El que regresa de un viaje, no es el mismo que se fue
–Proverbio chino-
Venía diciéndole a mis familiares y amigos que cuando me
jubilara haría una ruta en bici por Europa, que comenzaría en Estrasburgo (Alsacia,
Francia) y terminaría en el noreste de España, pasando por algunos lugares que
siempre había deseado visitar. A principios de este año 2024 empecé a
cuestionarme lo de esperar los cuatro años que me faltaban para la jubilación.
Ahora podía hacer esa ruta, pero no se sabe cómo voy a estar o las
circunstancias personales que tendré más adelante. Y me dije que no iba a esperar.
Comencé a consultar mapas y a hacer trazados imaginarios
fantaseando el itinerario por donde iba a ir e imaginando qué iba a ver.
Organizar bien un viaje de esta magnitud conlleva un
esfuerzo grande. Realmente tiene que gustarte. Yo lo disfruto. Siempre he dicho
que un viaje que te apasiona se disfruta cuatro veces: imaginándolo,
preparándolo, haciéndolo y recordándolo.
El plan básico consistía en pasar desde Estrasburgo a
Alemania, cruzar la Selva Negra, llegar al Lago Constanza, semibordearlo,
pasando por Austria, seguir el Rin hasta los Alpes suizos, visitando
Liechenstein en el camino, cruzar el Passo de San Bernardino hacia Italia,
visitando el Lago Maggiore y Turín, sur de los Alpes Franceses, Mediterráneo
francés y Girona.
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La bicicleta en el tren
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Valoré ir en avión o tren y finalmente opté por esta última
opción, por dos razones: porque me gusta más el ferrocarril y porque yo podría
controlar la bici en todo momento. No quería que llegara con algo averiado a
Estrasburgo. Eso sí, el viaje de tren duraba dos días: un tramo de seis horas
Madrid-Montpellier, durmiendo una noche en la ciudad francesa, y otro
Montpellier-Estrasburgo, de otras seis horas, al día siguiente. La bici llegó
perfecta y pasé, antes de comenzar a pedalear, tres días fabulosos en Estrasburgo
junto a mis amigos Marc, Nuria, Marion e Iris.
LA SELVA NEGRA
El lunes 27 de junio de 2024, a las 6,30 de la mañana, me
despido emocionado de mis amigos. Hago un breve paso por las calles de
Estrasburgo, en las que hay decenas de ciclistas, que van a sus trabajos o centros educativos, y te pasan por ambos lados a toda velocidad. Yo, que voy más lejos, pedaleo
más lento. Quizás precisamente por eso.
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Kilómetro cero
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Ya me lo había advertido mi amigo Marc el día anterior: sabes
que has entrado a Alemania cuando cruzas el Rin. Así de fácil. Ya no
existen aquí carteles con el nombre del país donde entras, ni puestos
fronterizos, ni hábiles aduaneros que te escudriñan con la mirada, intentando
ver en tu gesto un atisbo de culpabilidad por tratar de pasar al otro lado algo
subrepticiamente. El Rin es el testigo de tu paso al otro país.
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Cruzando el Rin hacia Alemania
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Sabes también que estás en Alemania, cuando ya no entiendes
los carteles. Algo de francés sé, pero de alemán prácticamente nada. He
aprendido a decir en alemán un vocabulario de supervivencia: agua, comida,
habitación y refresco de manzana. El Apfelschorle es un típico refresco
alemán de agua carbonatada y manzana, fruta muy común por estos países, que me
ha enseñado a pronunciarlo mi amiga Nuria, que es profesora de alemán en un
instituto de Estrasburgo. Por lo demás, en inglés te entiendes con bastante gente,
y con este idioma no tengo problemas.
En Alemania es fácil ir casi todo el tiempo por carriles
bici interurbanos totalmente separados del tráfico, algunos de ellos realmente
idílicos, entre árboles y vegetación. Una gozada.
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Carril bici en Marbach
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Estoy ya dentro de la Selva negra, una famosa cadena
montañosa alemana, conocida por sus enormes abetos. No sé por qué lo de
llamarle “Selva” en español. En inglés y alemán le llaman directamente Bosque
negro. Quizás sea por la intensa humedad lo de “selva”. En cuanto a lo de
“Negra” me dijeron que le puede venir de la época de los romanos, a los que les
sorprendieron esos árboles tan densos y altos que creaban una enorme oscuridad
en su interior, incluso al mediodía.
Merece la pena una parada en la población de Gengenbach, con
sus características casas de colores variopintos y sus puertas de entrada a la
ciudad en forma de torre.
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Gengenbach |
Observo con curiosidad que al cruzarme con los alemanes me
sonríen, tanto los que van en bici como los que van caminando. Eso no coincide
con la imagen sería y fría que les precede. Me pregunto si llevo la cara
manchada de grasa de la bici o algo así que les haga gracia, por lo que me miro
el reflejo al pasar pedaleando al lado de un escaparate y lo que veo es que yo
mismo estoy sonriendo. Me siento tan feliz de estar cumpliendo mi sueño, de
tener esa sensación de libertad que la bicicleta te ofrece, que llevo la
sonrisa puesta seguramente desde que he salido de Estrasburgo. Y claro, cuando
sonríes, el mundo te sonríe.
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Reichenbach, al inicio del puerto
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La única subida de importancia en este primer día de pedaleo
es Windkapf, un puerto en el kilómetro 72, que durante 8 kilómetros sube
un desnivel medio del 7%, con algunos tramos de entre 10 y 15%. Es el bautizo
del primer puerto de la ruta, que le coge por sorpresa a mis piernas, pegándose
el cansancio en los gemelos y los cuádriceps. Pero no llevo prisa. Cuando necesito descansar, me detengo.
En Villingen-Schwenningen también merece la pena darse una
vuelta por las calles del casco antiguo.
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Villingen-Schwenningen |
Al día siguiente, en Bad Dürrheim, a punto de salir de la
Selva Negra, veo prevista la inauguración del Museo Jan Ullrich el 31 de
mayo, dedicado al famoso ciclista alemán. He llegado tres días antes. Lástima,
me hubiera gustado verlo. Era Ullrich un ciclista que no caía bien a todos,
pero después de ver un documental sobre su vida hace poco, cambié el concepto
que tenía de este ciclista.
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Museo Jan Ullrich
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LAGO CONSTANZA
Al llegar a la altura de una vía ciclista que parece rodear
el Lago Constanza, comienzo a ver decenas de ciclistas. Es un día laboral y
está abarrotada de ellos. No quiero imaginar qué será esto en fin de semana.
Está claro que aquí la bicicleta es un importante negocio turístico, pese a la
lluvia abundante. En España no estamos aprovechando este tirón adecuadamente.
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Carril-bici del Lago Constanza, cerca de Mainau
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Tenía pensado visitar la pequeña isla de Mainau (la isla de
las flores), a la que se llega por una pasarela peatonal, pero me indican en la
puerta de entrada que no se puede visitar la isla en bicicleta, ni llevándola
al lado andando. Hay que dejarla fuera. Es verdad que hay muchos aparcabicis,
pero no tengo candado y, aunque la gente deja incluso las alforjas con la bici
sin problemas, al menos la candan. Yo, que vengo de un país donde los robos de
bicis y sus componentes están a la orden del día, temeroso de arruinar mi ruta
nada más empezar, decido seguir adelante y prescindir de esta visita.
En Staad tomo un ferry que cruza el lago Constanza y me
llevará a la ciudad medieval de Meersburg. Este sistema del ferry me recuerda a
algunos cines y autobuses en España cuando yo era pequeño: no pagas nada al
entrar, sino que, una vez sentado en el viaje, pasa un empleado cobrándote el
importe.
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Ferry a Meersburg-Lago Constanza-
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Meersburg está ubicada en la otra orilla del Lago Constanza.
Sus empinadas calles de piedra, la singularidad de sus edificios históricos,
las vistas hacia el lago y sus peculiares viñedos, que aprovechan la
inclinación hacia el sur y, por lo tanto, el sol, la hacen un lugar
imprescindible para visitar en la zona. Merece, y mucho, una visita detenida.
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Meersburg |
La vista desde mi alojamiento en Meersburg da directamente
al inmenso lago. Tanto el atardecer como el amanecer en el Lago Constanza son
unos momentos únicos para disfrutar. De los de quedarse mirando al infinito,
permitiendo que tus pupilas se llenen de esos colores que solo duran unos
minutos, pero que te llenan el alma de una intensa placidez.
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Atardecer en el Lago Constanza
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En el pasado he ido de acampada muchas veces en mis rutas
cicloturistas. De un tiempo a esta parte ya busco una cama donde descansar con
comodidad. Algunos amigos y compañeros ciclistas y aventureros no lo entienden
del todo, pero mis sexagenarias lumbares y mi maltrecho hombro izquierdo lo
agradecen. Para estos compañeros, vagabundear buscando donde dormir es la
esencia misma del cicloturismo. Yo lo disfruté en su día, pero ya no lo
disfruto en absoluto. Hay que adaptar la ruta a la edad y las circunstancias
personales de cada uno. Decía G. K. Chesterton que la aventura puede ser loca,
pero que el aventurero ha de ser cuerdo.
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Puente de madera en Eriskirch
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Sigo bordeando el lago, aunque no siempre. En ocasiones la
ruta te hace subir una colina, alejándote, pero acabas reencontrándote con el
lago de nuevo. Esto permite ver otras cosas también bellas que hay lejos del
agua, como el bonito puente de madera de Eriskirch, que me trae al recuerdo los
que ví en la película de “Los puentes de Madison”.
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Lago Constanza en Wasserburg
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EL RIN
Mi paso por Austria es muy efímero, unas tres horas de
pedaleo por este país, acabando de bordear el lago Constanza y entrando en un
carril bici que sigue el Rin, río que viene de Suiza, pasa por Austria y
continúa por Alemania. No me enteré del tránsito de Alemania a Austria, una vez
desaparecidos los pasos fronterizos y los carteles. Pero es que de Austria a
Suiza, en el carril bici del Rin, tampoco me entero, a pesar de que Suiza no
pertenece a la UE.
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Austria - carril bici del Rin
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Seguir el río es un terreno prácticamente llano. Es muy
hermoso pedalear viendo el río a la izquierda, un bosque lineal a la derecha y
las montañas nevadas al fondo. La carretera está detrás del bosque lineal, por
lo que no escucho siquiera el tráfico, haciendo de este tramo un auténtico
paseo de verano azul. También me permite avanzar ágil para huir de la borrasca
que me viene persiguiendo desde media mañana y que se quedará por aquí unos
cuantos días. De hecho, llego al albergue en Liechtenstein justo en el momento
que caen las primeras gotas.
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Schlosswiese, Vaduz, Liechtenstein |
HUYENDO DE LA LLUVIA
Aquí tengo que hacer un alto para hablar de meteorología. Con el paso de los años me he convertido en un aficionado.
Me gusta interpretar los mapas de predicciones e intentar hacerme una
composición de lo que va a pasar con las lluvias, los vientos y las
temperaturas. En su día escribí un artículo en este blog sobre meteorología,
pero aquel era de un calado menos técnico del que escribiría hoy en día.
Al venir con un equipaje muy liviano, he prescindido de
equipamiento apropiado para la lluvia, por lo que estos días lluviosos pienso
aprovecharlos parando, descansando y a lo sumo hacer alguna pequeña ruta por los alrededores sin alforjas.
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Puente Alte Rheinbrücke por dentro
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Al llegar al albergue en Liechtenstein observé que venían
unos días de lluvia. Un día de lluvia intermitente, seguido de cinco días más
de lluvia continua, exceptuando el tercer día que, más al sur, abría una
ventana sin lluvia, aunque en Liechenstein no paraba: una borrasca se centraba
en el sur de Alemania, cerca de donde había pasado yo mismo unos días antes, y
no se movía de ahí, lloviendo torrencialmente allí y en los alrededores.
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Puente peatonal y ciclista Alte Rheinbrücke, frontera entre Liechstenstein y Suiza
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Ante esta perspectiva, decido pasar solo un día más en el
albergue (lo suficiente para ver Liechtenstein en un pequeño tramo horario del
día sin lluvia) y al segundo día (que no dejaba de llover ni un solo instante), me voy a la localidad suiza de Buchs, a 3 kilómetros, a coger un
tren. Los 11 minutos que tardé en llegar a la estación fue la única lluvia que
me mojó durante todo el viaje por Europa. Conseguí ir evitando la lluvia,
adaptándome a las circunstancias, haciendo alguna variación en los planes.
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Tren de Buchs a Chur, con un amplio espacio para bicis
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En el tren me fui a la localidad suiza de Chur, y no salí
del hotel en todo el día, porque llovió mucho, pero mucho. Le decía a mi
familia que era una barbaridad lo que estaba lloviendo. Pero también pensaba
que quizás por ahí eso era normal. Aunque no, no lo era. Dos días más tarde vi esta noticia de lo que había pasado con esa borrasca por allí cerca.
La situación era la siguiente: Si aprovechaba esa ventana
del día siguiente sin lluvia y conseguía cruzar el Passo de San Bernardino,
podría evitar quedarme “secuestrado” en el lado norte de las montañas alpinas
cinco días, pues parecía que no iba a dejar de llover en ese tiempo. Eso
significaba, eso sí, que tenía que pedalear en el mismo día durante 100
kilómetros y casi 2.000 de desnivel, con alforjas. Además de renunciar a
quedarme un par de días, como había pensado originalmente, en el Parque Natural
Beverin, haciendo senderismo. En esas circunstancias, haberme quedado en
Beverin no habría tenido sentido, porque estuvo lloviendo varios días sin
parar. Al menos estuve durante varios kilómetros cruzándolo en bicicleta y, qué
duda cabe, el recuerdo es el de un entorno espectacular.
LOS ALPES SUIZOS
Salir de Chur e ir dirección a Italia es sinónimo de entrar
de lleno en los Alpes suizos. Este día va a ser largo, pero lleno de
emociones. Para empezar, salgo sin la certeza de que el Passo de San Bernardino
esté abierto. El día anterior, el de tanta lluvia, la web de los puertos
alpinos suizos (https://alpen-paesse.ch/en/)
indica que San Bernardino está momentáneamente cerrado por la nieve. Yo confío
en que pasarán las máquinas al no llover en este nuevo día. Y si no, ya veré.
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Cazis |
Veo una señal cortando mi carril en la carretera, con un
largo texto en suizo, que no entiendo en absoluto. Unos 500 metros más adelante
veo otra cicloviajera, poniendo las luces para entrar en un túnel. Si ella ha
pasado, yo también paso.
Más adelante, en Viamala, uno de los lugares que quería
haber visitado si me hubiera quedado en Beverin, me encuentro casi de bruces
con la ciclista anterior, que había parado a hacer unas fotos. Me dice que si
he visto el letrero anterior, que no haga mucho caso, indicando que la
carretera estaba cortada por caída de piedras debido a las lluvias, pero que se
ve que ya las han quitado, porque está pasando todo el mundo. Me alegra
desconocer el idioma que no me permitió entender el cartel anteriormente. Le doy
las gracias y salimos juntos.
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Pùnt da Suransuns-Viamala |
Ella es alemana, va hacia el lago Como donde ha quedado con
unos amigos ese mismo día, le queda una considerable tirada. Comento que, según la web, el San Bernardino
está cerrado. Ella dice que no va por ese puerto, que va por el Splugen. Ese sí
que está abierto, es una alternativa que había considerado en caso de que el
San Bernardino estuviera cerrado. Vamos juntos
charlando durante un buen rato, pero ciertamente yo paro mucho más a hacer fotos y ella tiene
prisa, así que, aunque muy amablemente se detiene conmigo cada vez que hago una
foto, en Andeer le digo que la estoy entreteniendo mucho, que continúe ella si
quiere, pues va mucho más lejos.
Más adelante veo a una motociclista que está parada y le
pregunto si viene del lado italiano, me hace un vago gesto afirmativo con la
cabeza y le pido que me diga si ha pasado el San Bernardino. Contesta que sí, que está abierto. Levanto el
puño como si estuviera pasando primero en una línea de meta del Tour de Francia,
de tan feliz que estoy al saber que voy a poder pasar este paso alpino. La
mujer sonríe, contenta de haberme hecho feliz con tan poco.
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Sufers |
A partir del impresionante lago de Sufers, los paisajes son
casi todos como postales. Mire donde mire veo laderas verdes, salpicadas de flores
amarillas, con casas de madera generalmente distantes unas de otras, donde todo parece ordenado. Y agua, mucha
agua por todos lados.
En la localidad de Splugen me encuentro a la cicloviajera
alemana que está a punto de salir y afrontar su puerto. Me recomienda un lugar
donde comprar algo de comida y bebida y allí que voy, para coger fuerzas, que
en torno a una hora llegaré a los pies del
San Bernardino. Nos deseamos suerte.
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Splugen |
A veces, cansado después de una cuesta, llego arriba y me
detengo, miro al horizonte y me siento o me quedo de pie. Ahí sencillamente dejo
que el paisaje me entre por los ojos. Todo lo demás, la emoción, el bienestar,
la sensación de plenitud, viene solo, entra en la mente sin llamar.
Delante de mí veo el comienzo del Passo de San Bernardino. Nadie
por aquí a estas horas, imagino que se debe a la amenaza de lluvia, que hoy estaba
dudosa la apertura del puerto, además del cartel de más abajo anunciando el
corte de carretera. Resulta extraño
decir que un puerto pueda estar cerrado por nieve el 1 de junio. Pero esto son
los Alpes y este año las lluvias y nieves han sido muchas y las temperaturas
cálidas tardías.
A medida que voy subiendo, la nieve acumulada en los
laterales es mayor, hasta llegar al punto en el que todo es nieve excepto la
negra carretera por la que pasaron las máquinas quitanieves hace unas horas.
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Subida al Passo San Bernardino
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Siento una perfecta comunión entre mi cuerpo, mi mente y la
naturaleza que me rodea. La nieve, como ya me ha pasado en otras ocasiones,
genera un silencio sordo que hace más limpio cualquier ruido que pueda surgir: el aleteo de las aves que me sobrevuelan, el viento que acaricia mimoso las laderas, el
sonido de mi respiración, las ruedas de la bici al rozar en el asfalto.
Es tanta, y tan inmensa, la belleza del paisaje y del
momento, que no soy capaz de asimilarlo. Muy pocas veces me ha pasado esto en
mi vida y eso hace que te emociones mucho, que te salgan una especie de
hipidos, como si quisieras llorar o hablar, y no puedes. Y eso mientras sigues
pedaleando, subiendo las pendientes del puerto. Para romper el hechizo, solo
tienes que asumir que no eres capaz de asimilar tanta belleza, dejarte vencer
por el entorno, admitir que es más fuerte que tú, que te supera, que te genera
sentimientos de respeto y de admiración hacia la montaña, la subida y el ambiente. Solo me quedaba darles las gracias por ese precioso momento.
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Subida al Passo San Bernardino
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Alguien me ha dicho, al explicarle mis sensaciones subiendo
el Passo de San Bernardino, que podría haber sufrido el Síndrome de Stendhal
No tengo claro que sea lo mismo, entre otras razones porque
ahí se habla de la reacción ante obras de arte y dichas reacciones son más bien
negativas somáticamente. Esto más bien se trata de que es una emoción demasiado
intensa para que tu mente y tu cuerpo sepan como gestionarla, seguramente por ser
algo que se sale de lo habitual, llevándote a una sensación máxima de expresión emocional a
la que reaccionas como buenamente puedes, generándote un estado que no
conoces, pero en el que todo es positivo y te sientes triunfante. Seguro que las
endorficletas tienen algo que ver en todo esto.
Algunas personas me han preguntado si me resultó dura la
subida del puerto. La verdad es que no, seguramente porque paraba muchas veces
a hacer fotos, a disfrutar del momento, y eso me daba el suficiente descanso
para continuar sin pasarlo mal físicamente.
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Imagen tomada de internet, de alguien en el Passo San Bernardino el verano anterior
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- “¿Dónde está mi lago?”– me pregunto al llegar a la cumbre. Había visto imágenes del precioso
lago en lo alto del puerto, un lago azul que contrastaba con el verde de las praderas, que llegaba hasta el mismo borde de la vieja
señal de piedra de fondo blanco y letras azules, que anunciaba el final del
puerto y la altura alcanzada, 2066 metros. Pero el lago no estaba, se quería
intuir un poco de agua en el medio, pero lo demás estaba todo helado y nevado.
La desilusión por no tener mi foto con el lago azul, dio paso al optimismo de
tener una visión y una foto que era única, irrepetible.
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Mi visión del Passo San Bernardino |
Me hubiera estado allí horas disfrutando, pero tenía que
llegar a algún alojamiento y aún me quedaban unos cuantos kilómetros. Además, las
nubes cada vez eran más oscuras, anunciando lluvia. No quería bajar un puerto tan
largo y con tanta pendiente con la carretera mojada y menos aún con nieve.
Bonita estancia y alojamiento en el pueblo de Soazza, en una
magnífica casa rural, donde la tranquilidad y la oscuridad calman mis ya
doloridos cuádriceps, por la acumulación de días pedaleando.
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Soazza |
LAGO MAGGIORE
Mucha gente, yo mismo antes de mirar con detenimiento el
mapa, piensa que al cruzar el Passo de San Bernardino uno está ya en Italia.
Pero no, uno está en la parte italiana de Suiza, donde se habla y se come
parecido a Italia, pero aún me quedaban varias jornadas para llegar al país
latino.
Una de las peculiaridades de hacer una ruta que va cruzando
varios países, es que tienes que ir asimilando con cierta rapidez las
costumbres, tanto culturales, como lingüísticas, gastronómicas, etc. Una vez
que me había aficionado yo al Apfelschorle, al dejar Alemania desapareció de los restaurantes y cafeterías y tuve que buscar otra bebida que la supliera. Y una vez
que la encontrabas, ya estabas al poco teniendo que cambiarla otra vez, porque
cada país tiene sus hábitos y sus costumbres. Todo un ejercicio de adaptación.
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Piazza Grande, Locarno
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Una vez bajé todo lo que había que descender desde el San
Bernardino, llegué a una enorme zona plagada
de lagos alimentados hídricamente por los altos Alpes suizos. El mejor para mi
ruta era el Lago Maggiore, dividido entre Italia y Suiza, además me habían
advertido que era el menos peligroso por los coches.
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Santuario della Madonna del Sasso, en Locarno
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En esta foto de arriba, del Santuario della Madonna del
Sasso, se ve al fondo el Lago Maggiore. Al otro lado del lago, más a la derecha, es
Italia. En este lado estamos en Locarno, Suiza. En la novela Adiós a las armas,
de Ernest Hemingway, Frederic, el protagonista del libro, deserta del ejército
italiano en la primera guerra mundial, junto a su amada Catherine, cogiendo nocturnamente en el
lado italiano del lago una barca y remando durante la noche para llegar a
Locarno, donde solicitan asilo político, dado que Suiza era neutral.
Curiosamente releí Adiós a las armas unos días antes de iniciar este viaje, así
que me llevé un alegrón al leer que algunos de los últimos capítulos
transcurren en Locarno, donde yo iba a estar unos pocos días después e iba a poder
imaginar a Hemingway mirando hacia el lago e imaginándose esta parte del libro.
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Cappella del Calvario, Brissago
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El Maggiore (Mayor en italiano) es un lago glacial de 66
kilómetros de extensión y 5 kilómetros de ancho máximo. Está rodeado de
pintorescos pueblos a su paso y las vistas son impresionantes, pues siempre le
acompañan las montañas dándole más perspectiva. Poco después de Locarno se entra,
ya sí, oficialmente en Italia. Entre Locarno y Stresa quiero destacar Brissago
y la Reserva natural especial de Fondotoce.
Stresa mereció una visita más sosegada. Es una población
turística que está al lado de las islas Borromeas, un conjunto de tres islas
enclavadas al sur del Lago Maggiore. No estuve en la Isla Mayor, pero sí en la
Bella y en la de los pescadores. La Bella la recomiendo, muy bonitos el jardín,
el palacio y las vistas. La de los pescadores, sin embargo, me decepcionó, es
un compendio de tiendas y restaurantes turísticos.
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Islas Borromeas
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Esta ruta por Europa no es solo de bicicleta. Esto no es un
reto deportivo. Es un reto cicloturista. Algunos días se hace una excursión
andando o en barco, o se visita una ciudad.
En Stresa entro en una pizzería y pregunto a los dos
dependientes qué es un calzone, que lo he visto anunciado a la entrada, y se miran
el uno al otro como diciendo ¿este tío de dónde ha salido?, ¿nos está vacilando?,
¿cómo no va a saber alguien lo que es un calzone?
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Lago Maggiore, Lesa
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CAMINO A TURÍN
Cuando salgo de Stresa y voy hacia Turín, soy consciente de
que se acaba la parte más bonita de la ruta, como así resulta ser. El tramo de
Stresa a Turín, sin ser feo, me parece más aburrido, después de lo que he visto hasta el momento.
Sin embargo, el destino a veces te depara alguna que otra
sorpresa agradable, para que no te aburras. Saliendo de Borgomanero, veo en una
rotonda un monumento con bicicleta y una calle dedicados a Pasqualino Fornara,
que resulta ser un ciclista de esa localidad que en los años 50 ganó cuatro
veces la Vuelta a Suiza y la montaña de una edición del Giro de Italia, además
de ser segundo en la Vuelta a España de 1958. Contemporáneo de Coppi,
Bahamontes, Koblet y Anquetil, con los que se batió con frecuencia.
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Borgomanero |
Italia está enamorada del ciclismo de competición, pero no
parece ser así de los ciclistas amateurs. No creo que vuelva a pedalear en
Italia nunca más, porque los conductores de vehículos motorizados italianos
tienen una cultura del espacio circulatorio que no es compatible con la
seguridad ciclista. Te pasan a medio metro, o incluso menos, aceleran más
cuando te van a adelantar. Les da igual si viene otro coche de frente. Les da
igual si están adelantando a otro vehículo y vienes tú en dirección contraria.
No son todos, pero si un porcentaje demasiado alto para sentirse seguro. Ignoro
si es la legislación, el extendido culto al coche de Italia, el arraigo de las
costumbres, o qué, pero no tengo intención de volver a pedalear en Italia.
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Señal de respetar el 1,5 metros al adelantar, que casi nunca se cumple
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Paso dos fabulosos días en Turín mientras espero a Chen,
David y Yolanda, que se van a unir durante una semana a pedalear conmigo.
Turín tiene mucho para ver. A mí lo que más me gustó fueron
el Museo Nacional del Cine y el Parque Valentino.
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Museo Nacional del Cine, Turín
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SUR DE LOS ALPES FRANCESES
Al comenzar la ruta con mis amigos, veo que las sensaciones
del viaje pasan a ser diferentes.
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Con David, Chen y Yolanda en Turín
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Tengo que decir que después de ir solo durante casi tres
semanas no sabía cómo me iba a sentir al pedalear acompañado, pese a que tanto
Chen, como David y Yolanda son unas personas excepcionales: divertidos,
entretenidos, amables y empáticos. Cuando vas acompañado tienes que amoldarte
al ritmo de los demás, a sus costumbres y rarezas… pero también es más
entretenido, pues tienes con quien hablar en los tramos más monótonos y por las
tardes mientras paseas. Compartir es vivir. Ir solo no es ni mejor ni peor que
ir acompañado. Es simplemente diferente.
Disfruté mucho esta semana con mis tres compañeros, aunque los paisajes no eran
tan espectaculares como los que había visto las semanas anteriores. Tanto que
cuando se fueron me sentí, ahí sí, muy solo, algo que no me había ocurrido en
las semanas anteriores a su llegada.
Al salir de Turín nos metemos de lleno en el sur de los
Alpes franceses, así que estamos tres días subiendo y bajando puertos.
Había advertido a mis amigos de la agresividad de los
conductores italianos, dándome ellos la razón desde el primer día. Sin embargo,
les digo que con ellos la cosa ha mejorado algo, a diferencia de cuando iba yo solo. Yolanda dice que no se
quiere imaginar cómo sería entonces cuando iba solo.
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Exilles |
Quince kilómetros antes de llegar a Oulx, donde pensamos
quedarnos esa noche, comienza a llover, como estaba previsto. Nos pilla frente
al Fuerte de los Exiliados, una impresionante construcción en el Valle de Susa.
Nos refugiamos en un hotel abandonado, con vistas al fuerte. Mientras deja de
llover aprovechamos el tiempo para reservar el alojamiento, mirar dónde comer y
planificar la ruta del día siguiente. En fin, que el tiempo no resulta en vano.
Un cicloviajero alemán también para allí, pero tiene las piernas inquietas y no
aguanta hasta que deja de llover, saliendo antes. Nosotros salimos cuando ha
dejado totalmente de llover, llegando a tiempo a Oulx, antes de que comiencen
las intensas tormentas que caen por la tarde.
Al día siguiente el comienzo es duro, pues al principio
tenemos que subir el puerto de Cesana Torinese, que, éste sí, es frontera de
Italia con Francia. Es un puerto largo y de pendiente importante, pero
haciéndolo con calma es llevadero. Cabe destacar el tramo que nos desvía a los
ciclistas por un antiguo túnel, separándonos (gracias) de los coches. Es un
clásico túnel alpino con ojos hacia el exterior, permitiendo la entrada de luz
solar.
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Túnel para ciclistas en la subida a Cesana Torinese
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Ya estamos en Francia, por cuyo lado el puerto se llama Col
de Montgenèvre. La subida del puerto nos ha llevado más tiempo del previsto y
decidimos comer en Briançon. A partir de ahí vamos durante bastante tiempo por
la N94, una carretera nacional con bastante tráfico, pero la ruta ha planteado de
vez en cuando algunas variantes a la carretera nacional, que son una maravilla
para los sentidos y un calmante para los nervios.
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Camino a Embrun
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A Embrun se llega por una
pendiente corta y empinada, como ocurre con todos los pueblos amurallados, que
fueron un bastión militar. Merece la pena la visita al pueblo y las vistas
desde su mirador.
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Cruce del río Durance, antes de subir a Embrun
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En vez de continuar por la carretera nacional, siguiendo el
Lac de Serre, bordeamos subiendo hacia el norte, por carreteras tranquilas y
pueblos floridos, que además nos permite disfrutar unas preciosas vistas del
lago y las montañas.
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Vistas del Lac de Serre desde las montañas
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Al final acabamos llegando a la nacional, pero nos salimos
de ella tantas veces como podemos.
Bonita es también la localidad de Tallard, con un castillo y
un conjunto histórico de mucho interés. Los alrededores también merecen la
pena. Chen nos cuenta cómo en su ruta en bici de hace unos pocos años, de
Madrid a China, pasó algún día en esta localidad.
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Tallard |
Para llegar a Laragne-Montéglin evitamos de nuevo la
nacional durante largo tiempo circulando al lado del Canal de Sisteron. El
calor se empieza a notar, vienen días de sofoco, aunque nada grave para unos
españoles acostumbrados a las altas temperaturas.
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Canal de Sisteron
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Solemos llegar al alojamiento alrededor de las 15 horas. Por
las tardes descansamos un rato, lavamos la ropa, visitamos el lugar, vamos a un
supermercado a comprar la cena del día y alguna cosa más que necesitemos para
la ruta siguiente y cenamos juntos. Es decir, que las tardes se hacen
entretenidas.
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Laragne-Montéglin |
El día que se nos viene tras dejar Laragne va a estar lleno
de sorpresas. Para empezar, nos encontramos con las gargantas de la Méouge, un angosto
cañón con una estrecha carretera serpenteante que acompaña a un río de agua
color turquesa.
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Canyon du Rif de Pomet-Gorges de la Méouge
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En Séderon paramos a desayunar por segunda vez. Es ya una
tradición parar a media mañana a tomar un croissant y un café, que para eso
estamos en Francia. Además, así cogemos fuerza, que viene la subida del Col del
Hombre Muerto, nombrecito que no ayuda mucho a ser optimista con lo que te vas
a encontrar. En la boulangerie conocemos a una cicloviajera italiana con
residencia en suiza que está haciendo sola una ruta cuyo mayor exponente es la
subida, ese mismo día, del Mont Ventoux, unas horas más tarde. La mujer nos
dice que somos un grupo muy majo (un español, un franco-español, un
chino-español y una española). La verdad es que si, somos un grupo majo, y
además individualmente también somos la mar de majos.
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Séderon |
David tiene un pinchazo al inicio del puerto. Como yo voy
más flojo que ellos tres en las cuestas, les digo que voy subiendo mientras lo arreglan,
así no me tienen que estar esperando. Coincido en la subida de
nuevo con la ciclista italiana y la hacemos juntos, hablando de nuestros
viajes, de nuestra vida. Total, que como suele pasar en estos casos, no me
entero de la subida y cuando me doy cuenta, ya estoy arriba. Nada de hombre
muerto, llego vivito y coleando.
En la bajada me uno a mis compañeros y llegamos juntos a
Sault. Esta localidad nos sorprende agradablemente. Es la base desde la que se
mueven los ciclistas hacia el Mont Ventoux, el mítico puerto alpino, origen de relatos
y etapas épicas del Tour de Francia. Sault está literalmente tomado por los
ciclistas, grupos de ciclistas aquí y allá, bicicletas de todos los estilos y
colores, generando un ambiente tremendo. Unos que ya han subido y otros que van
a subir luego. Y algunos raros, como nosotros, que no vamos a subir, porque no
nos cae bien en esta ruta.
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Gorges de la Nesque |
Poco después de salir de Sault viene otra de las grandes
sorpresas del día. Tras una ligera subida, llegamos al mirador de las Gargantas
de la Nesque. Las vistas son impresionantes, pero la bajada que le sigue es para
enmarcar. Se dan todas las condiciones para disfrutar a tope una bajada: poco
tráfico, una bajada larga con poco desnivel negativo, unas vistas increíbles y
una carretera que culebrea buscando la Costa Azul. Estamos los cuatro de
acuerdo que es probablemente el momento más mágico desde que empezamos a
pedalear juntos en Turín. Con esta larga bajada dejamos atrás los Alpes, acercándonos
al Mediterráneo.
COSTA AZUL Y
MEDITERRÁNEO
Saliendo de Carpentras hacia Aviñón hacemos unos diez
kilómetros de una vía verde que parece que está recién inaugurada. Ni aparecía
en los registros de Strava. Nos avisa de ella el dueño del alojamiento donde
nos hemos hospedado, que nos acompaña muy amablemente en bici hasta el comienzo
de dicha vía verde. Una gozada: llana, sin tráfico y rodeada de mucha
vegetación. Damos un rodeo importante, pero evitamos la D942, que lleva un
tráfico horrible.