miércoles, 10 de julio de 2019

El ritmo pausado del bosque




Nos ha resultado duro levantarnos esta mañana y salir de la tienda de campaña debido a la pereza que nos regala el frío. Quizás por ello el deseo de pedalear se multiplica en un afán de calentar el cuerpo con el ejercicio, compartiendo con las hojas danzarinas toda esta belleza que se despierta en la mañana de este nuevo día de ruta cicloturista.

Sopla una suave brisa que se intenta llevar la niebla como una etérea ráfaga de humo. Nos aletarga las manos, y al pedalear nos obliga a apretarlas sobre el manillar, esperando hallar en esta fuerza un medio de asustar el frío que las entumece. La belleza del entorno nos hace por momentos olvidar el frío, pues ni en la más aventurada imaginación cabrían estos tonos de la mañana tan apagados y sin embargo tan intensos.

Anoche tus piernas temblaban. Ahora, sobre la bicicleta, sientes como si fueran caminando sobre algodón, con su suave y eterno movimiento que te permite ir ascendiendo hasta casi tocar el cielo. Empujas una pierna y luego la otra; sientes y recuerdas la noche anterior trazando una sonrisa en tu cara. No dejas de mirarme a través de la intensa niebla que nos envuelve a medida que ascendemos por esta montaña.

Nos preguntamos si alguien, muy lejos de aquí, puede estar sintiendo lo mismo que nosotros en este bosque. La sola idea nos parece inconcebible, haciéndonos sonreír de lado a lado. La mañana está hecha sólo para nosotros, en estos parajes tan lejanos y solitarios. No hemos visto por estos caminos y pistas de tierra tan perdidos a persona alguna en los últimos dos días, ni en bicicleta, ni andando.

Ahora la pendiente se ha suavizado, y nuestra respiración agitada se calma, lo que nos permite escuchar mejor los sonidos del bosque. Oímos cantos de pájaros muy diversos; el rozamiento de las hojas mecidas por la brisa, contándose unas a otras las novedades de la mañana; el tranquilo arrullo de un arroyo que sigue ladera abajo.

Un nuevo sonido comienza a oírse, un sonido ronco y continuo, agradable pero desconocido. Rápidamente nuestra mente comienza a fantasear imaginando la carrera de una ardilla tronco arriba, los gruñidos de un osezno, el grácil trote de un ciervo...

El sonido parece estar tras la curva ante nosotros. Paramos expectantes... aparece una rueda... y un manillar... y un pedal... y unas alforjas... ¡Nos parece estar viendo un cicloturista sobre su bicicleta!

Nos mira sorprendido al pasar veloz a nuestro lado, cuesta abajo, como si fuéramos nosotros la aparición, como si no supiéramos que es todo fruto de nuestra imaginación. Y por eso no hay saludo, ni por su parte ni por la nuestra, ni siquiera un gesto con la cabeza o con la mano, pues es un sinsentido saludar a las ánimas, que no sabes como te van a responder.

Le vemos desaparecer tras otra curva, dejando el sonido sordo de su cadena y el desviador, con el roce de las ruedas sobre la tierra y las pequeñas piedras sobre el polvo.

Miramos las profundas huellas que ha dejado la bicicleta, en la pista de tierra, acrecentadas por el peso de las alforjas y la bajada. Es entonces cuando caemos en la cuenta de que era real. Apartamos las bicis y le gritamos para que pare. Queremos saludarle y abrazarle, y contarle y que nos cuente las mil anécdotas del camino. Pero ya no está, se ha ido dejando todo en calma.

Parece que, pese a todo, no estamos tan solos.