lunes, 19 de junio de 2023

Una bicicleta roja

 


Miguel va resoplando, preocupado por llegar algo tarde y por la urgencia con que Ana, una de sus dos hermanas, les había convocado en la casa de su madre, en el pueblo en el que habían vivido los tres de pequeños.
- Tu dirás Ana - dice Miguel-, qué es eso tan urgente que nos quieres contar a Isabel y a mí.
- Gracias por venir, hermanos. A ver, no es urgente de vida o muerte, pero a mí me tiene preocupada. Se trata de Mamá, que quiere comprarse una bicicleta roja.
- ¿Y cuál es el problema? - contesta Isabel, volviendo las palmas de las manos hacia arriba.
- ¿Cómo que cual es el problema? – responde Ana con los ojos muy abiertos. – Isabel, tu vives en la ciudad y allí puede que sea normal que una señora de 78 años se pasee en bicicleta en pleno año 1994 por las calles, aunque tampoco creo que allí sea normal. Pero esto es un pueblo y aquí eso se considera muy raro.
- Yo creo que eso son prejuicios tuyos, Isabel. De todos modos ¿por qué una bicicleta, y por qué roja? Que yo sepa no sabía montar. ¿Ha aprendido?
- A ver Ana, te respondo una a una tus preguntas. Lo primero, Mamá está rara últimamente, tú y Miguel no lo veis porque no vivís aquí. Por ejemplo, hace poco fui con ella de compras, porque necesitaba unas bragas, siempre las había usado o blancas o negras. De pronto vio unas de color verde fosforito en el mercadillo y dijo que le gustaban. Me extrañó mucho, pero no le dije nada porque al fin y al cabo nadie se las va a ver, supongo… Pero lo de la bici ya es otra cosa. Desde que murió padre se está descocando. Dicen que es normal, que les ocurre a algunas mujeres de esa generación, pero todo tiene un límite, que soy yo la que vive en el pueblo y voy a tener que escuchar de todo si se compra la dichosa bicicleta.
- ¡Joder con Mamá! Quién la ha visto y quien la ve – dice sorprendido Miguel.
- Pues sí, ya veis. Y ahora te respondo a lo de por qué una bicicleta y roja. Pues parece ser que el de la gimnasia, el que viene todos los miércoles por encargo del ayuntamiento a hacer moverse un poco a los mayores, se ofreció a enseñar a las mujeres a montar en bicicleta, pues ninguna sabía. Y nuestra madre al parecer levantó rápidamente la mano como si estuviera en un colegio de Primaria. La sorpresa es que, aunque siempre ha sido un pato, aprendió en diez minutos y ya no se quería bajar. Ahora quiere su propia bicicleta. Y dice que tiene que ser roja, como la que tenía su primo Ignacio cuando eran jóvenes y la llevaba en la barra al baile durante las fiestas del pueblo de al lado. Tu imagínate, lo que van a decir en este pueblo, que las mujeres nunca han ido en bicicleta. Y ya tan mayor. La tonta de la bici, la van a llamar.
- Pues no creo que sea para tanto – responde Isabel-, si a ella le gusta y quiere emplear el dinero en ello, yo no me opongo. ¿Qué piensas, Miguel? Tú que eres ciclista.
- Pues pienso que no creo que en este pueblo estén preparados para ver algo así, tiene razón Ana. Además, se podría caer. Caerse de la bici está a la orden del día… y con su edad.
- Esto sí que no me lo esperaba -dice incrédula Isabel-, que tu estés en contra, tú que eres un enamorado de las bicicletas.
- Una cosa es que me gusten las bicis y otra es la seguridad de nuestra madre- balbuceó Miguel.
- Ya lo ves, Isabel – espeta Ana-, en esta familia tenemos la cabeza bien sentada, excepto tú, la artista, que siempre estás con ensoñaciones.
 
Isabel tuerce el gesto. No le gusta cuando Ana comienza a darse aires de superioridad. Es cierto que Ana es la que más ha triunfado en la familia. Una carrera brillante como empresaria, los negocios marchando a toda vela, un marido que parece salido de un catálogo de moda e hijos guapísimos y muy listos. Pero eso no le da el derecho a humillar a los demás, a hacerles parecer inferiores todo el tiempo. Ese comentario no iba a conseguir sino que su posición se hiciera más fuerte aún.

De los tres hermanos, Miguel es el deportista, con un trabajo que da lo justo para vivir, sin pedirle mucho a la vida. Ana la empresaria, triunfadora exitosa. Isabel la artista, la incomprendida, a la que sus padres y sus hermanos llevaban toda la vida diciendo que se buscara un trabajo como-dios-manda.

- Vamos a ver -Isabel decide contraatacar- Mamá ha estado toda su vida haciendo lo que los demás le decían que era lo correcto, nunca se ha podido realmente dedicar a sí misma, a hacer lo que le gusta, siempre volcada en los demás, su marido y nosotros. Dejadle que disfrute de los últimos años que le quedan. Si a ella no le importa lo que digan los demás ¿por qué nos tiene que importar a nosotros? Además, cuando éramos pequeños nos molestaba que nos prohibieran las cosas que nos gustaba hacer, era principalmente padre quien nos lo prohibía, madre nos solía apoyar. ¿No deberíamos apoyarla ahora a ella?
- Pues tienes razón – cambia de opinión Miguel- esto es como cuando le decías, Ana, a padre, ya a punto de fallecer, que no comiera dulces porque le sentaban mal. El disfrutaba ese momento, pues haberle dejado que disfrutara. Lo mismo para madre.
- Muy bonito Miguel – contesta Ana amenazante- ahora cambias de opinión, eres un veleta. Claro, tú siempre has sido el preferido de Mamá, así que, a seguirle la corriente, como siempre.
- A lo mejor yo era el favorito de Mamá porque era el que no le hacía la vida imposible.

Llegados a este punto, se quedan todos pensando, malhumorados, mirando hacia el amplio ventanal de planta baja que da directamente a la calle, imaginando qué decir a partir de ahí. De pronto, a través de ese ventanal pasa una figura esbelta, llamativa… es su madre, montada en una bici roja, orgullosa, recta, decidida.

Salen los tres corriendo a la puerta. Allí está su madre, bajándose de la bicicleta roja.
 
- Os presento a Aurora, mi bicicleta nueva.
- Ya te la has comprado – dice enojada Ana- sin esperar a escuchar nuestra opinión.
- Hija, si a mi edad no voy a poder tomar mis propias decisiones, ya me dirás.

Isabel y Miguel se miran cómplices y comienzan a partirse de la risa. 

- ¿Y a vosotros que os pasa, hijos?
- Que quieres que les pase, madre, lo de siempre, que están tontos. -dice aún más enojada Ana-. Anda, pasa y esconde esa bicicleta dentro antes de que te la vean.
- A no, si yo me voy con ella ahora mismo.
- ¿A dónde te vas? – dice alarmada Ana.
- A las fiestas del pueblo de al lado, así no os tengo que estar molestando para que me llevéis en el coche.  ¿Queréis acompañarme alguno? Os llevo en la barra.