viernes, 11 de abril de 2025

Los ciclocomerciales

No se veían desde hacía seis meses, cuando se habían estado preparando juntos: Pedro para un viaje en bici por varios países de los Balcanes y Jaime para una exigente prueba de larga distancia. Ambos triunfaron y se divirtieron.

Después de estas gestas, les pasó lo mismo de siempre: un sentimiento de haber dado y hecho todo lo que podían, entrando en una etapa de vacío existencial que tardaba en rellenarse. La fatiga y la saturación de vivencias, que una mente es capaz de asumir en tan poco tiempo, los abrumaba. Resultado: después de estas proezas y de la entrada del frío, se desinflaron y la bicicleta se quedó acumulando polvo durante un tiempo.

Comenzaron luego a entrenar con desgana, saliendo en solitario, por ese eterno miedo que comparten los ciclistas de estar menos en forma que el compañero.

Pero en marzo, cuando el frío intenso empezaba a remitir, hablaron por teléfono para animarse a salir juntos, para motivarse con algún reto a su parecer imposible, que les impusiera disciplina.

Y allí estaban, en la puerta de la Caja Mágica, preparados para devorar kilómetros por el sur de la Comunidad de Madrid.

Pedro iba acompañado de su inseparable bicicleta de acero color verde pistacho, con la que jamás pasaba desapercibido. Quince años de bici que mantenía en perfecto estado. Y el maillot amarillo y azul del Linda McCartney Racing Team que le había conseguido sacar a Bradley Wiggins en 2001, cuando aún era un jovencísimo corredor de pista que empezaba a probar suerte en las competiciones en ruta. Además, Pedro se había dejado barba, lo que junto a sus gafas redondas le confería una perfecta imagen de hípster que él se encargaba de fomentar.

Jaime, sin embargo, iba con bicicleta y equipo más actual. No pasaban más de seis años antes de que cambiara de bici, por una con componentes más actuales y ligeros.

—¿Y esa barba, Pedro? Si te has dejado los pelos de las piernas igual que los de la barba, te va a fallar la aerodinámica.

—¿Alguna vez me he cortado yo los pelos de las piernas? —responde Pedro divertido—. Eso es para gente como tú que parece que tiene siempre prisa yendo en bici —le dice golpeándole amistosamente en el hombro.

Se funden en un abrazo largo. Un abrazo que solo se pueden dar dos amigos que han compartido muchas experiencias durante largo tiempo.

Una vez en marcha, comienzan a ponerse al día de sus vidas.

Cuando han agotado todas las novedades, Pedro le pregunta a Jaime si se había enterado de lo que estaba aconteciendo últimamente en las salidas ciclistas.

—No sé a lo que te refieres.

—¡Ah no! Pues te cuento. Resulta que hay unos ciclistas que se te acercan, te empiezan a hablar de componentes de bicis, o incluso de bicis enteras, te convencen de sus bondades y acabas comprando lo que te han dicho. -dice Pedro escudriñando la sorpresa en la cara de Jaime. Y continúa explicándole:

—El otro día se me acercó uno de ésos. Me acabé encaprichando por unas ruedas tubeless, por la promesa de que no iba a pinchar jamás, cuando resulta que llevaba tres años sin pinchar con las actuales. Yo creo que es una nueva técnica de venta de las marcas, el poner comerciales en bicicleta que se te acercan, te dan conversación y comienzan a hablar, como quien no quiere la cosa, de un determinado componente. Se les conoce porque desde el casco hasta los calcetines, pasando por la bici que tienen entre las piernas, es todo de la misma marca, algo que no vas a ver en ningún globero. Y éstos lo son. Si les aprietas, no son capaces de seguirte.

—El caso – prosigue Pedro- es que me había quedado tan convencido de que necesitaba esas ruedas, que estaba el lunes a las nueve menos cuarto, quince minutos antes de que abriera la tienda, para comprarme unas. Por suerte, mientras esperaba tuve tiempo para plantearme calmadamente si de verdad necesitaba unas ruedas nuevas. Cuando a las nueve y cinco aún no habían abierto, lo vi como una señal de que no me las tenía que comprar y me largué antes de que abrieran y el influjo de la puerta abierta junto al olor de las cubiertas nuevas, que hay siempre en las tiendas de bicis, me empujara hacia dentro.

Jaime se le queda mirando, para luego atestiguar:

—A ver si era uno de esos el que se me arrimó el otro día, convenciéndome de que tenía que cambiar los botellines, que los que llevaba, aunque no lo pareciera, tenían vida propia por dentro. Me convenció de una marca que al parecer son anti-moho y fáciles de usar.

—Son esos que llevas, ¿verdad?

—Pues sí.

—Pues bienvenido al club, has caído en las garras de los ciclocomerciales.

—Lo que hay que ver, ya no saben qué hacer para vender.

—Como te he dicho, deben estar pagados por las marcas de bicis.

—Quizás no sean comerciales. Quizás son de esos ciclistas que solo montan en bici si prueban algo nuevo. Se dejan el sueldo, el de su mujer (mientras la tengan, porque les acabará dejando cuando vean que el sueldo se va casi todo en la bici) y hasta piden préstamos si hace falta, con tal de llevar lo último en tecnología ciclista.

—No lo tengo claro, como te he dicho, suelen llevar todo -bicicleta, componentes y vestimenta- de la misma marca.

Cada uno queda sumido en sus pensamientos, evocando otras posibles intervenciones recientes de los ciclocomerciales. De pronto, un ciclista se acerca por detrás y les dice:

—Buenos días. Bonita bici. ¿Qué tal te arreglas en las bajadas de los puertos con esos frenos de zapata? Yo estoy súper contento con estos frenos de disco, marca Trompan. Tienen una pátina especial que hace que…

—¡Vade retro, Satanás! —grita Pedro, mientras le hace un gesto a Jaime para que le siga.

Comienzan los dos a esprintar. Miran hacia atrás y el supuesto comercial se les queda mirando con los ojos muy abiertos, desde la distancia.

—Parece que le hemos dado esquinazo -dice Jaime.

—Menos mal, si le dejamos hablar un poco más acabamos comprando esos frenos de disco.

—El caso es que los frenos Trompan parece que no están nada mal.

—Tendré que mirar esos frenos. Es verdad que esta bici muy bien no frena —contesta Pedro condescendiente, mientras mira sospechosamente a Jaime. - Si eso, yo me voy a volver a casa, que se nota la inactividad en las piernas.

—Vale, si quieres te acompaño y, a la vuelta, nos pasamos a ver esos frenos, que nos pilla de paso una tienda que conozco donde los tienen.

Pedro baja la cabeza, mirando de reojo a Jaime, mientras piensa que esto ya tiene la condición de epidemia.

Abstraído en sus pensamientos, recuerda aquellos tiempos en los que las bicicletas eran imperfectas, y esa imperfección era bella y fascinante, permitiendo a cada ciclista ser mecánico de su propia vida.


lunes, 13 de enero de 2025

Ladrón de corazones


Le enseñé todos los trucos de reparación de bicicletas cuando venía a mi taller a matar el tiempo, y así es como me lo paga: montando su propio taller, y no muy lejos del mío. Me han contado que mi ex está allí, ayudándole, como hacía conmigo. Pero sonriendo, algo que nunca hacía conmigo. En resumen, este hombre me ha quitado a la clientela, me ha quitado a mi novia y, para colmo, el otro día vi en Strava que me había arrebatado el KOM, el primer puesto que tenía en la subida a Las Olmedillas. No se puede ser más canalla.

Hay que admitir que su tienda-taller parece un escaparate de Prada, en comparación con la mía, donde reinaba el desorden. Bastante tenía yo con sacar el trabajo adelante.

Al final, tuve que cerrar el taller. Pero, no te lo pierdas, el muy desgraciado me manda un e-mail haciéndome una oferta por el material que me sobró al cerrar. “Prefiero tirarlo al río, pazguato”, le contesté. ¿Que por qué le llamé pazguato? Lo había leído en un cómic de Spiderman unos días atrás y me pareció de lo más ofensivo.

Desde luego, no tiré el material al río. Lo vendí todo por internet, pues vi que se podían sacar cantidades incluso mayores de dinero que vendiéndolo en la tienda. La gente siempre piensa que lo que se vende de segunda mano es más barato, sin pararse a comparar precios. Y así les va. Y así me fue a mí, que estuve viviendo de las rentas durante un tiempo. Pero el dinero no dura para siempre y tuve que buscarme la vida, y yo de lo único que entiendo es de bicis.

*****


Cansado de ver cómo la gente deja las bicicletas en la calle con candados que parecen de juguete, tomé una decisión: robar bicicletas y venderlas. No me juzguéis, por favor, de algo hay que vivir, ¿no? Además, quizás estéis de acuerdo conmigo en que si alguien no cuida lo suficiente su bicicleta, atándola con un candado que se rompe en cinco segundos, es que no se merece tenerla.

Las bicicletas robadas las vendo en otras provincias, ya sea mediante anuncios camuflados (cambiándoles el color o algún otro detalle con un editor de imágenes) o a minoristas sin escrúpulos que no preguntan de dónde provienen.

Es fácil embaucar a la gente al venderles una bicicleta. El otro día, uno que iba a probar una, colocó el pedal abajo con la mano antes de montarse. Le dije, como si fuera verdad: “qué gesto más profesional”. Sonrió satisfecho. Ya lo tenía en el bolsillo. Le podría haber pedido 600 euros por una bicicleta de 300 y me los habría dado, tan alta le había dejado la autoestima.

También tenía cuidado de revisar si alguien estaba reclamando en la red alguna de las bicicletas que había robado, para alejarme de la zona en la que decía vivir o moverse habitualmente. O, si conseguía tener mucho alcance en redes, la cambiaba totalmente, pintándola de verdad, cambiando el manillar por el de otra bicicleta u otras artimañas. 

*****

Vi un vídeo de una tal Laura reclamando su bicicleta. Le habían robado una Ortler de color verde claro hacía dos días, y le tenía mucho cariño. Mostraba una foto de la bici. Enseguida desvié la mirada a mi izquierda, donde tenía su bici: una Ortler Van Dyck, preciosa, una holandesa de cuadro clásico.

En otras circunstancias me habría dado igual, pero no pude evitar ver el vídeo de Laura varias veces. No era una chica despampanante, pero me enamoraron su determinación, su mirada, su voz, los plácidos gestos que acompañaban su fácil sonrisa.

—Tengo que devolverle la bici —me escuché decir en voz alta, para luego darme cuenta de lo absurdo de la situación. Me imaginaba diciéndole: “Hola Laura, estaba viendo tu vídeo y, mira por dónde, resulta que tu bici está aquí a mi lado, ¡qué casualidad!”. No. Tenía que inventarme algo distinto.

Podría escribirle lo siguiente:

- "Yo te ayudo a encontrarla, soy un experto en buscar bicis."

- "¿No sabía que hubiera expertos en buscar bicis? ¿Y cuánto me vas a cobrar?"

- "Nada, lo hago como hobby, ya ves."

Tampoco sonaba muy convincente.

Finalmente, le dije que la había encontrado abandonada cerca de mi casa. Reconocí su inconfundible bici por el vídeo y la subí a mi casa para que no se la volvieran a llevar. Me contestó entusiasmada y quedamos en que vendría a recogerla a casa.

*****


Cuando Laura llamó a la puerta, ya me había mirado al espejo unas quince veces para asegurarme de que tenía un aspecto aceptable. Ella era mucho más guapa que en el vídeo. Quizás porque allí se le notaba la tristeza por haber perdido su bicicleta y aquí llegaba radiante por recuperarla.

—Muchísimas gracias —me dijo emocionada, dejando de mirar su bicicleta un momento para mirarme a los ojos, enfatizando así su agradecimiento.

Yo no pude sostenerle la mirada, por timidez y porque me sentía culpable de haberle hecho pasar aquel mal rato de angustia por la pérdida. Al bajar la mirada, vi sus manos.

—¿Te arreglas tú misma las bicicletas? —le pregunté, señalando sus manos con las uñas ligeramente manchadas de grasa, algo que no me pasó desapercibido.

—Pues sí, me encanta cacharrear con la bici. Tú también, por lo que veo —dijo alzando las cejas en dirección a mis manos.

Nos reímos con ganas los dos.

—Qué suerte que la hayas encontrado. No sé cómo agradecértelo. ¿Te puedo invitar a un café?

—Mejor aún, invítame a un paseo en bicicleta.

Ese paseo en bici con Laura fue el primero de muchos más, y de las sonrisas pasamos a los besos y de ahí al amor. Pero en un amor verdadero no cabía la mentira, así que finalmente le conté cómo la vida, y el que se llevó a mi anterior novia, me había llevado a robar bicicletas. Laura, que vive convencida de que todo lo que ocurre en la vida son oportunidades, me dijo que podíamos usar ese talento para lo contrario, para encontrar bicicletas, pues si había sabido cómo ocultarlas, conocía igualmente la técnica para encontrarlas. Y no le faltaba razón.

Montamos juntos un negocio de recuperación de bicicletas, que va viento en popa. Vamos, que nos estamos forrando. Todo legal.

Por cierto, al que me robó a mi anterior novia le mejoré el otro día el tiempo en la subida a Las Olmedillas, recuperando mi primer puesto.

Y así, entre risas y aventuras, Laura y yo seguimos pedaleando juntos por la vida, recuperando bicicletas y creando recuerdos inolvidables. Cada día es una nueva oportunidad para demostrar que, a veces, los caminos más inesperados nos llevan a los destinos más maravillosos. Y aunque el pasado nos haya marcado, el presente y el futuro nos pertenecen, llenos de cariño, complicidad y muchas más subidas a Las Olmedillas.