domingo, 11 de mayo de 2025

El apagón en bici

- ¿Hay luz ahí donde estás?

Esta pregunta me la hace Pilar, mi pareja, por teléfono. Yo me encuentro en Portugal, haciendo una ruta en bici de varios días, así que en ese contexto no entiendo la pregunta. Estoy parado comiendo algo en la sombra de una casa a la entrada de un pueblecito llamado Escarigo, entre Penamacor y Covilha.

Miro hacia arriba, hacia el cielo, hay una luz imponente, ni una nube, hace un sol de justicia, y debemos estar cerca del mediodía. Sin dudar le respondo:

- Aquí hay mucha luz, hace un día precioso

- Lo digo porque aquí en el trabajo se ha ido la luz y dicen que puede tardar en regresar.

- Te recuerdo que yo he entrado hace unas horas en Portugal, no creo que te pueda ser de mucha ayuda.

- Ah, es verdad, vale, te dejo a ver qué pasa.

A los diez minutos, me vuelve a llamar.

- Que parece ser que es algo general, la cosa es seria, el apagón afectaría a todo el sur de Europa, incluida Portugal. Aquí en el trabajo no hay ni agua. Para que lo tengas en cuenta por lo que te puedas encontrar a partir de ahora. Nos han dicho que desalojemos el edificio, me voy andando a casa, porque no funciona el Metro. Llegaré cuando llegue

- Pues sí que parece seria la cosa. Yo me voy al apartamento que ya tengo reservado en Covilha. Y mañana seguramente me vaya en bici a Ciudad Rodrigo, porque además el tiempo va a empeorar bastante pasado mañana. No te preocupes por mí, me las arreglaré.

- A algunas personas ya no les funciona el móvil, yo te estoy llamando desde el fijo. Dicen que el apagón puede durar 2 o 3 días. Estamos en contacto- me dijo ella.

Nunca más volvimos a hablar ese día.

Sigo pedaleando hacia Covilha. Estos paisajes no te indican que haya habido un apagón tan importante. Las aves vuelan y cantan, los sembrados se mueven suavemente con el viento… pero yo ya voy con cierta preocupación por lo que me pueda ir encontrando. Algunas personas pasan demasiado rápido en coche, quizás vayan a buscar a alguien o a intentar conseguir gasolina o alimento.

EL AGUA

A la entrada de Caria, una localidad más grande, veo una señal que anuncia “Fonte do Carvalho”. Y así es, al lado hay una fuente con un grifo. Veo que funciona, así que bebo abundantemente y luego lleno los dos botes de la bici, para al menos tener agua durante un tiempo, si se dan malas.

Una vez ya dentro del pueblo veo que es verdad, los comercios no tienen luz, están cerrando o atienden a la gente en la puerta. Pero la gente parece tranquila. Faltan 17 kilómetros para Covilha.

COMIDA

Tenía mirados varios restaurantes para comer antes de llegar al apartamento. Voy viendo todos cerrados por el camino. Solo uno está abierto, en Canhoso, a cinco kilómetros de Covilha, y entro a ver si me atienden. Me dan un maravilloso plato de arroz con verduras. Felicidad. A mi lado hay dos jubilados con los que converso. Uno de ellos es ciclista también. Le pregunto qué se sabe sobre el apagón. Me cuentan que no se sabe la causa, que puede durar varios días. Pero también me suelta, con una enorme seguridad:

- No te preocupes, tienes suerte, estás en el mejor país del mundo en el que te pueda pasar un apagón.

He pensado mucho en lo que quería decir con esa frase, si es por la forma de tomarse las cosas de los portugueses, si es porque tengan poca dependencia eléctrica, si es porque tienen comida y bebida en abundancia para pasar algo así, si es porque son el último país de Europa mirando hacia el oeste, ese lugar donde las cosas malas, si llegan, llegan las últimas. No lo sé, pero a mí esa frase me dio una enorme serenidad. El poder de las palabras.

Puedo llegar a Covilha porque tengo la ruta en el GPS, al que aún le queda batería, pero la ruta fue trazada hasta el centro del pueblo, no hasta la calle del apartamento. Me doy cuenta de la dependencia que tenemos de la tecnología. Por suerte, soy una persona nacida y crecida sin tanta tecnología, así que todavía me oriento bastante bien. Aun así, para el tramo final tengo que recurrir al viejo remedio de preguntar a la gente (la dirección si me la sabía). Un portugués simpatiquísimo se compadece de mí y me lleva hasta la misma puerta.

BONDAD HUMANA

Allí encuentro a la dueña de los apartamentos, que me cuenta lo que ya sé: apagón, no se sabe la razón, se piensa que puede durar varios días. Me dice que, si necesito quedarme algún día más hasta que esto pase, no habría problema, aunque sin luz, por supuesto. Luego me trae un cuenco de ensalada de garbanzos. Le explico que ya he comido, pero me dice que me lo deje para la noche, porque están cerrados los restaurantes y los supermercados. Me emociono por la bondad humana. Seguramente es lo que ha hecho para su familia y lo está compartiendo conmigo, al ver que estoy en un país extranjero, desamparado, sin poder contactar con mi familia. La gente es buena por naturaleza.

En la puerta del apartamento está sentada, en las escaleras de la puerta de su casa, Eduarda, una señora mayor, con la que tengo una conversación “analógica”, de las de antes. Me ofrece su ayuda también. Otra vez me emociono, al ver la calidad de la condición humana en estas situaciones.

El jubilado de Canhoso me dijo que le parecía haber oído en la radio que algunos trenes si funcionaban, los que van con diésel. Me cuenta la posibilidad de coger un tren en la estación de Covilha, que me llevaría a Guarda. Y ahí coger otro que me lleve a Fuentes de Oroño, ya en la frontera española. Así que me voy andando a la estación, siguiendo las señales. Resulta estar lejísimos, bajando una cuesta interminable. Y total para nada, porque la estación está cerrada y dicen que no se sabe cuándo la abrirán.

TRAZANDO UN PLAN

Meditando, veo claro que no voy a poder seguir la ruta original que tenía pensada por la Sierra de la Estrella, no solo por el apagón, que quizás se solucione, sino porque ese mismo día por la mañana había visto que el tiempo empeoraba muchísimo dos días después, por lo que determino que tengo que irme a Ciudad Rodrigo e intentar allí coger un autobús a Salamanca, antes de que comience el temporal. Pero no sé cómo ir a Ciudad Rodrigo. No conozco estas carreteras. Dependencia total del GPS de la bici, de la tecnología.

Tengo que conseguir un mapa de papel. Me voy a la Oficina de Turismo, pero llego nueve minutos después de que hayan cerrado, si es que no hubieran cerrado antes por el apagón.

Me planteo ir mañana preguntando a la gente de los pueblos, camino a España, pero lo cierto es que la gente no siempre te indica el mejor recorrido para la bicicleta. Y en Portugal hay poca cultura ciclista.

Decido darme una vuelta, a ver si veo alguna tienda abierta donde puedan vender un mapa.

EL REENCUENTRO DE LAS PERSONAS

En el recorrido por la ciudad veo a la gente en las terrazas, pues algunos bares sí están abiertos y dentro no habrá luz para poder servir en condiciones. Llego a un parque que hay en la parte alta de la ciudad, el Jardín Público de Covilha, un lugar con un mirador, un pequeño estanque, bares en quioscos, césped, mucho césped en el que la gente, al no tener televisión ni los habituales divertimentos caseros, se ha sentado multitudinariamente en varios corrillos, unos tocando la guitarra, otros simplemente charlando. Me llama poderosamente la atención que nadie tiene un móvil en las manos mientras hablan. Pues hoy todos, incluso los más jóvenes, se hablan y se miran a la cara, felices de ser capaces de comunicarse sin la tecnología de por medio. Están descubriendo, quizás, la forma de sonreír y de expresar de sus iguales. Es algo normal para mí, que lo he vivido antes de que la tecnología nos comiera tanto el terreno, pero que hacía mucho tiempo no veía con tanta permeabilidad. El ambiente es fantástico, contagioso, la gente te ve y te sonríe, y tú no puedes más que devolverles la sonrisa. ¿Será posible que estemos redescubriendo las relaciones personales?

EL MAPA DEL FUTURO

De vuelta al apartamento veo abierta una tienda de revistas y periódicos: Casa Dinitória. Digo tienda, porque no es el típico quiosco de exterior, sino una tienda de interior, de las que recuerdo de mi infancia, con la fachada de color verde y en la que hay que bajar varios escalones que te llevan a un semisótano, en la que además de revistas, venden libros, artículos de papelería, cromos y lotería. La tienda la lleva una pareja de ancianos muy simpáticos. Les pregunto si tienen un mapa de carreteras de la región o de todo Portugal.

La mujer se queda pensando y por fin mueve unas revistas de motor, detrás de las que hay un precioso mapa de Portugal. Lo coge, triunfante de vender seguramente su primer mapa de papel en mucho tiempo, y me lo muestra, señalando el año de publicación, para que vea que está actualizado.

Cuando veo el año me quedo paralizado: ¡2026! Por un momento me da por pensar en esas películas en las que un apagón lleva a un salto en el tiempo. ¿Y si hemos avanzado un año y estamos en el 28 de abril de 2026? ¿Y si cuando llegue a mi casa pedaleando me habían dado por perdido después de un año desaparecido? ¿Y si me quedan ya tan solo dos años para jubilarme? Pero también me viene el recuerdo de que, cuando yo compraba mapas de papel, hace bastantes años, a veces las ediciones las sacaban para dos o tres años, con el año adelantado. No ha habido salto en el tiempo, por lo tanto. Parece que me siguen quedando tres años para jubilarme.
 


La mujer me saca de mis obtusos pensamientos:

- ¿Te interesa el mapa o no?

- Claro que me interesa. Me lo quedo. ¿Cuánto es?

- Seis euros.

Me podía haber pedido treinta, que también lo habría comprado. Me pregunto si esto no se convertirá en un objeto de lujo de aquí a unos días, si sigue el apagón y la gente no sabe cómo ir de un sitio a otro, sin GPS, con la mente atrofiada por no usarla para orientarnos.

En cuanto llego al apartamento me siento al lado de la ventana, el único sitio en el que aún queda suficiente luz para ver el mapa en condiciones. Es un momento muy entrañable. Lo abro a todo lo ancho y me divierto mirándolo, trazando con la mirada posibles rutas sobre las carreteras, eligiendo las líneas más finas, las de las carreteras secundarias, para llevarme de vuelta a España, hasta Ciudad Rodrigo. Se me había olvidado lo divertido que es mirar un mapa, cómo tienes que calcular las distancias analógicamente, sumando los dígitos que aparecen en cada uno de los tramos de carretera de tu trazado.

Al parecer, ya anunciaban por la radio que estaba volviendo la electricidad en algunas partes de España y Portugal, pero yo seguía con la última información de que podría durar varios días. Había radios en algunas ventanas puestas a propósito para que la gente las pudiera escuchar al pasar, pero mi nivel de portugués no me daba para entender al locutor.

Una vez tengo claro el recorrido en bici de vuelta a España con el mapa, me planteo que ocurrirá cuando a la gente se le empiece a acabar la gasolina, no puedan circular en coche y vean a un señor que se desplaza en un medio de transporte que no contamina ni usa gasolina. Bueno, lo de que no contamina puede que a más de uno le resbale, pero lo de que no gasta gasolina, en un contexto en el que no lleguen a funcionar los transportes públicos ni privados que necesitan alimentación por gasolina o electricidad, puede que sí que llame poderosamente la atención. Y habrá quien tenga una bicicleta en el trastero, pero habrá quien no la tenga y se pueda encaprichar de mi bicicleta.

Como veo que estoy empezando a desvariar decido acostarme, que es lo que debe estar haciendo el resto del mundo, porque no se ve absolutamente a nadie por la calle.

DORMIR

Y aquí viene otro momento mágico. Estoy en el apartamento. El sol está ya muy oculto y la claridad se torna en oscuridad. Pero oscuridad del todo. En ese momento, te das cuenta de la importancia de la luz por la noche, que te permite leer, ya sea un libro o en el móvil que te permite chatear con tus seres queridos. No hay nada de eso. Entonces me acuerdo de las palabras de mi madre, cuando me narraba que cuando ella era pequeña y pasaban algunas temporadas en un chozo a cargo del ganado, sin electricidad alguna, y se hacía de noche, se acostaban, y cuando se hacía de día, se levantaban. No tenían reloj ni despertador.

Pues eso es lo que me pasó allí. A las 9 de la noche estaba ya dormido.

Me desperté una hora más tarde, a las 10, cuando se debió encender la farola de la calle e inundó de luz el apartamento.

Me levanté, me acerqué a la ventana y vi cómo la ciudad volvía poco a poco a su ritmo habitual: luces encendiéndose, gente saliendo a saludarse y a gritar que había vuelto la luz, móviles iluminando rostros. Todo volvía a la normalidad.

Cerré el mapa con cuidado, como quien guarda un tesoro, y me prometí que, aunque regresara la electricidad, no dejaría que se apagara esa otra luz que había redescubierto: la de las personas, la de las conversaciones sin pantallas, la de la bondad espontánea.

No debemos olvidar que, aunque se apague todo, siempre nos quedará nuestra luz propia.

 

viernes, 11 de abril de 2025

Los ciclocomerciales

No se veían desde hacía seis meses, cuando se habían estado preparando juntos: Pedro para un viaje en bici por varios países de los Balcanes y Jaime para una exigente prueba de larga distancia. Ambos triunfaron y se divirtieron.

Después de estas gestas, les pasó lo mismo de siempre: un sentimiento de haber dado y hecho todo lo que podían, entrando en una etapa de vacío existencial que tardaba en rellenarse. La fatiga y la saturación de vivencias, que una mente es capaz de asumir en tan poco tiempo, los abrumaba. Resultado: después de estas proezas y de la entrada del frío, se desinflaron y la bicicleta se quedó acumulando polvo durante un tiempo.

Comenzaron luego a entrenar con desgana, saliendo en solitario, por ese eterno miedo que comparten los ciclistas de estar menos en forma que el compañero.

Pero en marzo, cuando el frío intenso empezaba a remitir, hablaron por teléfono para animarse a salir juntos, para motivarse con algún reto a su parecer imposible, que les impusiera disciplina.

Y allí estaban, en la puerta de la Caja Mágica, preparados para devorar kilómetros por el sur de la Comunidad de Madrid.

Pedro iba acompañado de su inseparable bicicleta de acero color verde pistacho, con la que jamás pasaba desapercibido. Quince años de bici que mantenía en perfecto estado. Y el maillot amarillo y azul del Linda McCartney Racing Team que le había conseguido sacar a Bradley Wiggins en 2001, cuando aún era un jovencísimo corredor de pista que empezaba a probar suerte en las competiciones en ruta. Además, Pedro se había dejado barba, lo que junto a sus gafas redondas le confería una perfecta imagen de hípster que él se encargaba de fomentar.

Jaime, sin embargo, iba con bicicleta y equipo más actual. No pasaban más de seis años antes de que cambiara de bici, por una con componentes más actuales y ligeros.

—¿Y esa barba, Pedro? Si te has dejado los pelos de las piernas igual que los de la barba, te va a fallar la aerodinámica.

—¿Alguna vez me he cortado yo los pelos de las piernas? —responde Pedro divertido—. Eso es para gente como tú que parece que tiene siempre prisa yendo en bici —le dice golpeándole amistosamente en el hombro.

Se funden en un abrazo largo. Un abrazo que solo se pueden dar dos amigos que han compartido muchas experiencias durante largo tiempo.

Una vez en marcha, comienzan a ponerse al día de sus vidas.

Cuando han agotado todas las novedades, Pedro le pregunta a Jaime si se había enterado de lo que estaba aconteciendo últimamente en las salidas ciclistas.

—No sé a lo que te refieres.

—¡Ah no! Pues te cuento. Resulta que hay unos ciclistas que se te acercan, te empiezan a hablar de componentes de bicis, o incluso de bicis enteras, te convencen de sus bondades y acabas comprando lo que te han dicho. -dice Pedro escudriñando la sorpresa en la cara de Jaime. Y continúa explicándole:

—El otro día se me acercó uno de ésos. Me acabé encaprichando por unas ruedas tubeless, por la promesa de que no iba a pinchar jamás, cuando resulta que llevaba tres años sin pinchar con las actuales. Yo creo que es una nueva técnica de venta de las marcas, el poner comerciales en bicicleta que se te acercan, te dan conversación y comienzan a hablar, como quien no quiere la cosa, de un determinado componente. Se les conoce porque desde el casco hasta los calcetines, pasando por la bici que tienen entre las piernas, es todo de la misma marca, algo que no vas a ver en ningún globero. Y éstos lo son. Si les aprietas, no son capaces de seguirte.

—El caso – prosigue Pedro- es que me había quedado tan convencido de que necesitaba esas ruedas, que estaba el lunes a las nueve menos cuarto, quince minutos antes de que abriera la tienda, para comprarme unas. Por suerte, mientras esperaba tuve tiempo para plantearme calmadamente si de verdad necesitaba unas ruedas nuevas. Cuando a las nueve y cinco aún no habían abierto, lo vi como una señal de que no me las tenía que comprar y me largué antes de que abrieran y el influjo de la puerta abierta junto al olor de las cubiertas nuevas, que hay siempre en las tiendas de bicis, me empujara hacia dentro.

Jaime se le queda mirando, para luego atestiguar:

—A ver si era uno de esos el que se me arrimó el otro día, convenciéndome de que tenía que cambiar los botellines, que los que llevaba, aunque no lo pareciera, tenían vida propia por dentro. Me convenció de una marca que al parecer son anti-moho y fáciles de usar.

—Son esos que llevas, ¿verdad?

—Pues sí.

—Pues bienvenido al club, has caído en las garras de los ciclocomerciales.

—Lo que hay que ver, ya no saben qué hacer para vender.

—Como te he dicho, deben estar pagados por las marcas de bicis.

—Quizás no sean comerciales. Quizás son de esos ciclistas que solo montan en bici si prueban algo nuevo. Se dejan el sueldo, el de su mujer (mientras la tengan, porque les acabará dejando cuando vean que el sueldo se va casi todo en la bici) y hasta piden préstamos si hace falta, con tal de llevar lo último en tecnología ciclista.

—No lo tengo claro, como te he dicho, suelen llevar todo -bicicleta, componentes y vestimenta- de la misma marca.

Cada uno queda sumido en sus pensamientos, evocando otras posibles intervenciones recientes de los ciclocomerciales. De pronto, un ciclista se acerca por detrás y les dice:

—Buenos días. Bonita bici. ¿Qué tal te arreglas en las bajadas de los puertos con esos frenos de zapata? Yo estoy súper contento con estos frenos de disco, marca Trompan. Tienen una pátina especial que hace que…

—¡Vade retro, Satanás! —grita Pedro, mientras le hace un gesto a Jaime para que le siga.

Comienzan los dos a esprintar. Miran hacia atrás y el supuesto comercial se les queda mirando con los ojos muy abiertos, desde la distancia.

—Parece que le hemos dado esquinazo -dice Jaime.

—Menos mal, si le dejamos hablar un poco más acabamos comprando esos frenos de disco.

—El caso es que los frenos Trompan parece que no están nada mal.

—Tendré que mirar esos frenos. Es verdad que esta bici muy bien no frena —contesta Pedro condescendiente, mientras mira sospechosamente a Jaime. - Si eso, yo me voy a volver a casa, que se nota la inactividad en las piernas.

—Vale, si quieres te acompaño y, a la vuelta, nos pasamos a ver esos frenos, que nos pilla de paso una tienda que conozco donde los tienen.

Pedro baja la cabeza, mirando de reojo a Jaime, mientras piensa que esto ya tiene la condición de epidemia.

Abstraído en sus pensamientos, recuerda aquellos tiempos en los que las bicicletas eran imperfectas, y esa imperfección era bella y fascinante, permitiendo a cada ciclista ser mecánico de su propia vida.


lunes, 13 de enero de 2025

Ladrón de corazones


Le enseñé todos los trucos de reparación de bicicletas cuando venía a mi taller a matar el tiempo, y así es como me lo paga: montando su propio taller, y no muy lejos del mío. Me han contado que mi ex está allí, ayudándole, como hacía conmigo. Pero sonriendo, algo que nunca hacía conmigo. En resumen, este hombre me ha quitado a la clientela, me ha quitado a mi novia y, para colmo, el otro día vi en Strava que me había arrebatado el KOM, el primer puesto que tenía en la subida a Las Olmedillas. No se puede ser más canalla.

Hay que admitir que su tienda-taller parece un escaparate de Prada, en comparación con la mía, donde reinaba el desorden. Bastante tenía yo con sacar el trabajo adelante.

Al final, tuve que cerrar el taller. Pero, no te lo pierdas, el muy desgraciado me manda un e-mail haciéndome una oferta por el material que me sobró al cerrar. “Prefiero tirarlo al río, pazguato”, le contesté. ¿Que por qué le llamé pazguato? Lo había leído en un cómic de Spiderman unos días atrás y me pareció de lo más ofensivo.

Desde luego, no tiré el material al río. Lo vendí todo por internet, pues vi que se podían sacar cantidades incluso mayores de dinero que vendiéndolo en la tienda. La gente siempre piensa que lo que se vende de segunda mano es más barato, sin pararse a comparar precios. Y así les va. Y así me fue a mí, que estuve viviendo de las rentas durante un tiempo. Pero el dinero no dura para siempre y tuve que buscarme la vida, y yo de lo único que entiendo es de bicis.

*****


Cansado de ver cómo la gente deja las bicicletas en la calle con candados que parecen de juguete, tomé una decisión: robar bicicletas y venderlas. No me juzguéis, por favor, de algo hay que vivir, ¿no? Además, quizás estéis de acuerdo conmigo en que si alguien no cuida lo suficiente su bicicleta, atándola con un candado que se rompe en cinco segundos, es que no se merece tenerla.

Las bicicletas robadas las vendo en otras provincias, ya sea mediante anuncios camuflados (cambiándoles el color o algún otro detalle con un editor de imágenes) o a minoristas sin escrúpulos que no preguntan de dónde provienen.

Es fácil embaucar a la gente al venderles una bicicleta. El otro día, uno que iba a probar una, colocó el pedal abajo con la mano antes de montarse. Le dije, como si fuera verdad: “qué gesto más profesional”. Sonrió satisfecho. Ya lo tenía en el bolsillo. Le podría haber pedido 600 euros por una bicicleta de 300 y me los habría dado, tan alta le había dejado la autoestima.

También tenía cuidado de revisar si alguien estaba reclamando en la red alguna de las bicicletas que había robado, para alejarme de la zona en la que decía vivir o moverse habitualmente. O, si conseguía tener mucho alcance en redes, la cambiaba totalmente, pintándola de verdad, cambiando el manillar por el de otra bicicleta u otras artimañas. 

*****

Vi un vídeo de una tal Laura reclamando su bicicleta. Le habían robado una Ortler de color verde claro hacía dos días, y le tenía mucho cariño. Mostraba una foto de la bici. Enseguida desvié la mirada a mi izquierda, donde tenía su bici: una Ortler Van Dyck, preciosa, una holandesa de cuadro clásico.

En otras circunstancias me habría dado igual, pero no pude evitar ver el vídeo de Laura varias veces. No era una chica despampanante, pero me enamoraron su determinación, su mirada, su voz, los plácidos gestos que acompañaban su fácil sonrisa.

—Tengo que devolverle la bici —me escuché decir en voz alta, para luego darme cuenta de lo absurdo de la situación. Me imaginaba diciéndole: “Hola Laura, estaba viendo tu vídeo y, mira por dónde, resulta que tu bici está aquí a mi lado, ¡qué casualidad!”. No. Tenía que inventarme algo distinto.

Podría escribirle lo siguiente:

- "Yo te ayudo a encontrarla, soy un experto en buscar bicis."

- "¿No sabía que hubiera expertos en buscar bicis? ¿Y cuánto me vas a cobrar?"

- "Nada, lo hago como hobby, ya ves."

Tampoco sonaba muy convincente.

Finalmente, le dije que la había encontrado abandonada cerca de mi casa. Reconocí su inconfundible bici por el vídeo y la subí a mi casa para que no se la volvieran a llevar. Me contestó entusiasmada y quedamos en que vendría a recogerla a casa.

*****


Cuando Laura llamó a la puerta, ya me había mirado al espejo unas quince veces para asegurarme de que tenía un aspecto aceptable. Ella era mucho más guapa que en el vídeo. Quizás porque allí se le notaba la tristeza por haber perdido su bicicleta y aquí llegaba radiante por recuperarla.

—Muchísimas gracias —me dijo emocionada, dejando de mirar su bicicleta un momento para mirarme a los ojos, enfatizando así su agradecimiento.

Yo no pude sostenerle la mirada, por timidez y porque me sentía culpable de haberle hecho pasar aquel mal rato de angustia por la pérdida. Al bajar la mirada, vi sus manos.

—¿Te arreglas tú misma las bicicletas? —le pregunté, señalando sus manos con las uñas ligeramente manchadas de grasa, algo que no me pasó desapercibido.

—Pues sí, me encanta cacharrear con la bici. Tú también, por lo que veo —dijo alzando las cejas en dirección a mis manos.

Nos reímos con ganas los dos.

—Qué suerte que la hayas encontrado. No sé cómo agradecértelo. ¿Te puedo invitar a un café?

—Mejor aún, invítame a un paseo en bicicleta.

Ese paseo en bici con Laura fue el primero de muchos más, y de las sonrisas pasamos a los besos y de ahí al amor. Pero en un amor verdadero no cabía la mentira, así que finalmente le conté cómo la vida, y el que se llevó a mi anterior novia, me había llevado a robar bicicletas. Laura, que vive convencida de que todo lo que ocurre en la vida son oportunidades, me dijo que podíamos usar ese talento para lo contrario, para encontrar bicicletas, pues si había sabido cómo ocultarlas, conocía igualmente la técnica para encontrarlas. Y no le faltaba razón.

Montamos juntos un negocio de recuperación de bicicletas, que va viento en popa. Vamos, que nos estamos forrando. Todo legal.

Por cierto, al que me robó a mi anterior novia le mejoré el otro día el tiempo en la subida a Las Olmedillas, recuperando mi primer puesto.

Y así, entre risas y aventuras, Laura y yo seguimos pedaleando juntos por la vida, recuperando bicicletas y creando recuerdos inolvidables. Cada día es una nueva oportunidad para demostrar que, a veces, los caminos más inesperados nos llevan a los destinos más maravillosos. Y aunque el pasado nos haya marcado, el presente y el futuro nos pertenecen, llenos de cariño, complicidad y muchas más subidas a Las Olmedillas.

martes, 10 de septiembre de 2024

La ruta de las emociones cumplidas

 


El que regresa de un viaje, no es el mismo que se fue
–Proverbio chino-

Venía diciéndole a mis familiares y amigos que cuando me jubilara haría una ruta en bici por Europa, que comenzaría en Estrasburgo (Alsacia, Francia) y terminaría en el noreste de España, pasando por algunos lugares que siempre había deseado visitar. A principios de este año 2024 empecé a cuestionarme lo de esperar los cuatro años que me faltaban para la jubilación. Ahora podía hacer esa ruta, pero no se sabe cómo voy a estar o las circunstancias personales que tendré más adelante.  Y me dije que no iba a esperar.

Comencé a consultar mapas y a hacer trazados imaginarios fantaseando el itinerario por donde iba a ir e imaginando qué iba a ver.

Organizar bien un viaje de esta magnitud conlleva un esfuerzo grande. Realmente tiene que gustarte. Yo lo disfruto. Siempre he dicho que un viaje que te apasiona se disfruta cuatro veces: imaginándolo, preparándolo, haciéndolo y recordándolo.

El plan básico consistía en pasar desde Estrasburgo a Alemania, cruzar la Selva Negra, llegar al Lago Constanza, semibordearlo, pasando por Austria, seguir el Rin hasta los Alpes suizos, visitando Liechenstein en el camino, cruzar el Passo de San Bernardino hacia Italia, visitando el Lago Maggiore y Turín, sur de los Alpes Franceses, Mediterráneo francés y Girona.

La bicicleta en el tren

Valoré ir en avión o tren y finalmente opté por esta última opción, por dos razones: porque me gusta más el ferrocarril y porque yo podría controlar la bici en todo momento. No quería que llegara con algo averiado a Estrasburgo. Eso sí, el viaje de tren duraba dos días: un tramo de seis horas Madrid-Montpellier, durmiendo una noche en la ciudad francesa, y otro Montpellier-Estrasburgo, de otras seis horas, al día siguiente. La bici llegó perfecta y pasé, antes de comenzar a pedalear, tres días fabulosos en Estrasburgo junto a mis amigos Marc, Nuria, Marion e Iris.

 

LA SELVA NEGRA

El lunes 27 de junio de 2024, a las 6,30 de la mañana, me despido emocionado de mis amigos. Hago un breve paso por las calles de Estrasburgo, en las que hay decenas de ciclistas, que van a sus trabajos o centros educativos, y te pasan por ambos lados a toda velocidad. Yo, que voy más lejos, pedaleo más lento. Quizás precisamente por eso.

Kilómetro cero

Ya me lo había advertido mi amigo Marc el día anterior: sabes que has entrado a Alemania cuando cruzas el Rin. Así de fácil. Ya no existen aquí carteles con el nombre del país donde entras, ni puestos fronterizos, ni hábiles aduaneros que te escudriñan con la mirada, intentando ver en tu gesto un atisbo de culpabilidad por tratar de pasar al otro lado algo subrepticiamente. El Rin es el testigo de tu paso al otro país.

Cruzando el Rin hacia Alemania

Sabes también que estás en Alemania, cuando ya no entiendes los carteles. Algo de francés sé, pero de alemán prácticamente nada. He aprendido a decir en alemán un vocabulario de supervivencia: agua, comida, habitación y refresco de manzana. El Apfelschorle es un típico refresco alemán de agua carbonatada y manzana, fruta muy común por estos países, que me ha enseñado a pronunciarlo mi amiga Nuria, que es profesora de alemán en un instituto de Estrasburgo. Por lo demás, en inglés te entiendes con bastante gente, y con este idioma no tengo problemas.

En Alemania es fácil ir casi todo el tiempo por carriles bici interurbanos totalmente separados del tráfico, algunos de ellos realmente idílicos, entre árboles y vegetación. Una gozada.

Carril bici en Marbach

Estoy ya dentro de la Selva negra, una famosa cadena montañosa alemana, conocida por sus enormes abetos. No sé por qué lo de llamarle “Selva” en español. En inglés y alemán le llaman directamente Bosque negro. Quizás sea por la intensa humedad lo de “selva”. En cuanto a lo de “Negra” me dijeron que le puede venir de la época de los romanos, a los que les sorprendieron esos árboles tan densos y altos que creaban una enorme oscuridad en su interior, incluso al mediodía.

Merece la pena una parada en la población de Gengenbach, con sus características casas de colores variopintos y sus puertas de entrada a la ciudad en forma de torre. 

Gengenbach

Observo con curiosidad que al cruzarme con los alemanes me sonríen, tanto los que van en bici como los que van caminando. Eso no coincide con la imagen sería y fría que les precede. Me pregunto si llevo la cara manchada de grasa de la bici o algo así que les haga gracia, por lo que me miro el reflejo al pasar pedaleando al lado de un escaparate y lo que veo es que yo mismo estoy sonriendo. Me siento tan feliz de estar cumpliendo mi sueño, de tener esa sensación de libertad que la bicicleta te ofrece, que llevo la sonrisa puesta seguramente desde que he salido de Estrasburgo. Y claro, cuando sonríes, el mundo te sonríe.

Reichenbach, al inicio del puerto

La única subida de importancia en este primer día de pedaleo es Windkapf, un puerto en el kilómetro 72, que durante 8 kilómetros sube un desnivel medio del 7%, con algunos tramos de entre 10 y 15%. Es el bautizo del primer puerto de la ruta, que le coge por sorpresa a mis piernas, pegándose el cansancio en los gemelos y los cuádriceps. Pero no llevo prisa. Cuando necesito descansar, me detengo.

En Villingen-Schwenningen también merece la pena darse una vuelta por las calles del casco antiguo. 

Villingen-Schwenningen

Al día siguiente, en Bad Dürrheim, a punto de salir de la Selva Negra, veo prevista la inauguración del Museo Jan Ullrich el 31 de mayo, dedicado al famoso ciclista alemán. He llegado tres días antes. Lástima, me hubiera gustado verlo. Era Ullrich un ciclista que no caía bien a todos, pero después de ver un documental sobre su vida hace poco, cambié el concepto que tenía de este ciclista.

Museo Jan Ullrich
 

LAGO CONSTANZA

Al llegar a la altura de una vía ciclista que parece rodear el Lago Constanza, comienzo a ver decenas de ciclistas. Es un día laboral y está abarrotada de ellos. No quiero imaginar qué será esto en fin de semana. Está claro que aquí la bicicleta es un importante negocio turístico, pese a la lluvia abundante. En España no estamos aprovechando este tirón adecuadamente.

Carril-bici del Lago Constanza,
cerca de Mainau

Tenía pensado visitar la pequeña isla de Mainau (la isla de las flores), a la que se llega por una pasarela peatonal, pero me indican en la puerta de entrada que no se puede visitar la isla en bicicleta, ni llevándola al lado andando. Hay que dejarla fuera. Es verdad que hay muchos aparcabicis, pero no tengo candado y, aunque la gente deja incluso las alforjas con la bici sin problemas, al menos la candan. Yo, que vengo de un país donde los robos de bicis y sus componentes están a la orden del día, temeroso de arruinar mi ruta nada más empezar, decido seguir adelante y prescindir de esta visita.

En Staad tomo un ferry que cruza el lago Constanza y me llevará a la ciudad medieval de Meersburg. Este sistema del ferry me recuerda a algunos cines y autobuses en España cuando yo era pequeño: no pagas nada al entrar, sino que, una vez sentado en el viaje, pasa un empleado cobrándote el importe.

Ferry a Meersburg-Lago Constanza-

Meersburg está ubicada en la otra orilla del Lago Constanza. Sus empinadas calles de piedra, la singularidad de sus edificios históricos, las vistas hacia el lago y sus peculiares viñedos, que aprovechan la inclinación hacia el sur y, por lo tanto, el sol, la hacen un lugar imprescindible para visitar en la zona. Merece, y mucho, una visita detenida.

Meersburg

La vista desde mi alojamiento en Meersburg da directamente al inmenso lago. Tanto el atardecer como el amanecer en el Lago Constanza son unos momentos únicos para disfrutar. De los de quedarse mirando al infinito, permitiendo que tus pupilas se llenen de esos colores que solo duran unos minutos, pero que te llenan el alma de una intensa placidez. 

Atardecer en el Lago Constanza

En el pasado he ido de acampada muchas veces en mis rutas cicloturistas. De un tiempo a esta parte ya busco una cama donde descansar con comodidad. Algunos amigos y compañeros ciclistas y aventureros no lo entienden del todo, pero mis sexagenarias lumbares y mi maltrecho hombro izquierdo lo agradecen. Para estos compañeros, vagabundear buscando donde dormir es la esencia misma del cicloturismo. Yo lo disfruté en su día, pero ya no lo disfruto en absoluto. Hay que adaptar la ruta a la edad y las circunstancias personales de cada uno. Decía G. K. Chesterton que la aventura puede ser loca, pero que el aventurero ha de ser cuerdo.

Puente de madera en Eriskirch
Sigo bordeando el lago, aunque no siempre. En ocasiones la ruta te hace subir una colina, alejándote, pero acabas reencontrándote con el lago de nuevo. Esto permite ver otras cosas también bellas que hay lejos del agua, como el bonito puente de madera de Eriskirch, que me trae al recuerdo los que ví en la película de “Los puentes de Madison”.

Lago Constanza en Wasserburg

EL RIN

Mi paso por Austria es muy efímero, unas tres horas de pedaleo por este país, acabando de bordear el lago Constanza y entrando en un carril bici que sigue el Rin, río que viene de Suiza, pasa por Austria y continúa por Alemania. No me enteré del tránsito de Alemania a Austria, una vez desaparecidos los pasos fronterizos y los carteles. Pero es que de Austria a Suiza, en el carril bici del Rin, tampoco me entero, a pesar de que Suiza no pertenece a la UE.

Austria - carril bici del Rin

Seguir el río es un terreno prácticamente llano. Es muy hermoso pedalear viendo el río a la izquierda, un bosque lineal a la derecha y las montañas nevadas al fondo. La carretera está detrás del bosque lineal, por lo que no escucho siquiera el tráfico, haciendo de este tramo un auténtico paseo de verano azul. También me permite avanzar ágil para huir de la borrasca que me viene persiguiendo desde media mañana y que se quedará por aquí unos cuantos días. De hecho, llego al albergue en Liechtenstein justo en el momento que caen las primeras gotas.

Schlosswiese, Vaduz, Liechtenstein

HUYENDO DE LA LLUVIA

Aquí tengo que hacer un alto para hablar de meteorología. Con el paso de los años me he convertido en un aficionado. Me gusta interpretar los mapas de predicciones e intentar hacerme una composición de lo que va a pasar con las lluvias, los vientos y las temperaturas. En su día escribí un artículo en este blog sobre meteorología, pero aquel era de un calado menos técnico del que escribiría hoy en día.

Al venir con un equipaje muy liviano, he prescindido de equipamiento apropiado para la lluvia, por lo que estos días lluviosos pienso aprovecharlos parando, descansando y a lo sumo hacer alguna pequeña ruta por los alrededores sin alforjas. 

Puente Alte Rheinbrücke por dentro

Al llegar al albergue en Liechtenstein observé que venían unos días de lluvia. Un día de lluvia intermitente, seguido de cinco días más de lluvia continua, exceptuando el tercer día que, más al sur, abría una ventana sin lluvia, aunque en Liechenstein no paraba: una borrasca se centraba en el sur de Alemania, cerca de donde había pasado yo mismo unos días antes, y no se movía de ahí, lloviendo torrencialmente allí y en los alrededores. 

Puente peatonal y ciclista Alte Rheinbrücke,
frontera entre Liechstenstein y Suiza

Ante esta perspectiva, decido pasar solo un día más en el albergue (lo suficiente para ver Liechtenstein en un pequeño tramo horario del día sin lluvia) y al segundo día (que no dejaba de llover ni un solo instante), me voy a la localidad suiza de Buchs, a 3 kilómetros, a coger un tren. Los 11 minutos que tardé en llegar a la estación fue la única lluvia que me mojó durante todo el viaje por Europa. Conseguí ir evitando la lluvia, adaptándome a las circunstancias, haciendo alguna variación en los planes.

Tren de Buchs a Chur,
con un amplio espacio para bicis

En el tren me fui a la localidad suiza de Chur, y no salí del hotel en todo el día, porque llovió mucho, pero mucho. Le decía a mi familia que era una barbaridad lo que estaba lloviendo. Pero también pensaba que quizás por ahí eso era normal. Aunque no, no lo era. Dos días más tarde vi esta noticia de lo que había pasado con esa borrasca por allí cerca.


La situación era la siguiente: Si aprovechaba esa ventana del día siguiente sin lluvia y conseguía cruzar el Passo de San Bernardino, podría evitar quedarme “secuestrado” en el lado norte de las montañas alpinas cinco días, pues parecía que no iba a dejar de llover en ese tiempo. Eso significaba, eso sí, que tenía que pedalear en el mismo día durante 100 kilómetros y casi 2.000 de desnivel, con alforjas. Además de renunciar a quedarme un par de días, como había pensado originalmente, en el Parque Natural Beverin, haciendo senderismo. En esas circunstancias, haberme quedado en Beverin no habría tenido sentido, porque estuvo lloviendo varios días sin parar. Al menos estuve durante varios kilómetros cruzándolo en bicicleta y, qué duda cabe, el recuerdo es el de un entorno espectacular.

LOS ALPES SUIZOS

Salir de Chur e ir dirección a Italia es sinónimo de entrar de lleno en los Alpes suizos. Este día va a ser largo, pero lleno de emociones. Para empezar, salgo sin la certeza de que el Passo de San Bernardino esté abierto. El día anterior, el de tanta lluvia, la web de los puertos alpinos suizos (https://alpen-paesse.ch/en/) indica que San Bernardino está momentáneamente cerrado por la nieve. Yo confío en que pasarán las máquinas al no llover en este nuevo día. Y si no, ya veré.

Cazis

Veo una señal cortando mi carril en la carretera, con un largo texto en suizo, que no entiendo en absoluto. Unos 500 metros más adelante veo otra cicloviajera, poniendo las luces para entrar en un túnel. Si ella ha pasado, yo también paso.

Más adelante, en Viamala, uno de los lugares que quería haber visitado si me hubiera quedado en Beverin, me encuentro casi de bruces con la ciclista anterior, que había parado a hacer unas fotos. Me dice que si he visto el letrero anterior, que no haga mucho caso, indicando que la carretera estaba cortada por caída de piedras debido a las lluvias, pero que se ve que ya las han quitado, porque está pasando todo el mundo. Me alegra desconocer el idioma que no me permitió entender el cartel anteriormente. Le doy las gracias y salimos juntos.

Pùnt da Suransuns-Viamala

Ella es alemana, va hacia el lago Como donde ha quedado con unos amigos ese mismo día, le queda una considerable tirada. Comento que, según la web, el San Bernardino está cerrado. Ella dice que no va por ese puerto, que va por el Splugen. Ese sí que está abierto, es una alternativa que había considerado en caso de que el San Bernardino estuviera cerrado. Vamos juntos  charlando durante un buen rato, pero ciertamente  yo paro mucho más a hacer fotos y ella tiene prisa, así que, aunque muy amablemente se detiene conmigo cada vez que hago una foto, en Andeer le digo que la estoy entreteniendo mucho, que continúe ella si quiere, pues va mucho más lejos.

Más adelante veo a una motociclista que está parada y le pregunto si viene del lado italiano, me hace un vago gesto afirmativo con la cabeza y le pido que me diga si ha pasado el San Bernardino. Contesta que sí, que está abierto. Levanto el puño como si estuviera pasando primero en una línea de meta del Tour de Francia, de tan feliz que estoy al saber que voy a poder pasar este paso alpino. La mujer sonríe, contenta de haberme hecho feliz con tan poco.

Sufers

A partir del impresionante lago de Sufers, los paisajes son casi todos como postales. Mire donde mire veo laderas verdes, salpicadas de flores amarillas, con casas de madera generalmente distantes unas de otras,  donde todo parece ordenado. Y agua, mucha agua por todos lados. 

En la localidad de Splugen me encuentro a la cicloviajera alemana que está a punto de salir y afrontar su puerto. Me recomienda un lugar donde comprar algo de comida y bebida y allí que voy, para coger fuerzas, que en torno a una hora llegaré a los pies del San Bernardino. Nos deseamos suerte.

Splugen

A veces, cansado después de una cuesta, llego arriba y me detengo, miro al horizonte y me siento o me quedo de pie. Ahí sencillamente dejo que el paisaje me entre por los ojos. Todo lo demás, la emoción, el bienestar, la sensación de plenitud, viene solo, entra en la mente sin llamar.

Delante de mí veo el comienzo del Passo de San Bernardino. Nadie por aquí a estas horas, imagino que se debe a la amenaza de lluvia, que hoy estaba dudosa la apertura del puerto, además del cartel de más abajo anunciando el corte de  carretera. Resulta extraño decir que un puerto pueda estar cerrado por nieve el 1 de junio. Pero esto son los Alpes y este año las lluvias y nieves han sido muchas y las temperaturas cálidas tardías.

A medida que voy subiendo, la nieve acumulada en los laterales es mayor, hasta llegar al punto en el que todo es nieve excepto la negra carretera por la que pasaron las máquinas quitanieves hace unas horas.

Subida al Passo San Bernardino

Siento una perfecta comunión entre mi cuerpo, mi mente y la naturaleza que me rodea. La nieve, como ya me ha pasado en otras ocasiones, genera un silencio sordo que hace más limpio cualquier ruido que pueda surgir: el aleteo de las aves que me sobrevuelan, el viento que acaricia mimoso las laderas, el sonido de mi respiración, las ruedas de la bici al rozar en el asfalto.

Es tanta, y tan inmensa, la belleza del paisaje y del momento, que no soy capaz de asimilarlo. Muy pocas veces me ha pasado esto en mi vida y eso hace que te emociones mucho, que te salgan una especie de hipidos, como si quisieras llorar o hablar, y no puedes. Y eso mientras sigues pedaleando, subiendo las pendientes del puerto. Para romper el hechizo, solo tienes que asumir que no eres capaz de asimilar tanta belleza, dejarte vencer por el entorno, admitir que es más fuerte que tú, que te supera, que te genera sentimientos de respeto y de admiración hacia la montaña, la subida y el ambiente. Solo me quedaba darles las gracias por ese precioso momento.

Subida al Passo San Bernardino

Alguien me ha dicho, al explicarle mis sensaciones subiendo el Passo de San Bernardino, que podría haber sufrido el Síndrome de Stendhal 

No tengo claro que sea lo mismo, entre otras razones porque ahí se habla de la reacción ante obras de arte y dichas reacciones son más bien negativas somáticamente. Esto más bien se trata de que es una emoción demasiado intensa para que tu mente y tu cuerpo sepan como gestionarla, seguramente por ser algo que se sale de lo habitual, llevándote a una sensación máxima de expresión emocional a la que reaccionas como buenamente puedes, generándote un estado que no conoces, pero en el que todo es positivo y te sientes triunfante. Seguro que las endorficletas tienen algo que ver en todo esto.

Algunas personas me han preguntado si me resultó dura la subida del puerto. La verdad es que no, seguramente porque paraba muchas veces a hacer fotos, a disfrutar del momento, y eso me daba el suficiente descanso para continuar sin pasarlo mal físicamente.

Imagen tomada de internet, de alguien
en el Passo San Bernardino el verano anterior

- “¿Dónde está mi lago?”– me pregunto al llegar  a la cumbre. Había visto imágenes del precioso lago en lo alto del puerto, un lago azul que contrastaba con el verde de las praderas, que llegaba hasta el mismo borde de la vieja señal de piedra de fondo blanco y letras azules, que anunciaba el final del puerto y la altura alcanzada, 2066 metros. Pero el lago no estaba, se quería intuir un poco de agua en el medio, pero lo demás estaba todo helado y nevado. La desilusión por no tener mi foto con el lago azul, dio paso al optimismo de tener una visión y una foto que era única, irrepetible. 

Mi visión del Passo San Bernardino

Me hubiera estado allí horas disfrutando, pero tenía que llegar a algún alojamiento y aún me quedaban unos cuantos kilómetros. Además, las nubes cada vez eran más oscuras, anunciando lluvia. No quería bajar un puerto tan largo y con tanta pendiente con la carretera mojada y menos aún con nieve.

Bonita estancia y alojamiento en el pueblo de Soazza, en una magnífica casa rural, donde la tranquilidad y la oscuridad calman mis ya doloridos cuádriceps, por la acumulación de días pedaleando.

Soazza

LAGO MAGGIORE

Mucha gente, yo mismo antes de mirar con detenimiento el mapa, piensa que al cruzar el Passo de San Bernardino uno está ya en Italia. Pero no, uno está en la parte italiana de Suiza, donde se habla y se come parecido a Italia, pero aún me quedaban varias jornadas para llegar al país latino.

Una de las peculiaridades de hacer una ruta que va cruzando varios países, es que tienes que ir asimilando con cierta rapidez las costumbres, tanto culturales, como lingüísticas, gastronómicas, etc. Una vez que me había aficionado yo al Apfelschorle, al dejar Alemania desapareció de los restaurantes y cafeterías y tuve que buscar otra bebida que la supliera. Y una vez que la encontrabas, ya estabas al poco teniendo que cambiarla otra vez, porque cada país tiene sus hábitos y sus costumbres. Todo un ejercicio de adaptación.

Piazza Grande, Locarno

Una vez bajé todo lo que había que descender desde el San Bernardino, llegué a una enorme zona plagada de lagos alimentados hídricamente por los altos Alpes suizos. El mejor para mi ruta era el Lago Maggiore, dividido entre Italia y Suiza, además me habían advertido que era el menos peligroso por los coches. 

Santuario della Madonna del Sasso, en Locarno

En esta foto de arriba, del Santuario della Madonna del Sasso, se ve al fondo el Lago Maggiore. Al otro lado del lago, más a la derecha, es Italia. En este lado estamos en Locarno, Suiza. En la novela Adiós a las armas, de Ernest Hemingway, Frederic, el protagonista del libro, deserta del ejército italiano en la primera guerra mundial, junto a su amada Catherine, cogiendo nocturnamente en el lado italiano del lago una barca y remando durante la noche para llegar a Locarno, donde solicitan asilo político, dado que Suiza era neutral. Curiosamente releí Adiós a las armas unos días antes de iniciar este viaje, así que me llevé un alegrón al leer que algunos de los últimos capítulos transcurren en Locarno, donde yo iba a estar unos pocos días después e iba a poder imaginar a Hemingway mirando hacia el lago e imaginándose esta parte del libro.

Cappella del Calvario, Brissago

El Maggiore (Mayor en italiano) es un lago glacial de 66 kilómetros de extensión y 5 kilómetros de ancho máximo. Está rodeado de pintorescos pueblos a su paso y las vistas son impresionantes, pues siempre le acompañan las montañas dándole más perspectiva. Poco después de Locarno se entra, ya sí, oficialmente en Italia. Entre Locarno y Stresa quiero destacar Brissago y la Reserva natural especial de Fondotoce. 

Stresa mereció una visita más sosegada. Es una población turística que está al lado de las islas Borromeas, un conjunto de tres islas enclavadas al sur del Lago Maggiore. No estuve en la Isla Mayor, pero sí en la Bella y en la de los pescadores. La Bella la recomiendo, muy bonitos el jardín, el palacio y las vistas. La de los pescadores, sin embargo, me decepcionó, es un compendio de tiendas y restaurantes turísticos.

Islas Borromeas

Esta ruta por Europa no es solo de bicicleta. Esto no es un reto deportivo. Es un reto cicloturista. Algunos días se hace una excursión andando o en barco, o se visita una ciudad.

En Stresa entro en una pizzería y pregunto a los dos dependientes qué es un calzone, que lo he visto anunciado a la entrada, y se miran el uno al otro como diciendo ¿este tío de dónde ha salido?, ¿nos está vacilando?, ¿cómo no va a saber alguien lo que es un calzone?

Lago Maggiore, Lesa
 

CAMINO A TURÍN

Cuando salgo de Stresa y voy hacia Turín, soy consciente de que se acaba la parte más bonita de la ruta, como así resulta ser. El tramo de Stresa a Turín, sin ser feo, me parece más aburrido, después de lo que he visto hasta el momento.

Sin embargo, el destino a veces te depara alguna que otra sorpresa agradable, para que no te aburras. Saliendo de Borgomanero, veo en una rotonda un monumento con bicicleta y una calle dedicados a Pasqualino Fornara, que resulta ser un ciclista de esa localidad que en los años 50 ganó cuatro veces la Vuelta a Suiza y la montaña de una edición del Giro de Italia, además de ser segundo en la Vuelta a España de 1958. Contemporáneo de Coppi, Bahamontes, Koblet y Anquetil, con los que se batió con frecuencia.

Borgomanero

Italia está enamorada del ciclismo de competición, pero no parece ser así de los ciclistas amateurs. No creo que vuelva a pedalear en Italia nunca más, porque los conductores de vehículos motorizados italianos tienen una cultura del espacio circulatorio que no es compatible con la seguridad ciclista. Te pasan a medio metro, o incluso menos, aceleran más cuando te van a adelantar. Les da igual si viene otro coche de frente. Les da igual si están adelantando a otro vehículo y vienes tú en dirección contraria. No son todos, pero si un porcentaje demasiado alto para sentirse seguro. Ignoro si es la legislación, el extendido culto al coche de Italia, el arraigo de las costumbres, o qué, pero no tengo intención de volver a pedalear en Italia. 

Señal de respetar el 1,5 metros al
adelantar, que casi nunca se cumple

Paso dos fabulosos días en Turín mientras espero a Chen, David y Yolanda, que se van a unir durante una semana a pedalear conmigo.

Turín tiene mucho para ver. A mí lo que más me gustó fueron el Museo Nacional del Cine y el Parque Valentino.

Museo Nacional del Cine, Turín

SUR DE LOS ALPES FRANCESES

Al comenzar la ruta con mis amigos, veo que las sensaciones del viaje pasan a ser diferentes.

Con David, Chen y Yolanda en Turín

Tengo que decir que después de ir solo durante casi tres semanas no sabía cómo me iba a sentir al pedalear acompañado, pese a que tanto Chen, como David y Yolanda son unas personas excepcionales: divertidos, entretenidos, amables y empáticos. Cuando vas acompañado tienes que amoldarte al ritmo de los demás, a sus costumbres y rarezas… pero también es más entretenido, pues tienes con quien hablar en los tramos más monótonos y por las tardes mientras paseas. Compartir es vivir. Ir solo no es ni mejor ni peor que ir acompañado. Es simplemente diferente.

Disfruté mucho esta semana con mis tres compañeros, aunque los paisajes no eran tan espectaculares como los que había visto las semanas anteriores. Tanto que cuando se fueron me sentí, ahí sí, muy solo, algo que no me había ocurrido en las semanas anteriores a su llegada.

Al salir de Turín nos metemos de lleno en el sur de los Alpes franceses, así que estamos tres días subiendo y bajando puertos.

Había advertido a mis amigos de la agresividad de los conductores italianos, dándome ellos la razón desde el primer día. Sin embargo, les digo que con ellos la cosa ha mejorado algo, a diferencia de cuando iba yo solo. Yolanda dice que no se quiere imaginar cómo sería entonces cuando iba solo. 

Exilles

Quince kilómetros antes de llegar a Oulx, donde pensamos quedarnos esa noche, comienza a llover, como estaba previsto. Nos pilla frente al Fuerte de los Exiliados, una impresionante construcción en el Valle de Susa. Nos refugiamos en un hotel abandonado, con vistas al fuerte. Mientras deja de llover aprovechamos el tiempo para reservar el alojamiento, mirar dónde comer y planificar la ruta del día siguiente. En fin, que el tiempo no resulta en vano. Un cicloviajero alemán también para allí, pero tiene las piernas inquietas y no aguanta hasta que deja de llover, saliendo antes. Nosotros salimos cuando ha dejado totalmente de llover, llegando a tiempo a Oulx, antes de que comiencen las intensas tormentas que caen por la tarde.

Al día siguiente el comienzo es duro, pues al principio tenemos que subir el puerto de Cesana Torinese, que, éste sí, es frontera de Italia con Francia. Es un puerto largo y de pendiente importante, pero haciéndolo con calma es llevadero. Cabe destacar el tramo que nos desvía a los ciclistas por un antiguo túnel, separándonos (gracias) de los coches. Es un clásico túnel alpino con ojos hacia el exterior, permitiendo la entrada de luz solar. 

Túnel para ciclistas en la subida a Cesana Torinese

Ya estamos en Francia, por cuyo lado el puerto se llama Col de Montgenèvre. La subida del puerto nos ha llevado más tiempo del previsto y decidimos comer en Briançon. A partir de ahí vamos durante bastante tiempo por la N94, una carretera nacional con bastante tráfico, pero la ruta ha planteado de vez en cuando algunas variantes a la carretera nacional, que son una maravilla para los sentidos y un calmante para los nervios. 

Camino a Embrun

A Embrun se llega por una pendiente corta y empinada, como ocurre con todos los pueblos amurallados, que fueron un bastión militar. Merece la pena la visita al pueblo y las vistas desde su mirador. 

Cruce del río Durance, antes de subir a Embrun

En vez de continuar por la carretera nacional, siguiendo el Lac de Serre, bordeamos subiendo hacia el norte, por carreteras tranquilas y pueblos floridos, que además nos permite disfrutar unas preciosas vistas del lago y las montañas. 

Vistas del Lac de Serre desde las montañas

Al final acabamos llegando a la nacional, pero nos salimos de ella tantas veces como podemos.

Bonita es también la localidad de Tallard, con un castillo y un conjunto histórico de mucho interés. Los alrededores también merecen la pena. Chen nos cuenta cómo en su ruta en bici de hace unos pocos años, de Madrid a China, pasó algún día en esta localidad.

Tallard

Para llegar a Laragne-Montéglin evitamos de nuevo la nacional durante largo tiempo circulando al lado del Canal de Sisteron. El calor se empieza a notar, vienen días de sofoco, aunque nada grave para unos españoles acostumbrados a las altas temperaturas.

Canal de Sisteron

Solemos llegar al alojamiento alrededor de las 15 horas. Por las tardes descansamos un rato, lavamos la ropa, visitamos el lugar, vamos a un supermercado a comprar la cena del día y alguna cosa más que necesitemos para la ruta siguiente y cenamos juntos. Es decir, que las tardes se hacen entretenidas.

Laragne-Montéglin

El día que se nos viene tras dejar Laragne va a estar lleno de sorpresas. Para empezar, nos encontramos con las gargantas de la Méouge, un angosto cañón con una estrecha carretera serpenteante que acompaña a un río de agua color turquesa.

Canyon du Rif de Pomet-Gorges de la Méouge

En Séderon paramos a desayunar por segunda vez. Es ya una tradición parar a media mañana a tomar un croissant y un café, que para eso estamos en Francia. Además, así cogemos fuerza, que viene la subida del Col del Hombre Muerto, nombrecito que no ayuda mucho a ser optimista con lo que te vas a encontrar. En la boulangerie conocemos a una cicloviajera italiana con residencia en suiza que está haciendo sola una ruta cuyo mayor exponente es la subida, ese mismo día, del Mont Ventoux, unas horas más tarde. La mujer nos dice que somos un grupo muy majo (un español, un franco-español, un chino-español y una española). La verdad es que si, somos un grupo majo, y además individualmente también somos la mar de majos.

Séderon

David tiene un pinchazo al inicio del puerto. Como yo voy más flojo que ellos tres en las cuestas, les digo que voy subiendo mientras lo arreglan, así no me tienen que estar esperando. Coincido en la subida de nuevo con la ciclista italiana y la hacemos juntos, hablando de nuestros viajes, de nuestra vida. Total, que como suele pasar en estos casos, no me entero de la subida y cuando me doy cuenta, ya estoy arriba. Nada de hombre muerto, llego vivito y coleando.

En la bajada me uno a mis compañeros y llegamos juntos a Sault. Esta localidad nos sorprende agradablemente. Es la base desde la que se mueven los ciclistas hacia el Mont Ventoux, el mítico puerto alpino, origen de relatos y etapas épicas del Tour de Francia. Sault está literalmente tomado por los ciclistas, grupos de ciclistas aquí y allá, bicicletas de todos los estilos y colores, generando un ambiente tremendo. Unos que ya han subido y otros que van a subir luego. Y algunos raros, como nosotros, que no vamos a subir, porque no nos cae bien en esta ruta.

Gorges de la Nesque

Poco después de salir de Sault viene otra de las grandes sorpresas del día. Tras una ligera subida, llegamos al mirador de las Gargantas de la Nesque. Las vistas son impresionantes, pero la bajada que le sigue es para enmarcar. Se dan todas las condiciones para disfrutar a tope una bajada: poco tráfico, una bajada larga con poco desnivel negativo, unas vistas increíbles y una carretera que culebrea buscando la Costa Azul. Estamos los cuatro de acuerdo que es probablemente el momento más mágico desde que empezamos a pedalear juntos en Turín. Con esta larga bajada dejamos atrás los Alpes, acercándonos al Mediterráneo.

COSTA AZUL Y MEDITERRÁNEO 

Saliendo de Carpentras hacia Aviñón hacemos unos diez kilómetros de una vía verde que parece que está recién inaugurada. Ni aparecía en los registros de Strava. Nos avisa de ella el dueño del alojamiento donde nos hemos hospedado, que nos acompaña muy amablemente en bici hasta el comienzo de dicha vía verde. Una gozada: llana, sin tráfico y rodeada de mucha vegetación. Damos un rodeo importante, pero evitamos la D942, que lleva un tráfico horrible.


En Aviñón, David mete la rueda delantera en las vías de un tranvía y da con sus huesos en el suelo. Todo queda en un susto, que intentamos calmar en una boulangerie tomando un croissant.

Tartarin de Tarascon es una novela de Alphonse Daudet, que casi todos estudiamos de jóvenes. Hoy pasamos por Tarascon, de donde era este personaje de ficción, un pueblo con aspecto medieval y con muchas referencias al libro. 

Tarascon

En Beaucaire entramos ya de lleno en la zona de los canales. El primero que tomamos es el llamado Canal del Rhone a Sete, que lleva un carril bici segregado del tráfico pegado a su vera, totalmente llano. Lo malo de estas llanuras es que, si el viento te pega de cara, te puede hacer un estropicio, como así nos ocurre al final de la ruta de este día.

Canal du Rhone a Sete

Desde Gallician hasta Aigues Mortes hay unos diez kilómetros que comienzan haciéndose insufribles por el dichoso viento. Al poco, nos pasa en una bici de montaña con pedaleo asistido un señor con unos kilos de más. El hombre va a una velocidad de entre 22 y 25 km/h. Nosotros íbamos a 15 km/h en el mejor de los casos antes de llegar él. Rápidamente me pongo a su rueda y le hago gestos al resto del grupo para que hagan lo propio. Le bautizo como “El Hombre Ancho”, porque tiene una obesidad extraña, que se expande por los lados en vez de por delante, lo que a nosotros, a efectos aerodinámicos, nos viene de perlas. Haciendo menos esfuerzo que antes de que apareciera él, vamos más rápidos. Una bendición. El hombre se da cuenta de que le seguimos y de vez en cuando mira hacia atrás a ver si aún estamos ahí, para adecuar el ritmo. Qué ámable. Poco antes de llegar a Aigues Mortes se echa hacia un lado para parar, nos mira y sonríe. Le agradecemos efusivamente su labor y, más adelante, por unanimidad, le nombramos miembro honorífico de nuestro club, el Bousquet Cycling Team.

El hombre ancho

Aigues Mortes es una ciudad amurallada en el siglo XIII, que conserva un magnífico aspecto medieval. Una maravilla de lugar, sobre todo al atardecer.

Aigues Mortes

Pasado Le Grau du Roi, llegamos al mar. Este momento es emotivo, pues vengo de las altas montañas alpinas (hace dos semanas estaba pisando la nieve) y ahora el mar muestra un paisaje totalmente distinto: cálido, tranquilo, soleado y llano, muy llano.

Llegamos al Mediterráneo

Hemos entrado también en la zona de las marismas. Durante muchos kilómetros vamos a circular con el mar a la izquierda y las marismas y los canales a la derecha. A veces en un estrecho camino entre ambas aguas que parece que pueda ser inundado en cualquier instante. En un cierto momento Chen nos propone cambiar el recorrido para ir por un camino de tierra en buen estado, que va pegado al Canal del Rhone a Sete y con dos marismas, una a cada lado. Es un tramo muy especial.

Etang de Vic

En Agde, tras una buena comida, separamos nuestros caminos. Yo me quedo ahí a dormir esa noche. Mis compañeros continúan a Narbona, porque ellos tienen que coger un tren para volver a casa ya. Después de una semana de compartir ruta, les echo mucho de menos cuando se van. Han sido unos días maravillosos con estas tres personitas fabulosas.

Mis amigos despidiéndose en Agde

Agde también merece una visita, tanto el casco histórico como el Château Laurens. Y, por supuesto, el Canal du Midi, que finaliza en Agde y cuyo punto más característico es la Esclusa redonda.

Agde 

La ruta hasta Narbona es agradable, con un trozo del Canal du Midi y varios pueblos pintorescos, como Serignan. Pero a partir de Narbona comienza el infierno de seguir la D6009, carretera abarrotada de tráfico. Como siempre, en cuanto puedo, tomo una variante por carreteras secundarias, aunque dé un rodeo más largo.

Serignan

No sé dónde había leído que Port Leucate era un pueblo de pescadores, así que reservé ahí un alojamiento. Al llegar me di cuenta de que no era así. Si había sido alguna vez un pueblo de pescadores, la especulación se lo había llevado todo por delante y ahora es una localidad al más estilo urbanístico de los pueblos costeros levantinos. Eso sí, en Leucate hay una red de carriles bici impresionante para ir de un lado a otro. Pero hubiera sido mejor quedarme en el pueblo anterior, La Palme, que al menos tenía algo de alma.

La Palme

SIETE PAÍSES Y 21 DÍAS DESPUÉS

Y llega el último día. Despedida del mar desde La Bastide al amanecer, para continuar por un tramo de la ruta EuroVelo 8, muy bien cuidada, y carreteras y vías ciclistas tranquilas hasta llegar a Le Boulou, donde comienza la subida pirenaica que lleva a la frontera con España, una carretera sin arcén o arcén mínimo y un tráfico infame, que no permite disfrutar la subida en todo su esplendor.

El paso por la frontera es emotivo. Aquí sí que hay una señal bien grande del país en el que entras. En ese momento me parece mentira haber recorrido siete países en bicicleta, con tantos magníficos momentos.

Al entrar a España me llaman la atención cuatro cosas: una negativa, el fuerte calor, y tres positivas: los enormes arcenes, por los que se puede circular en bici con seguridad, el respeto de los conductores españoles, que te dejan generalmente una distancia de adelantamiento prudencial, y el precio de las cosas, que se me había olvidado lo barato que es España. Comer dos platos, postre y bebida por 13 euros es un lujo, después de lo que vengo pagando por Europa.

Visita en Figueres y al día siguiente tren de vuelta a Madrid.

En mis viajes cicloturistas no son importantes el número de kilómetros que se hacen, ni el desnivel acumulado, ni la velocidad media, no trato de hacer un récord de distancia ni de velocidad. Lo importante es presentarse al final con un buen número de experiencias, sensaciones y aprendizajes vitales, y de todo eso ha habido esta vez una imborrable cosecha, que he intentado resumir en este relato cicloviajero. El nombre de la ruta "de las emociones cumplidas" se debe a que las expectativas del número de emociones que tenía se cumplieron e incluso se superaron. 

"Juan Libre"
Pintada en Italia, que parece
que alguien hubiera hecho para mí
 

En cualquier caso, por si alguien tiene curiosidad, ahí están esos otros números:

1.408 kilómetros.

12.328 metros de desnivel

21 días en total, de los cuáles 17 de pedaleo.

¡Hasta la próxima!