martes, 19 de marzo de 2019

Elogio al ciclista habitual

 

¿Qué ves cuando ves un ciclista?

Hay gente que cuando ve un ciclista ve un estorbo, un inquietante toque de freno, una involución intolerable, palos en las ruedas al desarrollo, una inmersión en las catacumbas, un fracaso de la sociedad de consumo. Algunos incluso ven en ese pequeño ser a un asesino en potencia, con dientes largos y sucios dispuestos a morder sobre el cuello del paradigma económico a cualquier precio.


Algunos ven a alguien que, al parecer, jamás se acerca a los comercios, que se “alimentaría del aire”. Según estas personas, sólo quien circula en coche se acerca a comprar. Por eso, cuando se restringe la circulación o el aparcamiento de los vehículos motorizados en ciertas zonas o calles, algunos comerciantes se levantan dolidos, indignados por el seguro cierre de sus negocios. Aunque, al cabo de unos meses o años estos comerciantes no quieren volver a la situación anterior. Muy al contrario, están encantados viendo a la gente pasear la mirada tranquilamente por sus escaparates, entrar sin prisa a mirar para comprar. Algunos, incluso piden aparcabicis en sus puertas,  impensable en la etapa anterior, que se pedían aparcamientos gigantescos de coches.


Hay quien ve en el ciclista a un ser sin recursos, un cero a la izquierda, que usa la bicicleta porque no puede permitirse poseer un coche y usarlo a diario, como signo de estatus social.


Algunos sólo ven las cosas malas que algunos malos ciclistas hacen, aquellos que no se comportan educadamente. Pero ignoran que otros muchos ciclistas no son así y castigan a todos pagando con esa misma moneda.


Otros ven en el ciclista a alguien lento, un pecador en la era de las prisas y la velocidad.


A algunas personas se les enciende la sangre al adelantar a un ciclista. No tienen muy claro por qué, pero les ocurre. Quizás porque les ha hecho disminuir la velocidad (esa religión) durante unos segundos o minutos. Quién sabe si es debido a que el ciclista no paga impuestos directos por matriculación, por uso y destrucción del suelo, y ese largo etcétera que deben soportar los propietarios de vehículos motorizados. Acaso sea porque a base de hacer ejercicio los ciclistas mantienen una figura y forma física aceptables.


Hay quien no soporta que el ciclista lleve una vida tan económica, tanto en la compra de su vehículo como en su mantenimiento.


Pero hay quien no lo ve así


Sin embargo, hay quienes al ver un ciclista ven una persona comprometida con su entorno, un mensaje de amor por el planeta, ven menos contaminación, menos ruido, menos velocidad y por lo tanto menos peligro, más simpatía, un regreso a los orígenes de los que quizás no deberíamos haber renegado nunca, los de asumir que la velocidad excesivamente forzada no es humana e inevitablemente genera riesgo y muerte.


Algunos ven un vehículo sencillo, eficaz. Ven una excusa para hacer ejercicio mientras se desplazan. Ven una mayor equidad en el transporte. Ven un medio de transporte que usa poco espacio público (ese que debería ser de todos) para circular y aparcar, con sencillez y libertad.


Algunos también ven un eficaz remedio contra enfermedades demasiado habituales, ven el fin del prozac, la reducción de los gastos sanitarios que todos pagamos, la antesala a la felicidad.


Gracias


Gracias ciclista por llenar de una preciosa luz de esperanza las calles y carreteras.

Gracias por despertar la sonrisa de los niños y de los que no son tan niños.

Gracias por sonreír tú mismo, aunque eso es fácil yendo en bicicleta.

Gracias por cambiar la fisonomía de las calles, haciéndolas más alegres, silenciosas y humanas.

Gracias a ti, ciclista habitual. Muchas y sinceras gracias por hacer de este nuestro planeta un mundo mejor.


lunes, 4 de marzo de 2019

¿Merece la pena tener un coche en propiedad hoy en día?



Durante seis años tuve un coche en propiedad (desde 1985 hasta 1991). En ese último año, debido a que cada vez lo usaba menos y al aumento de mi conciencia medioambiental, decidí venderlo y, a partir de entonces, alquilar uno si alguna vez realmente lo necesitaba. Los números eran contundentes a mi favor al ahorrarme el mantenimiento, la mecánica, ITV, seguro, impuestos y todos esos costes que hacen que los coches sean unos de los principales gastos (muchas veces el principal) en una familia. La suma de varios alquileres de coches al año (para los trayectos que creía imprescindibles) me suponía, según mis propias cuentas, una cifra que entonces era cinco veces menor al montante del coche en propiedad (finalmente descubrí que era incluso menor que eso).

Según este exhaustivo análisis, el coste de un coche medio durante su vida útil, sería de 42.707 euros. En el análisis se plantea dicha vida útil en 12 años, que al parecer es la media de vida de un coche según las estadísticas. 


Este otro análisis de Ecologistas en Acción, para mí mucho más completo al incluir las externalidades del transporte, indica que el coste medio de un coche en propiedad es aún mayor, nada menos que 54.108 euros.


¿Qué recuerdo de la venta de mi coche?


Aquel día de marzo de 1991 había quedado con el comprador en una gasolinera de Pinto, una población del sur de la Comunidad de Madrid. Me llevé mi bicicleta de carretera dentro del coche y, una vez hecha la entrega del coche al comprador, me subí a la bici y me hice el recorrido de vuelta a mi casa montado en ella, pero por lugares más placenteros: Pinto-San Martín de la Vega-Madrid. En aquel entonces no existía el carril-bici actual de San Martín a Villaverde, así que fui por la carretera, que entonces tenía mucho menos tráfico que ahora.


La sensación de libertad al entregar el coche y volver a casa en bici fue espectacular. El aire me daba en la cara; escuchaba los sonidos a mi alrededor; me sentía avispado, despierto; mis piernas se movían arriba y abajo, activando mi corazón; iba contento de no contaminar el aire a mi paso. Incluso estaba desplazándome de un municipio a otro de Madrid sin necesidad de usar coche, aunque tomándome mi tiempo, eso sí. Y lo más curioso… no sabía aún por qué, pero iba sonriendo.


Al llegar a casa me pasó algo que no olvidaré. Abrí el portal y el vehículo que me había transportado hasta allí (la bicicleta) entraba conmigo, hasta mi casa, no se quedaba ahí fuera de mi vista, expuesta a la de todos, solitario durante varias horas o días; no ocupaba el espacio público que había usado yo de niño para jugar (eso ocurría en la calzada de las calles, aunque parezca increíble para una persona que no haya vivido aquéllo) y que ahora habían secuestrado los vehículos motorizados circulantes y aparcados. Estaba entrando en mi casa y todas mis pertenencias estaban allí dentro. Nada se quedaba fuera.


Esa noche, mientras cenábamos, se escuchó un ruido en la calle de cristales rotos. Mi reacción fue la de dirigirme rápidamente a la ventana, abrirla y mirar hacia fuera, a ver si me estaban robando el coche. Al mirar hacia abajo caí en la cuenta de que ¡ya no tenía coche! Así que no podía ser mío el que supuestamente estaban robando. Resultaron ser sólo unos chavales que se ¿divertían? rompiendo una botella en el suelo hasta dejarla en la mínima expresión. Eran este tipo de ruidos los que me habían tenido en vilo durante años sabiendo que el coche estaba ahí fuera, tres pisos por debajo de mi ventana. Eso ya no iba a suceder de nuevo.


Sin coche ¿me cambió la vida?

Una vez sin coche, empecé a darme cuenta de que incluso algunos de los futuros alquileres de coche que había considerado imprescindibles, no lo eran, pasando en aquel tiempo incluso años sin alquilar ninguno. ¡Había conseguido desengancharme del uso del coche, sin terapia y sin pastillas! Y desde luego el ahorro había pasado a ser mucho mayor a su división entre cinco, como había previsto en un principio. Además me había ahorrado muchos de los quebraderos de cabeza que el coche lleva asociados.


Mientras tuve coche lo usaba para trayectos que no eran imprescindibles, pero me salían los resabidos pensamientos que casi todos los propietarios de coches tienen: “ya que lo tengo, lo uso”,  “hay que moverlo, que si no la batería se descarga”, “el coche, de no usarlo, se estropea”…


Igual que aquel mi coche, millones de coches están durante horas (el 97% del tiempo según “Las cuentas ecológicas del transporte”) parados en la calle ocupando un espacio que debía ser de un uso estancial para la ciudadanía. Por lo tanto, lo interesante sería reducir el número de propietarios de coches.


Pero se nos lleva vendiendo durante años el coche particular como algo no sólo necesario, sino imprescindible. Algunas vías de comunicación están sólo pensadas para ir en coche, ni andando ni en bicicleta, por lo que esa sensación de necesidad de tener un coche se acrecienta.


Ante todo eso, solo nos queda decir NO, es decir, seguir negándonos a entrar en la dinámica de “lo que hay que hacer”, que es usar el coche para todo, incluso para lo que no es necesario. La máxima expresión de esta negación es no tener coche, la negación absoluta, postura contestada desgraciadamente incluso por parte de algunas personas del colectivo ciclista, que mira con simpatía a la bicicleta, pero no están dispuestos a prescindir de su coche en propiedad.


¿La OCDE recomendó reducir el número de propietarios de coches?


En 2003, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) publicó un informe muy interesante llamado “Líneas a seguir hacia un transporte medioambientalmente sostenible”.


En un ejercicio de honestidad afirmaban en el informe que las “medidas suaves” como la desincentivación del uso del coche, promoción del transporte público, espacios para ciclistas y peatones, etc., son incapaces de parar el incremento del dominio del coche y sus problemas derivados (calidad del aire, seguridad vial, congestión, usurpación de espacio público, etc.). Es por ello que la OCDE decía (repito, hace 16 años, en pleno crecimiento económico desmesurado) que era deseable una reducción del número de propietarios de automóviles, cosa que desde luego no sólo no escuchó ninguno de los entonces países miembros de la OCDE (entre los que se encontraba España), sino que el aumento de propietarios de vehículos motorizados no ha dejado de crecer desde entonces y el espacio para el tráfico de los coches le ha seguido a la zaga con más y más infraestructura específicamente dedicada, lo que ha supuesto un coste social y medioambiental enorme.


De este informe no hubo titulares, no salió en los debates públicos o privados. Hubo un hermetismo absoluto. Y sólo gracias a que la European Cyclists’ Federation lo publicó en uno de sus prestigiosos “Bycicle research report”, llegó a nuestras manos y hoy es posible aún leerlo, para vergüenza de los gobernantes de aquel momento que hicieron caso omiso a esas recomendaciones que tanta razón tenían.

La contundencia de aquel informe se puede resumir en una de sus frases: “La experiencia muestra que hay un enlace directo entre pertenencia de coche y su uso, por ello hay que acabar con la dependencia económica y la imagen de desarrollo social que el coche conlleva."

Sí, yo también quedé en su día muy sorprendido de que la OCDE admitiera esto. A veces pasa que se escapan verdades como éstas en organismos de este tipo. Aunque son debidamente acalladas cuando llega a oídos de los que mueven los hilos del sistema. Y eso es lo que acabó pasando.

Pero aún estamos a tiempo de hacer lo que la OCDE y el sentido común nos demandan.

CONCLUSIÓN

Ahora, por fortuna, incluso salen artículos como éste, en el que, (¡albricias!) se empieza a poner en entredicho la idoneidad del coche en propiedad.


Cuando vendí mi coche en 1991 y pensé que había alternativas (como el alquiler), no existían el car-sharing, ni el car-pooling, ni las bicicletas públicas, ni muchas otras de las alternativas actuales. Los alquileres de coches para viajes fuera de mi ciudad eran farragosos y caros en comparación a lo que existe ahora, con precios y ofertas muy populares.


Sin entrar en las situaciones particulares de cada mortal, con las actuales condiciones para moverse en ciudad en medios alternativos al vehículo privado a motor, y la sencillez para compartir coche o alquilarlo en trayectos más largos, no sería tan atrevido tomar una decisión como la que yo tomé hace 27 años. ¿A qué estás esperando?

miércoles, 29 de junio de 2016

Hacer del lunes otro sábado




Bajo dormido las escaleras, casi sonámbulo. Los lunes, ya lo dijo alguien, son odiosos. Uno lleva dos días organizándose la vida en torno al ocio, los amigos, la familia… y de pronto hay que volver a la rutina del sonido del despertador y todo lo que viene después.

Saco la bicicleta del trastero. Pongo la bolsa en el transportín. Me pongo las tobilleras reflectantes para que no se me manchen los bajos de los pantalones al contacto con la cadena de la bici. Pie izquierdo en el pedal. Impulso con el pie derecho desde el suelo. A continuación pie derecho en el pedal. Subo y bajo las piernas siguiendo el recorrido que me marcan las bielas.

La primera sensación al ponerme en marcha es de frío, sólo un poco, pero algo de frío al darte el aire en la cara y las manos. Pero eso me sacude, me espabila, me despierta.

El pedaleo activa las endorfinas en mi cuerpo, ésas que, cuando pedaleas, alguien llamó endorficletas. Comienzo a entrar en ese estado de euforia que me invade todos los días cuando circulo en bici al trabajo entre el tráfico.

La bicicleta es un género literario dentro de la movilidad urbana, es como la poesía de los medios de transporte. Todo el mundo dice que lee poesía, pero pocos en realidad lo hacen o están dispuestos a hacerlo. Asimismo, la bicicleta se semeja a la poesía, porque es la belleza en movimiento, un movimiento grácil que te hace volar alejado del suelo.

Cada vehículo tiene su particularidad. El coche es el icono de la velocidad, de la posesión. La moto el de la independencia. El tren es compartir, conversar, mirarse a la cara, leer, dormitar…

¿Y la bicicleta? La bicicleta es el vehículo de las emociones. Montas en bicicleta para desplazarte, o para hacer ejercicio, pero en cualquiera de esos casos la bicicleta genera una serie de emociones que no se sienten en otros medios de transporte.

Ir en bici ofrece el innegable entretenimiento del devenir de los paisajes a un ritmo contemplativo. La emoción de dejarse llevar en la bajada, con su correspondiente adrenalina, seguido de la relajación cuando viene el llano. La satisfacción tras llegar, por tus propios medios, al alto en una subida. La de escuchar los sonidos que te rodean, de sentir el aire en el rostro, el frío, el calor, las tranquilas gotas de lluvia de un día primaveral, los olores de los lugares por los que pasas…

Montar en bicicleta es un regalo que te haces cada día, una recompensa en forma de emociones muy sentidas. Montar en bicicleta es una medicina contra la vida moderna.

Las bicicletas no sólo cambian la fisonomía de las calles, haciéndolas más alegres, silenciosas y humanas. Las bicicletas también tienen el poder de cambiar a las personas. Convierten al tozudo en condescendiente, al perverso en comprensivo. Al triste le devuelve la alegría, al amargado la ilusión, al estresado le regala la calma. Hace paciente al inquieto, llevándole a disfrutar del momento presente.

La bicicleta pinta de color los paisajes urbanos, convierte los arbustos en árboles y las moles de granito en formas artísticas. Da percepción al olfato, acercando los olores a una respiración forzada por el ejercicio. Sintoniza las manos, el cuerpo y las piernas con la tierra.

Por todo ello no es de extrañar que el trayecto en bici al trabajo no parezca tal, sino un entretenimiento diario que me hace ver las cosas de forma muy distinta.  

Ese automovilista parece tener prisa. Puede que no sea así, pero quien sabe, quizás sí la tiene. Quizás ha tenido algún problema hoy con el coche, o ha encontrado más tráfico del habitual y va retrasado. Yo no tengo prisa, pues siempre tardo lo mismo ya que los atascos no me afectan, así que le cedo el paso, señalándole con la mano por dónde debe ir, un tanto alejado de mí, al adelantarme. Me supera despacio, sorprendido de que alguien en esta jungla ceda su espacio a cambio de nada. Me sonríe mientras me mira directamente a la cara, intentando escudriñar en mi rostro de donde sale esa amabilidad. Quisiera poder explicarle que viene del ejercicio sosegado, del movimiento de las piernas, de estar y sentirse vivo, pero no puedo explicarle todas esas cosas. Ir en coche es sinónimo de prisas y de incomunicación con la gente que te encuentras en el trayecto.

Siempre encuentro sitio para aparcar en la puerta del trabajo. Es lo que tiene la bicicleta, que es tan pequeña, tan diáfana, tan delgada y tan adaptable al entorno.

Me miro en el cristal de la puerta de entrada al edificio, todo el mundo lo hace para ver la cara con la que entra al trabajo: Estoy sonriendo. No hay un motivo aparente, pero estoy sonriendo. Miro a mi alrededor, a la gente que entra al tiempo que yo, con la tarjeta identificativa en la mano, dispuestos a fichar en los tornos de entrada. Pero nadie sonríe. Me obligo a ponerme un poco más serio, porque me van a mirar raro. Sin embargo, la alegría la llevo dentro, está residente en mi mente, en mi cuerpo, en mi actitud.

Subiendo las escaleras me encuentro un compañero y le pregunto que tal está. “De lunes”, me contesta con cara de resignación, anteponiendo que el día será malo, que un lunes es un castigo. “Deberías venir en bici al trabajo”, le suelto mientras abandono las escaleras y me quedo en mi planta, con la sonrisa puesta y dispuesto a afrontar un maravilloso día de sábado, perdón, de lunes.

lunes, 18 de enero de 2016

Bebida isotónica casera para ir en bicicleta


Con el ejercicio el cuerpo pierde agua, tanto por el sudor como por la respiración forzada. El aire que espiramos lleva pequeñas cantidades de agua en forma de vapor que también perdemos. Por lo tanto toca hidratarse.

Con el ejercicio también gastamos sales minerales. Es por ello que, al cabo de un tiempo, especialmente en una distancia larga, comenzaremos a tener ciertas deficiencias que se pueden ir solventando con lo que bebemos.

La tendencia general es a consumir refrescos comerciales, de los que hay informes varios sobre sus ventajas e inconvenientes. Uno de esos inconvenientes es la presencia de ácido fosfórico, que daña los dientes y los huesos.

Si observamos estas bebidas casi unánimemente comparten los mismos componentes que son: agua, cítrico, cloruro sódico (sal monda y lironda), un par de minerales o tres más en el mejor de los casos y edulcorante.

No sé a vosotros, pero a mí esas bebidas no me sacian la sed. Es más, al cabo de un rato corto tengo aún más sed. ¿Pensadas para que consumas más, sin realmente hidratarte? A saber...

Es por ello que yo me hago mi propia bebida, más barata, más saludable, más nutritiva y muy fácil de elaborar.

Mi bebida isotónica casera  

(cantidades para un bidón de bicicleta)

- agua corriente, o agua de mar

- zumo de medio limón exprimido

- una punta de cuchara de bicarbonato sódico

- una punta de cuchara de sal marina sin refinar.

- melaza (al gusto, pero sin pasarse)


Como podemos ver, la base es la misma de los refrescos comerciales, pero con diferencias en el precio, la calidad y la eficacia.

Agua

El agua es agua. Desde ya os digo que el agua usada en los refrescos comerciales no es mineral. Tu puedes echar agua corriente, agua mineral o agua de mar. Esta última tendría que ser rebajada en proporción 1 a 4 (1 a 3 a lo sumo). Siendo 1 la cantidad de agua de mar y 4 la de agua normal. Estas concentraciones son similares a las que tiene nuestro cuerpo, por eso las lágrimas o el sudor saben saladas. Las células de nuestro cuerpo están rodeadas de un líquido. Este líquido de nuestro cuerpo es IDENTICO al agua de mar rebajada hasta la isotonicidad

Limón

Yo no llamaría limón a lo que echan en los refrescos. Son productos químicos con muchos menos valores que el propio limón. El verdadero limón recién exprimido tiene vitamina C, algunas del complejo B y varios minerales. Además es antioxidante y alcaliniza la sangre, lo que ayuda a la musculatura. La vitamina C es imprescindible para el deportista. Ayuda al mantenimiento de los huesos, de los ligamentos y de los tendones, ayudando a evitar fracturas y a reponer las minúsculas microroturas que nos ocasionamos con el simple ejercicio. También favorece la producción del colágeno.

Bicarbonato sódico

Algunos refrescos lo llevan (porque es insultantemente barato), pero muchos otros ni siquiera eso. El bicarbonato sódico tiene muchas propiedades. Una de las más relevantes para los ciclistas, especialmente los de larga distancia, es su potente capacidad contra la indigestión (más cuando se acompaña con el limón). En las situaciones extremas a las que nos sometemos algunos (pedalear recién comidos e incluso comiendo), el bicarbonato nos ayudará en la digestión. Además el bicarbonato sódico evita la acidez muscular que se produce con el ejercicio, devolviéndole a un entorno alcalino, mejor para el trabajo muscular. También es bactericida, por lo que resulta útil a la hora de eliminar placas que se puedan generar en los dientes por consumo de productos perniciosos. 


Si quieres que tu bebida tenga burbujitas, echale algo más que mi recomendación de una puntita.

Sal

La sal marina sin refinar u otras, como la sal del Himalaya, tienen todos los minerales necesarios y en unas proporciones bastante adecuadas, mientras que la sal refinada sólo tiene cloruro sódico (como en los refrescos). Al sudar se eliminan gran cantidad de minerales, por lo tanto, sobre todo en distancias largas, es imprescindible ir reponiéndolos, pero todos, no sólo el cloruro sódico. De ahí la importancia de elegir bien la sal que usamos. Las deficiencias más comunes al sudar son además del sodio, el potasio, el cloro y el magnesio. Todos ellos están en una sal como la que te digo. No es de extrañar que estos cuatro minerales se encuentren en casi todos los polvos y pastillas efervescentes para crear bebidas isotónicas que venden en el mercado.

Si se ha usado agua de mar, entonces no es necesario echar sal, la propia agua la lleva y es de alta calidad.

Melaza

Si no tienes melaza puedes echar otro edulcorante. La ventaja de la melaza es que es más barata y tiene una importante cantidad de los minerales más recurrentes que se pierden con el sudor, al mismo tiempo que te sirve como edulcorante, pero sin empalagar, como hace el azúcar.

Algunos de los nutrientes de la melaza:
Hierro (aporta oxígeno a las células sanguíneas, ideal para el ejercicio), Manganeso, Cobre, Potasio, Calcio, Magnesio, Selenio, Vitamina B6, Hidratos de carbono...

Si bien la melaza endulza, hay a quien no le gusta por tener un cierto toque amargo. En ese caso se puede añadir además stevia no adulterada u otro edulcorante no dañino.

Mi consejo es que no añadáis azúcar como edulcorante (como hacen en los refrescos comerciales), pues no tiene nutrientes y encima "roba" minerales. 
 
Hidratos de carbono
 
Si la ruta que vas a hacer es realmente larga y no llevas algún otro bidón para aportar hidratos de carbono, es conveniente que añadas también algo de hidrato de carbono en esta bebida. Lo que mejor asimila el cuerpo y vamos a metabolizar de manera más adecuada es una mezcla de maltodextrina y fructosa. Ambas se pueden conseguir en polvo para añadir a la bebida.  

Para terminar

Asimismo, si la ruta que voy a hacer es realmente larga y tengo que preparar varios bidones, entonces lo que hago es llevarme la materia prima en la cantidad necesaria (en los prácticos antiguos carretes de fotografía vacíos que aún conservo para estas cosas) y luego le añado el agua por separado durante el camino.


Las proporciones comentadas es mejor adecuarlas a las necesidades propias y a los gustos.

No todo el mundo necesitamos los mismos aportes ni aguantamos igual el esfuerzo. Nuestro organismo también cambia según cambia la capacidad muscular, la edad o los cambios atmosféricos (p.e. a más calor perdemos más sales), así que habremos de adecuar las proporciones a estos factores.

Disfruta tu bebida y, ya sabes, en bicicleta bebe antes de tener sed.

martes, 22 de septiembre de 2015

La bicicleta, el pasado hecho futuro


Me han publicado un artículo en la revista El Ecologista que, en pocas palabras, hace un balance sobre la situación actual de la bicicleta en España.

A continuación algunas palabras escogidas del final del artículo, que me parecen especialmente inspiradas:

Moverse en bicicleta por la ciudad es, en sí mismo, un acto de transformación ciudadana.

La bicicleta es económica, simple y accesible. Es un icono de la democracia en la movilidad de las ciudades. Es un arte solidario y estéticamente pacificador.


La bicicleta es el vehículo silencioso de las buenas emociones, la alegría, la independencia y la salud.