miércoles, 12 de febrero de 2014

El derecho a la lentitud


“No corras, ve despacio, que a donde tienes que ir es a ti solo”  -Juan Ramón Jiménez-
 
Desplazarse disfrutando de la ciudad
En la era de la aceleración parece que todo ha de ir más rápido: los transportes, el trabajo... hasta las relaciones personales. Pero esta rapidez tan desaforada se traduce en más accidentes, menos productividad, mayor insatisfacción y un sistema que fracasa en el propósito último de proporcionar bienestar y estabilidad a toda la ciudadanía.
El secreto para evitar todo esto es la lentitud. La lentitud bien entendida, la que nos permite hacer las cosas a una escala humana pero sin perder eficiencia.
En esta época del culto a la velocidad, la bicicleta surge como un elemento “revolucionario”. La bicicleta es un buen antídoto para luchar contra la extendida adicción a la velocidad, porque no es veloz en sí misma, aunque es capaz de llegar en los ámbitos urbanos incluso antes que otros medios de transporte que son capaces de adquirir velocidades grandes, velocidades que difícilmente pueden alcanzar estos vehículos en las ciudades congestionadas en las que vivimos.

La velocidad no te hace llegar antes
Estudios varios (por ejemplo "drive slow go fast") han demostrado que si se condujeran los vehículos motorizados más despacio en ciudad habría menos congestión vial, llegándose antes a los destinos, causando menos estrés, menos accidentes y menos contaminación. Pero mientras los vehículos tengan capacidad para correr más y la idea generalizada sea que las cosas han de ser hechas a la mayor velocidad posible, el cambio será complicado. Nadie asume el atasco como propio, todo el mundo dice haber estado en un atasco, cuando en realidad ellos mismos eran el atasco.
¿Es el automóvil, paradigma de la velocidad, tan eficiente como se piensa en el ámbito urbano? Parece que no cuando la velocidad media en las grandes ciudades españolas es de tan sólo 18 km/h.
La parábola de la liebre y la tortuga es cierta. Se han hecho comparativas de desplazamiento de distintos medios de transporte en muchas ciudades y la bicicleta es, prácticamente siempre, la primera, delante de transportes públicos, motos y coches. 

La lentitud aumenta la atención de lo que ocurre alrededor
En bicicleta, sin embargo, existe una autolimitación, la del ritmo humano, y curiosamente es lo que la hace más eficiente al ser más controlable, al ser más aplicable a la realidad que sentimos.
Con la lentitud percibimos nuestro entorno de una manera más despierta, vemos más y mejor, olemos lo que nos rodea, oímos mejor los sonidos que ocurren. En definitiva, los sentidos están más atentos y, por ello, las emociones son mayores yendo en bicicleta. Somos dueños de nuestro propio tiempo, pues lo utilizamos conscientemente.
El tiempo, esa dimensión, casi siempre malentendida como la prisa, los nervios y la velocidad, que juega en nuestra contra (todo esto se podría resumir como “La Muerte”) se transforma, cuando vamos en bicicleta, en una magnitud temporal de las vivencias con la que el tiempo guarda una mejor relación. 

A vueltas con la percepción
Entonces ¿por qué no va más gente en bicicleta? Sin lugar a dudas la percepción del riesgo es grande en este medio de transporte. Será más o menos real tal percepción, pero existe y nos afecta en alguna medida, incluso a los ya habituados a movernos en bici.
Uno puede invocar su derecho a ir en bicicleta, en definitiva su derecho a la lentitud, pero nos damos de bruces con la cruda realidad: La sociedad  lo pone complicado cuando uno intenta ser lento.
Cuando todos los motorizados han optado por ir más rápido, perdiendo al tiempo la supuesta ventaja de la rapidez (todos pasan a ser igual de lentos), nos fuerzan a ir más rápido a los demás, incluido a los ciclistas. Si la velocidad máxima genérica en las ciudades es de 50 km/h., una velocidad pensada únicamente para los motorizados, los ciclistas pasamos a ser un estorbo. Al no poder ir a esa velocidad pasamos a ser invisibles y al ser invisibles no existimos. Al no existir parecemos perder el derecho a circular por las calles de las ciudades. Algunos automovilistas (son pocos, pero son demasiados) nos conminan a abandonar la calzada e irnos al parque, al velódromo (asociando la bicicleta únicamente a la práctica lúdica y deportiva) o a la acera (espacio  para los peatones). Porque ellos han nacido para ser rápidos, aunque sólo sea una ilusión que se realiza por tramos, hasta el próximo atasco o semáforo, donde regresa la angustia de la espera, que les detiene en su veloz devenir imaginario. 

En bicicleta tenemos la velocidad que tenemos, ni más ni menos
Dadas estas circunstancias, los ciclistas nos obligamos a ir rápido, a intentar integrarnos en lo que llaman el tráfico (en definitiva, los vehículos motorizados), haciendo un baldío ejercicio de poner motor de combustión a nuestras piernas humanas. Pero no es posible. Con el agravante de que, cuanto más nos esforzamos, más aire contaminado respiramos, en un círculo vicioso que nos sitúa en un espectro de marginalidad.
La solución, a mi entender, es no seguirle el juego a esta espiral de la velocidad. No somos coches ni motos. La ciudad debe tener la escala de prioridades universal (primero el peatón, segundo la bicicleta, tercero el transporte público y en último lugar los vehículos motorizados particulares). Puesto que (donde no se diga lo contrario) el espacio natural del ciclista es la calzada, las bicicletas deben circular a su velocidad natural y deben ser los demás vehículos de la calzada los que se amolden a ellas y no al revés. Ellos sí pueden reducir su velocidad, pero nosotros pedaleando apenas si podemos aumentar la nuestra.
Esa sería la manera de ejercer nuestro derecho a la lentitud, yendo a la velocidad a la que nos gustaría que todo el mundo fuese. En cualquier caso vendría bien una ayuda de las Administraciones Públicas apostando por calmar a los más veloces.

Cuando solo importa la velocidad 
Curiosamente en algunas ciudades lo que está pasando es lo contrario. Se faculta a los veloces a seguir en su línea y se prohíbe en algunos espacios la circulación de los que vamos en bicicleta en aras de nuestra, supuesta, seguridad, cuando en realidad es en aras de mantener el status de velocidad de los motorizados.
Son muchos los ejemplos en China y otros países (e incluso en algunos espacios en España también), pero vamos a ver el paradigmático caso de Kolkata (Calcuta), en la India. Las autoridades prohíben la circulación de toda clase de ciclos en 174 de las más importantes calles "por su seguridad y porque ralentizan el tráfico motorizado". Una patada en el trasero a los lentos, a los que no causan los accidentes, contaminación ni usurpación del espacio. Un despropósito que sólo se puede entender en un contexto de impulso del motor. Un error de los que llevan a la persona que impone esa normativa de cabeza hacia las primeras posiciones de la historia de la infamia ciclista mundial, muy cerca de algunos actuales mandatarios de la Dirección General de Tráfico de España.
Por supuesto el grupo local de ciclistas, Cycle Satyagraha, se movilizó, dejando en evidencia a la policía local que admite que no hay estudios que demuestren que quitar las bicicletas aumente la fluidez de los coches. Pero las autoridades siguen en sus trece en un perfecto ejercicio de soberbia de los que tan acostumbrados nos tienen también en nuestro país.

No nos conformemos
Lo deseable sería disuadir del uso de los vehículos privados motorizados por todos los problemas asociados que traen en forma de accidentes, contaminación y usurpación del espacio público. Cuando esta disuasión no cause el efecto deseado, muchos (no todos) estamos dispuestos a compartir el espacio, pero para que fuéramos más habría que calmar el tráfico de manera efectiva. No se puede hablar de que los peatones y los ciclistas son lo más vulnerables y luego ignorar el derecho a la lentitud, es decir, a ser eficaces.
Y entonces ¿por qué nos conformamos? A gran parte de la sociedad española le cuesta imaginarse una ciudad diferente. Los cambios siempre cuestan, incluso en nuestra vida privada. Si por la mañana nos cambian de lugar el cepillo de dientes, nos descontrolamos para el resto del día. Nos conformamos con lo que tenemos, si acaso con pequeños cambios. Pero es posible cambiar, en otros lugares lo han hecho, nosotros tenemos las mismas posibilidades.
Tampoco es necesario esperar hasta que los cambios ocurran. Nosotros podemos ser parte de ese cambio. Como dijo Mahatma Gandhi, si quieres cambiar el mundo, cambia tú mismo. En bici se contribuye a pacificar las calles, no sólo el tráfico, también los ánimos se pacifican. Pedalear es un acto de amor por el planeta y por lo tanto, por las gentes que nos rodean.

Disfrutemos de nuestro desplazamiento
La alegría puede ser también un arma para pacificar el tráfico. Las administraciones deben ralentizar del tráfico. Pacificar el tráfico debiera entenderse como la ausencia de conflictos en la vía pública y para ello la alegría es imprescindible. Ya se preocupan algunos automovilistas de ir serios, estresados y enfadados. Se dice que la cara es el espejo del alma, por ello nosotros mostramos con nuestra cara, con nuestros gestos, lo que es una realidad: la bicicleta te evita la ansiedad, la bicicleta te hace feliz. Una sonrisa a los que nos dejan paso. Un leve movimiento desaprobatorio con la cabeza a los que nos la juegan, eso sí, junto con una sonrisa. No sirve de nada enfadarse. Probadlo, el trayecto será mucho más divertido, no os envenenaréis con el virus del enfado y seréis mucho más dichosos. Estaremos comunicando un mensaje muy positivo de este fantástico medio de transporte.
Pero todo eso no quita que la bicicleta PUEDA ser un vehículo lento y disfrutarlo. En automóvil es más difícil ser lento. En automóvil hay que ser muy competitivo, hay que correr mucho y si vas en automóvil a 15 km/h. por una avenida principal te llaman loco, como apelativo más amable o te dicen que te compres un automóvil mejor. Pero en bicicleta se entiende que no podemos ir más rápido. Puedes ser molesto, pero a nadie le va a extrañar que vayas a esa velocidad, a 15 o incluso a 10 km/h. Tener la capacidad de ser lento en una ciudad grande y, sin embargo, llegar a tu hora, es un placer que la bicicleta te otorga.
Por lo tanto, ejerzamos nuestro derecho a la lentitud aplicándonos uno de los mejores antídotos contra la adicción a la velocidad: la bicicleta.

Acabo con esta magnífica frase de Antonio Estevan, publicada ya hace mucho tiempo en la revista Archipiélago (números 18-19):
"El deterioro de los ecosistemas naturales aumenta con la velocidad a la que se efectúan los desplazamientos a través de los mismos"