lunes, 4 de marzo de 2019

¿Merece la pena tener un coche en propiedad hoy en día?



Durante seis años tuve un coche en propiedad (desde 1985 hasta 1991). En ese último año, debido a que cada vez lo usaba menos y al aumento de mi conciencia medioambiental, decidí venderlo y, a partir de entonces, alquilar uno si alguna vez realmente lo necesitaba. Los números eran contundentes a mi favor al ahorrarme el mantenimiento, la mecánica, ITV, seguro, impuestos y todos esos costes que hacen que los coches sean unos de los principales gastos (muchas veces el principal) en una familia. La suma de varios alquileres de coches al año (para los trayectos que creía imprescindibles) me suponía, según mis propias cuentas, una cifra que entonces era cinco veces menor al montante del coche en propiedad (finalmente descubrí que era incluso menor que eso).

Según este exhaustivo análisis, el coste de un coche medio durante su vida útil, sería de 42.707 euros. En el análisis se plantea dicha vida útil en 12 años, que al parecer es la media de vida de un coche según las estadísticas. 


Este otro análisis de Ecologistas en Acción, para mí mucho más completo al incluir las externalidades del transporte, indica que el coste medio de un coche en propiedad es aún mayor, nada menos que 54.108 euros.


¿Qué recuerdo de la venta de mi coche?


Aquel día de marzo de 1991 había quedado con el comprador en una gasolinera de Pinto, una población del sur de la Comunidad de Madrid. Me llevé mi bicicleta de carretera dentro del coche y, una vez hecha la entrega del coche al comprador, me subí a la bici y me hice el recorrido de vuelta a mi casa montado en ella, pero por lugares más placenteros: Pinto-San Martín de la Vega-Madrid. En aquel entonces no existía el carril-bici actual de San Martín a Villaverde, así que fui por la carretera, que entonces tenía mucho menos tráfico que ahora.


La sensación de libertad al entregar el coche y volver a casa en bici fue espectacular. El aire me daba en la cara; escuchaba los sonidos a mi alrededor; me sentía avispado, despierto; mis piernas se movían arriba y abajo, activando mi corazón; iba contento de no contaminar el aire a mi paso. Incluso estaba desplazándome de un municipio a otro de Madrid sin necesidad de usar coche, aunque tomándome mi tiempo, eso sí. Y lo más curioso… no sabía aún por qué, pero iba sonriendo.


Al llegar a casa me pasó algo que no olvidaré. Abrí el portal y el vehículo que me había transportado hasta allí (la bicicleta) entraba conmigo, hasta mi casa, no se quedaba ahí fuera de mi vista, expuesta a la de todos, solitario durante varias horas o días; no ocupaba el espacio público que había usado yo de niño para jugar (eso ocurría en la calzada de las calles, aunque parezca increíble para una persona que no haya vivido aquéllo) y que ahora habían secuestrado los vehículos motorizados circulantes y aparcados. Estaba entrando en mi casa y todas mis pertenencias estaban allí dentro. Nada se quedaba fuera.


Esa noche, mientras cenábamos, se escuchó un ruido en la calle de cristales rotos. Mi reacción fue la de dirigirme rápidamente a la ventana, abrirla y mirar hacia fuera, a ver si me estaban robando el coche. Al mirar hacia abajo caí en la cuenta de que ¡ya no tenía coche! Así que no podía ser mío el que supuestamente estaban robando. Resultaron ser sólo unos chavales que se ¿divertían? rompiendo una botella en el suelo hasta dejarla en la mínima expresión. Eran este tipo de ruidos los que me habían tenido en vilo durante años sabiendo que el coche estaba ahí fuera, tres pisos por debajo de mi ventana. Eso ya no iba a suceder de nuevo.


Sin coche ¿me cambió la vida?

Una vez sin coche, empecé a darme cuenta de que incluso algunos de los futuros alquileres de coche que había considerado imprescindibles, no lo eran, pasando en aquel tiempo incluso años sin alquilar ninguno. ¡Había conseguido desengancharme del uso del coche, sin terapia y sin pastillas! Y desde luego el ahorro había pasado a ser mucho mayor a su división entre cinco, como había previsto en un principio. Además me había ahorrado muchos de los quebraderos de cabeza que el coche lleva asociados.


Mientras tuve coche lo usaba para trayectos que no eran imprescindibles, pero me salían los resabidos pensamientos que casi todos los propietarios de coches tienen: “ya que lo tengo, lo uso”,  “hay que moverlo, que si no la batería se descarga”, “el coche, de no usarlo, se estropea”…


Igual que aquel mi coche, millones de coches están durante horas (el 97% del tiempo según “Las cuentas ecológicas del transporte”) parados en la calle ocupando un espacio que debía ser de un uso estancial para la ciudadanía. Por lo tanto, lo interesante sería reducir el número de propietarios de coches.


Pero se nos lleva vendiendo durante años el coche particular como algo no sólo necesario, sino imprescindible. Algunas vías de comunicación están sólo pensadas para ir en coche, ni andando ni en bicicleta, por lo que esa sensación de necesidad de tener un coche se acrecienta.


Ante todo eso, solo nos queda decir NO, es decir, seguir negándonos a entrar en la dinámica de “lo que hay que hacer”, que es usar el coche para todo, incluso para lo que no es necesario. La máxima expresión de esta negación es no tener coche, la negación absoluta, postura contestada desgraciadamente incluso por parte de algunas personas del colectivo ciclista, que mira con simpatía a la bicicleta, pero no están dispuestos a prescindir de su coche en propiedad.


¿La OCDE recomendó reducir el número de propietarios de coches?


En 2003, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) publicó un informe muy interesante llamado “Líneas a seguir hacia un transporte medioambientalmente sostenible”.


En un ejercicio de honestidad afirmaban en el informe que las “medidas suaves” como la desincentivación del uso del coche, promoción del transporte público, espacios para ciclistas y peatones, etc., son incapaces de parar el incremento del dominio del coche y sus problemas derivados (calidad del aire, seguridad vial, congestión, usurpación de espacio público, etc.). Es por ello que la OCDE decía (repito, hace 16 años, en pleno crecimiento económico desmesurado) que era deseable una reducción del número de propietarios de automóviles, cosa que desde luego no sólo no escuchó ninguno de los entonces países miembros de la OCDE (entre los que se encontraba España), sino que el aumento de propietarios de vehículos motorizados no ha dejado de crecer desde entonces y el espacio para el tráfico de los coches le ha seguido a la zaga con más y más infraestructura específicamente dedicada, lo que ha supuesto un coste social y medioambiental enorme.


De este informe no hubo titulares, no salió en los debates públicos o privados. Hubo un hermetismo absoluto. Y sólo gracias a que la European Cyclists’ Federation lo publicó en uno de sus prestigiosos “Bycicle research report”, llegó a nuestras manos y hoy es posible aún leerlo, para vergüenza de los gobernantes de aquel momento que hicieron caso omiso a esas recomendaciones que tanta razón tenían.

La contundencia de aquel informe se puede resumir en una de sus frases: “La experiencia muestra que hay un enlace directo entre pertenencia de coche y su uso, por ello hay que acabar con la dependencia económica y la imagen de desarrollo social que el coche conlleva."

Sí, yo también quedé en su día muy sorprendido de que la OCDE admitiera esto. A veces pasa que se escapan verdades como éstas en organismos de este tipo. Aunque son debidamente acalladas cuando llega a oídos de los que mueven los hilos del sistema. Y eso es lo que acabó pasando.

Pero aún estamos a tiempo de hacer lo que la OCDE y el sentido común nos demandan.

CONCLUSIÓN

Ahora, por fortuna, incluso salen artículos como éste, en el que, (¡albricias!) se empieza a poner en entredicho la idoneidad del coche en propiedad.


Cuando vendí mi coche en 1991 y pensé que había alternativas (como el alquiler), no existían el car-sharing, ni el car-pooling, ni las bicicletas públicas, ni muchas otras de las alternativas actuales. Los alquileres de coches para viajes fuera de mi ciudad eran farragosos y caros en comparación a lo que existe ahora, con precios y ofertas muy populares.


Sin entrar en las situaciones particulares de cada mortal, con las actuales condiciones para moverse en ciudad en medios alternativos al vehículo privado a motor, y la sencillez para compartir coche o alquilarlo en trayectos más largos, no sería tan atrevido tomar una decisión como la que yo tomé hace 27 años. ¿A qué estás esperando?

miércoles, 29 de junio de 2016

Hacer del lunes otro sábado




Bajo dormido las escaleras, casi sonámbulo. Los lunes, ya lo dijo alguien, son odiosos. Uno lleva dos días organizándose la vida en torno al ocio, los amigos, la familia… y de pronto hay que volver a la rutina del sonido del despertador y todo lo que viene después.

Saco la bicicleta del trastero. Pongo la bolsa en el transportín. Me pongo las tobilleras reflectantes para que no se me manchen los bajos de los pantalones al contacto con la cadena de la bici. Pie izquierdo en el pedal. Impulso con el pie derecho desde el suelo. A continuación pie derecho en el pedal. Subo y bajo las piernas siguiendo el recorrido que me marcan las bielas.

La primera sensación al ponerme en marcha es de frío, sólo un poco, pero algo de frío al darte el aire en la cara y las manos. Pero eso me sacude, me espabila, me despierta.

El pedaleo activa las endorfinas en mi cuerpo, ésas que, cuando pedaleas, alguien llamó endorficletas. Comienzo a entrar en ese estado de euforia que me invade todos los días cuando circulo en bici al trabajo entre el tráfico.

La bicicleta es un género literario dentro de la movilidad urbana, es como la poesía de los medios de transporte. Todo el mundo dice que lee poesía, pero pocos en realidad lo hacen o están dispuestos a hacerlo. Asimismo, la bicicleta se semeja a la poesía, porque es la belleza en movimiento, un movimiento grácil que te hace volar alejado del suelo.

Cada vehículo tiene su particularidad. El coche es el icono de la velocidad, de la posesión. La moto el de la independencia. El tren es compartir, conversar, mirarse a la cara, leer, dormitar…

¿Y la bicicleta? La bicicleta es el vehículo de las emociones. Montas en bicicleta para desplazarte, o para hacer ejercicio, pero en cualquiera de esos casos la bicicleta genera una serie de emociones que no se sienten en otros medios de transporte.

Ir en bici ofrece el innegable entretenimiento del devenir de los paisajes a un ritmo contemplativo. La emoción de dejarse llevar en la bajada, con su correspondiente adrenalina, seguido de la relajación cuando viene el llano. La satisfacción tras llegar, por tus propios medios, al alto en una subida. La de escuchar los sonidos que te rodean, de sentir el aire en el rostro, el frío, el calor, las tranquilas gotas de lluvia de un día primaveral, los olores de los lugares por los que pasas…

Montar en bicicleta es un regalo que te haces cada día, una recompensa en forma de emociones muy sentidas. Montar en bicicleta es una medicina contra la vida moderna.

Las bicicletas no sólo cambian la fisonomía de las calles, haciéndolas más alegres, silenciosas y humanas. Las bicicletas también tienen el poder de cambiar a las personas. Convierten al tozudo en condescendiente, al perverso en comprensivo. Al triste le devuelve la alegría, al amargado la ilusión, al estresado le regala la calma. Hace paciente al inquieto, llevándole a disfrutar del momento presente.

La bicicleta pinta de color los paisajes urbanos, convierte los arbustos en árboles y las moles de granito en formas artísticas. Da percepción al olfato, acercando los olores a una respiración forzada por el ejercicio. Sintoniza las manos, el cuerpo y las piernas con la tierra.

Por todo ello no es de extrañar que el trayecto en bici al trabajo no parezca tal, sino un entretenimiento diario que me hace ver las cosas de forma muy distinta.  

Ese automovilista parece tener prisa. Puede que no sea así, pero quien sabe, quizás sí la tiene. Quizás ha tenido algún problema hoy con el coche, o ha encontrado más tráfico del habitual y va retrasado. Yo no tengo prisa, pues siempre tardo lo mismo ya que los atascos no me afectan, así que le cedo el paso, señalándole con la mano por dónde debe ir, un tanto alejado de mí, al adelantarme. Me supera despacio, sorprendido de que alguien en esta jungla ceda su espacio a cambio de nada. Me sonríe mientras me mira directamente a la cara, intentando escudriñar en mi rostro de donde sale esa amabilidad. Quisiera poder explicarle que viene del ejercicio sosegado, del movimiento de las piernas, de estar y sentirse vivo, pero no puedo explicarle todas esas cosas. Ir en coche es sinónimo de prisas y de incomunicación con la gente que te encuentras en el trayecto.

Siempre encuentro sitio para aparcar en la puerta del trabajo. Es lo que tiene la bicicleta, que es tan pequeña, tan diáfana, tan delgada y tan adaptable al entorno.

Me miro en el cristal de la puerta de entrada al edificio, todo el mundo lo hace para ver la cara con la que entra al trabajo: Estoy sonriendo. No hay un motivo aparente, pero estoy sonriendo. Miro a mi alrededor, a la gente que entra al tiempo que yo, con la tarjeta identificativa en la mano, dispuestos a fichar en los tornos de entrada. Pero nadie sonríe. Me obligo a ponerme un poco más serio, porque me van a mirar raro. Sin embargo, la alegría la llevo dentro, está residente en mi mente, en mi cuerpo, en mi actitud.

Subiendo las escaleras me encuentro un compañero y le pregunto que tal está. “De lunes”, me contesta con cara de resignación, anteponiendo que el día será malo, que un lunes es un castigo. “Deberías venir en bici al trabajo”, le suelto mientras abandono las escaleras y me quedo en mi planta, con la sonrisa puesta y dispuesto a afrontar un maravilloso día de sábado, perdón, de lunes.

lunes, 18 de enero de 2016

Bebida isotónica casera para ir en bicicleta


Con el ejercicio el cuerpo pierde agua, tanto por el sudor como por la respiración forzada. El aire que espiramos lleva pequeñas cantidades de agua en forma de vapor que también perdemos. Por lo tanto toca hidratarse.

Con el ejercicio también gastamos sales minerales. Es por ello que, al cabo de un tiempo, especialmente en una distancia larga, comenzaremos a tener ciertas deficiencias que se pueden ir solventando con lo que bebemos.

La tendencia general es a consumir refrescos comerciales, de los que hay informes varios sobre sus ventajas e inconvenientes. Uno de esos inconvenientes es la presencia de ácido fosfórico, que daña los dientes y los huesos.

Si observamos estas bebidas casi unánimemente comparten los mismos componentes que son: agua, cítrico, cloruro sódico (sal monda y lironda), un par de minerales o tres más en el mejor de los casos y edulcorante.

No sé a vosotros, pero a mí esas bebidas no me sacian la sed. Es más, al cabo de un rato corto tengo aún más sed. ¿Pensadas para que consumas más, sin realmente hidratarte? A saber...

Es por ello que yo me hago mi propia bebida, más barata, más saludable, más nutritiva y muy fácil de elaborar.

Mi bebida isotónica casera  

(cantidades para un bidón de bicicleta)

- agua corriente, o agua de mar

- zumo de medio limón exprimido

- una punta de cuchara de bicarbonato sódico

- una punta de cuchara de sal marina sin refinar.

- melaza (al gusto, pero sin pasarse)


Como podemos ver, la base es la misma de los refrescos comerciales, pero con diferencias en el precio, la calidad y la eficacia.

Agua

El agua es agua. Desde ya os digo que el agua usada en los refrescos comerciales no es mineral. Tu puedes echar agua corriente, agua mineral o agua de mar. Esta última tendría que ser rebajada en proporción 1 a 4 (1 a 3 a lo sumo). Siendo 1 la cantidad de agua de mar y 4 la de agua normal. Estas concentraciones son similares a las que tiene nuestro cuerpo, por eso las lágrimas o el sudor saben saladas. Las células de nuestro cuerpo están rodeadas de un líquido. Este líquido de nuestro cuerpo es IDENTICO al agua de mar rebajada hasta la isotonicidad

Limón

Yo no llamaría limón a lo que echan en los refrescos. Son productos químicos con muchos menos valores que el propio limón. El verdadero limón recién exprimido tiene vitamina C, algunas del complejo B y varios minerales. Además es antioxidante y alcaliniza la sangre, lo que ayuda a la musculatura. La vitamina C es imprescindible para el deportista. Ayuda al mantenimiento de los huesos, de los ligamentos y de los tendones, ayudando a evitar fracturas y a reponer las minúsculas microroturas que nos ocasionamos con el simple ejercicio. También favorece la producción del colágeno.

Bicarbonato sódico

Algunos refrescos lo llevan (porque es insultantemente barato), pero muchos otros ni siquiera eso. El bicarbonato sódico tiene muchas propiedades. Una de las más relevantes para los ciclistas, especialmente los de larga distancia, es su potente capacidad contra la indigestión (más cuando se acompaña con el limón). En las situaciones extremas a las que nos sometemos algunos (pedalear recién comidos e incluso comiendo), el bicarbonato nos ayudará en la digestión. Además el bicarbonato sódico evita la acidez muscular que se produce con el ejercicio, devolviéndole a un entorno alcalino, mejor para el trabajo muscular. También es bactericida, por lo que resulta útil a la hora de eliminar placas que se puedan generar en los dientes por consumo de productos perniciosos. 


Si quieres que tu bebida tenga burbujitas, echale algo más que mi recomendación de una puntita.

Sal

La sal marina sin refinar u otras, como la sal del Himalaya, tienen todos los minerales necesarios y en unas proporciones bastante adecuadas, mientras que la sal refinada sólo tiene cloruro sódico (como en los refrescos). Al sudar se eliminan gran cantidad de minerales, por lo tanto, sobre todo en distancias largas, es imprescindible ir reponiéndolos, pero todos, no sólo el cloruro sódico. De ahí la importancia de elegir bien la sal que usamos. Las deficiencias más comunes al sudar son además del sodio, el potasio, el cloro y el magnesio. Todos ellos están en una sal como la que te digo. No es de extrañar que estos cuatro minerales se encuentren en casi todos los polvos y pastillas efervescentes para crear bebidas isotónicas que venden en el mercado.

Si se ha usado agua de mar, entonces no es necesario echar sal, la propia agua la lleva y es de alta calidad.

Melaza

Si no tienes melaza puedes echar otro edulcorante. La ventaja de la melaza es que es más barata y tiene una importante cantidad de los minerales más recurrentes que se pierden con el sudor, al mismo tiempo que te sirve como edulcorante, pero sin empalagar, como hace el azúcar.

Algunos de los nutrientes de la melaza:
Hierro (aporta oxígeno a las células sanguíneas, ideal para el ejercicio), Manganeso, Cobre, Potasio, Calcio, Magnesio, Selenio, Vitamina B6, Hidratos de carbono...

Si bien la melaza endulza, hay a quien no le gusta por tener un cierto toque amargo. En ese caso se puede añadir además stevia no adulterada u otro edulcorante no dañino.

Mi consejo es que no añadáis azúcar como edulcorante (como hacen en los refrescos comerciales), pues no tiene nutrientes y encima "roba" minerales. 
 
Hidratos de carbono
 
Si la ruta que vas a hacer es realmente larga y no llevas algún otro bidón para aportar hidratos de carbono, es conveniente que añadas también algo de hidrato de carbono en esta bebida. Lo que mejor asimila el cuerpo y vamos a metabolizar de manera más adecuada es una mezcla de maltodextrina y fructosa. Ambas se pueden conseguir en polvo para añadir a la bebida.  

Para terminar

Asimismo, si la ruta que voy a hacer es realmente larga y tengo que preparar varios bidones, entonces lo que hago es llevarme la materia prima en la cantidad necesaria (en los prácticos antiguos carretes de fotografía vacíos que aún conservo para estas cosas) y luego le añado el agua por separado durante el camino.


Las proporciones comentadas es mejor adecuarlas a las necesidades propias y a los gustos.

No todo el mundo necesitamos los mismos aportes ni aguantamos igual el esfuerzo. Nuestro organismo también cambia según cambia la capacidad muscular, la edad o los cambios atmosféricos (p.e. a más calor perdemos más sales), así que habremos de adecuar las proporciones a estos factores.

Disfruta tu bebida y, ya sabes, en bicicleta bebe antes de tener sed.

martes, 22 de septiembre de 2015

La bicicleta, el pasado hecho futuro


Me han publicado un artículo en la revista El Ecologista que, en pocas palabras, hace un balance sobre la situación actual de la bicicleta en España.

A continuación algunas palabras escogidas del final del artículo, que me parecen especialmente inspiradas:

Moverse en bicicleta por la ciudad es, en sí mismo, un acto de transformación ciudadana.

La bicicleta es económica, simple y accesible. Es un icono de la democracia en la movilidad de las ciudades. Es un arte solidario y estéticamente pacificador.


La bicicleta es el vehículo silencioso de las buenas emociones, la alegría, la independencia y la salud.



jueves, 16 de abril de 2015

Los beneficios por usar la bici mayores que los perjuicios de la contaminación respirada



Allá por los años noventa, pregunté a un médico acerca de los problemas que podría tener al moverme en bicicleta por la ciudad entre la contaminación. Me respondió que, en efecto, no era bueno, que lo evitara, además de que ir en bici era muy peligroso y toda esa literatura sobre el miedo que existe y ha existido.

Como mis ganas de moverme en bicicleta eran grandes, pedí una segunda opinión sobre el tema de la contaminación, en esta ocasión a mi naturópata. Este me respondió que los beneficios de hacer ejercicio eran mayores que los perjuicios de la contaminación. Como era justo lo que quería oír, me quedé con esto y seguí circulando en bicicleta, si bien nunca le pregunté en que se basaba para decir eso.

Resulta que el hombre tenía razón. Son varios los estudios que se han publicado al respecto. Ya hablé en su día de uno de ellos en este blog que ya lo adelantaba, si bien no era el tema principal del estudio.

Recién salido del horno tenemos este otro que sí es específico sobre este tema:

En el estudio enfatizan que la contaminación del aire no debe considerarse como una barrera para hacer ejercicio, y desplazarse en bicicleta es hacer ejercicio. Ello es debido a las múltiples ventajas para la salud de hacer ejercicio, que contrarrestarían de ese modo los perjuicios que supone estar expuesto durante dicho ejercicio a los contaminantes que se encuentran en la ciudad.

Entre las ventajas del ejercicio en bicicleta se encuentran los beneficios cardiovasculares, disminución del estrés, mejora del tono muscular, mayor respuesta del sistema inmunitario, desarrollo neurosensorial, etc.

Lo que no queda tan claro es lo que ocurre en episodios de alta contaminación, dado que este estudio se realizó en Dinamarca y ya advierten que podría no ser extrapolable en su totalidad a zonas mucho más contaminadas. 

Por lo tanto, más vale seguir huyendo de las zonas más contaminadas, mientras éstas sigan existiendo, pero no dejar de usar la bicicleta por ello. A la vez seguir reclamando que se pongan en práctica las medidas para que esa contaminación disminuya. Los ciclistas no somos los que generamos esa contaminación y sin embargo la sufrimos, lo que es a todas luces injusto.

Si a las conclusiones de ese estudio le unimos que usar la bicicleta supondría un importante ahorro en costes sanitarios hay muchas razones para impulsar el uso de este eficiente, sano y eficaz medio de transporte entre la población en general, al mismo tiempo que disuadir de los medios de transporte que nos envenenan y nos enferman a todos.

Enlaces de interés: 
La contaminación urbana daña el corazón
Evaluación en cinco ciudades españolas del impacto de la contaminación





viernes, 3 de octubre de 2014

Endorficleta



No se ha estudiado suficientemente como ocurre, pero al pedalear te surgen ideas insólitas, soluciones a los problemas más intermitentes y las propuestas más descabelladas. Eso lo sabemos bien las personas que solemos montar en bicicleta.

Al parecer, las principales culpables de que eso ocurra son las endorfinas, un tipo de neurotransmisores que se generan, entre otras situaciones, con el ejercicio físico. Actúa como un opiáceo, creando felicidad, pero de forma totalmente endógena, generada por el cuerpo humano.

Las endorfinas, además de ser gratis, te cambian. Te cambian el carácter, te cambian el humor y te añaden creatividad. Además tomas más la iniciativa, haciendo cosas que generalmente no sueles hacer. Es ponerse a pedalear e inmediatamente engrosas la lista de personas con ideas innovadoras, relativizadores de problemas y literatos con musa. Dejas de pertenecer al reino de la vulgaridad y pasas a ser un poeta, un filósofo o incluso un arrogante creador de ideas originales que provienen de un universo juvenil cargado de romanticismo.

Es por eso que he creado un nombre para estas endorfinas: Endorficletas. Una endorficleta sería, por lo tanto, una endorfina creada al pedalear de forma continuada sobre una bicicleta.

Nadie me va a convencer de que las endorfinas generadas en otras situaciones, como las que se generan con la excitación sexual, el dolor o el consumo de chocolate, son similares a las endorfinas creadas por el pedaleo, porque tengo claro que no son en absoluto iguales. Las que se generan montando en bicicleta se alargan en el tiempo y abren los canales más escondidos que tenemos en la glándula pitutaria y el hipotálamo.

Desde luego las endorfinas no son las únicas culpables para endorficletar a una persona. Hay más factores para llegar a ese estado, como puede ser la hiperventilación que se genera al pedalear durante un largo periodo de tiempo. Una mayor cantidad de oxígeno lleva a una mayor calidad neuronal, como no ocurre cuando uno está sentado en una mesa esperando la inspiración, con una taza de té en una mano y un lápiz en la otra, mirando al infinito sin saber por dónde comenzar a escribir.

El problema de ir en bicicleta es que no es fácil tomar nota de esas ideas, esos textos, esas locuras imaginativas o esos poemas. Uno, en su enorme éxtasis endorficleto, cree que lo recordará luego. Pero lo cierto es que no es así. Cuando te bajas de la bicicleta y dejas pasar un rato (el mismo en el que las endorfinas dejan de hacer efecto y la ventilación cesa disminuyendo la calidad neuronal) esas ideas imaginativas se pierden entre los surcos de la memoria, dejando de existir de inmediato.

El fenómeno de las ideas sobrevenidas por las endorfinas tiene, por otro lado, efecto aditivo. Cuando se te ocurre una cosa, luego se te ocurren muchas más, sumándose a las anteriores. Pero, igualmente, no es posible recordar tantas cosas, y con tanto detalle, cuando te has bajado de la bicicleta.

Harto de que me ocurra esto, cansado de desperdiciar el cúmulo de genialidades que se me pasan por la cabeza mientras pedaleo, me he decidido a salir hoy con lápiz y papel a mano y cada vez que las musas me visiten no esperar más, frenar, dejar la bicicleta apoyada a un lado del camino y reflejarlo por escrito, para luego continuar la marcha e ir sumando nuevas ideas.
 
No sé si funcionará este método. Dudo también si tendrán utilidad alguna las ideas que se me pasen por la cabeza. Puede que sea un artículo para mi blog. Quizás una presentación innovadora para el próximo congreso al que me inviten. Podría ser el inicio de una novela. O tan sólo una idea de cómo redecorar el salón. También podría ser un poema. En estos días que ando perdidamente enamorado, tengo deseos de expresar cosas de una manera poética.

Lo que sea que se me ocurra no se quedará en la cuneta del camino, oculto detrás de los matojos y las flores. Me lo llevaré anotado en mi libreta.

En mi primera experiencia utilizando este método de la libreta y el lápiz, comienzo mi ruta en la misma puerta del Metro, cerca de donde se encuentra esta vía verde que voy a recorrer. 

Terreno favorable y ligeramente urbano al principio, para luego comenzar a deambular paralelo a una carretera de poco tránsito. Un coche va a mi altura por dicha carretera en un travelling que parece salido de una película de Win Wenders. La pasajera del vehículo mira de una forma melancólica hacia donde yo estoy. Le saludo y entonces sonríe ligeramente. Qué fácil es sacar una sonrisa a una persona: sólo un ligero gesto de la mano dejando de sujetar el manillar, levantándola un poco y moviéndola como una ola, interpretando que eso significa un saludo hacia quien estás mirando. El enorme poder de los signos estandarizados  y aprendidos por todos.

Al poco de comenzar la cuesta arriba bordeada por unos fabulosos árboles en flor, se me llena el pecho de un profundo cariño que viene del enamoramiento. Se empiezan a juntar solas unas palabras y no lo dudo un momento, paro y escribo lo que atropelladamente me viene a la mente.

Ábrase pronto la luna
para encerrar en ella más estrellas,
que nada tienen ellas que ver de mi desnudez,
de mi desnudez de ti tan lejos,
tan aire y tan pájaro

Continúo mi ruta. Bordeo una cementera, cuyas líneas duras contrastan con la belleza del anterior paisaje. 

Una vía verde es una vía de tren abandonada reconvertida a vía ciclista y peatonal. ¿De verdad iba por aquí antes el tren haciendo estos quiebros?

Ahora viene una larga bajada. Las bajadas también te suben el estado de ánimo, esta vez la culpable es la adrenalina, otra droga que generamos nosotros mismos. Vaya industria farmacéutica que tiene montado el cuerpo.

Cuando vas lanzado en bicicleta cuesta abajo no es nada apetecible pararse. Lo natural es dejarse llevar por la continuidad de la velocidad adquirida. Pero tengo que parar porque la inspiración me ha vuelto.

Bandadas surquen este espacio
y aterricen en mi ventana
trayéndome tu imagen
reflejada en las fuentes y en los charcos 

Una vez pasada esta localidad con apellido de río, viene una zona con taludes de la antigua vía de tren. Es básicamente llana, pero de vez en cuando hay subidas y bajadas repentinas, de las que tensan los músculos por un momento, de las que cuando se llega arriba, todos los ciclistas sonríen, cada uno a su manera, pero sonríen. Otro momento de iluminación.

Y es que te llevo puesta
aunque te vayas al otro lado del mundo
Eres el traje que me viste y me acompaña
y la sonrojada soledad
que se esconde en los bolsillos más pequeños
al sentir tu presencia figurada
pintándolo todo

Otra localidad que se bordea y da paso al valle del río que llevo viendo desde lejos hace rato. Unas altas paredes de piedra y tierra a la derecha. La vega del río a la izquierda. Sensación de plenitud por todos lados que hace sonar la lira de las musas de nuevo, obligándome a parar y sentarme a escribir en los bancos de una pequeña ermita.

Si al menos pudiera detener este latir presuroso
que daña como golpes de roca,
si latiera por una vida ordinaria

Me cruzo con otros ciclistas que llevan también la sonrisa puesta. Esto de la bicicleta es adictivo, lo sé. Pero, por favor, que me dejen tener esta adicción con la que no hago mal a nadie, con la que mejoro mi condición física, no enveneno el aire, respeto el entorno por el que transito y encima lo paso sensacional.

Cruzo la localidad que en su día fue famosa por sus aguas. De ahí parte una variante de la vía verde, pero yo sigo por el recorrido clásico, siguiendo el valle, pegado a casas de campo y jardines con aspecto cuidado.

Pero cada día amo más
esta pequeña muerte de lo vulgar
Así pues
dejadme
quiero hundirme en el fango del invierno más dulce

Probablemente este tramo es el más bonito de la vía verde. Comienzan a abundar los árboles junto a los llanos cerealistas, algún puente del antiguo trazado ferroviario nos sumerge en otra época en la que el tren recorría estos campos y la gente no tenía prisa por ir de un lado a otro, dejándose llevar por el ferrocarril, sin mirar el reloj.

Quizás por eso
en tu ausencia
me imagino esos ojos tuyos
y aventuro historias que han de existir
perdiéndome
llevándome a la isla más lejana
y allí
en nuestra playa
siento como me cubres con la arena de tus manos
y el agua de tu cuerpo

Llego al final de la vía verde, con una zona recreativa y un bar en el que me quedo un rato tomando un tentempié, mirando hacia el exterior donde la luz del día empieza a colorear el cielo de ocre, allá por donde se acaba de perder el sol tras las colinas, anunciando el atardecer. La sensación de haber hecho entera la ruta es muy placentera. Ahora recuerdo el momento en el que la inicié y me parecen días, cuando en realidad fue sólo hace unas pocas horas al partir rumbo al lugar en que me encuentro.

Escribo las últimas palabras del poema, emocionado por el bonito recorrido, las luces del ocaso y por lo que he sido capaz de escribir hasta ahora.

Quiero ser por siempre arena
y tú esas olas que vienen todos los días a abrazarme
y cuando te vayas
dormirme hasta la próxima marea
que venga
y me moje
y me regale conchas y piedras de colores

Ahora sé que me toca volver, los mismos 50 kilómetros de antes, pero regresar siempre parece lo más fácil, pasas a restar en vez de sumar y así uno vive con la sensación de que los kilómetros pasan de manera más sencilla. 
Ya no voy a parar. El poema está escrito, arrancada la hoja de la libreta y guardada en el bolsillo de mi pantalón, pegado a mi piel para sentirlo cerca. Además tampoco voy tan sobrado de tiempo, he de llegar a esa localidad alejada de Madrid antes de que cierren el Metro, para poder volver a mi casa.

Tengo algo de aire en contra y me está haciendo avanzar más despacio de lo esperado. Por suerte llevo las luces en la bicicleta preparadas para la noche que se me viene encima. Siento el frescor del campo que ignora el sol que ha estado recibiendo durante todo el día.

Llego al Metro justo antes de que salga el último convoy. Dejo la bicicleta apoyada en el espacio destinado para ella y me siento, satisfecho, en un vagón prácticamente vacío. 

Lo vengo pensando desde hace un rato. En cuanto me siente, y tras beber un poco de agua y acomodarme en mi asiento, me voy a dar el gusto de leerme, ahora sí, el poema que había escrito, todo seguido, tranquilamente, sin prisas, disfrutando las palabras como si no fueran mías, como si lo leyera por primera vez. 

Echo mano al bolsillo izquierdo para cogerlo. Ahí no está. Debe ser que lo he metido en el derecho. Ahí tampoco está. Miro nervioso en la libreta que llevo en las alforjas. Pero no está ahí, lo arranqué para guardarlo en el bolsillo. Estoy seguro.

Lo he perdido. Durante el pedaleo, con el movimiento del pantalón arriba y abajo, se me debe haber caído, a saber dónde. Miro hacia el infinito, con tristeza, cómo las luces parpadean en la lejanía y se pierden a medida que el ferrocarril se aleja de la ciudad, dirección a Madrid.

Parece que, definitivamente, la poesía que viene de las endorfinas es sólo para consumo propio y etéreo. Que pretender enlatar la belleza que surja del pedaleo no es posible, que el pedaleo te lo da y te lo quita todo, pero que no se puede domar. 

Mañana cojo otra vez la bicicleta.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Situarse en primera línea en el semáforo rojo yendo en bicicleta



Quisiera aclarar a todos los conductores de vehículos a motor con los que me cruzo cada día que cuando me pongo delante de ellos en el semáforo en rojo no lo hago por competitividad, ni por salir antes que nadie cuando llega la fase verde semafórica, como si de un sprint aventajado se tratara, ni tampoco porque me crea más listo que nadie.

Ni siquiera lo hago por pavonearme para que me vean todos con mi bicicleta. Tan bonita ella. Tan orgulloso y alegre yo.

Tampoco lo hago por saltarme norma alguna, ni por llamar la atención, ni por una frustración que hubiera tenido de pequeño por no haber estado el primero en la línea a la salida de clase.
 

Lo cierto es que me pongo en primera línea en el semáforo en rojo por las siguientes razones:

1) Porque lo considero más seguro, tanto para mí como ciclista como para ustedes como automovilistas, que me verán mejor, dado que tanto mi bicicleta como yo somos delgados y poco llamativos. Metido entre los coches muchas veces observo que el resto de vehículos no esperan encontrarse una bicicleta y en el fragor de la salida del semáforo, donde tantos accidentes se ocasionan por culpa del culto a las prisas, la gente se me cruza, me corta la trayectoria o directamente me echan fuera porque ellos son más grandes. Esto no ocurre cuando estoy delante, porque ocupo mi espacio en el carril que me corresponde y avanzo con seguridad hasta mi destino.

2) Porque al quedarme detrás de ustedes, señores automovilistas, tendría que inhalar los humos y gases de sus tubos de escape. Humos y gases que, además de oler muy mal, son perjudiciales para mi salud. Si yo mismo estuviera provocando otros humos y gases similares no tendría derecho a quejarme, me lo tendría merecido. Pero no es el caso. Yo no provoco malos humos y por eso considero injusto tragarme el de los demás. Y si estoy detrás de ustedes me los trago, especialmente en la arrancada en los semáforos, cuando tras el primer acelerón sale ese humo negro y maloliente que me hace toser y ennegrece mis pulmones, mi ropa y mi piel.

3) Y, por último, pienso que la bicicleta debe tener algunas prioridades y ventajas, en base a los beneficios que su uso aporta para la ciudad, siempre que eso no implique un empeoramiento en la seguridad y calidad de vida de nadie. Considero sinceramente que esta ventaja de salir delante en el semáforo beneficia a toda la ciudadanía.

Presuntamente, en la próxima reforma del Reglamento General de Circulación, aparecerá la posición adelantada en el semáforo para los ciclistas (si no lo tumba el lobby de los vehículos motorizados y sus acólitos) convirtiéndose en legal algo que simplemente era habitual por lógico. De hecho existen ya "avanzabicis" (espacios para bicicletas en primera línea semafórica) en muchas ciudades españolas, pero no está muchas veces claro como llegar a estos avanzabicis, y de hecho hay carriles estrechos que impiden adelantar con seguridad a otros vehículos parados para ponerse en esa primera línea.


Una vez salga en los medios de comunicación esta medida contemplada en el Reglamento General de Circulación, habrá que explicarla, dado que es previsible que la mayoría de quienes no usan la bici habitualmente no la entiendan. Ojala que la DGT lo sepa explicar bien, pero tengo mis dudas de que lo haga en unos términos parecidos a los que uso en este artículo.

Por parte de los usuarios, estaremos plenamente dispuestos a explicar, cuantas veces sea necesario, las razones que llevan a implantar esta medida altamente beneficiosa para la seguridad vial de todos, para la salud de los ciclistas y para la promoción de la bicicleta como medio de transporte habitual.