jueves, 18 de junio de 2020

El ciclista tranquilo


Año 1988. Estoy en viaje de trabajo en Bélgica. Después aprovecho unos días para visitar algunas de las más emblemáticas ciudades de ese país, Brujas, Gante...

Me encuentro sentado en un banco, descansando, disfrutando la quietud de un rincón con encanto, silencioso, vacío de otros turistas como yo.

Inmerso en el placer contemplativo veo entrar un ciclista en ese espacio, suavemente, sin estridencias, llenándolo todo de una nueva luz con su bicicleta.

Me saluda con una ligera inclinación de la cabeza, apoya su bicicleta y se sienta en un banco.

Yo aún no uso la bicicleta como medio de transporte y de viaje, por lo que me llama la atención su bicicleta, llena de alforjas, bidones, tienda de campaña, saco de dormir y esterilla. En pocas palabras, lleva la casa encima. Sin embargo, no va vestido de ciclista deportivo, lleva una ropa cómoda y un sombrero que parece prestado por Chico, el de los hermanos Marx.

Pese a venir en bicicleta, no parece cansado. Y si lo está, no lo refleja, pues muestra una cara de satisfacción y lucidez.

Me quedo mirándole durante un rato. Sus movimientos pausados y calmados se mimetizan bien con el entorno en el que estamos.

Parece que no tiene prisa, que disfruta del momento. Bebe y come algo. Saca una libreta y comienza a anotar cosas. De vez en cuando levanta la vista y mira alrededor, como buscando inspiración o atrapando las cosas que le han pasado durante el día y tiene aún frescas en su mente.

Cómo le envidio. Envidio la placidez del gesto en su cara, la manera en que pierde su mirada, deja que la poesía del paisaje y los recuerdos del día le inunden el pecho en cada inspiración y luego lo deja salir todo, en una larga expiración, escribiéndolo todo en su libreta.

De vez en cuando se toca con la mano izquierda a la altura del corazón. La deja ahí un momento y luego la retira. Lo hace varias veces. ¿Le duele algo? ¿Siente algo? ¿Se está midiendo las pulsaciones? Yo creo que tiene que sujetarse el corazón porque se le sale de su sitio de puro sentir, de puro placer. No tiene que darle explicaciones a nadie, solo dejarse llevar por su bicicleta, disfrutar del regalo de cada momento vivido, llenando las alforjas y los bidones de sentimientos de plenitud.

Los dos hemos venido a dar a esta bella ciudad, pero de manera distinta. Para mí, el trayecto en autobús hasta aquí ha sido monótono. Hasta llegar a la ciudad no he comenzado a disfrutar. Para el ciclista, sin embargo, el viaje hasta llegar aquí es lo más importante, ha estado disfrutando cada colina, cada río, cada árbol. Los dos somos turistas, pero él, además, es un viajero. Un viajero del corazón.

Él no lo sabía y yo tampoco, pero me estaba mandando mensajes solo con su presencia. Estaba generando en mi unas inquietudes y emociones que explotarían tres años más tarde, cuando me compré mi primera bicicleta e hice el primero de muchos otros viajes cicloturistas.

Cada gesto que hacemos, cada cosa que expresamos, puede ser el detonante en otras personas de algo que llevaban latente y no había salido aún. Este ciclista fue parte de ese revulsivo que me inspiró a lanzarme a pedalear por esos mundos con una bicicleta y cuatro cosas encima de ella.

Y desde luego, el libro "España en bici", de Paco Tortosa y Mª del Mar Fornés. Y otras muchas cosas más que, sin saberlo, te van marcando la vida, como un ciclista madrileño encontrado al año siguiente viajando en tren desde París. También me deslumbró con su relato personal de viaje en bicicleta por seis países europeos. Qué agradecido les estoy a todos ellos. 

"El camino de la doctrina es largo; breve y eficaz el del ejemplo" -Séneca-