miércoles, 27 de marzo de 2013

El ciclista anónimo

A mediados del siglo XX, mientras los grandes ídolos del Tour, el Giro y la Vuelta hacían de las suyas, algunos ciclistas anónimos llevaban a cabo auténticas aventuras cotidianas que pasaron totalmente desapercibidas… a no ser que, por casualidad, salgan a la luz.

Mi padre hace unos pocos años
montando en mi bici plegable
Hace unos días me disponía a salir a dar una vuelta con la bicicleta de carretera por los alrededores del pueblo en el que viven mis padres, Santa Cruz de la Sierra (Cáceres), cuando mi padre me ha preguntado sobre cual iba a ser esa ruta. Al detallársela me ha advertido que llegando al pueblo de Abertura según se viene desde Campolugar hay una subida de entidad. Le he dicho que la conozco, que la he subido varias veces y el me ha contestando con una media sonrisa que se la subió en bicicleta mucho antes que yo. Al interrogarle me cuenta la siguiente historia. 

A la edad de 19 años (en 1947), en una época en la que se encontraba trabajando en labores del campo en una finca llamada Magasquilla (por la comarca de Trujillo), su padre (mi abuelo) le pidió que fuera a una finca cerca de Campolugar, distante unos 35 kilómetros, a avisar a un primo suyo más joven por si podía acercarse a Magasquilla a segar unos días, pues necesitaban mano de obra. En aquel entonces casi nadie disponía de teléfonos y estas familias menos aún, pues eran modestas en lo económico y vivían en ambientes donde ni por asomo llegaban las líneas telefónicas. Por lo tanto, la manera más rápida de comunicarse era ir allí y contárselo.

Tenía que ir y venir en el día y en aquella época esas distancias se consideraban largas, porque los medios de transporte eran lentos, los caminos malos y carreteras apenas había, eran irregulares y llenas de baches. Los únicos medios de locomoción de que disponían eran un burro y una bicicleta, pero el burro lo necesitaban para las faenas del día, así que mi padre cogería la bicicleta que había comprado dos años antes por cuatro pesetas a Pepe, el barbero (más adelante sería su cuñado) y haría la ruta en ese medio de transporte.

Si bien la bicicleta la había comprado con dinero, en aquel entonces era habitual el trueque y se cambiaba una bicicleta por unas gallinas o unas liebres, o un talego de legumbres o de trigo. Tiempo después, cuando volvió de la mili, la bicicleta había volado, seguramente cambiada por algo más necesario.

La bicicleta de mi padre tenía un cuadro BH de hierro. Estaba hecha por partes, una rueda de una bici antigua, otra de otra, el cuadro de otra diferente y así sucesivamente. Se puede decir que era única, aunque no existen fotos pues en aquella época las fotos sólo las hacía el “retratero” que venía a algunas fiestas del pueblo y la gente sólo se hacía fotos vestidos de forma “elegante”, como recuerdo.

La bicicleta era robusta y vetusta, pesaba como un demonio, disponía de transportín y guardabarros, que mi padre quitaba y ponía con frecuencia, según si le hacía falta o no, porque añadían mucho peso al conjunto. Los frenos, de una calidad mediana, sólo servían para el llano o cuestas con poco desnivel. En las cuestas abajo con mayor desnivel había que tirar del freno de zapato, poniendo la punta sobre la llanta, de tal modo que al cabo del tiempo el zapato tenía unas características muescas de haber sido usado como freno bicicletero.

La bicicleta tampoco tenía cambios, desde luego, era una bicicleta de piñón fijo. En las cuestas abajo los pedales giraban solos (más rápido mientras mayor velocidad se adquiría) y había que abrir las piernas para dejar a los pedales dar vueltas. También existía la opción de abrir un trinquete que dejaba quietos los pedales, pero era un poco tedioso hacerlo a cada cuesta abajo.

Mi padre se había acostumbrado a desmontarla y montarla, para poder repararla, porque en aquel entonces la gente en los ámbitos rurales no podía depender de reparaciones ajenas, mientras estas no fueran muy complicadas. Sabía centrar radios, aprendiendo con el método de prueba-error, porque allí nadie había para enseñarle. Cuando se la vendieron tenía el color de la herrumbre, haciéndola parecer aún más desvencijada. La pintó de rojo él mismo, porque le gustaba ese color. De rojo lucía mucho e iba muy orgulloso con ella a todos los lugares donde hiciera falta desplazarse, porque para ocio o deporte nadie contemplaba su uso en ese ámbito, tal era la necesidad de trabajar a todas horas para subsistir.

Los repuestos se compraban en una tienda de alquiler de bicicletas de Trujillo, llamada Cisneros, que hoy ya no existe, en la que se alquilaba una bici durante una hora por 1,50 pesetas, un precio no apto para todos los bolsillos en aquel entonces.

Uno de los caminos originales
de aquella ruta
En dos ocasiones se partió el cuadro y había que ir al pueblo de Ibahernando, a casa del herrero, para que la soldara. Una bici se arreglaba todas las veces que hiciera falta, pero jamás se tiraba o desestimaba.

La bici no tenía faros, por lo tanto había que volver de día de la ruta a la finca de sus tíos. En aquel entonces la fauna autóctona tenía entre sus miembros a los lobos y aunque mi padre asegura que no les tenía miedo, era mejor no encontrárselos por aquellos caminos del señor. A lo que si tenía miedo era a los baches, los socavones y las enormes piedras que había en los caminos. Ya había tenido la mala experiencia de encontrarse pedaleando de vuelta hacia casa en una ocasión y hacérsele de noche (una noche sin luna) y al pasar por el prado, como cada vez, salirle unos perros detrás de él (que echaban a correr detrás de todo lo que iba más rápido del paso humano), aumentar la velocidad y no ver un haz de paja que antes no estaba allí, paja del mismo tono que el camino seco y amarillento, chocar con el haz de paja y salir volando por encima hasta caer sobre unos jornaleros que estaban dormidos en el prado, sobre la paja extendida, que se llevaron un susto de muerte y echaron, en defensa propia, mano de una horca, que era la herramienta defensiva más cercana que tenían en ese momento. Tras explicaciones del suceso, le dejaron ir. La bicicleta había quedado estampada dentro del haz de paja y la rueda de atrás, daba vueltas en vacío sin parar, con un sonido un tanto lastimoso y chirriante.

El día de la ruta, un día de principios del verano, con bastantes horas de luz, mi padre estaba presto a emprender la aventura. Primero tuvo que hacer sus faenas propias del campo: alimentar a los animales, recoger los huevos que habían puesto las gallinas, ordeñar la única cabra que tenía, cambiar las cancillas y la compuerta donde estaban guardadas las ovejas, etc. Antes de salir comió algo, pues no iba a llevar comida. La idea era que sus familiares le dieran algo de comer al llegar a la finca.

Salió por lo tanto con lo puesto: unas sandalias, unos pantalones de pana y una camisa con las mangas subidas. En aquel entonces los pantalones y las camisas no entendían de estaciones, sólo las familias pudientes podían permitirse vestuarios diferentes para el cambio de estación, el resto se subían las mangas de la camisa y punto. También llevaba una bilba (boina) para evitar el sol del mes de mayo. En cualquier caso, muy “arriscao” (acicalado, preparado) para la ocasión.

Le había quitado el guardabarros a la bici, para evitar el ya excesivo peso de la bicicleta. Además para frenar con el pie en las cuestas abajo muy pronunciadas había que hacerlo sin este artilugio y en esta ruta se esperaban unas cuantas cuestas. Para quien no conozca la provincia de Cáceres, esa tierra tiene un perfil muy ondulante, sin apenas llanos, con abundantes cerros, montañas y quebrados por doquier. A eso había que sumarle que aparentemente no iba a llover, era un modélico día de junio, totalmente despejado. Por lo tanto, el guardabarros sobraba en cualquiera de los casos.

Hay que decir que mi padre no estaba acostumbrado a hacer esas distancias tan “largas” en bicicleta, así que no sabía muy bien en lo que se estaba metiendo. Nadie le había explicado que con la distancia aumenta el gasto energético y que había una cosa que más tarde se llamaría “pájara”, en la que si no comes y/o no bebes, te deja con las fuerzas a las mínimas.

La salida de Magasquilla era favorable, pero tan favorable que el cuestón abajo del camino viejo de Ibahernando había que hacerlo con sumo cuidado. Unos meses antes, bajando este estrecho y retorcido camino, un carro de bueyes venía cuesta arriba y al ser el camino tan estrecho y no caber los dos, mi padre tuvo que frenar, con tan mala suerte que se rompió el cable del freno. Intentó frenar con el pie, pero la cuesta era demasiado empinada y la velocidad que en ese momento ya llevaba demasiado grande. Las alternativas eran o golpearse contra los bueyes o salirse del camino. Optó por esta segunda opción, pegándose un tremendo golpe. Resultado: rozaduras varias en brazo y pierna derechos y la bicicleta con ambas llantas dobladas. Curiosamente, el carretero iba dormido, mecido por el balanceante ritmo de los bueyes, y ni se enteró de la caída de mi padre. Incluso seguía dormido mientras mi padre maldecía su mala suerte desde la cuneta.

Al pasar por su pueblo natal, Santa Cruz de la Sierra, fue saludando a diestro y siniestro a todos los que encontraba por las calles. A continuación cogió el camino del cementerio hacia las Tres Cruces, un cruce de caminos que hoy en día sigue existiendo, pero ahora con un firme algo más arreglado. Seguramente nadie se plantearía ahora meterse por allí con cualquier bicicleta que no sea una de montaña equipada con suspensión. Pero entonces todo valía.

Tras pasar el Lejío bajero, se llegaba al río Búrdalo, que venía crecido por las lluvias primaverales. Imposible pasar montando en bicicleta. Sandalias fuera, atadas por las hebillas al cuadro de la bici, pantalones remangados y la propia bici en vilo, cruzando a “la pata la llana”, o sea de forma humilde, andando, sin puentes ni abalorios.

Ya se ha dicho que no llevaba comida. Tampoco bebida. Ni llevaba bidón ni portabidón, ni sabía lo que era eso. En aquel entonces, si tenías sed, bebías agua de los múltiples pozos y fuentes que había por todos lados, o habitualmente de los arroyos, “bebiendo a pecho”, agachándose con el pecho en la tierra y tomando a sorbos lo que directamente te ofrecía la naturaleza en estado puro, siempre que fuera agua que corría, no agua estancada pues entonces las aguas que corrían eran limpias, no estaban aún contaminadas por el “progreso”. Como decía el refrán: “Agua corriente no mata a la gente. El agua pará, te pue matá.” Eran otros tiempos. No había agua corriente en las casas, cogiéndose el líquido elemento de cualquier lado donde el agua no estuviera estancada. En los pozos siempre había un “calambuco”, un recipiente destartalado generalmente de lata para sacar el agua del pozo, a disposición del que pasara.

A continuación enfiló la bicicleta por El Cordel, una vía pecuaria, aún existente, con mejor firme que lo anteriormente pedaleado, que eran prácticamente senderos, muy técnicos (como se diría hoy en día) para pedalear, hasta el pueblo de Abertura.

Antes las cosas no son como ahora que hay mapas, gps y una red de carreteras a la que puedes seguir para ir a cualquier localidad si no te quieres aventurar por caminos que no conoces. Entonces por esa zona eran casi todo caminos para ir de un pueblo a otro y había que preguntar a los paisanos para que te indicaran. Las indicaciones eran bien claras, pero los caminos estaban llenos de piedras, grietas y surcos creados por las lluvias, irregularidades, rodadas de los carros, huellas de los burros, mulos y caballos. También abundaban las “plastas” de heces dejadas por estos animales, que convenía esquivar, so pena de que la rueda de la bici cogiese el “pastel” y te salpicara la cara y el cuerpo.

Por esos caminos no era tan habitual ver a alguien, si acaso algún carro o alguien con un burro cargando agua o cosas propias del laboreo. Pero cuando dos personas se encontraban y no se conocían una de las frases más comunes era “¿Ande val amigo?” para luego empezar una conversación de intercambio de lugares de nacimiento, gente común que pudieran conocer y condiciones del campo para ese año: “Hogaño llovío buen avío” (Este año ha llovido bastante). El castúo es la lengua extremeña y algunas palabras (como “hogaño”) son indescifrables si no eres de allí, aunque otras se parecen al castellano.

El paso por el pueblo de Campolugar le pareció una hazaña. Nunca había llegado tan lejos con la bicicleta y esta población no la conocía. La carretera pasaba por el pueblo y lo hacía más largo y grande de lo que en realidad era. Desde luego había más gente en la calle que ahora. Antes en los pueblos había un bullicio de personas continuo. Ahora, aunque algunos de ellos tengan la misma cantidad de personas residiendo, la gente se relaciona menos y están más tiempo metidos en sus casas. El campo también está más desierto. Antes se veía más gente haciendo labores en el campo y todos dejaban por un momento de hacer su faena, levantaban el cuerpo y la mirada y se quedaban observando con atención a un forastero que iba en bicicleta. No era algo habitual.

Entre Campolugar y Puebla de Alcollarín se encontraba la finca de los tíos. Era mediodía cuando llegó y tanto los tíos como los cuatro primos estaban sentados a la sombra. Fue una sorpresa esa visita inesperada, por lo que todo fueron abrazos y risas de verle allí.

"Chacho" ¿qué haces aquí?-
Vengo a pedirle a Antonio que se venga conmigo a segar la semana que viene a Magasquilla.-
¿Pero si éste no sabe segar?- le dijo el tío Agustín.
No importa, yo le enseño- contestó mi padre.
¿Tú qué piensas, Antonio?- inquirió el tío Agustín.
Vale.- contestó Antonio, que era persona de pocas palabras.
Hecho, la semana que viene te vas a Magasquilla, Antonio- le dijo su padre – Ahora te quedas a comer algo, Juan Antonio (que así se llama mi padre), antes de que te vuelvas.

A mi padre se le encendieron los ojos, porque traía un hambre de mucho cuidado. Ellos ya habían comido y no lo esperaban, así que no tenían ración para él, pero le sacaron un trozo de tocino, otro de morcilla y un cacho de queso con pan, comidas muy habituales por aquel entonces en el ámbito rural.

Mi padre les ofreció a los primos si querían dar una vuelta en la bicicleta mientras tanto, pero todos le dijeron, no sin pesar, que no sabían montar en bici. En aquellos tiempos todo el mundo sabía, y muy bien, cabalgar, pero montar en bicicleta no era ni mucho menos habitual.

Tras dos horas de conversación y descanso, tocó pensar en la vuelta. Desandar lo andado. Eso sí, ya se sabía el camino de vuelta, esta vez no había que estar preguntando en los cruces y en los pueblos, así que el pedalear sería más continuo.

La vuelta fue, por ello (por no tener que estar preguntando y el miedo de haberse perdido) mucho más placentera. Además veía que llegaría de día, lo que era importante por no llevar luces y porque en esos tiempos las noches eran muy oscuras en los pueblos, con muy poca o nula luz nocturna.

Una vez llegado al pueblo de Abertura, tomó la decisión de cambiar de ruta, porque el sendero que había cogido de ida era muy incómodo. Aunque la alternativa suponía algunos kilómetros más, al menos eran carreteras de “almendrilla”, pequeñas piedras prensadas, hasta llegar a “la general”. La general era la carretera que iba de Madrid a Badajoz, la actual autovía A-5. En aquel entonces era una carretera de un ancho de apenas 4 metros, también de almendrilla, frecuentado por muy pocos coches (apenas uno cada hora, con suerte) y si por carros y gente en burro.

La carretera sufría frecuentes desperfectos que los peones camineros arreglaban a la mayor prontitud. Los peones camineros eran unos operarios que se encargaban de arreglar una legua (unos cinco kilómetros y medio) de carretera, de los que eran responsables. Los que se encargaban de carreteras principales, como “la general”, tenían una modesta casa que se encontraba a la mitad de la legua que tenían asignada.

Días antes habían caído unas importantes tormentas vespertinas, pero parecía que esta vez se iba a librar. La semana anterior había ido a Trujillo en bicicleta al cuartel de la guardia civil a enterarse si a un familiar le había tocado hacer el servicio militar en África. A la vuelta le cayó la mayor tormenta que recuerda, con agua y viento, llegando totalmente calado y teniendo que pedalear con ahínco incluso en las cuestas descendentes, debido a la fuerza del viento que no le dejaba avanzar.

Magasquilla al atardecer
A la puesta del sol llegaba a Magasquilla, a su destino, haciendo a pie el último tramo en cuesta, por lo imposible de subirlo con aquella máquina sin cambios y con la “tupa” (cansancio) acumulada. Aquella puesta de sol le pareció más bella que nunca. Desde luego las que se dan en Magasquilla son un auténtico espectáculo, dejando una línea de cielo rota por las encinas y la irregularidad de los cerros, pero seguramente aquella le pareció más bonita que ninguna otra por la alegría de llegar por fin y por algo que entonces no se conocía, la positividad que te ofrecen las endorfinas, esa sustancia endógena que te produce una sensación de bienestar al hacer ejercicio aeróbico.

En total 75 kilómetros, que no sabríamos decir cuál sería la equivalencia para hoy en día contando que eran la mayor parte por senderos y caminos de piedra y con una bicicleta sin marchas y de un peso tres o cuatro veces la bicicleta de carretera que yo manejo actualmente.

Coppi y Bartali andaban esos días iniciando el Giro de Italia de ese año, batallando por encumbrarse en la gloria, quedando más tarde reflejadas sus gestas en los medios de comunicación de la época. Mientras tanto miles de ciclistas desconocidos hacían auténticas gestas cotidianas que quedaban en el anonimato más absoluto. Como dijo alguien una vez, la gloria de los hombres se ha de medir siempre por los medios de que se han servido para obtenerla. Ese fue el caso de aquella ruta de mi padre en un día a finales de mayo de 1947. La ruta de un ciclista anónimo.

martes, 22 de enero de 2013

El necesario boom del CicloTurismo



España es una potencia en términos de turismo, convirtiéndose éste en una importante fuente de ingresos para el país, concretamente el 10% del PIB, y estando situados actualmente en la segunda posición mundial por ingresos, detrás de EEUU. Sin embargo parece que aunque subimos ligeramente en ingresos, últimamente disminuye el número de turistas que entran en el país.

Si desde los años sesenta el principal bastión del turismo español son las playas, desde los años ochenta se ha comenzado a comercializar otros tipos de turismo, como pueda ser el rural, el urbano, el cultural, el deportivo y el de tercera edad. Todo viene bien con tal de conseguir ingresos que mejoren la balanza comercial nacional. 


En unos momentos de recesión como los que vivimos, toda ayuda vendría bien. Como botón de muestra valga el dato de que sin los ingresos del turismo entre enero y agosto de 2012, el déficit por cuenta corriente español sería un 70% superior.

Esto indica que si consiguiéramos más turistas podríamos aún mejorar esa situación. ¿Pero cómo podemos conseguir más turistas?

Según el último ranking de competitividad turística conocido, estaríamos perdiendo puestos. Suiza, Alemania y Francia son los líderes, lo que quiere decir que están poniendo las bases para mejorar con respecto a España. Estos países están apostando por mejorar su competitividad turística, mientras nosotros nos dejamos llevar por el tirón que actualmente tenemos, cuidando menos que esos países los aspectos que nos permitan seguir siendo la potencia turística que somos. ¿Qué tienen en común esos tres países, además de una buena capacidad empresarial?: La bicicleta. Vale, habrá quien diga que esto es casualidad. Pero quizás no tanta. Habrá quien diga que eso no es lo más importante, y seguramente tendrán razón, pero que duda cabe que todo suma, además de que nuestro país reúne muchas de las características intrínsecas que una ruta cicloturista necesita: paisajes, cultura, gastronomía y alojamiento. Y no lo estamos sabiendo aprovechar.

Unas de las principales razones para dar los primeros puestos a estos tres países era: "Un buen transporte e infraestructuras turísticas". Casualmente, o no tan casualmente, son los tres países que más fuerte han apostado por la implantación de redes de turismo ciclista y en el caso de Francia y Alemania, los más involucrados en la red Eurovelo, dado que tienen varias rutas que pasan por su país.

FRANCIA
En el caso de Francia, entre 2008 y 2010, el cicloturismo creó 16.500 empleos directos. Además generó casi dos mil millones de euros anuales y llegaron un millón de turistas al país dispuestos a montar en bicicleta.
Vía ciclista en Las Landas

La red de tren francesa está bien adaptada a la bicicleta, con amplia información y accesibilidad

Francia está dispuesta a convertirse en el primer destinatario de ciclistas mundial y a fe que se lo están tomando en serio, para impulsarlo han creado incluso un sello, el Accueil Vélo, un sello de certificación de adaptación ciclista que se ofrece bajo determinadas condiciones a establecimientos hoteleros y albergues, oficinas de turismo, empresarios de la bicicleta (tiendas, reparaciones, alquileres, etc.) o lugares de interés para visitar. Se les concede el sello siempre que estén adaptados a los ciclistas.

Un ejemplo de marketing turístico de la bicicleta en Francia es este reciente documento.

ALEMANIA
Alemania nos gana a los demás con diferencia. Su plan nacional 2002-2012 impulsó de modo decidido la bicicleta en general y el cicloturismo no quedó exento de este impulso. 

La ADFC (la coordinadora alemana en defensa de la bicicleta) presentaba el último estudio anual, el de 2011 en el que dejaba patente las rutas preferidas por los ciclistas, el gasto por día de cada uno de ellos y las edades más habituales, destacando las personas mayores y con altos ingresos, aunque esto en España pueda sorprender. También han sacado recientemente una publicación con rutas que genera envidia sana para nosotros. El Ministerio Federal de Transporte también apuesta por la bicicleta en su web


Por otro lado, según se publicaba en Süddeutsche Zeitung, n.º 59 del 12 de marzo de 2010, el sector turístico realizó una cifra de negocios de 9.000 millones de euros con los cicloturistas. La cifra de los establecimientos de “Bett & Bike” (cama + bici) certificados por el ADFC había aumentado, alcanzando más de 5.000 en 3.412 localidades.
Bicis en un tren regional alemán. El ciclista se sienta al lado de su bici

La compañía alemana de ferrocarriles Deutsche Bahn tiene unas condiciones bastante mejores que las españolas, aunque para usos urbanos apuestan por sus propias bicicletas públicas (gestionadas por esta comercializadora de ferrocarril), las famosas Call a bike, que ya celebran su décimo aniversario.

SUIZA
En el país alpino han desarrollado el proyecto Veloland, una red de rutas nacionales, regionales y locales. La primera inversión de 10 millones en 1998 para hacer la red nacional de nueve rutas ya se habían amortizado sobradamente en 2002, con 240 millones de ingresos por turismo debido al cicloturismo en esta red. Es decir, en cuatro años se había conseguido superar 24 veces la inversión primaria. Luego siguió la red regional, con 70 rutas y, luego, un número similar de rutas locales. La información de las rutas y los mapas es muy completa, tanto en la web como en las propias rutas.

Es una clara demostración de la rentabilidad del cicloturismo en un tiempo relativamente corto, que en España deberíamos considerar muy seriamente dado el enorme potencial paisajístico, gastronómico y cultural que tenemos.
Macro-aparcamiento de bicicletas en la estación de tren de Basilea

Eso sí, para llevar la bici en el tren en Suiza son todo facilidades

LA BICI EN BALEARES
El único ejemplo similar para nuestro país es el de las Islas Baleares, donde hay algunas rutas temáticas para bicicletas, si bien no van acompañadas de ejecución ni adecuación.

La afluencia de cicloturistas y ciclodeportistas es de 90.000 al año, que genera más de 64 millones de euros (cada año) según el gobierno balear, habiendo hoteles especializados en este tipo de turistas. También se suelen fletar aviones charter enteros desde países como Alemania. Aún así, comparado con las cifras de los países anteriormente nombrados u otros de centro y norte de Europa, son relativamente pobres, pero nos ofrecen un espejo de lo que podría ser España si se pusieran los medios.

Todo esto no significa que el gobierno balear apueste por la bicicleta, de hecho la seguridad es más bien mala, registrándose todos los años muertes de cicloturistas extranjeros en las islas (pese a llevar casco, por supuesto). En realidad el milagro balear surge más bien por el impulso de operadoras de transporte principalmente alemanas. Es decir, el cicloturismo aumenta pese a la desacertada o inexistente política de la Administración Balear, cuando, a poco que hiciera, el retorno de la inversión sería extraordinariamente alto.

 LAS VIAS VERDES
Un buen ejemplo de gestión son las Vias Verdes, una red de más de 2000 kilómetros de antiguas vías de tren readaptadas para la marcha a pie y en bicicleta. Es una lástima que no se les pueda sacar partido atrayendo a cicloturistas extranjeros que estarían encantados de transitarlas y conocerlas.

QUE PIENSAN EN EUROPA DEL CICLOTURISMO ESPAÑOL
En una encuesta realizada a los distintos delegados de la Federación de Ciclistas Europeos en 2007, estos delegados no tenían intención de venir a España para hacer rutas cicloturistas y las dos principales razones eran la poca accesibilidad de las bicicletas a los trenes españoles y la obligatoriedad del casco para circular por vías interurbanas.
¿Tiene sentido la obligatoriedad del casco
para este tipo de actividad tranquila?

Las consultas más habituales que recibimos a través del correo electrónico en los últimos años por parte de los cicloturistas extranjeros son sobre estas dos cuestiones que no comprenden. Cuando les contamos la realidad, el rechazo a venir a nuestro país es lamentablemente inmediato.

Por desgracia, rutas tan reconocidas como el Camino de Santiago, son francamente disuasorias para los ciclistas extranjeros, debido a los problemas que genera el transporte de las bicicletas por el país y una legislación tan restrictiva para su uso. Según los datos más actuales, los peregrinos españoles son alrededor del 48% del total, y el restante 52% de los demás países del mundo. No hay datos por tipo de peregrinaje (a pie o en bici), pero el conteo realizado por el autor de este blog en lugares distintos del Camino y en años diferentes arrojaron porcentajes de ciclistas extranjeros menores siempre al 10% (es decir, de cada cien ciclistas en el Camino, menos de diez eran extranjeros). La bicicleta en este país se percibe como disuasoria.

Mucho de los cicloturistas españoles también procuran irse al extranjero. Yo soy un ejemplo. No estoy en disposición de quedarme tirado en alguna estación porque algún interventor considere que estorbo o no hay espacio y no pueda continuar mi ruta y mis vacaciones, prefiriendo la seguridad que en este sentido me ofrecen cualquiera de los países limítrofes, incluyendo a Portugal. Tampoco estoy en disposición de soportar la presión que supone la actual legislación española cuando estoy de vacaciones, que se supone que uno va a disfrutar, así que cuando puedo, me largo a Francia o Portugal, donde todo son facilidades.

BICI + TREN
Mi amigo Antonio Llópez publicaba hace poco un artículo sobre el cicloturismo como solución al cierre de líneas de media distancia cuya lectura recomiendo.
Los trenes españoles se olvidan de las bicicletas

La negativa actitud de la compañía RENFE ante la bicicleta, con normas restrictivas y cada vez menos unidades que admitan bicicletas, unido a la nula apuesta del gobierno central para regular la práctica de la combinación bicicleta+tren y su falta de apuesta por el tren normal, nos ha llevado a lo que parece una programada desaparición de esta combinación intermodal tan habitual en el resto de Europa.

Puede resultar de interés esta presentación que hice en su día al respecto en un congreso.

CASCO
España es el único país europeo con la obligatoriedad del uso del casco en vías interurbanas. Eso incluye el uso cicloturista en las carreteras secundarias, caminos y vías ciclistas, como por ejemplo las Vías Verdes. Para gente que usa la bici en plan de paseo, de auténtico turismo (cercano a la naturaleza y el entorno), de ir haciendo fotografías, parar a menudo para ver los paisajes y a hablar con la gente del lugar, el uso obligatorio del casco es algo que no entienden. 

Los extranjeros no entienden la obligatoriedad del casco,
y la mayor parte prefiere no exponerse a una multa
Una medida que se hizo presuntamente para proteger al ciclista, cuando lo que necesitamos protección es frente a los vehículos a motor, que ha demostrado no haber servido para su propósito (los números de muertos en bicicleta siguen igual que cuando se instauró la medida o incluso subiendo ligeramente, mientras que los de los vehículos a motor han bajado enormemente) y que es vista como extraña en toda Europa, debería ser replanteada inmediatamente si se quiere promocionar el cicloturismo en España entre la población extranjera. 

CONCLUSIÓN
Son muchas las razones para apostar por el turismo extranjero en bicicleta:
  • Activar el crecimiento económico en zonas rurales
  • Amortización rápida de una inversión comparativamente mucho más pequeña.
  • Dinamización de empleos nuevos que harían crecer la economía
  • Sostenibilidad ambiental. 
  • Baja huella ecológica turística.
  • Aprovechamiento de la infraestructura turística existente para meses en los que otros turismos decrecen (playa, rural, cultural, etc.)
  • Ayudaría a impulsar el uso de la bicicleta en nuestro propio país.
 
Hay, por lo tanto, una preocupante discrepancia entre las cifras del aumento del cicloturismo que nos vienen llegando desde toda Europa y la actitud de este país hacia la bicicleta, llegándose al punto de perder a los cicloturistas españoles que preferimos los países vecinos por su mejor oferta infraestructural, de accesibilidad al tren y su ausencia de obligaciones absurdas.

Estamos perdiendo un tremendo potencial que encierra el cicloturismo, por sus posibilidades de diversificación turística, y eso no nos lo podemos seguir permitiendo.

Información adicional:
Informe sobre cicloturismo 2014

lunes, 31 de diciembre de 2012

Las bellas imágenes de las rutas cicloturistas

Amanecer en el embalse de Orellana la Vieja
Llevo un tiempo sin publicar debido principalmente a un fuerte compromiso reivindicativo que no me deja tiempo para el blog, pero aún así no desisto y prometo intentar ir metiendo algunos textos y algunas reflexiones que tengo escritas a medias. 

Hoy voy a poner un corto texto escrito en agosto de 1996 durante una ruta cicloturista realizada por la Siberia extremeña con mi sobrino Agustín. Al levantarnos por la mañana, de madrugada, vimos esta preciosa luz de amanecer que podéis ver en la foto que hice en el momento, que nos conmovió y que me llevó a escribir estas sentidas palabras. 




"Suena el despertador de mi reloj. Apenas si empieza a notarse un poco de claridad, pero tengo que levantarme ¡Me han hablado tan bien de los amaneceres en el embalse de Orellana!
Asomo la cabeza, aún con los ojos soñolientos, por la tienda de campaña. La vista es de otro mundo: el tibio amanecer, que dibuja el horizonte con un color sepia degradado, vierte su sangre tiñendo el agua de un rojizo intenso. Sólo recuerdo una belleza igual en aquel atardecer en Valdezcaray: totalmente solo, con aquellos azules oscuros y rojos, oyendo únicamente el viento y el tintineo de las campanillas de las vacas a lo lejos; aquella sensación de sentirme hermanado con la montaña, que me ofrecía sus paisajes a cambio de mi silencio y mi quietud.
Aviso ahora a mi compañero de viaje que seguía durmiendo. Miramos hacia el embalse, sin más, durante varios minutos, sin entender cómo es posible tanta preciosidad.
Esa visión tiene música, olor a belleza, puedo casi sentir la textura del agua cuando vaya a lavarme la cara y me da lástima romper su quietud de espejo con transparencias. 
Decidido, me quedo aquí - envuelto todavía en mi saco de dormir, dentro de la tienda - mirando, sintiendo, percibiendo, dejando que el día vaya entrándome por los ojos hasta que el sol salga y rompa el paisaje y las luces, devolviéndonos la mañana.
Mientras tanto, la bicicleta - bostezando - estira los brazos de su manillar."

jueves, 2 de agosto de 2012

La ruta del viento

Libre de ataduras, como una bruma arrastrada por el aire
me dejo llevar
hasta donde me quiera dejar el viento.

Daigu Ryokan


Una de las cosas más bonitas del cicloturismo es el abanico de posibilidades tan amplio que se te ofrece cuando comienzas una ruta. Te puedes crear tu propia aventura cada día, decidiendo a donde ir en relación al sol, la lluvia, el viento o en función de que los ojos te hagan parar el pedaleo de tus piernas para mirar los paisajes.

Siempre haces un planeamiento original de la ruta pero, en mi caso, casi estoy deseando que las circunstancias me lo cambien, para sentirme más libre, para sentir que uno es capaz de adecuarse en función a lo que le pasa o le apetece, sin seguir el hermetismo de lo establecido. Para sentir, en definitiva, que todo puede cambiar en cualquier momento, como la vida misma.

Hace casi veinte años hice una ruta cicloturista larga en bicicleta en la que cada mañana elegía la dirección a la que seguir en función del viento. Allá hacia donde el viento fuera a favor, hacia allá iba.

Si no hacía viento, seguía la dirección del viento del día anterior o el paisaje más sugerente.

Si el viento me devolvía por donde antes había venido, entonces no, entonces dejaba, al menos durante un rato, que me diera lateral, pero volver no estaba en mis planes. Siempre hacia delante, hacia algo nuevo, desconocido e imprevisto. 
Localidad que invita a la lentitud

No lo hacía así por pereza, porque la ruta fuera más fácil, aunque indudablemente lo era, sino principalmente por utilizar al viento haciendo más placentero el viaje. Como dicen los holandeses: "No se puede evitar el viento, pero se pueden construir molinos".

También lo hacia para descubrir esas cosas que no están en las guías, para huir del encorsetamiento de la ruta planificada, que quita cierto trance de aventura.

Lo cierto es que cuando se va a favor del viento el paisaje se hace diferente. Se vuelve hermoso: las ramas, las hojas, las briznas de paja, las gotas de agua que caen… todas se mueven en la misma dirección que tú. Todo es armonía. Ir en la dirección del viento es como ponerse en camino hacia sí mismo.

Empecé en la ciudad de León. Un típico viento que venía del suroeste me llevó hacia Riaño, ya tristemente inundado por las aguas del embalse. Me hizo subir el Puerto de San Glorio, pasé por Potes y bajé por el Desfiladero de la Hermida.


En el puerto de San Glorio junto con tres cicloturistas,
dos británicos, Malcon y Hellen, y su amiga de Singapur
Al despertarme en Santa María de Lebeña, el viento del mar me devolvió a la montaña, haciéndome subir la collada de Hoz y la collada de Ozalba. Aquí el aire era claramente del oeste, así que tuve que seguir por Carmona subiendo collados hasta el valle del río Saja. Al llegar a dicho valle, en Cabuérniga, tenía que tirar hacia el sur, por el Puerto de Palombera, o hacia el noreste, hacia Villanueva de la Peña. El viento seguía siendo del oeste, así que Villanueva era la opción más lógica. Años más tarde pasaría por estos lares en la clásica ciclodeportiva El Soplao y los recuerdos fueron inmensos. Seguía luego hacia Puente Viesgo, siempre en dirección este, con el viento a favor.

A pies del balneario de esa localidad, a orillas del río Pas, tuve al día siguiente una enorme tentación de ir hacia el mar. Pero lo cierto es que el aire, cuando te acercas al mar, suele venir fuerte y oloroso desde allí, norteño en este caso, así que continuando las directrices del viento, tomé el camino de la vía de tren abandonado que llevaba hacia el sur, hacia las montañas, subiendo la ligera pendiente con ayuda del viento marino como si fuera un llano, ante la atónita mirada de los pocos paseantes tempraneros en aquel día de niebla y humedad. Así llegué hasta Vega del Pas, donde me aprovisioné de sobaos pasiegos y tortas, a cuales más ricas, y dejé que el viento me llevara hacia el duro puerto de las Estacas de Trueba, un puerto acorralado por las montañas, en el que ya metido en faena, el aire no ayudaba nada y hacía un calor de mil demonios. Durante la interminable subida me encontré a una pareja de holandeses que estaban subiendo el puerto a ritmo de andar, parando muchas veces pues, decían, no habían circulado en bicicleta otra cosa que las llanuras holandesas. En lo alto del puerto aparece el viento de nuevo que me lanza a velocidad de locura hacia Espinosa de los Monteros, pero no hay camping y me voy al más cercano, el de Villarcayo.

Estacas de Trueba, un puerto largo y zigzagueante
Por la mañana el aire venía un poco solano (viene de la dirección del sol), lo que implica que va a hacer calor durante el día, llevándome a acompañar un rato al Ebro. En Valdenoceda, una vez el aire ya ha avisado de que el día va a ser caluroso, se calma, para dar paso a los rigores de la canícula, que se hacen más pesados sin el frescor del aire. En ese momento no tengo guía, pues el aire se ha calmado, llevándome a una situación nueva, en la que no sé que hacer. Como iba siguiendo al Ebro, continúo haciéndolo, siguiendo por lo tanto la dirección del agua, que en definitiva es otra guía muy eficaz. También he hecho rutas del agua, siguiendo cauces de ríos que me llevaban hacia el mar, hacia el inevitable final de la ruta. Me pasé el desvío que me debería haber llevado a Frías y aparezco en Oña. Volver el camino pedaleado es algo que no gusta al cicloturista, así que continué hasta Briviesca, donde comí y ya me quedé el resto de la tarde, pues el calor era excesivo.

Al día siguiente, al montarme en mi bici, observé que hacía algo de aire, en este caso del noroeste, por lo tanto aire algo más fresco. La dirección a seguir entonces es la de Belorado y de allí a Ezcaray. El aire del noroeste me lleva hacia la estación invernal de Valdezcaray, a donde llego por la tarde-noche. Apenas hay gente, la poca que hay está en un bar en el que pido agua, pues no hay fuentes a la vista. Pregunto si hay algún sitio donde quedarme a dormir y me dicen que sólo hay un albergue unos metros más arriba, pero está cerrado por obras, aunque me puedo poner la tienda de campaña en el porche cubierto, para evitar el rocío. Me dice sonriendo que estaré solo, que no habrá nadie en varios kilómetros a la redonda, pues ellos viven en Ezcaray.
 
Mientras me estoy tomando algo, escucho como la mujer del bar le dice al hombre que me ha atendido: “Y éste no tendrá problemas, ahí solo con los lobos”. El marido le contesta que no, muy vagamente. Yo me dirijo a él y le pregunto: “Oiga, no he podido evitar oírles ¿qué es eso de los lobos?”. “Nada...” me contesta el hombre “... no hagas caso a la mujer, los pocos lobos que hay no se acercan a las personas, no te va a pasar nada”. Trago saliva. Serán pocos, pero yo soy sólo uno. Me empiezo a hacer múltiples preguntas ¿Tendrán hambre? ¿Vendrán por esta zona por la noche buscando restos de comidas de forma habitual? Pienso en volver a Ezcaray, pero la subida me ha costado lo mío como para bajarlo ahora.

En efecto por la noche me quedo totalmente solo. Tengo una preciosa vista de todo el valle, un momento único en el que me siento el dueño del territorio, pero en cuanto oscurece, oscurece de verdad y me meto en la tienda quedándome dormido.

El problema viene a las 3 de la madrugada, cuando me despierto con unas tremendas ganas de orinar. Me quedo escuchando. Al fondo, muy al fondo, se oyen unos aullidos. Pueden ser perros, me digo para tranquilizarme. Abro la puerta de la tienda. Hay una niebla muy densa que no deja ver nada. Creo que nunca he meado más rápido ni más cerca de la tienda, metiéndome rápido de nuevo dentro y quedándome escuchando decenas de ruidos que me suenan a pisadas de lobos, hocicos respirando, patas escarbando... los aullidos me parecen cada vez más cercanos, pero al final me duermo.
Mar de nubes en Valdezcaray
Por la mañana sigo teniendo esa espesa niebla, pero al menos hay luz, ya no tengo miedo. No hay viento, por lo que sigo subiendo el puerto, dirección sur. Al poco tiempo dejo la niebla abajo, lo que se convierte en un espectáculo impresionante, con un enorme mar de nubes por todo el valle. Al llegar a la cima, un ligero aire del norte me refresca el calor de la subida, tomo unos caminos de tierra que me llevan cresteando hasta otro camino también de tierra y piedras que baja hacia el sur, hacia la provincia de Burgos, hacia Neila y Quintanar de la Sierra.

Al día siguiente el mismo aire frío del norte me lleva hasta Berlanga de Duero. Un pueblo muy digno de visitar. Allí paso el día.

Castillo de Berlanga de Duero
El día siguiente salgo muy temprano, casi no se ve. No hace aire a primera hora, así que sigo la misma dirección que llevaba el día anterior. En Caltojar se levanta el aire, un aire del noreste, solano, que no dice nada bueno, porque es probable que traiga calor. Vuelo empujado por el aire a Atienza, Hiendelaencina y Cogolludo, donde como. En principio me iba a quedar allí, pero me veo bastante entero para llevar 90 kilómetros y la casa de mi hermano está a “sólo” 50 kilómetros, en El Casar, teniendo toda la tarde. 
La campiña castellana cerca de Atienza
Cojo carretera y consigo llegar antes de que se haga de noche, pero los rigores del calor vespertino de la campiña me hacen sufrir de lo lindo, el agua me dura muy poco cada vez que la lleno, pues el calor es tremendo y el aire es inexistente por la tarde. Sin embargo he hecho 140 kilómetros con alforjas, gracias al aire matutino a favor y a la forma física que llevo ya de hacer tantos kilómetros. Es mi record de kilometraje con alforjas y bicicleta híbrida, pero mi hermano se preocupa por el estado de deshidratación en el que llego.

En casa de mi hermano
en El Casar
Me alegra ver a mi hermano y mi cuñada. Pasamos una agradable cena charlando. Me preguntan por lo que he estado haciendo estos días, pero no me extiendo mucho, porque en ese momento no me parece para tanto.

De El Casar a Madrid, el último día, supone un paseo de poco más de 40 kilómetros. Llego dos días antes de que se me acabaran las vacaciones, por lo tanto podría haber estado pedaleando algo más. Pero el aire me trajo a Madrid, me dijo que tenía que volver. Luego entendí por qué, cuando al rato de llegar a mi casa alguien que necesitaba mi ayuda me llamó.

El aire es sabio, escucha al aire.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Estampas típicas de Holanda que, todavía, no son habituales en España


Centro de Haarlem (capital de la provincia Noord Holland)


 Holanda es un país conocido por su masivo uso de la bicicleta. No en vano se vanagloria de ser el "país de las bicicletas". Cuando en los años setenta y ochenta la mayor parte de los países abandonaron este hábito de usar la bicicleta para los desplazamientos cotidianos, en Holanda siguieron en mayor o menor medida con él y pasaron a ser la vanguardia del movimiento mundial que más adelante iría llenando el mundo de este vehículo tan imprescindible en el desarrollo urbano de las ciudades que se quieren considerar amables con las personas.

Hoy me limito a mostrar unas cuantas imágenes que me pasó mi amiga Carolina Helmstrijd. Quien sabe, quizás sea lo que veamos en unos años en algunas de nuestras ciudades cuando el uso de las bicicletas siga creciendo de esta imparable manera.



Iglesia Mayor San Bavo, en Haarlem. Tanto Bach, como Händel tocaron el órgano aquí.
El aparcabicis de la iglesia está a reventar en horas de culto.
Por el momento no me imagino yo en España a la gente yendo en bici a misa, pero todo se andará.



Lluvia, nieve, frío... da igual. La bicicleta es un medio de transporte todoterreno (Haarlem)



Adolescentes camino al instituto, entre Haarlem e Ijmuiden.
Los chavales no necesitan un sistema de camino escolar que les traiga y les lleve, son autónomos y se desplazan solos o en grupo de amigos.



Macro-aparcamiento gratuito en el centro de Haarlem. También tienen taller de reparación.
En estos aparcamientos puede ser habitual tener problemas para encontrar sitio, de tan llenos que están



Un ejemplo de micro-aparcamiento intermodal, cerca de la carretera A-22, de acceso al centro de la ciudad de Haarlem. 
En una zona de paso de autobuses se ponen, pegados a la parada, pequeños grupos de aparcabicis, para mejorar el intercambio entre transportes.
En España seguramente lo pondrían alejado, en nuestro país los aparcamientos se suelen poner escondidos, con cierta vergüenza, cuando debería ser al revés.



Amsterdam. En una zona 30 los extraños son los coches.
Se pone la señal de prohibido coches como indicativo de que los ciclistas pueden ir en contrasentido.



Amsterdam ¿Quien dijo que los holandeses sólo circulan por vías ciclistas?
El movimiento cycle chic no tiene mucho sentido aquí, porque no llama la atención algo que es habitual.



Por último, estos son los padres de mi amiga Carolina, camino en bici al centro de Haarlem, con 76 años él y 70 ella cuando fue hecha esta foto, hace dos años.
Quién lo diría, aparentan mucha menos edad. La bici te mantiene en forma, feliz y dinámico. Salta a la vista. 
Cada vez que veo esta foto me entran ganas de coger la bici. ¿A vosotros no? 
Me vooooooy.

lunes, 14 de mayo de 2012

Lentitud y desproporción

Leo la siguiente carta al director en la que un ciclista barcelonés se queja de ser multado por pasarse un semáforo.

Al parecer el ciclista asegura que pasó dicho semáforo estando aún en ámbar y los guardias urbanos, que venían por la calle perpendicular y no podían ver como estaba el semáforo del ciclista, lo multaron.

Sin entrar a valorar si uno u otro tenía razón, pues eso no lo podemos saber con los datos aportados, si voy a comentar que a mi me ha pasado varias veces algo similar, sin llegar al extremo de la multa porque no había guardia urbano en ese momento. La última vez fue la semana pasada, sin ir más lejos. Lo explico:

Circulo
en una bici híbrida por una calle bastante empinada, por lo que voy irremediablemente lento. El semáforo está aún en verde cuando estoy pasando la raya (si se pone ámbar antes me hubiera parado). A continuación hay un cruce, un cruce amplio y largo, pero todo cuesta arriba. Nada más pasar mi semáforo veo que el peatón verde de los que están en perpendicular conmigo se pone en rojo, lo que indica que se les va a poner en verde a los vehículos que se van a cruzar conmigo. Ocurre que estos semáforos están pensados para vehículos motorizados que van a toda pastilla, pero yo no puedo ir más deprisa con esa cuesta arriba. Conclusión: Los coches salen del semáforo y yo aún estoy en medio del cruce “molestando” por lo que recibo una serenata de pitidos que no sirven para nada, porque no puedo quitarme de en medio. 

¿Es mi culpa? ¿Me he pasado yo algún semáforo en rojo? La respuesta en ambos casos es NO. La culpa es de una semaforización y una política de movilidad pensada sólo para ir a altas velocidades, donde se margina a los lentos, donde ser lento es sinónimo de inadecuado, cuando debería ser sinónimo de precavido, solidario, tranquilo y ausente-de-peligro.

Otro tema a repensar es la cuantía de las multas a los ciclistas. Me parece normal que se multe a un ciclista que incumpla una norma, pero en una cantidad proporcional a la capacidad del riesgo. Multar a un ciclista con 200 euros, una infracción pensada para los automóviles, es un despropósito. Para eso sí que las bicicletas son “vehículos” con todas las obligaciones. En cuanto a los derechos, sin embargo, ya no somos totalmente iguales. Pagar una multa que, en muchos casos, supone un precio mayor que lo que vale la propia bicicleta es desproporcionado. La DGT viene asegurando que en la modificación del Reglamento General de Circulación se considerara esta particularidad. Sería lo razonable.

Con la normativa actual de algunas ciudades en la mano, un coche aparcado sobre una acera, esos tan habituales en Madrid que no dejan pasar a nadie si no rodeas el coche, pagaría la misma multa que una bicicleta aparcada sobre la acera. Esto, sencillamente, no hay por donde cogerlo. Pero la normativa está ahí, es ciega e injusta. Hay quien dice que es injusta a propósito para causar mal al ciclista. Yo no creo que siquiera sea eso. Simplemente se ha ignorado, una vez más, que las bicicletas existen. Una vez más, somos invisibles, excepto cuando hay que multar, en ese momento se nos ilumina el aura y pasamos a ser vistos con todo detalle. Y si no que se lo digan a la familia Green-Garcia.