Nos ha resultado duro levantarnos esta mañana y salir de la tienda de campaña debido a la pereza que nos regala el frío. Quizás por ello el deseo de pedalear se multiplica en un afán de calentar el cuerpo con el ejercicio, compartiendo con las hojas danzarinas toda esta belleza que se despierta en la mañana de este nuevo día de ruta cicloturista.
Sopla una suave brisa que se intenta llevar la niebla como una etérea ráfaga de humo. Nos aletarga las manos, y al pedalear nos obliga a apretarlas sobre el manillar, esperando hallar en esta fuerza un medio de asustar el frío que las entumece. La belleza del entorno nos hace por momentos olvidar el frío, pues ni en la más aventurada imaginación cabrían estos tonos de la mañana tan apagados y sin embargo tan intensos.
Anoche tus piernas temblaban. Ahora, sobre la bicicleta, sientes como si fueran caminando sobre algodón, con su suave y eterno movimiento que te permite ir ascendiendo hasta casi tocar el cielo. Empujas una pierna y luego la otra; sientes y recuerdas la noche anterior trazando una sonrisa en tu cara. No dejas de mirarme a través de la intensa niebla que nos envuelve a medida que ascendemos por esta montaña.
Nos preguntamos si alguien, muy lejos de aquí, puede estar sintiendo lo mismo que nosotros en este bosque. La sola idea nos parece inconcebible, haciéndonos sonreír de lado a lado. La mañana está hecha sólo para nosotros, en estos parajes tan lejanos y solitarios. No hemos visto por estos caminos y pistas de tierra tan perdidos a persona alguna en los últimos dos días, ni en bicicleta, ni andando.
Ahora la pendiente se ha suavizado, y nuestra respiración agitada se calma, lo que nos permite escuchar mejor los sonidos del bosque. Oímos cantos de pájaros muy diversos; el rozamiento de las hojas mecidas por la brisa, contándose unas a otras las novedades de la mañana; el tranquilo arrullo de un arroyo que sigue ladera abajo.
Un nuevo sonido comienza a oírse, un sonido ronco y continuo, agradable pero desconocido. Rápidamente nuestra mente comienza a fantasear imaginando la carrera de una ardilla tronco arriba, los gruñidos de un osezno, el grácil trote de un ciervo...
El sonido parece estar tras la curva ante nosotros. Paramos expectantes... aparece una rueda... y un manillar... y un pedal... y unas alforjas... ¡Nos parece estar viendo un cicloturista sobre su bicicleta!
Nos mira sorprendido al pasar veloz a nuestro lado, cuesta abajo, como si fuéramos nosotros la aparición, como si no supiéramos que es todo fruto de nuestra imaginación. Y por eso no hay saludo, ni por su parte ni por la nuestra, ni siquiera un gesto con la cabeza o con la mano, pues es un sinsentido saludar a las ánimas, que no sabes como te van a responder.
Le vemos desaparecer tras otra curva, dejando el sonido sordo de su cadena y el desviador, con el roce de las ruedas sobre la tierra y las pequeñas piedras sobre el polvo.
Miramos las profundas huellas que ha dejado la bicicleta, en la pista de tierra, acrecentadas por el peso de las alforjas y la bajada. Es entonces cuando caemos en la cuenta de que era real. Apartamos las bicis y le gritamos para que pare. Queremos saludarle y abrazarle, y contarle y que nos cuente las mil anécdotas del camino. Pero ya no está, se ha ido dejando todo en calma.
Parece que, pese a todo, no estamos tan solos.
Sopla una suave brisa que se intenta llevar la niebla como una etérea ráfaga de humo. Nos aletarga las manos, y al pedalear nos obliga a apretarlas sobre el manillar, esperando hallar en esta fuerza un medio de asustar el frío que las entumece. La belleza del entorno nos hace por momentos olvidar el frío, pues ni en la más aventurada imaginación cabrían estos tonos de la mañana tan apagados y sin embargo tan intensos.
Anoche tus piernas temblaban. Ahora, sobre la bicicleta, sientes como si fueran caminando sobre algodón, con su suave y eterno movimiento que te permite ir ascendiendo hasta casi tocar el cielo. Empujas una pierna y luego la otra; sientes y recuerdas la noche anterior trazando una sonrisa en tu cara. No dejas de mirarme a través de la intensa niebla que nos envuelve a medida que ascendemos por esta montaña.
Nos preguntamos si alguien, muy lejos de aquí, puede estar sintiendo lo mismo que nosotros en este bosque. La sola idea nos parece inconcebible, haciéndonos sonreír de lado a lado. La mañana está hecha sólo para nosotros, en estos parajes tan lejanos y solitarios. No hemos visto por estos caminos y pistas de tierra tan perdidos a persona alguna en los últimos dos días, ni en bicicleta, ni andando.
Ahora la pendiente se ha suavizado, y nuestra respiración agitada se calma, lo que nos permite escuchar mejor los sonidos del bosque. Oímos cantos de pájaros muy diversos; el rozamiento de las hojas mecidas por la brisa, contándose unas a otras las novedades de la mañana; el tranquilo arrullo de un arroyo que sigue ladera abajo.
Un nuevo sonido comienza a oírse, un sonido ronco y continuo, agradable pero desconocido. Rápidamente nuestra mente comienza a fantasear imaginando la carrera de una ardilla tronco arriba, los gruñidos de un osezno, el grácil trote de un ciervo...
El sonido parece estar tras la curva ante nosotros. Paramos expectantes... aparece una rueda... y un manillar... y un pedal... y unas alforjas... ¡Nos parece estar viendo un cicloturista sobre su bicicleta!
Nos mira sorprendido al pasar veloz a nuestro lado, cuesta abajo, como si fuéramos nosotros la aparición, como si no supiéramos que es todo fruto de nuestra imaginación. Y por eso no hay saludo, ni por su parte ni por la nuestra, ni siquiera un gesto con la cabeza o con la mano, pues es un sinsentido saludar a las ánimas, que no sabes como te van a responder.
Le vemos desaparecer tras otra curva, dejando el sonido sordo de su cadena y el desviador, con el roce de las ruedas sobre la tierra y las pequeñas piedras sobre el polvo.
Miramos las profundas huellas que ha dejado la bicicleta, en la pista de tierra, acrecentadas por el peso de las alforjas y la bajada. Es entonces cuando caemos en la cuenta de que era real. Apartamos las bicis y le gritamos para que pare. Queremos saludarle y abrazarle, y contarle y que nos cuente las mil anécdotas del camino. Pero ya no está, se ha ido dejando todo en calma.
Parece que, pese a todo, no estamos tan solos.
10 comentarios:
Se nos hace muy agradable leerte, esperando al próximo artículo con el que nos sorprenderas. Un saludo
Me gusta el relato Juan, apreciar los pequeños detalles al rodar, que te dan pie para imaginar, crear y saborear la naturaleza.
Gracias Elena y Manuel.
…y esconderse en la espesura de los recuerdos en un bosque de memoria
Y, leer en las hojas de las hayas los signos efímeros del tiempo…
Tú relato me trae recuerdos de un libro de Patrick Leigh Fermor:
“Entre los bosques y el agua”.
Esa atmósfera al amanecer dentro de un bosque, la luz tamizada entre las hojas y ese profundo olor a boj y a hojarasca, algo que los que lo hemos vivido relativamente hace poco y nunca cansados de volver a sentirlo, nos hace volver allí con los recuerdos y con tus palabras…, recuerdo un concierto de trinos de diferentes pájaros subiendo a Valderejo, que siempre permanecerá conmigo.
Gracias.
Muy buen relato Juan . Un abrazo desde buenos aires
Gracias Juán por regalarnos con tus sentidos, al amable pedaléo en ese bosque, buena pedalada !!
Gracias a todos.
Bonitas palabras, Carlos.
Gracias por el relato, me he sentido identificado.Pedalear por un sitio desconocido en medio de la naturaleza es mágico, Hace unos dias lo he vuelto a sentir, temprano en la mañana, en la via verde del Eo.
Si te has sentido identificado, entonces es que la magia de los momentos que nos da el cicloturismo te persigue. ¡Enhorabuena y gracias!
Mis 2 webs (sin publicidad) pueden interesarle a usted: yofrenoelcambioclimatico.blogspot.com (MENOS es MEJOR) y plantararboles.blogspot.com, un manual para reforestar, casi sobre la marcha, sembrando semillas de árboles autóctonos en zonas deforestadas, baldías, más o menos cercanas al lugar de su recolección. Salud, José Luis Sáez
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