dijo y nos enfrentó la mirada, esperando una respuesta. Pero no había respuesta, así que esperamos a que se cansara de mirarnos y continuamos cuando se fue ladeando de un lado a otro la cabeza.

Cuando por fin la bici estuvo libre, sin ataduras, alguien dijo: “¿Y ahora qué?”

Fue entonces cuando, sin pensármelo mucho, dije que yo me la quedaba. Aquello fue una liberación para todos, que no sabían qué hacer con ella. Yo lo dije como quien adopta a ese perrito que mira a todo el mundo en busca de cariño y nadie quiere tomar la responsabilidad de quedárselo.

Una vez me fui con ella, incluso consideré que había sido una buena idea, pues mi bici ya no estaba en las mejores condiciones y esta me iba a hacer el apaño, además de ser muy bonita, una bici clásica suiza con barra baja, plato único y luz por dinamo en la rueda. Y comencé a utilizarla habitualmente.

La primera vez no me sorprendí, simplemente pensé que era casualidad, que el aparcabicis que hay enfrente de mi casa estuviera lleno. En mi diminuto piso no cabe una bici, así que siempre la dejaba aparcada abajo. Me puse a buscar por los alrededores donde aparcarla y llegué al aparcabicis enfrente de la casa de Ernesto. Había un espacio vacío, el mismo que usaba siempre Ernesto.

La segunda vez ya me sorprendió más. Encontrar de nuevo lleno el aparcabicis de mi calle, que no solía estarlo, me hizo pensar que estaba aumentando aún más el uso de la bicicleta, por lo tanto, también el requerimiento de aparcabicis, y que el Ayuntamiento debería poner más en las calles.

Así, un día tras otro, la bicicleta acabó diariamente aparcada en el aparcabicis de la casa de Ernesto.

Otro día, salí a dar un paseo en bici, solo por el placer de pedalear, como hacía algunas veces, sin rumbo fijo, dejando que la bicicleta me guiara. Debió ser casualidad, no puede ser otra cosa, pero acabé en la puerta de la oficina donde trabajaba Ernesto. Otro día acabé en la puerta del restaurante preferido por Ernesto…

Empecé a inquietarme definitivamente el día que iba a una cita, me confundí de giro y, al frenar para darme la vuelta, casi me estampo contra un mupi, un soporte publicitario, que anunciaba una conocida obra de teatro de Oscar Wilde: “La importancia de llamarse Ernesto”. Allí me quedé yo, con los frenos apretados y el nombre de la obra literalmente pegado a mi cara.

Puse un anuncio para vender la bici a un precio asequible. Me llamó una persona, que resultó ser español, ya era casualidad. Me preguntó algunas cosas, quedamos en un lugar para que la viera. No tenía muy claro cómo llegar a donde habíamos quedado, porque era nuevo en la ciudad. Le pregunté su nombre. “Ernesto” me dijo.

-Ernesto, no hace falta que traigas dinero, te la regalo.

- Vaya… ¿seguro?

- Si

- Muchas gracias ¿Y por qué?

- Porque te ha estado esperando todo este tiempo.