- ¿Hay luz ahí donde estás?
Esta pregunta me la hace Pilar, mi pareja, por teléfono. Yo me encuentro en Portugal, haciendo una ruta en bici de varios días, así que en ese contexto no entiendo la pregunta. Estoy parado comiendo algo en la sombra de una casa a la entrada de un pueblecito llamado Escarigo, entre Penamacor y Covilha.
Miro hacia arriba, hacia el cielo, hay una luz imponente, ni una nube, hace un sol de justicia, y debemos estar cerca del mediodía. Sin dudar le respondo:
- Aquí hay mucha luz, hace un día precioso
- Lo digo porque aquí en el trabajo se ha ido la luz y dicen que puede tardar en regresar.
- Te recuerdo que yo he entrado hace unas horas en Portugal, no creo que te pueda ser de mucha ayuda.
- Ah, es verdad, vale, te dejo a ver qué pasa.
A los diez minutos, me vuelve a llamar.
- Que parece ser que es algo general, la cosa es seria, el apagón afectaría a todo el sur de Europa, incluida Portugal. Aquí en el trabajo no hay ni agua. Para que lo tengas en cuenta por lo que te puedas encontrar a partir de ahora. Nos han dicho que desalojemos el edificio, me voy andando a casa, porque no funciona el Metro. Llegaré cuando llegue
- Pues sí que parece seria la cosa. Yo me voy al apartamento que ya tengo reservado en Covilha. Y mañana seguramente me vaya en bici a Ciudad Rodrigo, porque además el tiempo va a empeorar bastante pasado mañana. No te preocupes por mí, me las arreglaré.
- A algunas personas ya no les funciona el móvil, yo te estoy llamando desde el fijo. Dicen que el apagón puede durar 2 o 3 días. Estamos en contacto- me dijo ella.
Nunca más volvimos a hablar ese día.
Sigo pedaleando hacia Covilha. Estos paisajes no te indican que haya habido un apagón tan importante. Las aves vuelan y cantan, los sembrados se mueven suavemente con el viento… pero yo ya voy con cierta preocupación por lo que me pueda ir encontrando. Algunas personas pasan demasiado rápido en coche, quizás vayan a buscar a alguien o a intentar conseguir gasolina o alimento.
EL AGUA
A la entrada de Caria, una localidad más grande, veo una señal que anuncia “Fonte do Carvalho”. Y así es, al lado hay una fuente con un grifo. Veo que funciona, así que bebo abundantemente y luego lleno los dos botes de la bici, para al menos tener agua durante un tiempo, si se dan malas.
Una vez ya dentro del pueblo veo que es verdad, los comercios no tienen luz, están cerrando o atienden a la gente en la puerta. Pero la gente parece tranquila. Faltan 17 kilómetros para Covilha.
COMIDA
Tenía mirados varios restaurantes para comer antes de llegar al apartamento. Voy viendo todos cerrados por el camino. Solo uno está abierto, en Canhoso, a cinco kilómetros de Covilha, y entro a ver si me atienden. Me dan un maravilloso plato de arroz con verduras. Felicidad. A mi lado hay dos jubilados con los que converso. Uno de ellos es ciclista también. Le pregunto qué se sabe sobre el apagón. Me cuentan que no se sabe la causa, que puede durar varios días. Pero también me suelta, con una enorme seguridad:
- No te preocupes, tienes suerte, estás en el mejor país del mundo en el que te pueda pasar un apagón.
He pensado mucho en lo que quería decir con esa frase, si es por la forma de tomarse las cosas de los portugueses, si es porque tengan poca dependencia eléctrica, si es porque tienen comida y bebida en abundancia para pasar algo así, si es porque son el último país de Europa mirando hacia el oeste, ese lugar donde las cosas malas, si llegan, llegan las últimas. No lo sé, pero a mí esa frase me dio una enorme serenidad. El poder de las palabras.
Puedo llegar a Covilha porque tengo la ruta en el GPS, al que aún le queda batería, pero la ruta fue trazada hasta el centro del pueblo, no hasta la calle del apartamento. Me doy cuenta de la dependencia que tenemos de la tecnología. Por suerte, soy una persona nacida y crecida sin tanta tecnología, así que todavía me oriento bastante bien. Aun así, para el tramo final tengo que recurrir al viejo remedio de preguntar a la gente (la dirección si me la sabía). Un portugués simpatiquísimo se compadece de mí y me lleva hasta la misma puerta.
BONDAD HUMANA
Allí encuentro a la dueña de los apartamentos, que me cuenta lo que ya sé: apagón, no se sabe la razón, se piensa que puede durar varios días. Me dice que, si necesito quedarme algún día más hasta que esto pase, no habría problema, aunque sin luz, por supuesto. Luego me trae un cuenco de ensalada de garbanzos. Le explico que ya he comido, pero me dice que me lo deje para la noche, porque están cerrados los restaurantes y los supermercados. Me emociono por la bondad humana. Seguramente es lo que ha hecho para su familia y lo está compartiendo conmigo, al ver que estoy en un país extranjero, desamparado, sin poder contactar con mi familia. La gente es buena por naturaleza.
En la puerta del apartamento está sentada, en las escaleras de la puerta de su casa, Eduarda, una señora mayor, con la que tengo una conversación “analógica”, de las de antes. Me ofrece su ayuda también. Otra vez me emociono, al ver la calidad de la condición humana en estas situaciones.
El jubilado de Canhoso me dijo que le parecía haber oído en la radio que algunos trenes si funcionaban, los que van con diésel. Me cuenta la posibilidad de coger un tren en la estación de Covilha, que me llevaría a Guarda. Y ahí coger otro que me lleve a Fuentes de Oroño, ya en la frontera española. Así que me voy andando a la estación, siguiendo las señales. Resulta estar lejísimos, bajando una cuesta interminable. Y total para nada, porque la estación está cerrada y dicen que no se sabe cuándo la abrirán.
TRAZANDO UN PLAN
Meditando, veo claro que no voy a poder seguir la ruta original que tenía pensada por la Sierra de la Estrella, no solo por el apagón, que quizás se solucione, sino porque ese mismo día por la mañana había visto que el tiempo empeoraba muchísimo dos días después, por lo que determino que tengo que irme a Ciudad Rodrigo e intentar allí coger un autobús a Salamanca, antes de que comience el temporal. Pero no sé cómo ir a Ciudad Rodrigo. No conozco estas carreteras. Dependencia total del GPS de la bici, de la tecnología.
Tengo que conseguir un mapa de papel. Me voy a la Oficina de Turismo, pero llego nueve minutos después de que hayan cerrado, si es que no hubieran cerrado antes por el apagón.
Me planteo ir mañana preguntando a la gente de los pueblos, camino a España, pero lo cierto es que la gente no siempre te indica el mejor recorrido para la bicicleta. Y en Portugal hay poca cultura ciclista.
Decido darme una vuelta, a ver si veo alguna tienda abierta donde puedan vender un mapa.
EL REENCUENTRO DE LAS PERSONAS
En el recorrido por la ciudad veo a la gente en las terrazas, pues algunos bares sí están abiertos y dentro no habrá luz para poder servir en condiciones. Llego a un parque que hay en la parte alta de la ciudad, el Jardín Público de Covilha, un lugar con un mirador, un pequeño estanque, bares en quioscos, césped, mucho césped en el que la gente, al no tener televisión ni los habituales divertimentos caseros, se ha sentado multitudinariamente en varios corrillos, unos tocando la guitarra, otros simplemente charlando. Me llama poderosamente la atención que nadie tiene un móvil en las manos mientras hablan. Pues hoy todos, incluso los más jóvenes, se hablan y se miran a la cara, felices de ser capaces de comunicarse sin la tecnología de por medio. Están descubriendo, quizás, la forma de sonreír y de expresar de sus iguales. Es algo normal para mí, que lo he vivido antes de que la tecnología nos comiera tanto el terreno, pero que hacía mucho tiempo no veía con tanta permeabilidad. El ambiente es fantástico, contagioso, la gente te ve y te sonríe, y tú no puedes más que devolverles la sonrisa. ¿Será posible que estemos redescubriendo las relaciones personales?
EL MAPA DEL FUTURO
De vuelta al apartamento veo abierta una tienda de revistas y periódicos: Casa Dinitória. Digo tienda, porque no es el típico quiosco de exterior, sino una tienda de interior, de las que recuerdo de mi infancia, con la fachada de color verde y en la que hay que bajar varios escalones que te llevan a un semisótano, en la que además de revistas, venden libros, artículos de papelería, cromos y lotería. La tienda la lleva una pareja de ancianos muy simpáticos. Les pregunto si tienen un mapa de carreteras de la región o de todo Portugal.
La mujer se queda pensando y por fin mueve unas revistas de motor, detrás de las que hay un precioso mapa de Portugal. Lo coge, triunfante de vender seguramente su primer mapa de papel en mucho tiempo, y me lo muestra, señalando el año de publicación, para que vea que está actualizado.
Cuando veo el año me quedo paralizado: ¡2026! Por un momento me da por pensar en esas películas en las que un apagón lleva a un salto en el tiempo. ¿Y si hemos avanzado un año y estamos en el 28 de abril de 2026? ¿Y si cuando llegue a mi casa pedaleando me habían dado por perdido después de un año desaparecido? ¿Y si me quedan ya tan solo dos años para jubilarme? Pero también me viene el recuerdo de que, cuando yo compraba mapas de papel, hace bastantes años, a veces las ediciones las sacaban para dos o tres años, con el año adelantado. No ha habido salto en el tiempo, por lo tanto. Parece que me siguen quedando tres años para jubilarme.
Esta pregunta me la hace Pilar, mi pareja, por teléfono. Yo me encuentro en Portugal, haciendo una ruta en bici de varios días, así que en ese contexto no entiendo la pregunta. Estoy parado comiendo algo en la sombra de una casa a la entrada de un pueblecito llamado Escarigo, entre Penamacor y Covilha.
Miro hacia arriba, hacia el cielo, hay una luz imponente, ni una nube, hace un sol de justicia, y debemos estar cerca del mediodía. Sin dudar le respondo:
- Aquí hay mucha luz, hace un día precioso
- Lo digo porque aquí en el trabajo se ha ido la luz y dicen que puede tardar en regresar.
- Te recuerdo que yo he entrado hace unas horas en Portugal, no creo que te pueda ser de mucha ayuda.
- Ah, es verdad, vale, te dejo a ver qué pasa.
A los diez minutos, me vuelve a llamar.
- Que parece ser que es algo general, la cosa es seria, el apagón afectaría a todo el sur de Europa, incluida Portugal. Aquí en el trabajo no hay ni agua. Para que lo tengas en cuenta por lo que te puedas encontrar a partir de ahora. Nos han dicho que desalojemos el edificio, me voy andando a casa, porque no funciona el Metro. Llegaré cuando llegue
- Pues sí que parece seria la cosa. Yo me voy al apartamento que ya tengo reservado en Covilha. Y mañana seguramente me vaya en bici a Ciudad Rodrigo, porque además el tiempo va a empeorar bastante pasado mañana. No te preocupes por mí, me las arreglaré.
- A algunas personas ya no les funciona el móvil, yo te estoy llamando desde el fijo. Dicen que el apagón puede durar 2 o 3 días. Estamos en contacto- me dijo ella.
Nunca más volvimos a hablar ese día.
Sigo pedaleando hacia Covilha. Estos paisajes no te indican que haya habido un apagón tan importante. Las aves vuelan y cantan, los sembrados se mueven suavemente con el viento… pero yo ya voy con cierta preocupación por lo que me pueda ir encontrando. Algunas personas pasan demasiado rápido en coche, quizás vayan a buscar a alguien o a intentar conseguir gasolina o alimento.
EL AGUA
A la entrada de Caria, una localidad más grande, veo una señal que anuncia “Fonte do Carvalho”. Y así es, al lado hay una fuente con un grifo. Veo que funciona, así que bebo abundantemente y luego lleno los dos botes de la bici, para al menos tener agua durante un tiempo, si se dan malas.
Una vez ya dentro del pueblo veo que es verdad, los comercios no tienen luz, están cerrando o atienden a la gente en la puerta. Pero la gente parece tranquila. Faltan 17 kilómetros para Covilha.
COMIDA
Tenía mirados varios restaurantes para comer antes de llegar al apartamento. Voy viendo todos cerrados por el camino. Solo uno está abierto, en Canhoso, a cinco kilómetros de Covilha, y entro a ver si me atienden. Me dan un maravilloso plato de arroz con verduras. Felicidad. A mi lado hay dos jubilados con los que converso. Uno de ellos es ciclista también. Le pregunto qué se sabe sobre el apagón. Me cuentan que no se sabe la causa, que puede durar varios días. Pero también me suelta, con una enorme seguridad:
- No te preocupes, tienes suerte, estás en el mejor país del mundo en el que te pueda pasar un apagón.
He pensado mucho en lo que quería decir con esa frase, si es por la forma de tomarse las cosas de los portugueses, si es porque tengan poca dependencia eléctrica, si es porque tienen comida y bebida en abundancia para pasar algo así, si es porque son el último país de Europa mirando hacia el oeste, ese lugar donde las cosas malas, si llegan, llegan las últimas. No lo sé, pero a mí esa frase me dio una enorme serenidad. El poder de las palabras.
Puedo llegar a Covilha porque tengo la ruta en el GPS, al que aún le queda batería, pero la ruta fue trazada hasta el centro del pueblo, no hasta la calle del apartamento. Me doy cuenta de la dependencia que tenemos de la tecnología. Por suerte, soy una persona nacida y crecida sin tanta tecnología, así que todavía me oriento bastante bien. Aun así, para el tramo final tengo que recurrir al viejo remedio de preguntar a la gente (la dirección si me la sabía). Un portugués simpatiquísimo se compadece de mí y me lleva hasta la misma puerta.
BONDAD HUMANA
Allí encuentro a la dueña de los apartamentos, que me cuenta lo que ya sé: apagón, no se sabe la razón, se piensa que puede durar varios días. Me dice que, si necesito quedarme algún día más hasta que esto pase, no habría problema, aunque sin luz, por supuesto. Luego me trae un cuenco de ensalada de garbanzos. Le explico que ya he comido, pero me dice que me lo deje para la noche, porque están cerrados los restaurantes y los supermercados. Me emociono por la bondad humana. Seguramente es lo que ha hecho para su familia y lo está compartiendo conmigo, al ver que estoy en un país extranjero, desamparado, sin poder contactar con mi familia. La gente es buena por naturaleza.
En la puerta del apartamento está sentada, en las escaleras de la puerta de su casa, Eduarda, una señora mayor, con la que tengo una conversación “analógica”, de las de antes. Me ofrece su ayuda también. Otra vez me emociono, al ver la calidad de la condición humana en estas situaciones.
El jubilado de Canhoso me dijo que le parecía haber oído en la radio que algunos trenes si funcionaban, los que van con diésel. Me cuenta la posibilidad de coger un tren en la estación de Covilha, que me llevaría a Guarda. Y ahí coger otro que me lleve a Fuentes de Oroño, ya en la frontera española. Así que me voy andando a la estación, siguiendo las señales. Resulta estar lejísimos, bajando una cuesta interminable. Y total para nada, porque la estación está cerrada y dicen que no se sabe cuándo la abrirán.
TRAZANDO UN PLAN
Meditando, veo claro que no voy a poder seguir la ruta original que tenía pensada por la Sierra de la Estrella, no solo por el apagón, que quizás se solucione, sino porque ese mismo día por la mañana había visto que el tiempo empeoraba muchísimo dos días después, por lo que determino que tengo que irme a Ciudad Rodrigo e intentar allí coger un autobús a Salamanca, antes de que comience el temporal. Pero no sé cómo ir a Ciudad Rodrigo. No conozco estas carreteras. Dependencia total del GPS de la bici, de la tecnología.
Tengo que conseguir un mapa de papel. Me voy a la Oficina de Turismo, pero llego nueve minutos después de que hayan cerrado, si es que no hubieran cerrado antes por el apagón.
Me planteo ir mañana preguntando a la gente de los pueblos, camino a España, pero lo cierto es que la gente no siempre te indica el mejor recorrido para la bicicleta. Y en Portugal hay poca cultura ciclista.
Decido darme una vuelta, a ver si veo alguna tienda abierta donde puedan vender un mapa.
EL REENCUENTRO DE LAS PERSONAS
En el recorrido por la ciudad veo a la gente en las terrazas, pues algunos bares sí están abiertos y dentro no habrá luz para poder servir en condiciones. Llego a un parque que hay en la parte alta de la ciudad, el Jardín Público de Covilha, un lugar con un mirador, un pequeño estanque, bares en quioscos, césped, mucho césped en el que la gente, al no tener televisión ni los habituales divertimentos caseros, se ha sentado multitudinariamente en varios corrillos, unos tocando la guitarra, otros simplemente charlando. Me llama poderosamente la atención que nadie tiene un móvil en las manos mientras hablan. Pues hoy todos, incluso los más jóvenes, se hablan y se miran a la cara, felices de ser capaces de comunicarse sin la tecnología de por medio. Están descubriendo, quizás, la forma de sonreír y de expresar de sus iguales. Es algo normal para mí, que lo he vivido antes de que la tecnología nos comiera tanto el terreno, pero que hacía mucho tiempo no veía con tanta permeabilidad. El ambiente es fantástico, contagioso, la gente te ve y te sonríe, y tú no puedes más que devolverles la sonrisa. ¿Será posible que estemos redescubriendo las relaciones personales?
EL MAPA DEL FUTURO
De vuelta al apartamento veo abierta una tienda de revistas y periódicos: Casa Dinitória. Digo tienda, porque no es el típico quiosco de exterior, sino una tienda de interior, de las que recuerdo de mi infancia, con la fachada de color verde y en la que hay que bajar varios escalones que te llevan a un semisótano, en la que además de revistas, venden libros, artículos de papelería, cromos y lotería. La tienda la lleva una pareja de ancianos muy simpáticos. Les pregunto si tienen un mapa de carreteras de la región o de todo Portugal.
La mujer se queda pensando y por fin mueve unas revistas de motor, detrás de las que hay un precioso mapa de Portugal. Lo coge, triunfante de vender seguramente su primer mapa de papel en mucho tiempo, y me lo muestra, señalando el año de publicación, para que vea que está actualizado.
Cuando veo el año me quedo paralizado: ¡2026! Por un momento me da por pensar en esas películas en las que un apagón lleva a un salto en el tiempo. ¿Y si hemos avanzado un año y estamos en el 28 de abril de 2026? ¿Y si cuando llegue a mi casa pedaleando me habían dado por perdido después de un año desaparecido? ¿Y si me quedan ya tan solo dos años para jubilarme? Pero también me viene el recuerdo de que, cuando yo compraba mapas de papel, hace bastantes años, a veces las ediciones las sacaban para dos o tres años, con el año adelantado. No ha habido salto en el tiempo, por lo tanto. Parece que me siguen quedando tres años para jubilarme.
La mujer me saca de mis obtusos pensamientos:
- ¿Te interesa el mapa o no?
- Claro que me interesa. Me lo quedo. ¿Cuánto es?
- Seis euros.
Me podía haber pedido treinta, que también lo habría comprado. Me pregunto si esto no se convertirá en un objeto de lujo de aquí a unos días, si sigue el apagón y la gente no sabe cómo ir de un sitio a otro, sin GPS, con la mente atrofiada por no usarla para orientarnos.
En cuanto llego al apartamento me siento al lado de la ventana, el único sitio en el que aún queda suficiente luz para ver el mapa en condiciones. Es un momento muy entrañable. Lo abro a todo lo ancho y me divierto mirándolo, trazando con la mirada posibles rutas sobre las carreteras, eligiendo las líneas más finas, las de las carreteras secundarias, para llevarme de vuelta a España, hasta Ciudad Rodrigo. Se me había olvidado lo divertido que es mirar un mapa, cómo tienes que calcular las distancias analógicamente, sumando los dígitos que aparecen en cada uno de los tramos de carretera de tu trazado.
Al parecer, ya anunciaban por la radio que estaba volviendo la electricidad en algunas partes de España y Portugal, pero yo seguía con la última información de que podría durar varios días. Había radios en algunas ventanas puestas a propósito para que la gente las pudiera escuchar al pasar, pero mi nivel de portugués no me daba para entender al locutor.
Una vez tengo claro el recorrido en bici de vuelta a España con el mapa, me planteo que ocurrirá cuando a la gente se le empiece a acabar la gasolina, no puedan circular en coche y vean a un señor que se desplaza en un medio de transporte que no contamina ni usa gasolina. Bueno, lo de que no contamina puede que a más de uno le resbale, pero lo de que no gasta gasolina, en un contexto en el que no lleguen a funcionar los transportes públicos ni privados que necesitan alimentación por gasolina o electricidad, puede que sí que llame poderosamente la atención. Y habrá quien tenga una bicicleta en el trastero, pero habrá quien no la tenga y se pueda encaprichar de mi bicicleta.
Como veo que estoy empezando a desvariar decido acostarme, que es lo que debe estar haciendo el resto del mundo, porque no se ve absolutamente a nadie por la calle.
DORMIR
Y aquí viene otro momento mágico. Estoy en el apartamento. El sol está ya muy oculto y la claridad se torna en oscuridad. Pero oscuridad del todo. En ese momento, te das cuenta de la importancia de la luz por la noche, que te permite leer, ya sea un libro o en el móvil que te permite chatear con tus seres queridos. No hay nada de eso. Entonces me acuerdo de las palabras de mi madre, cuando me narraba que cuando ella era pequeña y pasaban algunas temporadas en un chozo a cargo del ganado, sin electricidad alguna, y se hacía de noche, se acostaban, y cuando se hacía de día, se levantaban. No tenían reloj ni despertador.
Pues eso es lo que me pasó allí. A las 9 de la noche estaba ya dormido.
Me desperté una hora más tarde, a las 10, cuando se debió encender la farola de la calle e inundó de luz el apartamento.
Me levanté, me acerqué a la ventana y vi cómo la ciudad volvía poco a poco a su ritmo habitual: luces encendiéndose, gente saliendo a saludarse y a gritar que había vuelto la luz, móviles iluminando rostros. Todo volvía a la normalidad.
Cerré el mapa con cuidado, como quien guarda un tesoro, y me prometí que, aunque regresara la electricidad, no dejaría que se apagara esa otra luz que había redescubierto: la de las personas, la de las conversaciones sin pantallas, la de la bondad espontánea.
No debemos olvidar que, aunque se apague todo, siempre nos quedará nuestra luz propia.