lunes, 31 de diciembre de 2012

Las bellas imágenes de las rutas cicloturistas

Amanecer en el embalse de Orellana la Vieja
Llevo un tiempo sin publicar debido principalmente a un fuerte compromiso reivindicativo que no me deja tiempo para el blog, pero aún así no desisto y prometo intentar ir metiendo algunos textos y algunas reflexiones que tengo escritas a medias. 

Hoy voy a poner un corto texto escrito en agosto de 1996 durante una ruta cicloturista realizada por la Siberia extremeña con mi sobrino Agustín. Al levantarnos por la mañana, de madrugada, vimos esta preciosa luz de amanecer que podéis ver en la foto que hice en el momento, que nos conmovió y que me llevó a escribir estas sentidas palabras. 




"Suena el despertador de mi reloj. Apenas si empieza a notarse un poco de claridad, pero tengo que levantarme ¡Me han hablado tan bien de los amaneceres en el embalse de Orellana!
Asomo la cabeza, aún con los ojos soñolientos, por la tienda de campaña. La vista es de otro mundo: el tibio amanecer, que dibuja el horizonte con un color sepia degradado, vierte su sangre tiñendo el agua de un rojizo intenso. Sólo recuerdo una belleza igual en aquel atardecer en Valdezcaray: totalmente solo, con aquellos azules oscuros y rojos, oyendo únicamente el viento y el tintineo de las campanillas de las vacas a lo lejos; aquella sensación de sentirme hermanado con la montaña, que me ofrecía sus paisajes a cambio de mi silencio y mi quietud.
Aviso ahora a mi compañero de viaje que seguía durmiendo. Miramos hacia el embalse, sin más, durante varios minutos, sin entender cómo es posible tanta preciosidad.
Esa visión tiene música, olor a belleza, puedo casi sentir la textura del agua cuando vaya a lavarme la cara y me da lástima romper su quietud de espejo con transparencias. 
Decidido, me quedo aquí - envuelto todavía en mi saco de dormir, dentro de la tienda - mirando, sintiendo, percibiendo, dejando que el día vaya entrándome por los ojos hasta que el sol salga y rompa el paisaje y las luces, devolviéndonos la mañana.
Mientras tanto, la bicicleta - bostezando - estira los brazos de su manillar."

jueves, 2 de agosto de 2012

La ruta del viento

Libre de ataduras, como una bruma arrastrada por el aire
me dejo llevar
hasta donde me quiera dejar el viento.

Daigu Ryokan


Una de las cosas más bonitas del cicloturismo es el abanico de posibilidades tan amplio que se te ofrece cuando comienzas una ruta. Te puedes crear tu propia aventura cada día, decidiendo a donde ir en relación al sol, la lluvia, el viento o en función de que los ojos te hagan parar el pedaleo de tus piernas para mirar los paisajes.

Siempre haces un planeamiento original de la ruta pero, en mi caso, casi estoy deseando que las circunstancias me lo cambien, para sentirme más libre, para sentir que uno es capaz de adecuarse en función a lo que le pasa o le apetece, sin seguir el hermetismo de lo establecido. Para sentir, en definitiva, que todo puede cambiar en cualquier momento, como la vida misma.

Hace casi veinte años hice una ruta cicloturista larga en bicicleta en la que cada mañana elegía la dirección a la que seguir en función del viento. Allá hacia donde el viento fuera a favor, hacia allá iba.

Si no hacía viento, seguía la dirección del viento del día anterior o el paisaje más sugerente.

Si el viento me devolvía por donde antes había venido, entonces no, entonces dejaba, al menos durante un rato, que me diera lateral, pero volver no estaba en mis planes. Siempre hacia delante, hacia algo nuevo, desconocido e imprevisto. 
Localidad que invita a la lentitud

No lo hacía así por pereza, porque la ruta fuera más fácil, aunque indudablemente lo era, sino principalmente por utilizar al viento haciendo más placentero el viaje. Como dicen los holandeses: "No se puede evitar el viento, pero se pueden construir molinos".

También lo hacia para descubrir esas cosas que no están en las guías, para huir del encorsetamiento de la ruta planificada, que quita cierto trance de aventura.

Lo cierto es que cuando se va a favor del viento el paisaje se hace diferente. Se vuelve hermoso: las ramas, las hojas, las briznas de paja, las gotas de agua que caen… todas se mueven en la misma dirección que tú. Todo es armonía. Ir en la dirección del viento es como ponerse en camino hacia sí mismo.

Empecé en la ciudad de León. Un típico viento que venía del suroeste me llevó hacia Riaño, ya tristemente inundado por las aguas del embalse. Me hizo subir el Puerto de San Glorio, pasé por Potes y bajé por el Desfiladero de la Hermida.


En el puerto de San Glorio junto con tres cicloturistas,
dos británicos, Malcon y Hellen, y su amiga de Singapur
Al despertarme en Santa María de Lebeña, el viento del mar me devolvió a la montaña, haciéndome subir la collada de Hoz y la collada de Ozalba. Aquí el aire era claramente del oeste, así que tuve que seguir por Carmona subiendo collados hasta el valle del río Saja. Al llegar a dicho valle, en Cabuérniga, tenía que tirar hacia el sur, por el Puerto de Palombera, o hacia el noreste, hacia Villanueva de la Peña. El viento seguía siendo del oeste, así que Villanueva era la opción más lógica. Años más tarde pasaría por estos lares en la clásica ciclodeportiva El Soplao y los recuerdos fueron inmensos. Seguía luego hacia Puente Viesgo, siempre en dirección este, con el viento a favor.

A pies del balneario de esa localidad, a orillas del río Pas, tuve al día siguiente una enorme tentación de ir hacia el mar. Pero lo cierto es que el aire, cuando te acercas al mar, suele venir fuerte y oloroso desde allí, norteño en este caso, así que continuando las directrices del viento, tomé el camino de la vía de tren abandonado que llevaba hacia el sur, hacia las montañas, subiendo la ligera pendiente con ayuda del viento marino como si fuera un llano, ante la atónita mirada de los pocos paseantes tempraneros en aquel día de niebla y humedad. Así llegué hasta Vega del Pas, donde me aprovisioné de sobaos pasiegos y tortas, a cuales más ricas, y dejé que el viento me llevara hacia el duro puerto de las Estacas de Trueba, un puerto acorralado por las montañas, en el que ya metido en faena, el aire no ayudaba nada y hacía un calor de mil demonios. Durante la interminable subida me encontré a una pareja de holandeses que estaban subiendo el puerto a ritmo de andar, parando muchas veces pues, decían, no habían circulado en bicicleta otra cosa que las llanuras holandesas. En lo alto del puerto aparece el viento de nuevo que me lanza a velocidad de locura hacia Espinosa de los Monteros, pero no hay camping y me voy al más cercano, el de Villarcayo.

Estacas de Trueba, un puerto largo y zigzagueante
Por la mañana el aire venía un poco solano (viene de la dirección del sol), lo que implica que va a hacer calor durante el día, llevándome a acompañar un rato al Ebro. En Valdenoceda, una vez el aire ya ha avisado de que el día va a ser caluroso, se calma, para dar paso a los rigores de la canícula, que se hacen más pesados sin el frescor del aire. En ese momento no tengo guía, pues el aire se ha calmado, llevándome a una situación nueva, en la que no sé que hacer. Como iba siguiendo al Ebro, continúo haciéndolo, siguiendo por lo tanto la dirección del agua, que en definitiva es otra guía muy eficaz. También he hecho rutas del agua, siguiendo cauces de ríos que me llevaban hacia el mar, hacia el inevitable final de la ruta. Me pasé el desvío que me debería haber llevado a Frías y aparezco en Oña. Volver el camino pedaleado es algo que no gusta al cicloturista, así que continué hasta Briviesca, donde comí y ya me quedé el resto de la tarde, pues el calor era excesivo.

Al día siguiente, al montarme en mi bici, observé que hacía algo de aire, en este caso del noroeste, por lo tanto aire algo más fresco. La dirección a seguir entonces es la de Belorado y de allí a Ezcaray. El aire del noroeste me lleva hacia la estación invernal de Valdezcaray, a donde llego por la tarde-noche. Apenas hay gente, la poca que hay está en un bar en el que pido agua, pues no hay fuentes a la vista. Pregunto si hay algún sitio donde quedarme a dormir y me dicen que sólo hay un albergue unos metros más arriba, pero está cerrado por obras, aunque me puedo poner la tienda de campaña en el porche cubierto, para evitar el rocío. Me dice sonriendo que estaré solo, que no habrá nadie en varios kilómetros a la redonda, pues ellos viven en Ezcaray.
 
Mientras me estoy tomando algo, escucho como la mujer del bar le dice al hombre que me ha atendido: “Y éste no tendrá problemas, ahí solo con los lobos”. El marido le contesta que no, muy vagamente. Yo me dirijo a él y le pregunto: “Oiga, no he podido evitar oírles ¿qué es eso de los lobos?”. “Nada...” me contesta el hombre “... no hagas caso a la mujer, los pocos lobos que hay no se acercan a las personas, no te va a pasar nada”. Trago saliva. Serán pocos, pero yo soy sólo uno. Me empiezo a hacer múltiples preguntas ¿Tendrán hambre? ¿Vendrán por esta zona por la noche buscando restos de comidas de forma habitual? Pienso en volver a Ezcaray, pero la subida me ha costado lo mío como para bajarlo ahora.

En efecto por la noche me quedo totalmente solo. Tengo una preciosa vista de todo el valle, un momento único en el que me siento el dueño del territorio, pero en cuanto oscurece, oscurece de verdad y me meto en la tienda quedándome dormido.

El problema viene a las 3 de la madrugada, cuando me despierto con unas tremendas ganas de orinar. Me quedo escuchando. Al fondo, muy al fondo, se oyen unos aullidos. Pueden ser perros, me digo para tranquilizarme. Abro la puerta de la tienda. Hay una niebla muy densa que no deja ver nada. Creo que nunca he meado más rápido ni más cerca de la tienda, metiéndome rápido de nuevo dentro y quedándome escuchando decenas de ruidos que me suenan a pisadas de lobos, hocicos respirando, patas escarbando... los aullidos me parecen cada vez más cercanos, pero al final me duermo.
Mar de nubes en Valdezcaray
Por la mañana sigo teniendo esa espesa niebla, pero al menos hay luz, ya no tengo miedo. No hay viento, por lo que sigo subiendo el puerto, dirección sur. Al poco tiempo dejo la niebla abajo, lo que se convierte en un espectáculo impresionante, con un enorme mar de nubes por todo el valle. Al llegar a la cima, un ligero aire del norte me refresca el calor de la subida, tomo unos caminos de tierra que me llevan cresteando hasta otro camino también de tierra y piedras que baja hacia el sur, hacia la provincia de Burgos, hacia Neila y Quintanar de la Sierra.

Al día siguiente el mismo aire frío del norte me lleva hasta Berlanga de Duero. Un pueblo muy digno de visitar. Allí paso el día.

Castillo de Berlanga de Duero
El día siguiente salgo muy temprano, casi no se ve. No hace aire a primera hora, así que sigo la misma dirección que llevaba el día anterior. En Caltojar se levanta el aire, un aire del noreste, solano, que no dice nada bueno, porque es probable que traiga calor. Vuelo empujado por el aire a Atienza, Hiendelaencina y Cogolludo, donde como. En principio me iba a quedar allí, pero me veo bastante entero para llevar 90 kilómetros y la casa de mi hermano está a “sólo” 50 kilómetros, en El Casar, teniendo toda la tarde. 
La campiña castellana cerca de Atienza
Cojo carretera y consigo llegar antes de que se haga de noche, pero los rigores del calor vespertino de la campiña me hacen sufrir de lo lindo, el agua me dura muy poco cada vez que la lleno, pues el calor es tremendo y el aire es inexistente por la tarde. Sin embargo he hecho 140 kilómetros con alforjas, gracias al aire matutino a favor y a la forma física que llevo ya de hacer tantos kilómetros. Es mi record de kilometraje con alforjas y bicicleta híbrida, pero mi hermano se preocupa por el estado de deshidratación en el que llego.

En casa de mi hermano
en El Casar
Me alegra ver a mi hermano y mi cuñada. Pasamos una agradable cena charlando. Me preguntan por lo que he estado haciendo estos días, pero no me extiendo mucho, porque en ese momento no me parece para tanto.

De El Casar a Madrid, el último día, supone un paseo de poco más de 40 kilómetros. Llego dos días antes de que se me acabaran las vacaciones, por lo tanto podría haber estado pedaleando algo más. Pero el aire me trajo a Madrid, me dijo que tenía que volver. Luego entendí por qué, cuando al rato de llegar a mi casa alguien que necesitaba mi ayuda me llamó.

El aire es sabio, escucha al aire.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Estampas típicas de Holanda que, todavía, no son habituales en España


Centro de Haarlem (capital de la provincia Noord Holland)


 Holanda es un país conocido por su masivo uso de la bicicleta. No en vano se vanagloria de ser el "país de las bicicletas". Cuando en los años setenta y ochenta la mayor parte de los países abandonaron este hábito de usar la bicicleta para los desplazamientos cotidianos, en Holanda siguieron en mayor o menor medida con él y pasaron a ser la vanguardia del movimiento mundial que más adelante iría llenando el mundo de este vehículo tan imprescindible en el desarrollo urbano de las ciudades que se quieren considerar amables con las personas.

Hoy me limito a mostrar unas cuantas imágenes que me pasó mi amiga Carolina Helmstrijd. Quien sabe, quizás sea lo que veamos en unos años en algunas de nuestras ciudades cuando el uso de las bicicletas siga creciendo de esta imparable manera.



Iglesia Mayor San Bavo, en Haarlem. Tanto Bach, como Händel tocaron el órgano aquí.
El aparcabicis de la iglesia está a reventar en horas de culto.
Por el momento no me imagino yo en España a la gente yendo en bici a misa, pero todo se andará.



Lluvia, nieve, frío... da igual. La bicicleta es un medio de transporte todoterreno (Haarlem)



Adolescentes camino al instituto, entre Haarlem e Ijmuiden.
Los chavales no necesitan un sistema de camino escolar que les traiga y les lleve, son autónomos y se desplazan solos o en grupo de amigos.



Macro-aparcamiento gratuito en el centro de Haarlem. También tienen taller de reparación.
En estos aparcamientos puede ser habitual tener problemas para encontrar sitio, de tan llenos que están



Un ejemplo de micro-aparcamiento intermodal, cerca de la carretera A-22, de acceso al centro de la ciudad de Haarlem. 
En una zona de paso de autobuses se ponen, pegados a la parada, pequeños grupos de aparcabicis, para mejorar el intercambio entre transportes.
En España seguramente lo pondrían alejado, en nuestro país los aparcamientos se suelen poner escondidos, con cierta vergüenza, cuando debería ser al revés.



Amsterdam. En una zona 30 los extraños son los coches.
Se pone la señal de prohibido coches como indicativo de que los ciclistas pueden ir en contrasentido.



Amsterdam ¿Quien dijo que los holandeses sólo circulan por vías ciclistas?
El movimiento cycle chic no tiene mucho sentido aquí, porque no llama la atención algo que es habitual.



Por último, estos son los padres de mi amiga Carolina, camino en bici al centro de Haarlem, con 76 años él y 70 ella cuando fue hecha esta foto, hace dos años.
Quién lo diría, aparentan mucha menos edad. La bici te mantiene en forma, feliz y dinámico. Salta a la vista. 
Cada vez que veo esta foto me entran ganas de coger la bici. ¿A vosotros no? 
Me vooooooy.

lunes, 14 de mayo de 2012

Lentitud y desproporción

Leo la siguiente carta al director en la que un ciclista barcelonés se queja de ser multado por pasarse un semáforo.

Al parecer el ciclista asegura que pasó dicho semáforo estando aún en ámbar y los guardias urbanos, que venían por la calle perpendicular y no podían ver como estaba el semáforo del ciclista, lo multaron.

Sin entrar a valorar si uno u otro tenía razón, pues eso no lo podemos saber con los datos aportados, si voy a comentar que a mi me ha pasado varias veces algo similar, sin llegar al extremo de la multa porque no había guardia urbano en ese momento. La última vez fue la semana pasada, sin ir más lejos. Lo explico:

Circulo
en una bici híbrida por una calle bastante empinada, por lo que voy irremediablemente lento. El semáforo está aún en verde cuando estoy pasando la raya (si se pone ámbar antes me hubiera parado). A continuación hay un cruce, un cruce amplio y largo, pero todo cuesta arriba. Nada más pasar mi semáforo veo que el peatón verde de los que están en perpendicular conmigo se pone en rojo, lo que indica que se les va a poner en verde a los vehículos que se van a cruzar conmigo. Ocurre que estos semáforos están pensados para vehículos motorizados que van a toda pastilla, pero yo no puedo ir más deprisa con esa cuesta arriba. Conclusión: Los coches salen del semáforo y yo aún estoy en medio del cruce “molestando” por lo que recibo una serenata de pitidos que no sirven para nada, porque no puedo quitarme de en medio. 

¿Es mi culpa? ¿Me he pasado yo algún semáforo en rojo? La respuesta en ambos casos es NO. La culpa es de una semaforización y una política de movilidad pensada sólo para ir a altas velocidades, donde se margina a los lentos, donde ser lento es sinónimo de inadecuado, cuando debería ser sinónimo de precavido, solidario, tranquilo y ausente-de-peligro.

Otro tema a repensar es la cuantía de las multas a los ciclistas. Me parece normal que se multe a un ciclista que incumpla una norma, pero en una cantidad proporcional a la capacidad del riesgo. Multar a un ciclista con 200 euros, una infracción pensada para los automóviles, es un despropósito. Para eso sí que las bicicletas son “vehículos” con todas las obligaciones. En cuanto a los derechos, sin embargo, ya no somos totalmente iguales. Pagar una multa que, en muchos casos, supone un precio mayor que lo que vale la propia bicicleta es desproporcionado. La DGT viene asegurando que en la modificación del Reglamento General de Circulación se considerara esta particularidad. Sería lo razonable.

Con la normativa actual de algunas ciudades en la mano, un coche aparcado sobre una acera, esos tan habituales en Madrid que no dejan pasar a nadie si no rodeas el coche, pagaría la misma multa que una bicicleta aparcada sobre la acera. Esto, sencillamente, no hay por donde cogerlo. Pero la normativa está ahí, es ciega e injusta. Hay quien dice que es injusta a propósito para causar mal al ciclista. Yo no creo que siquiera sea eso. Simplemente se ha ignorado, una vez más, que las bicicletas existen. Una vez más, somos invisibles, excepto cuando hay que multar, en ese momento se nos ilumina el aura y pasamos a ser vistos con todo detalle. Y si no que se lo digan a la familia Green-Garcia.

martes, 10 de abril de 2012

Uso de aparcabicis en Madrid

Aparcabicis de la calle Santa Clara
Hace un año realicé un contaje de bicicletas aparcadas en cinco aparcabicis municipales situados en el distrito Centro de Madrid. La medición fue tomada durante seis días laborables cada mes, a la misma hora.

A continuación unos análisis que no pretenden ser científicos ni estadísticamente perfectos, pero que son indicadores bastante coincidentes con otros estudios publicados, principalmente de bicicletas circulando.

Lo primero que se observa es que los meses de mayo y septiembre son los meses que más bicis había aparcadas, lo que coincide con los meses más benignos en cuanto a temperatura (ni frío, ni calor). Es decir, sigue existiendo miedo al frío y al calor al usar la bici, como si con estos fenómenos meteorológicos tan comunes fuera imposible circular en bicicleta.

También se ve otro dato en el sentido de que el único aparcabicis ubicado sobre tierra (Jardín Plaza Oriente) es, de largo, el menos utilizado, con sólo tres usos en todo un año. Con la peculiaridad de que sí que se veían bicis aparcadas a pocos metros sobre elementos fijos anclados al suelo sobre terreno duro (asfalto o baldosas). A nadie se le escapa que los aparcabicis ubicados sobre tierra son fácilmente vandalizables, por eso la gente prefiere aparcar cerca de estos en un lugar disperso, pero más seguro. Hoy en día, con la Ordenanza de Movilidad de Madrid en la mano, por fijar tu bici en uno de estos lugares, teniendo al lado un aparcamiento de bicis oficial, aunque sea fácilmente vandalizable, te puede suponer una multa.


Otro detalle es que el que más bicis soporta (más que los otro cuatro juntos) es el que propuso Pedalibre. Concretamente fui yo quien solicité (durante el proceso de estudios de ubicaciones) un aparcabicis en la calle Santa Clara, a instancias de una socia de Pedalibre y al ver yo mismo (trabajaba a 200 metros) varias bicicletas aparcadas de forma dispersa por los alrededores. Esto, en mi opinión, no hace sino enfatizar la importancia de la opinión de los usuarios y que fue una buena práctica por parte de los técnicos encargados de la gestión al preguntarnos por dichas ubicaciones, porque la práctica mayoría de ellos están ahora ocupados, siendo de utilidad.

La visibilidad del aparcabicis no parece ser un detalle importante para los usuarios, pues dos de ellos eran poco visibles (están bastante escondidos, en lugar de poco paso) y aunque uno de ellos no era apenas usado (Dúque de Nájera), sin embargo el otro era el ya comentado de Santa Clara, el más utilizado. Por lo tanto me atrevería a decir que uno de los factores más importantes a la hora de ubicar un aparcabicis no es la visibilidad, sino el del previo aparcamiento disperso, que luego multiplica, cuando el aparcabicis se coloca, el número de bicicletas finales atadas a él. Curiosamente, otros lugares que parecían muy proclives, como algunos intercambiadores de transporte, no han tenido éxito alguno, como es el caso del instalado en la salida de Peña Prieta del Metro de Puente de Vallecas, también propuesto por Pedalibre. El mero hecho de poder intercambiar los medios de transporte no faculta a que el aparcabicis sea utilizado.

Agosto es una época de pocos coches en la ciudad, pero se ve que también de pocas bicicletas, porque es el mes que menor índice de bicicletas soporta, menos incluso que los meses de invierno, fríos y lluviosos. Además de porque mucha gente se va de vacaciones, también incidiría, por añadidura, en el hecho del calor. Como se ha dicho antes, los excesos de frío o de calor disuaden de usar la bicicleta, por lo que se ve, tanto en esta mini-estadística, como en otras que se han ido publicando por ahí de usos urbanos ciclistas.

Visto que prejuicios o mitos como el frío, la lluvia o el calor, que a lo que se ve disuaden de gran manera del uso de la bicicleta en la ciudad, evitan que haya más bicicletas en las ciudades, nunca está de más echar un vistazo a la ponencia que presenté hace algunos años en el Congreso Catalán de la Bicicleta, llamado
“La bici es posible. Desmoronando los prejuicios contra la bicicleta”, pues puede ser útil para contraargumentar todos esos prejuicios.

La ubicación de algunos aparcabicis es un punto y aparte.  Hoy en día se ha detectado que algunos de los aparcabicis ubicados en Madrid deberían cambiar de sitio, pero las distintas peticiones en este sentido han resultado infructuosas. No hay dinero para arreglar lo que fue una primera experiencia y ahora podría ser ubicado en el lugar que ya se ha detectado como correcto. 

Y si hablamos de la iniciativa privada es aún peor. Como me comentaba hace poco Gonzalo Fernández de Córdoba: "Un famoso centro comercial ubicado en Sanchinarro no tiene aparcabicis. Venden bicicletas, pero no tienen aparcabicis. Curiosamente tienen parking para coches, pero no los venden. La superficie para coches es comparable a la superficie de negocio, sin embargo no hay un pequeño espacio reservado para bicicletas, ni siquiera para las que vendieron." ¿Perspectiva corta? ¿Falta de cultura?

A continuación el cuadro con la recogida de datos expresada en este artículo:

Imprescindible tener a mano el siguiente Manual sobre Aparcamiento de Bicicletas


viernes, 30 de marzo de 2012

Pasión, reflexión, entusiasmo y energía: PBP 2011


El pasado mes de agosto de 2011 finalicé en Francia mi segunda participación en la París-Brest-París (PBP), una conocida ciclomaratón de 1.230 kilómetros a realizar en menos de 90 horas.

Para quien esté acostumbrado a leerme en este blog noticias sobre ciclismo urbano le podría sorprender verme metido en estas cosas, pero es que además del ciclismo urbano me gusta el cicloturismo de viajes y el ciclismo deportivo (yo lo llamo ciclodeporte). Este último, en su faceta de larga distancia, como la susodicha París-Brest-París, me faculta, en más de una ocasión, para realizar desplazamientos largos cotidianos, impensables si no se hacen en coche o transporte público, lo que le da a la bicicleta una nueva dimensión como herramienta (lenta pero constante) de trayectos largos.
La PBP es una prueba un tanto peculiar. Participan cerca de 6000 ciclistas de todo el mundo que van saliendo escalonadamente durante varias horas. Todos circulamos entre el tráfico, como un vehículo más, respetando las normas. No hay carreteras cortadas, ni avituallamiento. Tú te tienes que buscar la vida para alimentarte y, además, exceptuando en los controles, no te puede apoyar nadie. Es la prueba pionera de larga distancia, se viene celebrando desde el año 1891, siendo más antigua incluso que el Tour de Francia.

La crónica de la prueba me la publicaron en amigosdelciclismo.com, pero al cerrar este canal, se perdió la crónica. A ver si un día me pongo y la reconpongo aquí.
Mientras tanto, si que podéis ver la crónica de otra ruta de larga distancia que hice más adelante (la Londres-Edimburgo-Londres) que sí que está publicada debidamente aquí.

jueves, 22 de marzo de 2012

Tiempos de silencio


La bicicleta puede esperar

A finales de los 70 se estrenó una película dirigida y protagonizada por Warren Beatty, con el sugerente título de El cielo puede esperar.

La bicicleta, como el cielo, por lo que se ve, también puede esperar. O esa es la sensación cuando uno recorre algunos despachos de las administraciones públicas estatales. Hoy la razón es porque no hay dinero, ayer porque no era una prioridad, o no era el momento social o no era la oportunidad o cualquier otra excusa peregrina que encierra un alto grado de prejuicios contra este medio de transporte.

Esa es la sensación que saqué el pasado día 21 de marzo de 2012 tras una reunión en el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente a la que asistí, como representante de ConBici, junto a Marisol Otero, de la Plataforma Empresarial de la Bicicleta, y Belén Moneo e Iñigo Cobeta, de Madrid en Bici, arquitectos.

Dado que no nos recibía ni el ministro, ni el Secretario de Estado, nos iba a recibir en principio la Directora General de Calidad y Evaluación Ambiental y Medio Natural, Guillermina Yanguas. Sin embargo, al llegar se nos anuncia que ella se ha tenido que ir a una reunión, por lo que nos recibía la Subdirectora, Maj-Britt Larka. Vamos bajando de escala. Tengo, de nuevo, la eterna sensación de que la bicicleta no es importante en las agendas políticas. Si surge otra reunión, otra actividad, de la bicicleta y los ciclistas se puede prescindir.

Exponemos la situación de la bicicleta, cómo ha crecido su uso como medio de transporte en los últimos años, cómo el número de interlocutores sigue aumentando (usuarios, empresarios, red de ciudades, bicijuristas…) y, sin embargo, los impulsos institucionales a favor de su uso no se ven acompañados por este crecimiento. Hablamos de cómo estamos perdiendo la oportunidad de acoger el enorme potencial de turismo extranjero ciclista de viajes, que se va a otros países huyendo de las pobres condiciones españolas, y las razones por las que eso ocurre.

Les hablamos de tantas cosas. De la falta de impulso del proyecto EuroVelo, de la nefasta legislación de tráfico, de la mala accesibilidad de la bici al transporte público. No sacamos ningún compromiso. Les preguntamos sobre la Ley de Movilidad Sostenible. Nos explican que llegó a un punto muerto en el que ahora mismo no hay prevista una salida. Decidimos actuar pidiendo su activación en las más altas esferas. Escribiremos a esos que no nos han querido recibir. Es nuestra única opción, por lo que se ve.

Les comentamos sobre el Código Técnico de la Edificación, sobre la idoneidad de incluir un espacio para bicicletas en toda nueva obra residencial y terciaria. Cuando estuvimos en el Ministerio de Vivienda hace unos meses tratando este tema nos dijeron que teníamos que hablarlo con el Ministerio de Fomento. Cuando estuvimos en este Ministerio de Fomento nos dijeron que lo habláramos con el de Medio Ambiente. En este último nos dicen que ellos no tienen competencia alguna y que, aunque les parece muy buena idea, no pueden hacer nada. Creíamos estar cerrando el círculo, pero este extraño círculo no tiene cierre. La línea de este círculo nos ha llevado al borde de un precipicio al que no nos queremos asomar, porque a algunos nos da ya vértigo tantas negativas, tantos prejuicios, tanto buen rollo acompañado de ninguna acción.

Viendo que nos vamos con las manos vacías, les presentamos un proyecto para que, cuando menos, lo lideren. Se trata de ir cogiendo toda la información dispersa sobre la bicicleta, unificando dicha información, para mejorar su accesibilidad. Esa información a unificar sería básicamente normativa, estadísticas, usos de la bici, vías ciclistas, planificación, coordinación... Mucha de esa información ya existe, ya está accesible (aunque repito que dispersa), sólo habría que solicitarla a quien lo lleva y luego ponerla en valor mostrando una información que sería de utilidad. En principio se nos vuelve a decir que no hay dinero ni personal. In extremis conseguimos que al menos “estudien” el tema. Esperaremos, una vez más.

Son malos tiempos, son tiempos de silencio, porque lo que se nos contesta es parecido a un silencio, a una falta absoluta de implicación. Los buenos propósitos son cápsulas de aire que al abrirlas esperanzados se nos escurren entre los dedos, perdiéndose en el ambiente, este ambiente degradado que las bicicletas podrían ayudar a mejorar si se nos diera el apoyo necesario para que fuera así.

Decía Iñigo Cobeta al salir de la reunión, medio en broma, medio en serio, que lo único que nos queda es la acción directa. Pudiera ser. Desde luego se me quitan las ganas de volver a perder mi tiempo recorriendo pasillos de ministerios en los que las bicicletas son artefactos extraños como en aquel relato de Julio Cortázar.

Cansados de esperar, sólo nos queda pedalear, porque pedaleando llegamos cada día al cielo, a ese cielo que puede esperar, pero las que no pueden esperar más son nuestras bicicletas.

jueves, 15 de marzo de 2012

Un nuevo ciclista urbano

 
Luis trabaja en el mismo edificio que yo y es un nuevo ciclista urbano en Madrid. El no es un militante de la bicicleta. Tampoco es un deportista. Simplemente ha descubierto que la bicicleta le resulta práctica para desplazarse al trabajo y por eso la utiliza.

Lleva poco tiempo y seguramente algunos no estaréis de acuerdo con la manera que tiene aún de conducirse por la ciudad, como yo mismo no lo estoy en algunos aspectos, pero Luis nos dice con sinceridad como actúa y, al fin y al cabo, no es sino el reflejo de muchos otros nuevos ciclistas que acceden a circular en bici sólo bajo estas condiciones, haciendo lo que creen que es más seguro para ellos en una ciudad que no sienten que esté preparada para los ciclistas.

Quizás alguna de las cosas que hace ahora, como circular en contrasentido en determinadas calles, pasen pronto a estar permitidas por la normativa, pues así quedaba recogido en el proyecto de modificación del Reglamento General de Circulación. Seguramente con el tiempo y al ganar en confianza cambiará algunas de sus actitudes, yo espero que algunas de ellas sí, pero ahora me parece muy interesante simplemente ver las sinceras percepciones de alguien que comienza a utilizar la bicicleta por la ciudad.


Mi nueva experiencia ciclista
Con apenas 5 meses de uso cotidiano de la bicicleta no aspiro a considerarme un ciclista urbano, ni creo que vaya a aportar nada al ingente conocimiento que existe sobre la movilidad ciclista, pero como ejercicio propio me permito esta reflexión.

Comencé a usar la bicicleta de manera titubeante como posible solución a una circunstancia difícil, llevar al niño al colegio y llegar a tiempo al trabajo. Se trataba de recorrer una distancia aproximada de 3,5 Km, de casa al trabajo, con escala en el colegio.

Es un recorrido muy favorable en su trayecto de ida, ya que prácticamente todo es cuesta abajo, Lógicamente el trayecto de vuelta es más costoso pero lo hago generalmente sin el apremio del tiempo.

Varios tramos del recorrido los realizo por calzada en sentido contrario de circulación. Sé que no debería, pero son vías de único sentido y evitarlas me supondría un rodeo importante. En otras ocasiones, con esmerado cuidado, también circulo por aceras, por las razones comentadas y por evitar puntos conflictivos de tráfico.

También me salto, con precaución, algunos semáforos en rojo, la parada y el arranque en bici me suponen un esfuerzo suplementario y un cambio de ritmo especialmente incómodo y fatigoso.

Para concluir con la relación de alteraciones a la circulación convencional, en los semáforos trato de adelantarme a los coches, para situarme por delante del paso de cebra (cuando no pasan peatones), de esa manera gano algo de tiempo cuando se pone en verde y me oriento mejor en la dirección que tomo, a la vez que evito confusión en la circulación de los coches al salir y el riesgo de un giro inesperado de alguno de ellos.

Mi objetivo es circular en condiciones de seguridad, economía de esfuerzo, evitando alteraciones en la circulación de los vehículos y toda interferencia con peatones.

Esta circulación discreta entre el tráfico no siempre es posible, las limitaciones propias de la bici suponen situaciones complicadas.

Vaya por delante que realmente no he sentido en general una actitud agresiva u hostil de los automovilistas hacia la bici, más bien todo lo contrario, bastante respeto y cuidado. Esta claro que hay excepciones pero en muchos casos se deben a descuidos o impericia de conductores que ante una situación poco habitual no reaccionan adecuadamente. Las actitudes agresivas de circulación de algunos conductores parecen una actitud habitual de éstos ante cualquier vehículo, pero no un acto premeditado contra el ciclista.

De entre todas las situaciones complicadas del recorrido, la más incómoda y delicada, con diferencia, se produce, curiosamente, cuando recorro una calle tranquila, con poco tráfico y de baja velocidad. Durante varías manzanas circulo por una vía de ligera pendiente ascendente, pero lo suficiente para no aproximarme a la velocidad de los coches. Esto no sería un problema si pudiera ponerme a la derecha y dejar que éstos me adelantasen, pero no es posible ya que la vía es muy estrecha con coches aparcados a ambos lados y aceras también estrechas. Entonces la mayoría de vehículos no se atreven a adelantarme, aunque en algún caso podrían hacerlo, y recorren del orden de 300 metros a mi ritmo. Como conductor comprendo que recorrer esa distancia, a esa velocidad, se hace eterna, y si vas con prisa, estresante. Siento esa presión y la situación se hace tensa con un vehículo, o varios, pegados a pocos centímetros de mi rueda.

Existen otras circunstancias difíciles, incluso más peligrosas, pero están asumidas, las considero parte de las condiciones de este modo de circulación. La apertura de puertas de coches aparcados, las incorporaciones y los giros inesperados suelen producirse por precipitación del conductor y la falta de visibilidad del ciclista, suponen un riesgo evidente pero en general una conducción atenta y preventiva suele evitarlos.

Respecto a otros momentos en los que he usado la bicicleta, me ha sorprendido cierta animosidad de los peatones (tampoco demasiada). Me han reprendido al adelantarme en un semáforo en rojo, cuando sin embargo no suponía ningún riesgo para peatón alguno. Incluso, alguna vez, en un paso de cebra, se ha producido una situación incómoda (frenazo en seco) ocasionada por la imprudencia o el despiste del propio peatón, éste ha tenido una actitud recriminatoria hacia el ciclista, cuando sin embargo situaciones parecidas son habituales en vehículos motorizados sin que exista reparo en ese caso, incluso entrañando mucho más riesgo.

Desde septiembre de 2011 utilizo la bici todos los días, y solo he tenido que dejar de hacerlo aquellos en los que está lloviendo en el momento de salir de casa (que son muy pocos días), es realmente el único inconveniente que me ha impedido hacer uso de la bici, pero incluso en esos días al llegar al trabajo observo que hay algunas de las bicis habituales que suelo encontrar aparcadas, es decir, los hay más valerosos que yo.

Aunque en un principio no le di importancia, el tema de los humos de tubos de escape cada vez me preocupa más. Resulta realmente desagradable y evidentemente insano. Los días con acumulación de contaminantes en el aire de la ciudad el efecto resulta mucho más acentuado.

Volviendo al objeto que hizo plantearme utilizar la bici para ir al trabajo, tengo que decir que el resultado es inapelablemente positivo, frente a los más de 35 minutos que empleo caminando y usando el Metro para este desplazamiento, en bici tan solo es de 15 a 20 minutos. En un recorrido tan corto creo que es bastante tiempo de ahorro, y me permite llegar a mi hora.

Al margen de lo contado no he encontrado grandes inconvenientes, no llego cansado al trabajo, si acaso más despierto y activo, no me supone una consideración especial en la indumentaria diaria, quizá en otros casos pudiera serlo, y tan solo tengo el pequeño trastorno de bajar y subir la bicicleta a la casa.

Por otra parte desplazarme en bicicleta me supone en muchos momentos un verdadero placer que concluye en una cierta adicción a su uso. Me resulta especialmente agradable coger la bicicleta al salir del trabajo, convierte en un paseo lo que de otra forma es una acción rutinaria y tediosa para volver a casa.

Algunos días no todo ha sido tan agradable, y subir una cuesta siempre cansa, pero me he dado cuenta que esto tiene mucho que ver con acomodar actitud y ritmos a la bicicleta, ir con prisas o querer ir más rápido de lo que es posible es nefasto, ya que a la propia ansiedad de esta situación se suma el cansancio del esfuerzo físico que aparece con un efecto multiplicado. Me he dado cuenta que si repitiera muchas veces situaciones así podrían llevarme a abandonar el uso de la bici.

Por cierto, a Darío le encanta que le lleve en bici al cole.

jueves, 9 de febrero de 2012

La prisa que no existe

La mayor parte de los conflictos que he tenido circulando en bicicleta por la ciudad me los han creado conductores de vehículos motorizados que decían o aparentaban tener mucha prisa. Lo puedo entender, hasta cierto punto, en los conductores de autobuses y de taxis, que se ven sometidos a veces a una cierta presión, aunque incluso en esos casos no se justifican ciertos comportamientos temerarios que ponen en serio riesgo las vidas de otras personas.

Lo que se justifica aún menos es la de los automovilistas particulares. Digo yo que si llevan prisa es que han salido tarde ¿verdad? Es una inconsciencia salir tarde y por ello tener que ir jugándose la vida propia y las ajenas. Si la tardanza la ocasionan las circunstancias del tráfico, no necesito decir que ya sabes a lo que te expones cuando vas en vehículo motorizado por la ciudad: atascos, semáforos, controles... Tienes que salir con mucho tiempo de anticipación y aún así te puedes encontrar algo que te frene. ¿Si no tiene remedio por qué estresarse?

Sin embargo me atrevo a decir que muchas de las prisas que nos autoimponemos al circular por la ciudad son ficticias. No tenemos prisa pero actuamos como si las tuviéramos. Puedes ir con tiempo más que suficiente, pero te ves obligado a ir rápido, porque el coche es más potente que el delantero, o todo el mundo va así de rápido y tu no vas a ser menos, no vas a molestar, en un servilismo demente hacia la locura de la velocidad y las prisas.

Quiero ejemplificar con un caso real que me ocurrió hace algún tiempo yendo en bicicleta por la ciudad de Guadalajara.

Tengo que aclarar antes de nada que de un tiempo a esta parte evito todo tipo de conflictos en el tráfico. No hago caso, saludo o sonrío ante las provocaciones de los motorizados, ayudando de este modo a que mis desplazamientos sean más placenteros, no permitiendo que los "malos humos" de terceros envenenen mi devenir ciclista por la ciudad. Algunos tienen un problema y pretendo que no se convierta en un problema mío también. No lo consigo aún al cien por cien, pero casi. Como todo, es cuestión de práctica.

El suceso fue el siguiente:

Iba cuesta abajo, a unos 30 kilómetros por hora. Un coche iba detrás mía y no podía pasar porque había un solo carril por sentido y yo iba por el centro del carril. Si me hubiera echado a la derecha el automóvil hubiera podido pasar pero sin respetar la distancia lateral de seguridad y poniéndome en peligro.

El automovilista me pita. Yo ni caso. Me vuelve a pitar, esta vez más seguido. Yo a lo mío. Se me acerca más, intentando no sé el qué, que desaparezca de pronto, imagino. ¿Qué puedo hacer yendo a esa velocidad sino seguir lo más recto posible?

Cuando por fin la calle se ensancha, me echo hacia un lado, dejándole pasar. Pega un acelerón, poniéndose a mi lado un momento. Le miro y el hombre dice algo a través del cristal, pero no se le entiende. Está desquiciado, haciendo todo tipo de aspavientos y con la cara desencajada. Me da una tremenda lástima ver a alguien así, llegar a ese estado de ira y de estrés sin necesidad.

En el siguiente semáforo en rojo me paro a su lado y le digo con tranquilidad: “Ante todo le pido disculpas por no haberle podido dejar pasar, pero…” aquí me interrumpe y me GRITA “...es que me tenías que dejar pasar, es que te crees que la calle es tuya...” y unas cuantas cosas más. Le explico pacientemente lo de la distancia lateral de seguridad y la imposibilidad de respetarla para él si yo me echo hacia un lado. Pero no me está escuchando, no le interesan mis razonamientos, no quiere dialogar. No pretendo ya convencerle de mis derechos y sólo le digo: “De todos modos, como puede ver, no sirve de nada correr, al final nos encontramos en el semáforo. Además, ¿de verdad tenía usted tanta prisa?” Ante esto se quedó unos segundos perplejo, sin decir nada y luego solamente balbuceó, no fue capaz de decir algo comprensible. El semáforo se puso verde. Le di los buenos días y me fui.

Ese señor, sencillamente, no tenía prisa alguna. Se había autoimpuesto que en coche hay que ir rápido y que la ciudad es suya, porque es lo que le han vendido junto con el coche.

Cuando se baje del coche irá también rápido, aunque seguramente no tendrá una hora determinada a la que llegar. La mayor parte de nuestros actos están guiados por la angustia de una prisa que no existe y, concretamente cuando se va en coche, poniendo en serio riesgo a otras personas dada la peligrosa arma que se lleva en las manos. 


Definitivamente es cierta aquella frase de "La prisa mata".

lunes, 30 de enero de 2012

La apuesta por la bicicleta sale rentable

Recientemente se ha conocido la noticia de que las empresas francesas podrán financiar a sus trabajadores que vayan en bicicleta al trabajo, recibiendo por ello ayudas fiscales. Ver noticia

Esto que a algunos sonará como ciencia ficción en países como España, sin embargo pienso que puede que no esté tan lejos. La tozuda realidad tiene que acabar poniendo en su sitio a la bicicleta, aunque sólo sea por comparación con los que, por otro lado, utilizan para moverse por las ciudades (sin serles imprescindible en muchos casos) un sistema tan ineficaz como el automóvil privado, que pesa una tonelada para llevar a una persona de 50-90 kilos y encima nos envenena el aire de todos, ocupa un espacio exagerado del que no andamos sobrados en las ciudades y ocasiona ruido y accidentes más que serios. 

Por eso no me parece sorprendente que en algunos países ya sean conscientes de esta realidad y apuesten por la bicicleta. Francia no es la primera ni será la última. Además de algunos ya clásicos países pro-bicicletas del centro y norte de Europa, Irlanda se apuntó a esta corriente en 2009 también y no tengo noticias de que hayan dejado de hacerlo.

Estas empresas francesas que financien a sus trabajadores por desplazarse en bicicleta al trabajo, además conseguirán (puede que algunas ni lo sepan, pero lo conseguirán) trabajadores más sanos, con menos enfermedades, con menos absentismo laboral, más dinámicos y contentos en su jornada laboral. En fin, eso que toda empresa busca en un trabajador modélico. 

El Estado francés ya tiene claro que la gente que pedalea ahorra al país mucho dinero, principalmente en materia de sanidad, cifrando este ahorro en 5.600 millones de euros anuales. Los responsables franceses aseguran que su plan ciclista estatal cuesta el mismo importe que, por ejemplo, sólo tres kilómetros de autopista. Apostar por la bicicleta es muy rentable.

Además de la financiación de los desplazamientos urbanos en bici, el gobierno francés pretende mejorar algunos aspectos de la normativa estatal de movilidad, favoreciendo a los ciclistas, como el permitir a estos girar a la derecha con un semáforo en rojo bajo determinadas condiciones, lo mismo que ConBici lleva pidiendo en los dos últimos años para la normativa de tráfico española. 

También se contempla en Francia un cambio en temas de Edificación, reservando un espacio de 15 metros cuadrados para aparcar bicicletas por cada diez viviendas. Desde hace un tiempo tanto ConBici como otros colectivos venimos pidiendo también un cambio en el español Código Técnico de Edificación, encontrando hasta el momento buenos propósitos junto a un buen número de trabas en apariencia insalvables. Pero no nos damos por vencidos. Nos negamos a pensar que este país tiene que ser menos que el país vecino sólo porque nos separen los Pirineos y unas mentalidades ancladas en modelos de ineficiencia energética.

Asimismo se pondrá en el país galo un sistema de marcaje preventivo contra el robo. En España se va a comenzar pronto una experiencia piloto y esperemos que siga adelante en el resto del país. Ahí puede que vayamos al menos a rebufo de los franceses.

Seguro que en Francia, pese a todo, aún queda mucho por hacer, pero podríamos decir que allí a los ciclistas ya les comienza a dar el aire a favor, y pedalean y avanzan viento en popa. Sin embargo, en España, pese a que el viento nos es favorable (condiciones climáticas generosas, necesidad de impulsar el ejercicio físico por tasas inasumibles de obesidad, la mayor parte de ciudades de urbanismo denso, etc.), estamos aún sin rumbo. Como decía Séneca: ningún viento es favorable si uno no sabe a donde se dirige.