martes, 22 de diciembre de 2020

Tierra de nadie

 


Para esta misión me han nombrado jefe de nuestra patrulla de Cazadores Alpinos de Infantería porque el capitán me conoce, sabe que soy ciclista y no precisamente malo. Es por ello que, mirándome a los ojos y golpeándome tres veces con el índice en el esternón, me ha soltado:

– Monsieur Oubron, usted sabe lo que es liderar un pelotón, aunque sea un pelotón ciclista, así que, vaya con sus compañeros, crucen la Línea Maginot, por ese hueco de ahí, avancen a la izquierda y limpien detrás de ese cerro que se ve desde aquí. Es una tierra de nadie, aún lejos de la Línea Sigfrido alemana.

– ¿A qué se refiere usted con “limpiar”, capitán?

Con una sonrisa condescendiente me contesta:

– Use su fusil de escoba, y si ve a alguien de la Wehrmacht, como no debería estar allí, lo limpia de un tiro. Luego viene y me cuenta lo que ha visto.

No quería tragar saliva, pero no he podido evitarlo. Aún no he pegado un tiro en el frente desde que me incorporé a mi destino hace unos días. Cuando ocurrió la anterior guerra yo tenía apenas cinco años, así que no recuerdo nada de aquello. Y en el servicio militar la puntería tampoco fue lo mío.

El capitán, además de muy malas pulgas, definitivamente demuestra tener algo de cultura ciclista, pues me recuerda que hace seis meses, cuando aún no estábamos en guerra, hice -un magnífico papel en la Vuelta Ciclista a Alemania, dándole su merecido a los alemanes-. Eso dice él, porque debe saber que, en la clasificación por escuadras, el único equipo francés que participaba quedamos por delante de los equipos alemanes a los que les penalizó su distribución en cinco equipos distintos. A nivel individual quedé sexto en esta carrera por etapas, lo que para mí es un fantástico resultado. No obstante, a pesar de ser el primer clasificado francés, hubo tres alemanes, un suizo y un belga delante de mí en la clasificación final.

Intento aclararle al capitán este punto, y que normalmente soy un gregario, a ver si de esta manera me exime de responsabilidades, pero no me deja decirle ni una palabra más: el capitán se despide con una palmadita en la espalda y me deja allí con mis cinco compañeros, que me miran con los ojos muy abiertos. Se acaban de enterar que soy una supuesta celebridad ciclista y esperan que yo les dé alguna orden.

¿Dónde estamos?

La línea Maginot, donde nos encontramos, se construyó después de la Gran Guerra. Se trata de una defensa fortificada frente a la frontera alemana. Al otro lado se encuentra la Línea Sigfrido, la línea fortificada de los alemanes. Entre medias hay una tierra de nadie, que nos dicen los superiores que es suelo francés, el cual hay que atravesar para avanzar a un lado u otro. Allí se supone que no hay nadie, y de eso quieren que nos aseguremos.

División ciclista alemana en Polonia tras la invasión

 

Alemania invadió Polonia hace poco más de tres meses, el 1 de septiembre, y tanto mi país como Inglaterra le declararon inmediatamente la guerra. El 7 de septiembre Francia llevó a cabo la poco convincente ofensiva del Sarre (conocida por todos como “guerra de broma”), entrando unos kilómetros en territorio alemán, pero tardó poco la Wehrmacht en recuperar el terreno perdido. Tras eso, han pasado tres meses sin intentos alemanes por cruzar la Línea Maginot. Sin embargo, en ambos lados se espera que pase algo, así que estamos alerta.

 

Periódico francés anunciando la entrada en guerra con Alemania

Todo el mundo daba por supuesto que iba a empezar esta guerra en Europa, especialmente tras haber acabado la guerra civil española en abril. Hitler no quería empezar las hostilidades hasta que terminara la guerra en España.

Nadie nos ha explicado con exactitud dónde estamos. Solo sabemos que estamos cerca de Estrasburgo. Nos trajeron desde París hace unos días en camión, como a ganado. Un viaje lento, muy lento y largo. Seguro que hubiera llegado antes si me hubieran dejado venir en mi bicicleta, que se ha quedado sola y aburrida en casa. Como el capitán me conoce, si hago méritos con esta misión, quizás me deje traerme la bicicleta para entrenar de vez en cuando.

Cruzando la Línea Maginot

Como se nos ha ordenado, marchamos a inspeccionar tras aquel cerro entrando en tierra de nadie. El suelo está cubierto de una capa de nieve caída anoche sobre los barrizales. Está empezando a instalarse una niebla que dificulta ver a lo lejos y, sin embargo, la sensación térmica no es muy fría.

Esta tierra de nadie hace honor a su nombre, se percibe el vacío en este territorio en el que nadie debería estar, en el que todo el mundo se siente forastero. Me recuerda a esos entrenamientos en bicicleta por lugares inhabitados, en los que durante kilómetros no veías a nadie, ni casas, ni personas, solo infinitos campos y desolación.

Vamos en formación de a dos, los dos primeros (yo y Durand) con el fusil en la mano. El resto con el fusil al hombro. Durand tiene acento bretón, porque es de Laval, en la región del Loira, pero cerca de Bretaña. Es desgarbado, robusto y bonachón. Le he puesto junto a mí, porque parece estar siempre alerta.

Le pido a Moureau, que va tras de mí, que no hable, ni siquiera en voz baja, y que pase el recado al resto del pelotón. A Moreau le encanta contar las historias de su padre sobre la Gran Guerra. Siempre las empieza con la frase “el barro llegaba hasta las cejas”, con lo que capta rápidamente la atención del oyente. Procede de la región de Picardie, cerca de Bélgica y me da mucha confianza, dado que tiene fama de tener buena puntería con el fusil. Desde luego a él será difícil que le atinen los alemanes, porque es pequeño aunque de brazos fuertes.

En el camino pienso que aún no me puedo creer que esté aquí, lejos de mi familia, lejos de mi vida. Todos mis planes se han roto en pedazos con el devenir de los acontecimientos.

Desde que comencé a competir como amateur en 1933, no he hecho más que crecer como ciclista. Lo mío es el ciclo-cross, donde he ganado algunas de las mejores citas internacionales. Esos buenos resultados me hicieron pasar también a la carrera en ruta. Este año en el equipo Helyett-Hutchinson ha sido fantástico. Además de ese sexto puesto en la Vuelta a Alemania, celebrada tres meses antes de la invasión germana en Polonia, había conseguido la tercera posición en la primera etapa, de 252 kilómetros, a 40 segundos del primer clasificado. Precisamente esa etapa comenzaba en Berlín y terminaba en la localidad de Stettin, cerca de Polonia.

En la clasificación final de la Vuelta a Alemania quedé a menos de tres minutos del tercer clasificado, el alemán Fritz Scheller. Pero no solo he brillado en la Vuelta a Alemania en este año: primer clasificado en el Tour de Corrèze y en la primera etapa del Circuit de l'Ouest; segundo clasificado en la Bordeaux – Angoulême y en el Circuit de Chalais;  tercero en el Circuit des Vosges, cerca de donde estamos ahora.

Este año no participé en el Tour de Francia como si hice los dos años anteriores (puestos 20 y 41), porque me reservaron para la Vuelta a Alemania, seguramente porque sabía algo de alemán y así podría ayudar al que iba de líder en mi equipo, Level. Finalmente fui yo el líder del equipo francés, al colocarme provisionalmente como segundo clasificado tras la segunda etapa.

Había sido para mí un año redondo y todo había volado por los aires por culpa de Hitler y su ansia de poder. Tras la declaración de guerra las pruebas ciclistas previstas se suspendieron hasta nuevo aviso.

Ahora me veía vestido de militar. Pasaban los días y no estaba rodando con la bicicleta, por lo que perdía la estupenda forma física que había logrado. No obstante, imaginaba que igual les ocurría al resto de ciclistas, a excepción de los italianos, los españoles, los belgas y los holandeses, que no estaban en guerra y estarían practicando. 

Cuando comenzaran las carreras, en la primavera de 1940, si es que esta beligerancia actual lo permitía, los robustos y peligrosos belgas y holandeses iban a estar más en forma que nadie en el llano. Y a los españoles e italianos no habría quien les tosiera en las montañas. Me imaginaba a Bartali, Il Ginettaccio, ganándolo todo.

Un encuentro

Hemos bordeado el cerro para mirar al otro lado, siguiendo las instrucciones. De pronto escucho algo que parece moverse rápido en la nieve, unas pisadas más sonoras. Miro hacia un lado y entre los árboles escondidos por la niebla veo la figura de un soldado alemán que se oculta detrás de un montículo. Otro aparece también corriendo, yendo al mismo lugar. Nos mira y se percata de que le hemos visto. -¡Dispersaos!- les digo a mis compañeros. El alemán que ya está en el montículo comienza a disparar para proteger a su compañero.  Grito con todos mis pulmones -¡Fuego a discreción contra el enemigo!-

Comienza un intercambio de disparos en el que ellos llevan las de perder, pues somos más. Moreau grita -¡Diana! le he dado a uno.- El otro alemán sigue disparando y recibe toda nuestra respuesta con un buen montón de metralla. Alcanzado, vemos caer relajadamente su cuerpo, precedido por la cabeza que impacta contra la nieve.

Ordeno parar el fuego. Silencio absoluto del otro lado, nada se mueve. Nos levantamos con cuidado y nos aproximamos con el fusil preparado. El que ha hundido la cabeza en la nieve se mueve con pesadez, pero tiene las manos a la vista y libres, entregado. Le pido a Durand que se encargue de él. Parece tener el hombro destrozado por un disparo.

Dos metros más atrás, en un hueco de la nieve asoma la pierna del otro soldado, su fusil está fuera del hueco y hay sangre sobre la nieve. Apuntando me acerco a él, miro sus manos que están relajadas con las palmas vueltas. De repente oigo decir mi apellido -¡Oubron!- Que me parta un rayo si no lo ha dicho el alemán. Le miro a la cara, repite mi nombre otra vez. Grito: -¡Stöpel!, no me lo puedo creer, eres Stöpel.- Me vuelvo a mis compañeros y les digo -Que nadie dispare, está todo bajo control. Moreau, asegúrate que nadie viene del lado alemán.-

Kurt Stöpel

En el Tour de Francia de 1934 me acerqué a la llegada de la última etapa, en el estadio del Parque de los Príncipes, al oeste de París. Fuimos tres amigos en bicicleta desde Goussainville, mi ciudad. En esa etapa el alemán Kurt Stöpel, un ciclista muy completo pero que sobre todo era un buen rodador y velocista, quedó segundo en un sprint de cinco escapados que solo podían disputar el segundo puesto, pues la primera posición había sido veinte segundos antes para el belga Sylvère Maes. De los cinco escapados, Stöpel sonrió al cruzar la meta, pese a no haber ganado ni la etapa, ni el sprint. Parecía un hombre afable, lejos de la imagen dura y fría de los alemanes.

Fuimos al exterior del estadio, por el lugar donde sabíamos que salían los corredores. Le estaba diciendo a un compatriota, con el que había coincidido en alguna prueba local, que el equipo profesional Peugeot-Hutchinson me había ofrecido entrar en su plantilla al año siguiente. Yo solo tenía 21 años y muchas ganas de ver las carreras profesionales desde dentro.

Fue en ese momento cuando Stöpel pasó a nuestro lado andando, con la bicicleta de la mano. Le saludé. Se paró por si me conocía y al ver que no, solo me devolvió el saludo. Entonces le pregunté, antes de que se marchara, por qué razón había sonreído tras entrar a meta. Como sabía un poco de alemán, me hice entender. Me confesó, en un sorprendente buen francés, que en ese momento pensó que era irónico que pusiéramos tanto empeño en ganar un sprint cuando el ganador de la prueba ya había entrado en meta y no había premios para los siguientes. Me reí con él, pues estaba de acuerdo, yo también lo había pensado algunas veces. Nos veíamos obligados por los equipos a disputar todo, aunque no sirviera para mucho.

Le felicité por su tercer puesto en la etapa, por el Campeonato Alemán en ruta, logrado ese mismo año, y por el segundo puesto en la clasificación general del Tour de 1932, dos años antes. Sonrió al ver que alguien le recordaba, pese a no haber ganado aquel Tour. Me apuntó que normalmente solo se recuerda al ganador. Le respondí que eso no es así cuando estás muy interesado en el ciclismo, como era mi caso.

Nos despedimos. Mi compatriota, que había corrido con Stöpel en alguna ocasión, me aconsejó que si coincidía con el alemán en alguna prueba, no le mirara directamente a los ojos antes de la carrera, porque entonces ya te había ganado media carrera: eras incapaz de atacarle recordando aquella mirada que parecía leerte lo que pensabas, que parecía saber si estabas bien ese día, si ibas a atacar o si tenías tan doloridas las piernas que solo tenías pensado acabar como pudieras.

Inmediatamente me puse a buscar a mi compatriota Vietto y a los españoles Trueba y Ezquerra, por cuáles tres sentía auténtica devoción. Me fascinaba sus maneras de subir montañas en bicicleta. No los encontré, pero me quedó en el recuerdo la breve conversación con el alemán.

Stöpel nació en 1908, por lo que era cinco años mayor que yo. Dejó las competiciones de importancia en 1935, al año siguiente de nuestro primer encuentro, aunque siguió participando en pequeñas pruebas de su país hasta 1938. Yo comencé mi carrera como profesional precisamente en 1935, por tanto no coincidimos en ninguna carrera.

Vuelta a Alemania 1939

Cartel de la Vuelta a Alemania 1939

 

Este año nos volvimos a encontrar en Berlín, hace solo seis meses de ahora, en junio, en la Vuelta Ciclista a Alemania. Estaba yo cerca de la salida de la primera etapa, Berlin-Stettin, haciendo ejercicios de flexión para calentar los músculos, cuando se me acercó un hombre vestido de traje y me saludó en francés con acento alemán. Le miré con rostro de interrogación. Me dijo sonriendo:

 - Eres Robert Oubron, el francés con mirada avispada, al que le gustan las sonrisas encima de una bicicleta.

-¡Stöpel! Qué alegría verte. ¿Vives por aquí cerca?

- Claro, vivo en el mismo Berlin. La zona por la que vais a partir hoy era mi zona de entrenamiento. Y la primera carrera que gané fue precisamente una Berlin-Stettin-Berlin, en 1927, con 19 años.

- Pues entonces seguro que me puedes dar algún consejo.

- Alguno te puedo dar, pero que nadie se entere que estoy dándole consejos a un francés, según están las cosas ahora.

Le aseguré absoluta discreción. Entendía lo que me estaba diciendo. Kurt Stöpel era muy respetado, al haber obtenido aquel segundo puesto en el Tour de Francia de 1932 (llegando a vestir el maillot amarillo, primer alemán que lo hacía), el octavo puesto en el Giro de Italia de 1933 y la primera posición en el Campeonato Alemán en ruta de 1934, como parte de un palmarés extensísimo y glorioso.

Me contó con detalle lo que nos íbamos a encontrar y, sobre todo, un punto muy interesante para atacar, algo que solo podían conocer los de la zona. Aproveché bien ese consejo y solo supieron o pudieron reaccionar a ese ataque el holandés Schulte, que acabaría ganando la etapa, el líder de mi equipo Léon Level, al que había avisado y el belga Moerenhout, que entró delante de mí en uno de esos sprints que no servían para nada y de los que yo no era especialista como Stöpel. Level me dejó entrar antes que él, según me dijo, como agradecimiento por haber ideado la escapada y haberle dejado ir sujeto a mi rueda casi toda la ruta, pues él no era precisamente un rodador, sino más bien escalador. Entrar tercero en esa etapa tenía una recompensa económica muy sustanciosa, que me vino muy bien.

No pude darle las gracias a Stöpel por su buen consejo, pues no le vi al final de la vuelta, que acababa también en Berlín tres semanas más tarde. Hubiera sido imposible, aquello fue un caos de personas, policías y militares. Habían venido autoridades de renombre a entregar el premio al ganador, el alemán Georg Umbenhauer. A los extranjeros que no habíamos quedado entre los tres primeros nos habían pedido que nos fuéramos, por seguridad.

Llegada de la última etapa en Berlín

 

Además, el final de la etapa no fue en un estadio, como solía ocurrir, sino que terminaba en las calles, para que la multitud pudiera aclamar a los ciclistas, estando la meta frente a la Universidad Técnica de Berlín, desde donde se divisaba la Puerta de Brandenburgo.

Propaganda política

Durante las etapas de la Vuelta a Alemania me impactó mucho lo politizado que estaba todo. Había esvásticas por todos lados: en las salidas, llegadas, en los pueblos, en los pasos de montaña... Algunos ciclistas alemanes hacían el saludo militar antes de la salida, con el brazo levantado y la palma hacia abajo. Incluso algunos espectadores, al vernos pasar, hacían el mismo gesto. Lo cierto es que cuando me enteré de la posterior invasión de Polonia no me cogió por sorpresa en absoluto.

Este año la prueba cambió de nombre, de Internationale Deutschland-Rundfahrt (Vuelta Internacional a Alemania) al más rimbombante y nacionalista nombre de Großdeutschlandfahrt (Vuelta a la Gran Alemania). La llamaban así porque pasaba por los territorios recién anexionados (Austria y Checoeslovaquia), además de la propia Alemania.

Aquella Vuelta a Alemania, de hecho, tuvo una organización espectacular. El régimen nazi la denominó la carrera ciclista por etapas más grande del mundo. Y seguramente lo fue. La intención era mejorar al Tour de Francia de ese año en kilómetros, días de competición y dinero. Una demostración al mundo del poder alemán.

Fueron 20 etapas, dos más que el Tour de Francia. 5.049 kilómetros, 800 más que el Tour. Y el presupuesto era un tercio mayor al del Tour. Para no quedarse atrás, instauraron también tanto el jersey amarillo para el líder, como la clasificación de la montaña, inexistentes hasta entonces.

Otra innovación, ésta muy de agradecer, es que la organización se encargaba del alojamiento y de la comida, no  tenías que buscar cada día un lugar donde dormir ni dónde comer, como ocurría en otras vueltas por etapas. Acostumbrados a pasar penalidades en estas vueltas, con una alimentación muy deficiente que nos generaba debilidad, en la prueba alemana aprovechamos para comer de lo lindo, aunque siempre hubo favoritismo hacia los alemanes.  

También los mejores hoteles eran para los corredores alemanes, pero no seré yo quien se queje, porque al menos teníamos una cama blanda al acabar el día.  



 

Salíamos al amanecer, a las 4 ó 5 de la mañana, intentando huir del calor de las horas centrales. Pero el madrugón era inútil, las etapas eran tan largas que se nos echaba encima el calor y parte de la tarde.

Pero lo que más me llamó la atención es que al ser etapas muy largas, casi todas por encima de 200 kilómetros, teníamos una pausa obligada a la mitad del recorrido de cada día (algo insólito en el ciclismo), donde nos parábamos durante media hora para comer y beber. Mientras tanto, en cada localidad donde esto ocurría, nos ofrecían un espectáculo: escuchar tocar a una banda de música, ver bailes tradicionales o escuchar un coro de jóvenes locales.

Me sentí bien tratado en general en aquella vuelta, si bien no me gustó que la propaganda política funcionara a todo trapo y sentirme utilizado para ella.

Hubo tres días intermedios que no se pedaleaba. Los llamaban “Tage der Erholung und Kultur” (Días de recuperación y cultura). El primer día de descanso, a pesar de que nos apetecía dormir y quedarnos tumbados recuperando las muy doloridas piernas, nos llevaron en autobuses a visitar a unos de los principales patrocinadores de la Gran vuelta, la fábrica de bicicletas Phänomen, en Zittau. Estábamos todos un poco sorprendidos, aquello parecía una visita del colegio cuando éramos estudiantes. Phänomen tenía, de hecho, un equipo en esa vuelta y el líder de ese equipo fue quien a la postre ganó la clasificación final. Luego nos recibieron en la asociación turística de la región y nos regalaron una carpeta con fotografías y mapas de recorridos por el bonito entorno de la comarca.

El segundo día de descanso, en Viena, nos hicieron una recepción y recorrido por la ciudad, igual que el tercer día de descanso en Stuttgart, donde el régimen alemán nos llevó al Ayuntamiento a conocer a dos famosos boxeadores germanos, Adolf Heuser y Max Schmeling. Mi compatriota Georges Lachat, que al día siguiente del descanso en Stuttgart haría un buen cuarto puesto en la etapa, nos preguntaba a los demás franceses, con su acento del Departamento de Lot-et-Garonne y ejecutando una típica pose de boxeador, si habíamos venido a pedalear, a boxear o a hacer turismo, generando un buen número de risas entre los seis miembros del equipo francés.

Tampoco me gustó que un mes más tarde, en el Tour de Francia, no hubiera reciprocidad. Aunque nuestro equipo francés estuvo presente en la vuelta alemana, ni los ciclistas alemanes ni los italianos obtuvieron el permiso de sus respectivos países para asistir al Tour de Francia, que pese a eso tuvo una participación numérica algo mayor que la Vuelta a Alemania, 80 frente a 68.


 

El reencuentro

Miro a Kurt Stöpel tirado en el suelo, herido, vestido de soldado, tan distinto, con unas trinchas rodeándole el pecho y la espalda, en vez de una cámara de repuesto; con unas cartucheras en vez de unos bolsillos llenos de comida para el camino; con una gorra militar en vez de una gorra y gafas de ciclista. ¡Qué diferente! Solo le he podido reconocer por esos ojos, esa mirada penetrante que te dejaba helado y que ahora suplicaba, pidiendo misericordia.

Estoy aturdido porque hemos estado a punto de matar a un as del ciclismo, aunque ahora es solo un prisionero en mis manos.

Veo que ha recibido una bala en el costado izquierdo. Sangra, pero no parece fatal. La bala ha entrado y salido por el borde del costado. –No vas a poder montar en bicicleta en unas semanas, Stöpel- le bromeo. Me devuelve una mueca de sonrisa.

Me traen el botiquín y le hago una primera cura. Como buen ciclista, acostumbrado a sufrir, no se queja. Cuando le duele solo aprieta los dientes, como si estuviese subiendo un puerto, y me da las gracias como treinta veces durante la cura.

- ¿Qué probabilidades teníamos de encontrarnos aquí, Oubron? ¿Una entre un millón?- me dice.

- Si, parece increíble, Stöpel.

Nos tenemos que ir de aquí, por si vienen más alemanes. Al otro alemán lo están ayudando dos compañeros a incorporarse, pues está algo peor. A Stöpel le levantamos entre Marchand y yo. No parece tener afectado ningún órgano importante, quizás solo alguna costilla, por lo que puede andar y volverse con nosotros.

- Eres nuestro prisionero, te tengo que llevar al lado francés.

- Lo entiendo, estás cumpliendo con tu deber. ¿Por qué te hacen caso todos a ti? No te veo graduación ninguna.

- Soy soldado como tú, pero un capitán que me reconoció como ciclista me puso al mando de este pelotón, porque dice que sé cómo llevar un pelotón ciclista.

Stöpel sonríe ligeramente y me dice:  

 -Si al menos hubierais venido en bicicleta. No sé vosotros, pero en nuestro lado hay algunas divisiones ciclistas. Me indigné cuando no me destinaron a una de ellas.

Soldados alemanes en la Segunda Guerra Mundial

- No tengo conocimiento de que haya divisiones ciclistas en el ejército francés, por eso me alisté con la infantería, ya sabes que soy corredor de ciclo-cross y solía sacar ventaja en la parte a pie.

- ¿Qué hacemos en esta guerra, Oubron? Nosotros no deberíamos estar aquí, ni yo tengo nada contra ti, ni tú nada contra mí, y sin embargo aquí estamos pegándonos tiros.

- Obedecer órdenes, Stöpel, eso es lo que hacemos aquí, igual que hacíamos en nuestros equipos ciclistas. Y allí ya hablábamos de “atacar”, “reventar al enemigo”, “ir a degüello”…, aquello también era como una guerra, pero con la única munición de nuestras piernas.

- Te estuve buscando al término de la Vuelta a Alemania, para felicitarte por tu buen puesto, pero no dejaban moverse a nadie, fue imposible. Parece que te sirvieron para algo los consejos que te di en Berlín para la primera etapa, pues leí en la revista de bicicletas “Der Deutsche Radfahrer” que quedaste tercero. ¿Atacaste donde te dije?

- Yo también te busqué con la mirada al llegar, precisamente para darte las gracias por tus consejos. Ataqué donde me dijiste, a la salida de aquel pueblo, una bajada suave en la que apreté fuerte, tras la curva apareció aquella subida inesperada y con el impulso de la bajada más el de mis propias piernas salí disparado hacia arriba. Había avisado a mi compañero Léon Level, que en ese momento era el líder del equipo, así que estaba a mi rueda. Como Level había ganado la séptima etapa de la Vuelta a Alemania el año anterior, le habían seguido un belga y un neerlandés, que también se vinieron con nosotros. Hicimos grupo y avanzamos hasta conseguir llegar a meta, aunque siendo dos franceses, nos tocó hacer más trabajo, sobre todo a mí, y eso pasó factura al final.

- ¿Y sonreíste al entrar en meta de aquel sprint?

- Claro, desde que te vi sonreír en aquel sprint en París, yo siempre sonrío al disputar una llegada.

Los dos nos partimos de la risa, pero Stöpel tiene que parar inmediatamente, porque le duele y bastante el costado al reír. Cuando se repone me dice:

- Sí, pero en la siguiente etapa quedaste sexto, Oubron, poniéndote segundo en la general.

- Yo soy así, destaco en las primeras etapas de una gran vuelta, pero luego me desinflo. Aquella segunda etapa volvió a ganarla el neerlandés Schulte, que acabó retirándose unas etapas después. Curiosamente en aquella etapa entró séptimo, detrás de mí, el que a la postre sería el ganador de la prueba, el alemán Umbenhauer. Y mi compañero Level no respondió como se esperaba, por lo que se dedicó a la clasificación de la montaña, quedando en un meritorio tercer puesto final y decimoprimero en la clasificación general. Ya viste que solo pude conseguir la sexta posición en la clasificación final.

- Magnífica posición, Oubron. Te contaré algo de Georg Umbenhauer, el ganador alemán de la Gran Vuelta a Alemania. Le hicieron algo muy feo. El padre de Georg murió a la mitad de la prueba, pero el régimen prohibió a la prensa hablar sobre ello, para que el líder alemán no abandonara la prueba, presa del desánimo y el dolor. Se enteró cuando volvió a Nuremberg, su ciudad.

-Sin duda no lo sabía al llegar a Berlín, se le veía muy sonriente y feliz en la entrega de premios.

Umbenhauer en la ronda de honor después de su victoria

 

Rivales y amigos

Mientras nos aproximamos a la Línea Maginot, mi compañero Gilbert cruza la mirada conmigo, me hace un gesto de interrogación. Miro al resto de mis compañeros. Están todos sorprendidos de que esté hablando animadamente con un enemigo. Les tengo que explicar de qué conocía a este alemán de sonrisa cautivadora y ojos endiablados y por qué tenemos tanto en común. Les explico que hemos surcado las mismas carreteras encima de una bicicleta, pero ahora estamos pisando los mismos caminos enfangados, en una situación que no hubiéramos imaginado hace solo unos meses. Que aunque ahora sea un enemigo, me unen a él muchas cosas que solo pueden entender los ciclistas: el placer de salir en bicicleta a practicar, notando el aire en la cara, sintiendo que ese mecanismo poderoso que son los músculos de las piernas nos llevan a altas velocidades por los caminos y carreteras. Ambos hemos sentido la desilusión de la derrota, el placer de la victoria, el ánimo de los aficionados a lo largo del camino; hemos escuchado la respiración de nuestros compañeros de fuga durante una pendiente imposible, haciendo música con el acompasamiento del aire que exhalamos e inhalamos con dificultad; hemos superado umbrales de dolor que nadie imaginaría. Nos hemos reído con las bromas de los compañeros del equipo, pues no hay camaradería igual a la generada durante el pedaleo. También hemos sentido la soledad cuando las pruebas acababan, cuando vuelves a tu rutina de levantarte temprano para salir en bicicleta, antes de tu verdadero trabajo de panadero, herrero, albañil o lo que te haya tocado en suerte en esta vida. Como mensajero en bicicleta, que fue lo que hizo Stöpel de joven en Berlín, según me acaba de contar.

Ya en territorio francés, y antes de que se lleven a Stöpel a un centro de prisioneros, charlamos largo y tendido de nuestras carreras, de nuestros triunfos y también de nuestras miserias.

Nos reímos de aquellas etapas que tenían premios en especie, en vez de metálico. Stöpel recordaba cómo le regalaron una vez un saco de patatas y decía socarronamente que se las tendría que comer todas esa noche para cenar, porque no pensaba cargar con ellas en las siguientes etapas. Mi anécdota fue el regalo de dos pollitos vivos por quedar primero en una meta volante que pasaba en frente de una famosa granja en el Departamento de Cantal. Cómo me los metí en los bolsillos del maillot, circulando unos kilómetros con ellos antes de dárselos a un crío que había al lado del camino, los pollitos asomando sus cabecitas, pero quedándose quietos en el calor del bolsillo.

Stöpel me contaba como al acabar algunas pruebas, cuyas salidas distaban algunas veces más de cien kilómetros de su casa, tenía que ir y volver en bicicleta, con toda la paliza de la carrera en las piernas. Yo también recordaba algo así, ir a una prueba, tener que acercarte a la salida en bicicleta y llegar tan cansado que en la prueba solo podías intentar llegar con el grupo. En esto siempre tenían ventaja los ciclistas locales.

Me entero de que a Stöpel en 1932, tras quedar segundo en el Tour de Francia, en la entrega de premios el ganador, el francés Leducq, se le acercó y le dijo al oído “Ambos ganamos” y a continuación, en un gesto que le honraba, Leducq le dio su ramo de flores de ganador a Charlotte, la esposa de Stöpel. También que en 1935 tuvo una caída que le hizo retirarse del Tour de Francia y, poco a poco, de la competición.

 

Leducq y Stöpel en el Parque de los Príncipes, en la
entrega de trofeos al finalizar el Tour de Francia de 1932

Yo tengo planes de volver al ciclocross, que es mi verdadera pasión y donde mejor me desenvuelvo. Stöpel no piensa volver a la competición, aquella mala caída en 1935 le quitó la ilusión y la capacidad de darlo todo de nuevo sobre la bicicleta.

Somos tan parecidos, hemos pasado cosas tan similares, que parece mentira que estemos ahora en bandos diferentes. La locura que envuelve el continente nos ha reconvertido en combatientes mortales.

Antes de que se lo lleven, me sonríe y me da las gracias.

- Pero ¿cómo me das las gracias, si te he hecho prisionero?

- Gracias por dejarme compartir contigo durante un rato la vida de ciclista que tan dichoso me ha hecho. Espero que la próxima vez que nos veamos sea paseando en bicicleta.

-Stöpel, que todo te vaya bien. Le he dicho al capitán que eres ciclista, creo que eso ayudará.

Según se lo llevan, se gira mientras me sonríe, con esa misma sonrisa del sprint en la última etapa del Tour de 1934, la sonrisa del que piensa que es irónico estar disputando una guerra perdida.

FIN

 

 

Este relato está basado en hechos reales ocurridos en los años 30 del siglo XX

En las pocas, breves y, en algunos momentos, contradictorias crónicas que hay sobre el encuentro en el frente militar entre Robert Oubron y Kurt Stöpel, se habla de que ambos se conocían de haber competido en algunas pruebas ciclistas, cosa esta última que no parece ser cierta, aunque la prensa decidió adornarlo de ese modo, porque la carrera ciclista de Oubron comenzó cuando terminaba la de Stöpel y he podido comprobar que no coincidieron en sus participaciones de las distintas pruebas en el año 1935 (ver los enlaces abajo). 

Sin duda se conocieron de otro modo, por lo que me he permitido la licencia de narrar dos supuestos encuentros entre ambos. El resto de datos que se muestran (posiciones, participaciones, etc.) son verídicos y están debidamente documentados en los enlaces a continuación.

Oubron continuó participando en pruebas ciclistas hasta 1950, sobre todo en ciclo-cross, donde era un renombrado especialista. Luego fue entrenador. Murió en 1989, a los 75 años de edad.

Kurt Stöpel probablemente fue liberado poco después de este episodio, tras la invasión alemana de Francia en mayo-junio de 1940 y la posterior firma del armisticio. En la página web memorial de Stöpel (referenciada abajo) no se narra (o no entran en tantos detalles) el encuentro entre Oubron y Stöpel, pero menciona que estuvo destinado durante la guerra en Francia y los Balcanes. Murió en 1997, a los 89 años de edad.

Referencias bibliográficas:

- Historia de la Bicicleta - Bicicletas de colección - Ediciones Del Prado - Fascículo 28, página 335.

- O Estado-15 de diciembre 1939, página 4

http://hemeroteca.ciasc.sc.gov.br/oestadofpolis/1939/EST19387841.pdf

- Diario de Burgos-6 de enero 1940, página 2

https://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/publicaciones/listar_numeros.cmd?posicion=&busq_dia=6&busq_mes=1&busq_anyo=1940&busq_idPublicacion=&busq_infoArticulos=true

http://www.sitiodeciclismo.net/coureurfiche.php?coureurid=6793#uitslagen

https://www.hall-of-fame-sport.de/mitglieder/detail/Kurt-St%C3%B6pel/

http://www.kurt-stoepel.de/

http://www.sitiodeciclismo.net/coureurfiche.php?coureurid=12535

http://www.memoire-du-cyclisme.eu/palmares/oubron_robert.php

http://www.sitiodeciclismo.net/ritfiche.php?ritid=44705&wedstrijdvoorloopid=2544#ucira

https://www.cycling4fans.de/index.php?id=2974

https://cykelmagasinet.dk/gro%C3%9Fdeutschlandfahrt-verdens-stoerste-etapeloeb

 

jueves, 18 de junio de 2020

El ciclista tranquilo


Año 1988. Estoy en viaje de trabajo en Bélgica. Después aprovecho unos días para visitar algunas de las más emblemáticas ciudades de ese país, Brujas, Gante...

Me encuentro sentado en un banco, descansando, disfrutando la quietud de un rincón con encanto, silencioso, vacío de otros turistas como yo.

Inmerso en el placer contemplativo veo entrar un ciclista en ese espacio, suavemente, sin estridencias, llenándolo todo de una nueva luz con su bicicleta.

Me saluda con una ligera inclinación de la cabeza, apoya su bicicleta y se sienta en un banco.

Yo aún no uso la bicicleta como medio de transporte y de viaje, por lo que me llama la atención su bicicleta, llena de alforjas, bidones, tienda de campaña, saco de dormir y esterilla. En pocas palabras, lleva la casa encima. Sin embargo, no va vestido de ciclista deportivo, lleva una ropa cómoda y un sombrero que parece prestado por Chico, el de los hermanos Marx.

Pese a venir en bicicleta, no parece cansado. Y si lo está, no lo refleja, pues muestra una cara de satisfacción y lucidez.

Me quedo mirándole durante un rato. Sus movimientos pausados y calmados se mimetizan bien con el entorno en el que estamos.

Parece que no tiene prisa, que disfruta del momento. Bebe y come algo. Saca una libreta y comienza a anotar cosas. De vez en cuando levanta la vista y mira alrededor, como buscando inspiración o atrapando las cosas que le han pasado durante el día y tiene aún frescas en su mente.

Cómo le envidio. Envidio la placidez del gesto en su cara, la manera en que pierde su mirada, deja que la poesía del paisaje y los recuerdos del día le inunden el pecho en cada inspiración y luego lo deja salir todo, en una larga expiración, escribiéndolo todo en su libreta.

De vez en cuando se toca con la mano izquierda a la altura del corazón. La deja ahí un momento y luego la retira. Lo hace varias veces. ¿Le duele algo? ¿Siente algo? ¿Se está midiendo las pulsaciones? Yo creo que tiene que sujetarse el corazón porque se le sale de su sitio de puro sentir, de puro placer. No tiene que darle explicaciones a nadie, solo dejarse llevar por su bicicleta, disfrutar del regalo de cada momento vivido, llenando las alforjas y los bidones de sentimientos de plenitud.

Los dos hemos venido a dar a esta bella ciudad, pero de manera distinta. Para mí, el trayecto en autobús hasta aquí ha sido monótono. Hasta llegar a la ciudad no he comenzado a disfrutar. Para el ciclista, sin embargo, el viaje hasta llegar aquí es lo más importante, ha estado disfrutando cada colina, cada río, cada árbol. Los dos somos turistas, pero él, además, es un viajero. Un viajero del corazón.

Él no lo sabía y yo tampoco, pero me estaba mandando mensajes solo con su presencia. Estaba generando en mi unas inquietudes y emociones que explotarían tres años más tarde, cuando me compré mi primera bicicleta e hice el primero de muchos otros viajes cicloturistas.

Cada gesto que hacemos, cada cosa que expresamos, puede ser el detonante en otras personas de algo que llevaban latente y no había salido aún. Este ciclista fue parte de ese revulsivo que me inspiró a lanzarme a pedalear por esos mundos con una bicicleta y cuatro cosas encima de ella.

Y desde luego, el libro "España en bici", de Paco Tortosa y Mª del Mar Fornés. Y otras muchas cosas más que, sin saberlo, te van marcando la vida, como un ciclista madrileño encontrado al año siguiente viajando en tren desde París. También me deslumbró con su relato personal de viaje en bicicleta por seis países europeos. Qué agradecido les estoy a todos ellos. 

"El camino de la doctrina es largo; breve y eficaz el del ejemplo" -Séneca-

martes, 17 de diciembre de 2019

Manual incompleto del sufrido ciclista de larga distancia



Este no es un manual al uso, es un manual desenfadado que puede ser útil para quien se inicie haciendo largas distancias de uno o varios días o a quien ya las hace y quiere buscar una identificación con lo que le pasa durante el pedaleo.

Se puede decir que serviría tanto para ciclodeportistas como para cicloturistas. Vamos allá:


- No te molestes en explicarle a alguien por qué haces cosas como “Ir en bici de Madrid a Valencia en el día”. La gente te escucha (en el mejor de los casos), pero no te entienden. No sabes ni tú mismo por qué lo haces, como para explicárselo a los demás.

- Inmediatamente después de una sufrida prueba de larga distancia no deberías pensar si repetirás o no. Los que te conocen no te creerán cuando digas que no vuelves a repetirla, porque lo has dicho muchas veces y has vuelto a hacerla.

-Sales a rodar y casi siempre haces más kilómetros de los que te habías propuesto. Has salido para hacer 80 kilómetros y acabas estirándolo a 110. No le des más vueltas, es así. De hecho, si ves que estás llegando a tu destino y el ciclocomputador marca 109,60 kilómetros, das una vuelta a la manzana para que llegue a los 110, que te luce mejor a la vista.

- Permite que la gente compruebe si tus cubiertas están bien hinchadas. En una ruta te paras a descansar un poco en un pueblo, alguien se te acerca, te ve las alforjas o la bolsa del transportín y del manillar y te pregunta “¿Vienes de muy lejos?”. Cuándo le respondes algo como: “Si, salí esta madrugada de Madrid, llevo 260 kilómetros”. En ese momento hay quienes van como posesos, en un incontenido acto reflejo, a tocar si está bien inflada la rueda delantera. ¡Como que ibas a haber hecho 260 kilómetros con una rueda desinflada!

- Alguien me dice: “Debiste gritar de alegría cuando llegaste al último control, después de 1.450 kilómetros en la Londres-Edimburgo-Londres”. Entonces hago memoria y lo que recuerdo al llegar al último control es que tiré la bicicleta en el primer sitio que encontré, busqué mi carné de ruta y fui a que me lo sellaran, andando con dolores de piernas, brazos y cuello (no hablemos del culo). Luego a buscar mis bolsas de viaje y algo para comer, todo con paso lento, barba de cuatro días y un gesto entre cansado, dolorido y dormido. ¿Qué le podemos contestar al que ha hecho esa pregunta sobre gritar de alegría en la llegada? La alegría viene después, pero es una alegría contenida, nada de alegatos románticos sobre sensaciones impresionantes en la llegada. Eso es cosa de los profesionales, que corren para el público. Nosotros aún no sabemos por qué corremos.


- No importa lo motivado que hayas iniciado tu ruta. Cuando llegue un momento de sufrimiento extremo por el frío, el calor, la lluvia, el cansancio, o lo que sea, irremediablemente te dirás: "¿Por qué no me habré quedado en casita, con lo calentito y a gusto que estaba yo en la cama?"

- Cuando dos ciclistas que, cada uno por su lado, llevan solos varios días se encuentran y comienzan a hablar, hablará más el que más días de ruta lleve, porque la soledad está bien los primeros días, pero acaba siendo dura y el ser humano es comunicativo por naturaleza. En 1996, realizando la transpirenaica yo solo, con bicicleta híbrida y alforjas, tras doce días de soledad, lo había coordinado para coincidir con los compañeros de mi asociación cicloturista, Pedalibre, para hacer cinco días de ruta cicloturista tranquila con ellos en su ruta por una parte del Pirineo, tomándome así yo un “descanso”. Les estaba esperando en la estación de tren de Puigcerdá y cuando llegaron les fui abrazando uno a uno a los casi 20 ciclistas que llegaron. Me miraban extrañados y uno le dijo a otro “¿A este que le pasa?”. No comprendían mi necesidad de hablar, de mostrar cariño hacia mis semejantes. Los sentimientos de un ciclista de larga distancia son incomprendidos por parte del resto de terrícolas.

- Si durante una ruta le preguntas a alguien por una dirección, después de mirarte la bici y el equipaje que llevas, inexorablemente se verá con el derecho a preguntarte de dónde vienes, como si dependiendo de donde vengas te fuera a indicar por un destino u otro. Si entienden que vienes de muy lejos, entonces presuponen que vas sobrado y tienes muchas papeletas para que te manden por el tramo más largo. Si entienden que vienes de cerca o te ven cara de cansado, entonces te mandan por un atajo, intentando que hagas los menos kilómetros posibles. El problema es que el atajo generalmente es una carretera o camino inmundo. Benditos GPS, que evitan preguntarle a nadie por una dirección.

- De todos modos, a veces sí que hay que preguntar, porque los GPS no son infalibles y a veces te llevan por recorridos turísticos muy interesantes, pero que no son lo adecuado si estás cansado y quieres llegar cuanto antes. Eso sí, jamás preguntes a alguien que no es ciclista cuantos kilómetros faltan a un destino. Te dirá casi siempre menos de la mitad de la distancia real. Asimismo no le preguntes a un automovilista si el tramo que te falta es llano o tiene pendientes. En coche siempre les parece que es llano. Me han llegado a decir como “llano” a una pendiente constante del 5% durante 4 kilómetros, sólo porque era una recta, y el concepto “recta”, en coche, se confunde con el concepto “llano”.

- No te empeñes, el viento casi siempre es en contra. Ya lo dice el refrán: "En la bici todo te da por culo, menos el viento, que te da de cara". Incluso cuando parado notas que el viento es a favor, en cuanto pedaleas, el movimiento que generas lo convierte en contra. Si quieres pedalear sin viento en contra, haz bicicleta estática en tu casa o spinning en el gimnasio.


- Aprende a convivir con el sonido del viento en los oídos. Poner la cabeza de lado o mirando al suelo no impide ese sonido del que te acabas haciendo compañero. 

 - Los días de tormentas de calor, el cielo espera a soltar todo su poderío lluvioso cuando apenas te faltan unos kilómetros para llegar a tu destino de ese día. Pero no creas que lo vas a burlar saliendo antes: la tormenta te está esperando cuando llegas a tu destino, independientemente de la hora, para que llegues bien mojado.

- Durante una ruta de varios días, cuando ya llevas las piernas molidas y te tomas un día de descanso para ver cosas fabulosas en esa ciudad o entorno de encanto, tendrás todo el día el remordimiento de que podrías estar avanzando algo más, yendo más lejos con tu bici. Por lo tanto, durante una ruta de varios días, para descansar un día conviene elegir esos días de previsión de lluvia persistente y pasarlo viendo museos en la ciudad por la que pasabas en ese día. Elige museos que tengan ventanales grandes desde los que se vea bien la lluvia en la calle. Disfrutarás más viendo la lluvia de la que te has librado a través de los ventanales, que de esa exposición de fotografías antiguas.

- No te obsesiones con el peso. Conocí un cicloturista alemán en un camping a los pies del Tourmalet que me enseñó cómo había conseguido rebajar (unos gramos) el peso de su equipaje con gestos como cortar a la mínima esencia el mango del cepillo de dientes. Estuve por preguntarle, irónico, si no hubiera ayudado a rebajar aún más el peso el quitar algunos de los pelos del cepillo. Preocupado tras escucharle, me propuse no ser como él. A veces lo consigo.

- Anota lo que te pasa cada día. Muchas de las cosas que estoy escribiendo aquí no serían posibles si no las hubiera anotado. Eso sí, cuando repases las notas tiempo más tarde, te parecerá que estás leyendo las anotaciones de otra persona.

- Habla con las gentes del lugar. Mejor que ellos te cuenten sus cosas. Cuéntales las tuyas sólo si te preguntan. Aprenderás mucho, que es una de las esencias de los viajes en bicicleta. En un pueblo de la Sierra de la Cabrera (Zamora), hablando con una anciana, le pregunté si era muy antigua aquella vetusta ermita románica que teníamos enfrente, de por lo menos 400 años. “Si debe serlo, sí”, me contestó “porque ya estaba aquí cuando yo era pequeña”.

- Si quieres que no llueva, párate a ponerte el chubasquero. Tras esa subida en la que el chubasquero te ha dado tanto calor por el esfuerzo, te lo quitas y, no lo dudes, entonces comienza a llover. Habrá quien te diga que es porque en algunas laderas se acumula más la lluvia y estás entrando justo en ese lado, pero hazme caso, en realidad la lluvia la generas tú porque te has quitado el chubasquero.

- Si quieres que el cielo se nuble, embadúrnate de crema solar. Es cerrar la crema y guardarla en las alforjas y comienzan a salir nubes hasta de debajo de los canchos.

- Todas esas cosas que llevas desde haces años en las bolsas de la bici “por si acaso”, como una manta térmica perfectamente doblada, unas tiritas que ya no pegan, toallitas húmedas ya secas, el tubito de crema protectora de labios que será imposible de abrir por haberse fundido la tapa con el contenido tras tantas horas de sufrido calor, la crema protectora de sol caducada hace años… el día que hagas limpia y te deshagas de ello, diciéndote que no lo vas a llevar en el próximo viaje porque no te ha hecho falta hasta ahora, no te quepa duda que justamente te hará falta.

- No hay nada más obsceno que escuchar a dos ciclistas tener una conversación sobre escoceduras en el perineo por rozaduras con el sillín. Además es cómico verles desde la distancia, sin escuchar lo que dicen, mientras se tocan sus partes para explicar donde les dolía y andando torcido para hacerse entender el dolor que sufrían. Y ya no te digo nada cuando muestran al otro como se echan la crema, viéndoles desde lejos echando la mano adelante y atrás por toda la pelvis y el ano.

- Y no hay nada más surrealista que escuchar a dos ciclistas compitiendo por ver a quien le duró más tiempo la parestesia (pérdida de sensibilidad) en las almohadillas de las manos tras una ruta de larga distancia de varios días. Acabarán comparando los bidones de agua, para ver cuál de ellos tiene tanta porquería dentro que se puede decir que tiene vida propia.

- Ojo, llegar a la meta de una prueba con la cara llena de barro no da más puntos. Lávate la cara en los controles y en las fuentes, que el agua es gratis. 


- En una prueba, si tus supuestos compañeros te dejan tirado, porque están más fuertes y aquellas fatuas palabras dichas los días anteriores de “vamos todos juntos, se espera al más lento”, pues resulta que no iban por ti, no se te ocurra echárselo en cara, porque te dirán que la culpa es tuya, que tenías que haber entrenado más, que no se puede venir a una prueba de estas en ese estado de forma. Curiosamente, si eres tú el que está más fuerte y, tras un tiempo de espera y paciencia en la ruta, ves que la cosa no funciona y no vais a llegar en tiempo, por lo que les dices que vas a tirar hacia adelante, tienes todas las papeletas para que te digan cosas como “lo primero es el grupo” o “vaya cagaprisas estás hecho, en estas pruebas se viene a disfrutar, no a correr, aunque no se llegue en tiempo. Nosotros sí que lo vamos a pasar bien, no tú”. La complicada condición humana. 
 
- Si tienes alucinaciones pedaleando durante la noche, no es que te hayan puesto algo en la bebida. Simplemente llevas un déficit de sueño y un exceso de cansancio, quizás unido a una deficiente nutrición. Considera la opción de parar a dormir un poco o acabar ahí mismo la aventura. Los riesgos se incrementan exponencialmente en esa situación. En la Londres-Edimburgo-Londres de 2017 yo estaba convencido la cuarta noche que a Ian Haslett y a mí nos perseguían corriendo por el arcén unos individuos y que a Ian las manos de algunos de esos individuos le intentaban sujetar el manillar viniendo desde la rueda delantera. En realidad esto último eran las gotas de lluvia que venían de su rueda y se iluminaban con el faro, creando formas, pero en esos momentos la mente no estaba muy lúcida y veía (y se creía) ciertas cosas.

- Te compras lo último de lo último en ropa técnica para no sudar, o en componentes fetén para tu bici. Te preguntas cuándo estrenarlo y lo dejas para un caso especial, como esa prueba para la que te has estado preparando todo el año. Gran error. Las cosas hay que llevarlas todas probadas para ese día importante, porque si no el día de la prueba la ropa te rozará (aunque entrenando no te hubiera rozado si la hubieras usado) y el componente top gama no será adecuado para tu bici y fallará. 


- Ves las previsiones de algo de frío y te llevas ropa como si fueras de ruta al Cabo Norte. Cuando avanza el día, el sol calienta y te sobra, no tienes donde ponerla y te aguantas con ella, con la cara colorada y diciendo que no pasa nada, que viene bien para las bajadas. Lo mismo pasa los días de primavera y verano, que a primera hora hace frío pedaleando al lado del río y dices que no te llevas ropa de abrigo ni guantes largos, porque total, para un rato. Y ahí estás tú, criando sabañones. La solución para todo ello es llevar una bolsa en la bici en la que guardar la ropa y llevar comida, que la excusa de que la bici va a pesar más es inconsistente después de las comilonas que te has estado metiendo toda la semana.

- Cuidado con lo que comes durante la ruta y sobre todo en las paradas oficiales de la grupeta para picar algo. Cada uno es cada cual, pero aquella mítica frase de "puedo comer lo que quiera, porque con el ejercicio lo voy a gastar", no pasa a ser cierta por repetirla muchas veces, solo es una frase para lavar conciencias. Hay alimentos, y lo sabes, que no vienen bien, ni mientras estás pedaleando, ni después: afectan a tu rendimiento, a tu organismo, y -de paso- al planeta.

- Las mosquitas que te merodean la cara subiendo ese puerto, no son las mismas del puerto anterior. Estas mosquitas son una franquicia de aquellas. Cada puerto tiene las suyas propias y están ahí para eso, para hacerle la vida más dura al ciclista en la subida. No sirve de nada ir más rápido para intentar esquivarlas, pues se posan en tu espalda, tu casco, tu gorra o directamente en el manillar, con vistas privilegiadas del recorrido. Cuando, ya agotado, reduzcas la velocidad porque esas cuestas te impiden ir rápido mucho tiempo, las mosquitas volverán a intentar meterse en tus oídos, tus narices, tus ojos o tu boca, que es en definitiva su cometido: molestar lo más posible para aumentar la épica de tu ascensión.

- Si tu guardabarros no te roza nunca en las ruedas, no lo cambies, aunque no hagan por completo la función de expulsar el agua lejos de tus piernas, tu espalda y tu cara. Cuando pongas un guardabarros nuevo, supuestamente mejor, comenzará a rozar en todas partes y echarás de menos el antiguo, que ya habrás cometido el error de vender en Wallapop. 


- A tus zapatas de freno no les pasa nada. Te quedas en una cuesta porque no puedes seguir a tus compañeros y ya empiezas a mirar las zapatas, porque dices que oyes un ruido y que crees que vas frenado. El ruido es el pito que te viene de los pulmones porque están a punto de reventar. El freno es tu estado de forma, bastante mejorable. No importa, ya cogerás a tus compañeros en la bajada, si eso.

- Cuando haya una sequía galopante en tu región, puedes acabar con ella con el simple gesto de limpiar a conciencia tu bicicleta. En la próxima ruta que salgas a pedalear para lucirla en todo su esplendor, comenzará a llover para que todo el trabajo haya sido en vano. Eso sí, los agricultores y los embalses te lo agradecerán.

- Hay unos seres que aparecen de la nada, en medio de un puerto y te dicen estas tres palabras: "ya estás arriba". Siempre las mismas. No te dicen "Estás terminando", ni "faltan 800 metros". No. Dicen "ya estás arriba", así, sin anestesia. Uno mira hacia adelante y ve que no, que no estás arriba, que ante ti aún se presenta una cuesta interminable. Generalmente lo que te quedan son unos rampones del quince, o tres kilómetros todavía por subir. Por lo tanto, poner en cuarentena siempre lo que te digan en la subida a un puerto.

- Hablar de larga distancia con el típico ciclista que se hace 100-150 kilómetros (o menos) los fines de semana, es complicado. Lo que siempre me ha llamado la atención es que tu les hablas de distancias de 300-600-1200 kilómetros y, curiosamente, te suelen hacer la misma pregunta: "¿Y no paráis?". A lo que me dan ganas de decirle que no, que nos meamos y cagamos encima, que para eso está el agujero prostático del sillín, para que se vayan por ahí los desechos. Pero como no quiero liarla, les explico que si, que paramos para comer. Entonces, increíblemente, te contestan: "Ah bueno, así cualquiera". Claro, lo que tiene mérito es hacerse 1.200 kilómetros del tirón, sin parar a comer, lo otro es insignificante. 

Si se te ocurre alguna cosa que añadir, dímelo en los comentarios o a mi correo personal, que lo tienes al principio de la página, e intentaré añadirlo al texto. Gracias.