No se veían desde hacía seis meses, cuando se habían estado preparando juntos: Pedro para un viaje en bici por varios países de los Balcanes y Jaime para una exigente prueba de larga distancia. Ambos triunfaron y se divirtieron.
Después de estas gestas, les pasó lo mismo de siempre: un sentimiento de haber dado y hecho todo lo que podían, entrando en una etapa de vacío existencial que tardaba en rellenarse. La fatiga y la saturación de vivencias, que una mente es capaz de asumir en tan poco tiempo, los abrumaba. Resultado: después de estas proezas y de la entrada del frío, se desinflaron y la bicicleta se quedó acumulando polvo durante un tiempo.
Comenzaron luego a entrenar con desgana, saliendo en solitario, por ese eterno miedo que comparten los ciclistas de estar menos en forma que el compañero.
Pero en marzo, cuando el frío intenso empezaba a remitir, hablaron por teléfono para animarse a salir juntos, para motivarse con algún reto a su parecer imposible, que les impusiera disciplina.
Y allí estaban, en la puerta de la Caja Mágica, preparados para devorar kilómetros por el sur de la Comunidad de Madrid.
Pedro iba acompañado de su inseparable bicicleta de acero color verde pistacho, con la que jamás pasaba desapercibido. Quince años de bici que mantenía en perfecto estado. Y el maillot amarillo y azul del Linda McCartney Racing Team que le había conseguido sacar a Bradley Wiggins en 2001, cuando aún era un jovencísimo corredor de pista que empezaba a probar suerte en las competiciones en ruta. Además, Pedro se había dejado barba, lo que junto a sus gafas redondas le confería una perfecta imagen de hípster que él se encargaba de fomentar.
Jaime, sin embargo, iba con bicicleta y equipo más actual. No pasaban más de seis años antes de que cambiara de bici, por una con componentes más actuales y ligeros.
—¿Y esa barba, Pedro? Si te has dejado los pelos de las piernas igual que los de la barba, te va a fallar la aerodinámica.
—¿Alguna vez me he cortado yo los pelos de las piernas? —responde Pedro divertido—. Eso es para gente como tú que parece que tiene siempre prisa yendo en bici —le dice golpeándole amistosamente en el hombro.
Se funden en un abrazo largo. Un abrazo que solo se pueden dar dos amigos que han compartido muchas experiencias durante largo tiempo.
Una vez en marcha, comienzan a ponerse al día de sus vidas.
Cuando han agotado todas las novedades, Pedro le pregunta a Jaime si se había enterado de lo que estaba aconteciendo últimamente en las salidas ciclistas.
—No sé a lo que te refieres.
—¡Ah no! Pues te cuento. Resulta que hay unos ciclistas que se te acercan, te empiezan a hablar de componentes de bicis, o incluso de bicis enteras, te convencen de sus bondades y acabas comprando lo que te han dicho. -dice Pedro escudriñando la sorpresa en la cara de Jaime. Y continúa explicándole:
—El otro día se me acercó uno de ésos. Me acabé encaprichando por unas ruedas tubeless, por la promesa de que no iba a pinchar jamás, cuando resulta que llevaba tres años sin pinchar con las actuales. Yo creo que es una nueva técnica de venta de las marcas, el poner comerciales en bicicleta que se te acercan, te dan conversación y comienzan a hablar, como quien no quiere la cosa, de un determinado componente. Se les conoce porque desde el casco hasta los calcetines, pasando por la bici que tienen entre las piernas, es todo de la misma marca, algo que no vas a ver en ningún globero. Y éstos lo son. Si les aprietas, no son capaces de seguirte.
—El caso – prosigue Pedro- es que me había quedado tan convencido de que necesitaba esas ruedas, que estaba el lunes a las nueve menos cuarto, quince minutos antes de que abriera la tienda, para comprarme unas. Por suerte, mientras esperaba tuve tiempo para plantearme calmadamente si de verdad necesitaba unas ruedas nuevas. Cuando a las nueve y cinco aún no habían abierto, lo vi como una señal de que no me las tenía que comprar y me largué antes de que abrieran y el influjo de la puerta abierta junto al olor de las cubiertas nuevas, que hay siempre en las tiendas de bicis, me empujara hacia dentro.
Jaime se le queda mirando, para luego atestiguar:
—A ver si era uno de esos el que se me arrimó el otro día, convenciéndome de que tenía que cambiar los botellines, que los que llevaba, aunque no lo pareciera, tenían vida propia por dentro. Me convenció de una marca que al parecer son anti-moho y fáciles de usar.
—Son esos que llevas, ¿verdad?
—Pues sí.
—Pues bienvenido al club, has caído en las garras de los ciclocomerciales.
—Lo que hay que ver, ya no saben qué hacer para vender.
—Como te he dicho, deben estar pagados por las marcas de bicis.
—Quizás no sean comerciales. Quizás son de esos ciclistas que solo montan en bici si prueban algo nuevo. Se dejan el sueldo, el de su mujer (mientras la tengan, porque les acabará dejando cuando vean que el sueldo se va casi todo en la bici) y hasta piden préstamos si hace falta, con tal de llevar lo último en tecnología ciclista.
—No lo tengo claro, como te he dicho, suelen llevar todo -bicicleta, componentes y vestimenta- de la misma marca.
Cada uno queda sumido en sus pensamientos, evocando otras posibles intervenciones recientes de los ciclocomerciales. De pronto, un ciclista se acerca por detrás y les dice:
—Buenos días. Bonita bici. ¿Qué tal te arreglas en las bajadas de los puertos con esos frenos de zapata? Yo estoy súper contento con estos frenos de disco, marca Trompan. Tienen una pátina especial que hace que…
—¡Vade retro, Satanás! —grita Pedro, mientras le hace un gesto a Jaime para que le siga.
Comienzan los dos a esprintar. Miran hacia atrás y el supuesto comercial se les queda mirando con los ojos muy abiertos, desde la distancia.
—Parece que le hemos dado esquinazo -dice Jaime.
—Menos mal, si le dejamos hablar un poco más acabamos comprando esos frenos de disco.
—El caso es que los frenos Trompan parece que no están nada mal.
—Tendré que mirar esos frenos. Es verdad que esta bici muy bien no frena —contesta Pedro condescendiente, mientras mira sospechosamente a Jaime. - Si eso, yo me voy a volver a casa, que se nota la inactividad en las piernas.
—Vale, si quieres te acompaño y, a la vuelta, nos pasamos a ver esos frenos, que nos pilla de paso una tienda que conozco donde los tienen.
Pedro baja la cabeza, mirando de reojo a Jaime, mientras piensa que esto ya tiene la condición de epidemia.
Abstraído en sus pensamientos, recuerda aquellos tiempos en los que las bicicletas eran imperfectas, y esa imperfección era bella y fascinante, permitiendo a cada ciclista ser mecánico de su propia vida.
Después de estas gestas, les pasó lo mismo de siempre: un sentimiento de haber dado y hecho todo lo que podían, entrando en una etapa de vacío existencial que tardaba en rellenarse. La fatiga y la saturación de vivencias, que una mente es capaz de asumir en tan poco tiempo, los abrumaba. Resultado: después de estas proezas y de la entrada del frío, se desinflaron y la bicicleta se quedó acumulando polvo durante un tiempo.
Comenzaron luego a entrenar con desgana, saliendo en solitario, por ese eterno miedo que comparten los ciclistas de estar menos en forma que el compañero.
Pero en marzo, cuando el frío intenso empezaba a remitir, hablaron por teléfono para animarse a salir juntos, para motivarse con algún reto a su parecer imposible, que les impusiera disciplina.
Y allí estaban, en la puerta de la Caja Mágica, preparados para devorar kilómetros por el sur de la Comunidad de Madrid.
Pedro iba acompañado de su inseparable bicicleta de acero color verde pistacho, con la que jamás pasaba desapercibido. Quince años de bici que mantenía en perfecto estado. Y el maillot amarillo y azul del Linda McCartney Racing Team que le había conseguido sacar a Bradley Wiggins en 2001, cuando aún era un jovencísimo corredor de pista que empezaba a probar suerte en las competiciones en ruta. Además, Pedro se había dejado barba, lo que junto a sus gafas redondas le confería una perfecta imagen de hípster que él se encargaba de fomentar.
Jaime, sin embargo, iba con bicicleta y equipo más actual. No pasaban más de seis años antes de que cambiara de bici, por una con componentes más actuales y ligeros.
—¿Y esa barba, Pedro? Si te has dejado los pelos de las piernas igual que los de la barba, te va a fallar la aerodinámica.
—¿Alguna vez me he cortado yo los pelos de las piernas? —responde Pedro divertido—. Eso es para gente como tú que parece que tiene siempre prisa yendo en bici —le dice golpeándole amistosamente en el hombro.
Se funden en un abrazo largo. Un abrazo que solo se pueden dar dos amigos que han compartido muchas experiencias durante largo tiempo.
Una vez en marcha, comienzan a ponerse al día de sus vidas.
Cuando han agotado todas las novedades, Pedro le pregunta a Jaime si se había enterado de lo que estaba aconteciendo últimamente en las salidas ciclistas.
—No sé a lo que te refieres.
—¡Ah no! Pues te cuento. Resulta que hay unos ciclistas que se te acercan, te empiezan a hablar de componentes de bicis, o incluso de bicis enteras, te convencen de sus bondades y acabas comprando lo que te han dicho. -dice Pedro escudriñando la sorpresa en la cara de Jaime. Y continúa explicándole:
—El otro día se me acercó uno de ésos. Me acabé encaprichando por unas ruedas tubeless, por la promesa de que no iba a pinchar jamás, cuando resulta que llevaba tres años sin pinchar con las actuales. Yo creo que es una nueva técnica de venta de las marcas, el poner comerciales en bicicleta que se te acercan, te dan conversación y comienzan a hablar, como quien no quiere la cosa, de un determinado componente. Se les conoce porque desde el casco hasta los calcetines, pasando por la bici que tienen entre las piernas, es todo de la misma marca, algo que no vas a ver en ningún globero. Y éstos lo son. Si les aprietas, no son capaces de seguirte.
—El caso – prosigue Pedro- es que me había quedado tan convencido de que necesitaba esas ruedas, que estaba el lunes a las nueve menos cuarto, quince minutos antes de que abriera la tienda, para comprarme unas. Por suerte, mientras esperaba tuve tiempo para plantearme calmadamente si de verdad necesitaba unas ruedas nuevas. Cuando a las nueve y cinco aún no habían abierto, lo vi como una señal de que no me las tenía que comprar y me largué antes de que abrieran y el influjo de la puerta abierta junto al olor de las cubiertas nuevas, que hay siempre en las tiendas de bicis, me empujara hacia dentro.
Jaime se le queda mirando, para luego atestiguar:
—A ver si era uno de esos el que se me arrimó el otro día, convenciéndome de que tenía que cambiar los botellines, que los que llevaba, aunque no lo pareciera, tenían vida propia por dentro. Me convenció de una marca que al parecer son anti-moho y fáciles de usar.
—Son esos que llevas, ¿verdad?
—Pues sí.
—Pues bienvenido al club, has caído en las garras de los ciclocomerciales.
—Lo que hay que ver, ya no saben qué hacer para vender.
—Como te he dicho, deben estar pagados por las marcas de bicis.
—Quizás no sean comerciales. Quizás son de esos ciclistas que solo montan en bici si prueban algo nuevo. Se dejan el sueldo, el de su mujer (mientras la tengan, porque les acabará dejando cuando vean que el sueldo se va casi todo en la bici) y hasta piden préstamos si hace falta, con tal de llevar lo último en tecnología ciclista.
—No lo tengo claro, como te he dicho, suelen llevar todo -bicicleta, componentes y vestimenta- de la misma marca.
Cada uno queda sumido en sus pensamientos, evocando otras posibles intervenciones recientes de los ciclocomerciales. De pronto, un ciclista se acerca por detrás y les dice:
—Buenos días. Bonita bici. ¿Qué tal te arreglas en las bajadas de los puertos con esos frenos de zapata? Yo estoy súper contento con estos frenos de disco, marca Trompan. Tienen una pátina especial que hace que…
—¡Vade retro, Satanás! —grita Pedro, mientras le hace un gesto a Jaime para que le siga.
Comienzan los dos a esprintar. Miran hacia atrás y el supuesto comercial se les queda mirando con los ojos muy abiertos, desde la distancia.
—Parece que le hemos dado esquinazo -dice Jaime.
—Menos mal, si le dejamos hablar un poco más acabamos comprando esos frenos de disco.
—El caso es que los frenos Trompan parece que no están nada mal.
—Tendré que mirar esos frenos. Es verdad que esta bici muy bien no frena —contesta Pedro condescendiente, mientras mira sospechosamente a Jaime. - Si eso, yo me voy a volver a casa, que se nota la inactividad en las piernas.
—Vale, si quieres te acompaño y, a la vuelta, nos pasamos a ver esos frenos, que nos pilla de paso una tienda que conozco donde los tienen.
Pedro baja la cabeza, mirando de reojo a Jaime, mientras piensa que esto ya tiene la condición de epidemia.
Abstraído en sus pensamientos, recuerda aquellos tiempos en los que las bicicletas eran imperfectas, y esa imperfección era bella y fascinante, permitiendo a cada ciclista ser mecánico de su propia vida.