lunes, 13 de enero de 2025

Ladrón de corazones


Le enseñé todos los trucos de reparación de bicicletas cuando venía a mi taller a matar el tiempo, y así es como me lo paga: montando su propio taller, y no muy lejos del mío. Me han contado que mi ex está allí, ayudándole, como hacía conmigo. Pero sonriendo, algo que nunca hacía conmigo. En resumen, este hombre me ha quitado a la clientela, me ha quitado a mi novia y, para colmo, el otro día vi en Strava que me había arrebatado el KOM, el primer puesto que tenía en la subida a Las Olmedillas. No se puede ser más canalla.

Hay que admitir que su tienda-taller parece un escaparate de Prada, en comparación con la mía, donde reinaba el desorden. Bastante tenía yo con sacar el trabajo adelante.

Al final, tuve que cerrar el taller. Pero, no te lo pierdas, el muy desgraciado me manda un e-mail haciéndome una oferta por el material que me sobró al cerrar. “Prefiero tirarlo al río, pazguato”, le contesté. ¿Que por qué le llamé pazguato? Lo había leído en un cómic de Spiderman unos días atrás y me pareció de lo más ofensivo.

Desde luego, no tiré el material al río. Lo vendí todo por internet, pues vi que se podían sacar cantidades incluso mayores de dinero que vendiéndolo en la tienda. La gente siempre piensa que lo que se vende de segunda mano es más barato, sin pararse a comparar precios. Y así les va. Y así me fue a mí, que estuve viviendo de las rentas durante un tiempo. Pero el dinero no dura para siempre y tuve que buscarme la vida, y yo de lo único que entiendo es de bicis.

*****


Cansado de ver cómo la gente deja las bicicletas en la calle con candados que parecen de juguete, tomé una decisión: robar bicicletas y venderlas. No me juzguéis, por favor, de algo hay que vivir, ¿no? Además, quizás estéis de acuerdo conmigo en que si alguien no cuida lo suficiente su bicicleta, atándola con un candado que se rompe en cinco segundos, es que no se merece tenerla.

Las bicicletas robadas las vendo en otras provincias, ya sea mediante anuncios camuflados (cambiándoles el color o algún otro detalle con un editor de imágenes) o a minoristas sin escrúpulos que no preguntan de dónde provienen.

Es fácil embaucar a la gente al venderles una bicicleta. El otro día, uno que iba a probar una, colocó el pedal abajo con la mano antes de montarse. Le dije, como si fuera verdad: “qué gesto más profesional”. Sonrió satisfecho. Ya lo tenía en el bolsillo. Le podría haber pedido 600 euros por una bicicleta de 300 y me los habría dado, tan alta le había dejado la autoestima.

También tenía cuidado de revisar si alguien estaba reclamando en la red alguna de las bicicletas que había robado, para alejarme de la zona en la que decía vivir o moverse habitualmente. O, si conseguía tener mucho alcance en redes, la cambiaba totalmente, pintándola de verdad, cambiando el manillar por el de otra bicicleta u otras artimañas. 

*****

Vi un vídeo de una tal Laura reclamando su bicicleta. Le habían robado una Ortler de color verde claro hacía dos días, y le tenía mucho cariño. Mostraba una foto de la bici. Enseguida desvié la mirada a mi izquierda, donde tenía su bici: una Ortler Van Dyck, preciosa, una holandesa de cuadro clásico.

En otras circunstancias me habría dado igual, pero no pude evitar ver el vídeo de Laura varias veces. No era una chica despampanante, pero me enamoraron su determinación, su mirada, su voz, los plácidos gestos que acompañaban su fácil sonrisa.

—Tengo que devolverle la bici —me escuché decir en voz alta, para luego darme cuenta de lo absurdo de la situación. Me imaginaba diciéndole: “Hola Laura, estaba viendo tu vídeo y, mira por dónde, resulta que tu bici está aquí a mi lado, ¡qué casualidad!”. No. Tenía que inventarme algo distinto.

Podría escribirle lo siguiente:

- "Yo te ayudo a encontrarla, soy un experto en buscar bicis."

- "¿No sabía que hubiera expertos en buscar bicis? ¿Y cuánto me vas a cobrar?"

- "Nada, lo hago como hobby, ya ves."

Tampoco sonaba muy convincente.

Finalmente, le dije que la había encontrado abandonada cerca de mi casa. Reconocí su inconfundible bici por el vídeo y la subí a mi casa para que no se la volvieran a llevar. Me contestó entusiasmada y quedamos en que vendría a recogerla a casa.

*****


Cuando Laura llamó a la puerta, ya me había mirado al espejo unas quince veces para asegurarme de que tenía un aspecto aceptable. Ella era mucho más guapa que en el vídeo. Quizás porque allí se le notaba la tristeza por haber perdido su bicicleta y aquí llegaba radiante por recuperarla.

—Muchísimas gracias —me dijo emocionada, dejando de mirar su bicicleta un momento para mirarme a los ojos, enfatizando así su agradecimiento.

Yo no pude sostenerle la mirada, por timidez y porque me sentía culpable de haberle hecho pasar aquel mal rato de angustia por la pérdida. Al bajar la mirada, vi sus manos.

—¿Te arreglas tú misma las bicicletas? —le pregunté, señalando sus manos con las uñas ligeramente manchadas de grasa, algo que no me pasó desapercibido.

—Pues sí, me encanta cacharrear con la bici. Tú también, por lo que veo —dijo alzando las cejas en dirección a mis manos.

Nos reímos con ganas los dos.

—Qué suerte que la hayas encontrado. No sé cómo agradecértelo. ¿Te puedo invitar a un café?

—Mejor aún, invítame a un paseo en bicicleta.

Ese paseo en bici con Laura fue el primero de muchos más, y de las sonrisas pasamos a los besos y de ahí al amor. Pero en un amor verdadero no cabía la mentira, así que finalmente le conté cómo la vida, y el que se llevó a mi anterior novia, me había llevado a robar bicicletas. Laura, que vive convencida de que todo lo que ocurre en la vida son oportunidades, me dijo que podíamos usar ese talento para lo contrario, para encontrar bicicletas, pues si había sabido cómo ocultarlas, conocía igualmente la técnica para encontrarlas. Y no le faltaba razón.

Montamos juntos un negocio de recuperación de bicicletas, que va viento en popa. Vamos, que nos estamos forrando. Todo legal.

Por cierto, al que me robó a mi anterior novia le mejoré el otro día el tiempo en la subida a Las Olmedillas, recuperando mi primer puesto.

Y así, entre risas y aventuras, Laura y yo seguimos pedaleando juntos por la vida, recuperando bicicletas y creando recuerdos inolvidables. Cada día es una nueva oportunidad para demostrar que, a veces, los caminos más inesperados nos llevan a los destinos más maravillosos. Y aunque el pasado nos haya marcado, el presente y el futuro nos pertenecen, llenos de cariño, complicidad y muchas más subidas a Las Olmedillas.