domingo, 11 de mayo de 2025

El apagón en bici

- ¿Hay luz ahí donde estás?

Esta pregunta me la hace Pilar, mi pareja, por teléfono. Yo me encuentro en Portugal, haciendo una ruta en bici de varios días, así que en ese contexto no entiendo la pregunta. Estoy parado comiendo algo en la sombra de una casa a la entrada de un pueblecito llamado Escarigo, entre Penamacor y Covilha.

Miro hacia arriba, hacia el cielo, hay una luz imponente, ni una nube, hace un sol de justicia, y debemos estar cerca del mediodía. Sin dudar le respondo:

- Aquí hay mucha luz, hace un día precioso

- Lo digo porque aquí en el trabajo se ha ido la luz y dicen que puede tardar en regresar.

- Te recuerdo que yo he entrado hace unas horas en Portugal, no creo que te pueda ser de mucha ayuda.

- Ah, es verdad, vale, te dejo a ver qué pasa.

A los diez minutos, me vuelve a llamar.

- Que parece ser que es algo general, la cosa es seria, el apagón afectaría a todo el sur de Europa, incluida Portugal. Aquí en el trabajo no hay ni agua. Para que lo tengas en cuenta por lo que te puedas encontrar a partir de ahora. Nos han dicho que desalojemos el edificio, me voy andando a casa, porque no funciona el Metro. Llegaré cuando llegue

- Pues sí que parece seria la cosa. Yo me voy al apartamento que ya tengo reservado en Covilha. Y mañana seguramente me vaya en bici a Ciudad Rodrigo, porque además el tiempo va a empeorar bastante pasado mañana. No te preocupes por mí, me las arreglaré.

- A algunas personas ya no les funciona el móvil, yo te estoy llamando desde el fijo. Dicen que el apagón puede durar 2 o 3 días. Estamos en contacto- me dijo ella.

Nunca más volvimos a hablar ese día.

Sigo pedaleando hacia Covilha. Estos paisajes no te indican que haya habido un apagón tan importante. Las aves vuelan y cantan, los sembrados se mueven suavemente con el viento… pero yo ya voy con cierta preocupación por lo que me pueda ir encontrando. Algunas personas pasan demasiado rápido en coche, quizás vayan a buscar a alguien o a intentar conseguir gasolina o alimento.

EL AGUA

A la entrada de Caria, una localidad más grande, veo una señal que anuncia “Fonte do Carvalho”. Y así es, al lado hay una fuente con un grifo. Veo que funciona, así que bebo abundantemente y luego lleno los dos botes de la bici, para al menos tener agua durante un tiempo, si se dan malas.

Una vez ya dentro del pueblo veo que es verdad, los comercios no tienen luz, están cerrando o atienden a la gente en la puerta. Pero la gente parece tranquila. Faltan 17 kilómetros para Covilha.

COMIDA

Tenía mirados varios restaurantes para comer antes de llegar al apartamento. Voy viendo todos cerrados por el camino. Solo uno está abierto, en Canhoso, a cinco kilómetros de Covilha, y entro a ver si me atienden. Me dan un maravilloso plato de arroz con verduras. Felicidad. A mi lado hay dos jubilados con los que converso. Uno de ellos es ciclista también. Le pregunto qué se sabe sobre el apagón. Me cuentan que no se sabe la causa, que puede durar varios días. Pero también me suelta, con una enorme seguridad:

- No te preocupes, tienes suerte, estás en el mejor país del mundo en el que te pueda pasar un apagón.

He pensado mucho en lo que quería decir con esa frase, si es por la forma de tomarse las cosas de los portugueses, si es porque tengan poca dependencia eléctrica, si es porque tienen comida y bebida en abundancia para pasar algo así, si es porque son el último país de Europa mirando hacia el oeste, ese lugar donde las cosas malas, si llegan, llegan las últimas. No lo sé, pero a mí esa frase me dio una enorme serenidad. El poder de las palabras.

Puedo llegar a Covilha porque tengo la ruta en el GPS, al que aún le queda batería, pero la ruta fue trazada hasta el centro del pueblo, no hasta la calle del apartamento. Me doy cuenta de la dependencia que tenemos de la tecnología. Por suerte, soy una persona nacida y crecida sin tanta tecnología, así que todavía me oriento bastante bien. Aun así, para el tramo final tengo que recurrir al viejo remedio de preguntar a la gente (la dirección si me la sabía). Un portugués simpatiquísimo se compadece de mí y me lleva hasta la misma puerta.

BONDAD HUMANA

Allí encuentro a la dueña de los apartamentos, que me cuenta lo que ya sé: apagón, no se sabe la razón, se piensa que puede durar varios días. Me dice que, si necesito quedarme algún día más hasta que esto pase, no habría problema, aunque sin luz, por supuesto. Luego me trae un cuenco de ensalada de garbanzos. Le explico que ya he comido, pero me dice que me lo deje para la noche, porque están cerrados los restaurantes y los supermercados. Me emociono por la bondad humana. Seguramente es lo que ha hecho para su familia y lo está compartiendo conmigo, al ver que estoy en un país extranjero, desamparado, sin poder contactar con mi familia. La gente es buena por naturaleza.

En la puerta del apartamento está sentada, en las escaleras de la puerta de su casa, Eduarda, una señora mayor, con la que tengo una conversación “analógica”, de las de antes. Me ofrece su ayuda también. Otra vez me emociono, al ver la calidad de la condición humana en estas situaciones.

El jubilado de Canhoso me dijo que le parecía haber oído en la radio que algunos trenes si funcionaban, los que van con diésel. Me cuenta la posibilidad de coger un tren en la estación de Covilha, que me llevaría a Guarda. Y ahí coger otro que me lleve a Fuentes de Oroño, ya en la frontera española. Así que me voy andando a la estación, siguiendo las señales. Resulta estar lejísimos, bajando una cuesta interminable. Y total para nada, porque la estación está cerrada y dicen que no se sabe cuándo la abrirán.

TRAZANDO UN PLAN

Meditando, veo claro que no voy a poder seguir la ruta original que tenía pensada por la Sierra de la Estrella, no solo por el apagón, que quizás se solucione, sino porque ese mismo día por la mañana había visto que el tiempo empeoraba muchísimo dos días después, por lo que determino que tengo que irme a Ciudad Rodrigo e intentar allí coger un autobús a Salamanca, antes de que comience el temporal. Pero no sé cómo ir a Ciudad Rodrigo. No conozco estas carreteras. Dependencia total del GPS de la bici, de la tecnología.

Tengo que conseguir un mapa de papel. Me voy a la Oficina de Turismo, pero llego nueve minutos después de que hayan cerrado, si es que no hubieran cerrado antes por el apagón.

Me planteo ir mañana preguntando a la gente de los pueblos, camino a España, pero lo cierto es que la gente no siempre te indica el mejor recorrido para la bicicleta. Y en Portugal hay poca cultura ciclista.

Decido darme una vuelta, a ver si veo alguna tienda abierta donde puedan vender un mapa.

EL REENCUENTRO DE LAS PERSONAS

En el recorrido por la ciudad veo a la gente en las terrazas, pues algunos bares sí están abiertos y dentro no habrá luz para poder servir en condiciones. Llego a un parque que hay en la parte alta de la ciudad, el Jardín Público de Covilha, un lugar con un mirador, un pequeño estanque, bares en quioscos, césped, mucho césped en el que la gente, al no tener televisión ni los habituales divertimentos caseros, se ha sentado multitudinariamente en varios corrillos, unos tocando la guitarra, otros simplemente charlando. Me llama poderosamente la atención que nadie tiene un móvil en las manos mientras hablan. Pues hoy todos, incluso los más jóvenes, se hablan y se miran a la cara, felices de ser capaces de comunicarse sin la tecnología de por medio. Están descubriendo, quizás, la forma de sonreír y de expresar de sus iguales. Es algo normal para mí, que lo he vivido antes de que la tecnología nos comiera tanto el terreno, pero que hacía mucho tiempo no veía con tanta permeabilidad. El ambiente es fantástico, contagioso, la gente te ve y te sonríe, y tú no puedes más que devolverles la sonrisa. ¿Será posible que estemos redescubriendo las relaciones personales?

EL MAPA DEL FUTURO

De vuelta al apartamento veo abierta una tienda de revistas y periódicos: Casa Dinitória. Digo tienda, porque no es el típico quiosco de exterior, sino una tienda de interior, de las que recuerdo de mi infancia, con la fachada de color verde y en la que hay que bajar varios escalones que te llevan a un semisótano, en la que además de revistas, venden libros, artículos de papelería, cromos y lotería. La tienda la lleva una pareja de ancianos muy simpáticos. Les pregunto si tienen un mapa de carreteras de la región o de todo Portugal.

La mujer se queda pensando y por fin mueve unas revistas de motor, detrás de las que hay un precioso mapa de Portugal. Lo coge, triunfante de vender seguramente su primer mapa de papel en mucho tiempo, y me lo muestra, señalando el año de publicación, para que vea que está actualizado.

Cuando veo el año me quedo paralizado: ¡2026! Por un momento me da por pensar en esas películas en las que un apagón lleva a un salto en el tiempo. ¿Y si hemos avanzado un año y estamos en el 28 de abril de 2026? ¿Y si cuando llegue a mi casa pedaleando me habían dado por perdido después de un año desaparecido? ¿Y si me quedan ya tan solo dos años para jubilarme? Pero también me viene el recuerdo de que, cuando yo compraba mapas de papel, hace bastantes años, a veces las ediciones las sacaban para dos o tres años, con el año adelantado. No ha habido salto en el tiempo, por lo tanto. Parece que me siguen quedando tres años para jubilarme.
 


La mujer me saca de mis obtusos pensamientos:

- ¿Te interesa el mapa o no?

- Claro que me interesa. Me lo quedo. ¿Cuánto es?

- Seis euros.

Me podía haber pedido treinta, que también lo habría comprado. Me pregunto si esto no se convertirá en un objeto de lujo de aquí a unos días, si sigue el apagón y la gente no sabe cómo ir de un sitio a otro, sin GPS, con la mente atrofiada por no usarla para orientarnos.

En cuanto llego al apartamento me siento al lado de la ventana, el único sitio en el que aún queda suficiente luz para ver el mapa en condiciones. Es un momento muy entrañable. Lo abro a todo lo ancho y me divierto mirándolo, trazando con la mirada posibles rutas sobre las carreteras, eligiendo las líneas más finas, las de las carreteras secundarias, para llevarme de vuelta a España, hasta Ciudad Rodrigo. Se me había olvidado lo divertido que es mirar un mapa, cómo tienes que calcular las distancias analógicamente, sumando los dígitos que aparecen en cada uno de los tramos de carretera de tu trazado.

Al parecer, ya anunciaban por la radio que estaba volviendo la electricidad en algunas partes de España y Portugal, pero yo seguía con la última información de que podría durar varios días. Había radios en algunas ventanas puestas a propósito para que la gente las pudiera escuchar al pasar, pero mi nivel de portugués no me daba para entender al locutor.

Una vez tengo claro el recorrido en bici de vuelta a España con el mapa, me planteo que ocurrirá cuando a la gente se le empiece a acabar la gasolina, no puedan circular en coche y vean a un señor que se desplaza en un medio de transporte que no contamina ni usa gasolina. Bueno, lo de que no contamina puede que a más de uno le resbale, pero lo de que no gasta gasolina, en un contexto en el que no lleguen a funcionar los transportes públicos ni privados que necesitan alimentación por gasolina o electricidad, puede que sí que llame poderosamente la atención. Y habrá quien tenga una bicicleta en el trastero, pero habrá quien no la tenga y se pueda encaprichar de mi bicicleta.

Como veo que estoy empezando a desvariar decido acostarme, que es lo que debe estar haciendo el resto del mundo, porque no se ve absolutamente a nadie por la calle.

DORMIR

Y aquí viene otro momento mágico. Estoy en el apartamento. El sol está ya muy oculto y la claridad se torna en oscuridad. Pero oscuridad del todo. En ese momento, te das cuenta de la importancia de la luz por la noche, que te permite leer, ya sea un libro o en el móvil que te permite chatear con tus seres queridos. No hay nada de eso. Entonces me acuerdo de las palabras de mi madre, cuando me narraba que cuando ella era pequeña y pasaban algunas temporadas en un chozo a cargo del ganado, sin electricidad alguna, y se hacía de noche, se acostaban, y cuando se hacía de día, se levantaban. No tenían reloj ni despertador.

Pues eso es lo que me pasó allí. A las 9 de la noche estaba ya dormido.

Me desperté una hora más tarde, a las 10, cuando se debió encender la farola de la calle e inundó de luz el apartamento.

Me levanté, me acerqué a la ventana y vi cómo la ciudad volvía poco a poco a su ritmo habitual: luces encendiéndose, gente saliendo a saludarse y a gritar que había vuelto la luz, móviles iluminando rostros. Todo volvía a la normalidad.

Cerré el mapa con cuidado, como quien guarda un tesoro, y me prometí que, aunque regresara la electricidad, no dejaría que se apagara esa otra luz que había redescubierto: la de las personas, la de las conversaciones sin pantallas, la de la bondad espontánea.

No debemos olvidar que, aunque se apague todo, siempre nos quedará nuestra luz propia.

 

viernes, 11 de abril de 2025

Los ciclocomerciales

No se veían desde hacía seis meses, cuando se habían estado preparando juntos: Pedro para un viaje en bici por varios países de los Balcanes y Jaime para una exigente prueba de larga distancia. Ambos triunfaron y se divirtieron.

Después de estas gestas, les pasó lo mismo de siempre: un sentimiento de haber dado y hecho todo lo que podían, entrando en una etapa de vacío existencial que tardaba en rellenarse. La fatiga y la saturación de vivencias, que una mente es capaz de asumir en tan poco tiempo, los abrumaba. Resultado: después de estas proezas y de la entrada del frío, se desinflaron y la bicicleta se quedó acumulando polvo durante un tiempo.

Comenzaron luego a entrenar con desgana, saliendo en solitario, por ese eterno miedo que comparten los ciclistas de estar menos en forma que el compañero.

Pero en marzo, cuando el frío intenso empezaba a remitir, hablaron por teléfono para animarse a salir juntos, para motivarse con algún reto a su parecer imposible, que les impusiera disciplina.

Y allí estaban, en la puerta de la Caja Mágica, preparados para devorar kilómetros por el sur de la Comunidad de Madrid.

Pedro iba acompañado de su inseparable bicicleta de acero color verde pistacho, con la que jamás pasaba desapercibido. Quince años de bici que mantenía en perfecto estado. Y el maillot amarillo y azul del Linda McCartney Racing Team que le había conseguido sacar a Bradley Wiggins en 2001, cuando aún era un jovencísimo corredor de pista que empezaba a probar suerte en las competiciones en ruta. Además, Pedro se había dejado barba, lo que junto a sus gafas redondas le confería una perfecta imagen de hípster que él se encargaba de fomentar.

Jaime, sin embargo, iba con bicicleta y equipo más actual. No pasaban más de seis años antes de que cambiara de bici, por una con componentes más actuales y ligeros.

—¿Y esa barba, Pedro? Si te has dejado los pelos de las piernas igual que los de la barba, te va a fallar la aerodinámica.

—¿Alguna vez me he cortado yo los pelos de las piernas? —responde Pedro divertido—. Eso es para gente como tú que parece que tiene siempre prisa yendo en bici —le dice golpeándole amistosamente en el hombro.

Se funden en un abrazo largo. Un abrazo que solo se pueden dar dos amigos que han compartido muchas experiencias durante largo tiempo.

Una vez en marcha, comienzan a ponerse al día de sus vidas.

Cuando han agotado todas las novedades, Pedro le pregunta a Jaime si se había enterado de lo que estaba aconteciendo últimamente en las salidas ciclistas.

—No sé a lo que te refieres.

—¡Ah no! Pues te cuento. Resulta que hay unos ciclistas que se te acercan, te empiezan a hablar de componentes de bicis, o incluso de bicis enteras, te convencen de sus bondades y acabas comprando lo que te han dicho. -dice Pedro escudriñando la sorpresa en la cara de Jaime. Y continúa explicándole:

—El otro día se me acercó uno de ésos. Me acabé encaprichando por unas ruedas tubeless, por la promesa de que no iba a pinchar jamás, cuando resulta que llevaba tres años sin pinchar con las actuales. Yo creo que es una nueva técnica de venta de las marcas, el poner comerciales en bicicleta que se te acercan, te dan conversación y comienzan a hablar, como quien no quiere la cosa, de un determinado componente. Se les conoce porque desde el casco hasta los calcetines, pasando por la bici que tienen entre las piernas, es todo de la misma marca, algo que no vas a ver en ningún globero. Y éstos lo son. Si les aprietas, no son capaces de seguirte.

—El caso – prosigue Pedro- es que me había quedado tan convencido de que necesitaba esas ruedas, que estaba el lunes a las nueve menos cuarto, quince minutos antes de que abriera la tienda, para comprarme unas. Por suerte, mientras esperaba tuve tiempo para plantearme calmadamente si de verdad necesitaba unas ruedas nuevas. Cuando a las nueve y cinco aún no habían abierto, lo vi como una señal de que no me las tenía que comprar y me largué antes de que abrieran y el influjo de la puerta abierta junto al olor de las cubiertas nuevas, que hay siempre en las tiendas de bicis, me empujara hacia dentro.

Jaime se le queda mirando, para luego atestiguar:

—A ver si era uno de esos el que se me arrimó el otro día, convenciéndome de que tenía que cambiar los botellines, que los que llevaba, aunque no lo pareciera, tenían vida propia por dentro. Me convenció de una marca que al parecer son anti-moho y fáciles de usar.

—Son esos que llevas, ¿verdad?

—Pues sí.

—Pues bienvenido al club, has caído en las garras de los ciclocomerciales.

—Lo que hay que ver, ya no saben qué hacer para vender.

—Como te he dicho, deben estar pagados por las marcas de bicis.

—Quizás no sean comerciales. Quizás son de esos ciclistas que solo montan en bici si prueban algo nuevo. Se dejan el sueldo, el de su mujer (mientras la tengan, porque les acabará dejando cuando vean que el sueldo se va casi todo en la bici) y hasta piden préstamos si hace falta, con tal de llevar lo último en tecnología ciclista.

—No lo tengo claro, como te he dicho, suelen llevar todo -bicicleta, componentes y vestimenta- de la misma marca.

Cada uno queda sumido en sus pensamientos, evocando otras posibles intervenciones recientes de los ciclocomerciales. De pronto, un ciclista se acerca por detrás y les dice:

—Buenos días. Bonita bici. ¿Qué tal te arreglas en las bajadas de los puertos con esos frenos de zapata? Yo estoy súper contento con estos frenos de disco, marca Trompan. Tienen una pátina especial que hace que…

—¡Vade retro, Satanás! —grita Pedro, mientras le hace un gesto a Jaime para que le siga.

Comienzan los dos a esprintar. Miran hacia atrás y el supuesto comercial se les queda mirando con los ojos muy abiertos, desde la distancia.

—Parece que le hemos dado esquinazo -dice Jaime.

—Menos mal, si le dejamos hablar un poco más acabamos comprando esos frenos de disco.

—El caso es que los frenos Trompan parece que no están nada mal.

—Tendré que mirar esos frenos. Es verdad que esta bici muy bien no frena —contesta Pedro condescendiente, mientras mira sospechosamente a Jaime. - Si eso, yo me voy a volver a casa, que se nota la inactividad en las piernas.

—Vale, si quieres te acompaño y, a la vuelta, nos pasamos a ver esos frenos, que nos pilla de paso una tienda que conozco donde los tienen.

Pedro baja la cabeza, mirando de reojo a Jaime, mientras piensa que esto ya tiene la condición de epidemia.

Abstraído en sus pensamientos, recuerda aquellos tiempos en los que las bicicletas eran imperfectas, y esa imperfección era bella y fascinante, permitiendo a cada ciclista ser mecánico de su propia vida.


lunes, 13 de enero de 2025

Ladrón de corazones


Le enseñé todos los trucos de reparación de bicicletas cuando venía a mi taller a matar el tiempo, y así es como me lo paga: montando su propio taller, y no muy lejos del mío. Me han contado que mi ex está allí, ayudándole, como hacía conmigo. Pero sonriendo, algo que nunca hacía conmigo. En resumen, este hombre me ha quitado a la clientela, me ha quitado a mi novia y, para colmo, el otro día vi en Strava que me había arrebatado el KOM, el primer puesto que tenía en la subida a Las Olmedillas. No se puede ser más canalla.

Hay que admitir que su tienda-taller parece un escaparate de Prada, en comparación con la mía, donde reinaba el desorden. Bastante tenía yo con sacar el trabajo adelante.

Al final, tuve que cerrar el taller. Pero, no te lo pierdas, el muy desgraciado me manda un e-mail haciéndome una oferta por el material que me sobró al cerrar. “Prefiero tirarlo al río, pazguato”, le contesté. ¿Que por qué le llamé pazguato? Lo había leído en un cómic de Spiderman unos días atrás y me pareció de lo más ofensivo.

Desde luego, no tiré el material al río. Lo vendí todo por internet, pues vi que se podían sacar cantidades incluso mayores de dinero que vendiéndolo en la tienda. La gente siempre piensa que lo que se vende de segunda mano es más barato, sin pararse a comparar precios. Y así les va. Y así me fue a mí, que estuve viviendo de las rentas durante un tiempo. Pero el dinero no dura para siempre y tuve que buscarme la vida, y yo de lo único que entiendo es de bicis.

*****


Cansado de ver cómo la gente deja las bicicletas en la calle con candados que parecen de juguete, tomé una decisión: robar bicicletas y venderlas. No me juzguéis, por favor, de algo hay que vivir, ¿no? Además, quizás estéis de acuerdo conmigo en que si alguien no cuida lo suficiente su bicicleta, atándola con un candado que se rompe en cinco segundos, es que no se merece tenerla.

Las bicicletas robadas las vendo en otras provincias, ya sea mediante anuncios camuflados (cambiándoles el color o algún otro detalle con un editor de imágenes) o a minoristas sin escrúpulos que no preguntan de dónde provienen.

Es fácil embaucar a la gente al venderles una bicicleta. El otro día, uno que iba a probar una, colocó el pedal abajo con la mano antes de montarse. Le dije, como si fuera verdad: “qué gesto más profesional”. Sonrió satisfecho. Ya lo tenía en el bolsillo. Le podría haber pedido 600 euros por una bicicleta de 300 y me los habría dado, tan alta le había dejado la autoestima.

También tenía cuidado de revisar si alguien estaba reclamando en la red alguna de las bicicletas que había robado, para alejarme de la zona en la que decía vivir o moverse habitualmente. O, si conseguía tener mucho alcance en redes, la cambiaba totalmente, pintándola de verdad, cambiando el manillar por el de otra bicicleta u otras artimañas. 

*****

Vi un vídeo de una tal Laura reclamando su bicicleta. Le habían robado una Ortler de color verde claro hacía dos días, y le tenía mucho cariño. Mostraba una foto de la bici. Enseguida desvié la mirada a mi izquierda, donde tenía su bici: una Ortler Van Dyck, preciosa, una holandesa de cuadro clásico.

En otras circunstancias me habría dado igual, pero no pude evitar ver el vídeo de Laura varias veces. No era una chica despampanante, pero me enamoraron su determinación, su mirada, su voz, los plácidos gestos que acompañaban su fácil sonrisa.

—Tengo que devolverle la bici —me escuché decir en voz alta, para luego darme cuenta de lo absurdo de la situación. Me imaginaba diciéndole: “Hola Laura, estaba viendo tu vídeo y, mira por dónde, resulta que tu bici está aquí a mi lado, ¡qué casualidad!”. No. Tenía que inventarme algo distinto.

Podría escribirle lo siguiente:

- "Yo te ayudo a encontrarla, soy un experto en buscar bicis."

- "¿No sabía que hubiera expertos en buscar bicis? ¿Y cuánto me vas a cobrar?"

- "Nada, lo hago como hobby, ya ves."

Tampoco sonaba muy convincente.

Finalmente, le dije que la había encontrado abandonada cerca de mi casa. Reconocí su inconfundible bici por el vídeo y la subí a mi casa para que no se la volvieran a llevar. Me contestó entusiasmada y quedamos en que vendría a recogerla a casa.

*****


Cuando Laura llamó a la puerta, ya me había mirado al espejo unas quince veces para asegurarme de que tenía un aspecto aceptable. Ella era mucho más guapa que en el vídeo. Quizás porque allí se le notaba la tristeza por haber perdido su bicicleta y aquí llegaba radiante por recuperarla.

—Muchísimas gracias —me dijo emocionada, dejando de mirar su bicicleta un momento para mirarme a los ojos, enfatizando así su agradecimiento.

Yo no pude sostenerle la mirada, por timidez y porque me sentía culpable de haberle hecho pasar aquel mal rato de angustia por la pérdida. Al bajar la mirada, vi sus manos.

—¿Te arreglas tú misma las bicicletas? —le pregunté, señalando sus manos con las uñas ligeramente manchadas de grasa, algo que no me pasó desapercibido.

—Pues sí, me encanta cacharrear con la bici. Tú también, por lo que veo —dijo alzando las cejas en dirección a mis manos.

Nos reímos con ganas los dos.

—Qué suerte que la hayas encontrado. No sé cómo agradecértelo. ¿Te puedo invitar a un café?

—Mejor aún, invítame a un paseo en bicicleta.

Ese paseo en bici con Laura fue el primero de muchos más, y de las sonrisas pasamos a los besos y de ahí al amor. Pero en un amor verdadero no cabía la mentira, así que finalmente le conté cómo la vida, y el que se llevó a mi anterior novia, me había llevado a robar bicicletas. Laura, que vive convencida de que todo lo que ocurre en la vida son oportunidades, me dijo que podíamos usar ese talento para lo contrario, para encontrar bicicletas, pues si había sabido cómo ocultarlas, conocía igualmente la técnica para encontrarlas. Y no le faltaba razón.

Montamos juntos un negocio de recuperación de bicicletas, que va viento en popa. Vamos, que nos estamos forrando. Todo legal.

Por cierto, al que me robó a mi anterior novia le mejoré el otro día el tiempo en la subida a Las Olmedillas, recuperando mi primer puesto.

Y así, entre risas y aventuras, Laura y yo seguimos pedaleando juntos por la vida, recuperando bicicletas y creando recuerdos inolvidables. Cada día es una nueva oportunidad para demostrar que, a veces, los caminos más inesperados nos llevan a los destinos más maravillosos. Y aunque el pasado nos haya marcado, el presente y el futuro nos pertenecen, llenos de cariño, complicidad y muchas más subidas a Las Olmedillas.