viernes, 30 de septiembre de 2011

Ojos de gato reflectantes


Los ojos de gato son unos dispositivos reflectantes horizontales embutidos en los laterales de algunas carreteras. Al reflejar la luz incidente (la de los faros principalmente) sirven para marcar la delimitación nocturna de las carreteras. Se usan sobre todo en curvas, túneles, zonas peligrosas, aunque en algunos casos siembran una carretera entera con ellas. Ofrecen una visibilidad enorme desde lejos, haciendo su función reflectante con bastante efectividad. 

Hasta ahí bien. Si mejoran la seguridad deberíamos poder decir que son útiles y hasta necesarios. Pero lo cierto es que ofrecen problemas. 

Como se colocan principalmente en los arcenes, para que no interfieran con el tráfico motorizado, estos dispositivos molestan a los ciclistas, que somos los que circulamos por los arcenes (cuando están practicables). Molestan además bastante. Obsérvese la imagen superior tomada a ras del suelo, porque ese salto es el que tiene que dar una bicicleta para superarlo. A eso hay que sumarle que los suelen colocar justo en la más lógica trayectoria ciclista: pegados a la línea blanca de delimitación del arcén. Resulta que los arcenes están más sucios mientras más alejados de esta línea, por lo que ir pegados a la línea ofrece generalmente la menor posibilidad de pinchazo. En definitiva,  la dichosa ubicación de los ojos de gato es de lo más inoportuna para los ciclistas. Nunca he entendido por qué no van encima de la línea blanca. Quizás porque los vehículos motorizados la pisan continuamente y les molestaría.

Son molestos hasta el punto de que en según que trayectorias y con que bicicletas estemos circulando, pueden llegar a desequilibrarla. Es una prueba de que los arcenes no los han puesto para mayor solaz de los ciclistas, de lo contrario no los sembrarían de estos artilugios tan molestos. 

Pero si están salvando vidas hay que pagar el precio de la molestia ¿no?

Poco tiempo pueden hacer esa función porque su trayectoria vital más común es la siguiente.

1) Ojo de gato recién puesto, haciendo su función (la de reflectar y la de molestar al ciclista)

2) Ojo de gato al que ya le han pasado por encima algunos vehículos motorizados levantando el reflectante y dejando sólo la base plástica sobre el pegamento. Desde este momento dejan de cumplir la función para la que fueron diseñados, pero siguen molestando al ciclista.

3) Por último, unos cuantos vehículos pesados más le pasan por encima y acaban dejando el agujero donde una vez hubo un ojo de gato. Este es el triste final de la mayor parte de estos dispositivos, pero ya deja un bache que molesta al ciclista que pase por allí.


¿Por qué le pasan por encima los motorizados pese a que estos dispositivos están en el arcén? 

Buena pregunta: Porque hay a quien le gusta recortar en las curvas, porque hay quien se despista y se va hacia fuera, porque hay quien se ve obligado a invadir el arcén porque le están adelantando indebidamente. Múltiples razones que conocemos bien los ciclistas. Desde luego los ciclistas no somos quienes los despegamos. Nuestro peso no es capaz de mover los ojos de gato, es necesario un peso y una velocidad mucho mayores. 

Los ojos de gato originales, los de hace varias décadas, eran diferentes, tenían dos reflectantes con forma de ojos de gato, de ahí su nombre. Eran de goma y se deformaban al pasar los motorizados por encima. Llevaban una protección metálica alrededor.
Foto original de Wikipedia
El caso es que salían más caros (a corto plazo) y se acababan desprendiendo también, habiendo ocasionado incluso daño a vehículos y personas, por su condición metálica. Es por eso que ahora se usan de plástico.

Me pregunto si realmente no se podrían poner simplemente indicadores como éste de la izquierda en el que hay una banda reflectante. Hace la función de delimitar la vía, están situados ligeramente fuera de ella, no molestando a los ciclistas, y su vida útil es mayor. Quizás sea más cara en un principio, pero me parece claro que lo caro es el ojo de gato que dura poquísimo.



Resumiendo: 


- Los ojos de gato pueden ayudar a reducir la accidentalidad de los motorizados (aunque sólo por un tiempo muy limitado), pero aumenta la probabilidad de accidente del ciclista. 


- La relación coste-beneficio es mala, debido al poco tiempo que duran los cachivaches en el asfalto. 

- Es un derroche poner algo que se sabe que durará tan poco y que luego no es repuesto. 

- Las razones de peligro por las que fueron puestas permanecen, por lo que parece que habría que buscar otra solución que, de paso, no moleste a los ciclistas.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Distanciador espantacoches


Hoy voy a mostrar un dispositivo que llevo utilizando desde hace tres meses en la bicicleta de carretera. Se trata de un distanciador, un simple pero ingenioso aparato en forma de brazo regulable que indica al resto de vehículos que nos van a adelantar cual es la distancia de seguridad que, como mínimo, deseamos que nos mantengan.

Distanciador con el
brazo semi-recogido
La instalación es bastante sencilla, con bridas reutilizables de muy buena resistencia. Si bien el brazo se puede dejar hasta 1,5 metros de largo (más bien de ancho, que es lo que ocupa en la vía pública, el ancho), yo sólo lo dejo entre 50 y 70 centímetros, pues lo percibo como suficiente para enviar el mensaje de que no quiero que se me acerquen demasiado, permitiendo, por otro lado, que cuando otro ciclista me adelanta no tenga que desplazarse lateralmente en exceso. En cualquier caso, hay ciertas vías de mucha intensidad y pequeño arcén que sí que he desplegado la varilla algo más, acción que es sumamente fácil de hacer con una mano durante la marcha sin perder estabilidad alguna.

Distanciador en carretera
con la varilla extendida
He notado sobremanera como los automovilistas aumentan la distancia al adelantar. Incluso como reducen la velocidad. Si bien no hay que bajar la guardia y hay que continuar con las correspondientes medidas de seguridad activas, que son las que de verdad evitan los accidentes, el distanciador me ofrece un grado de comodidad y seguridad que antes no tenía.

Dispone de varios elementos reflectantes, lo que ayuda en una conducción nocturna.

Debido a la flexibilidad de la fibra de vidrio que tiene la varilla desplegable, no hay problema de enganche ni de producir daño alguno a nadie en su utilización.

Molinillo batiente que
se encuentra en el borde
No he tenido problema alguno con las autoridades del tráfico, que lo han mirado con simpatía, entendiendo su utilidad e inocuidad, e incluso uno de ellos me preguntó por él, porque le parecía una manera ingeniosa de conseguir que el resto de vehículos te mantengan la dichosa distancia lateral de seguridad.

En cuanto al posible enfado de automovilistas por verse obligados a desplazarse más de lo que están acostumbrados, sólo he recibido tres pitadas durante más de 3.000 kilómetros, a las que he respondido saludando y deseando los buenos días (¿para que enfadarse?), pues ni siquiera sé si aquellos tímidos pitidos eran de enfado o de simpatía ante el artefacto. 

Si bien el uso que yo le he dado es meramente para carretera, a continuación incluyo las apreciaciones (algunas coincidentes) de mi amigo Reinhard, de Pedalibre, después de un profuso uso urbano del mismo dispositivo:

Aunque uno pueda tender a considerarlo más bien un artilugio para el uso en carretera, el distanciador de seguridad de Diego Benítez se revela como un dispositivo práctico y seguro en el uso urbano.
Son varias las razones en las que apoyo tal afirmación:
  1. Seguridad. Dada la frecuencia de adelantamientos sin respetar la distancia de seguridad en la circulación urbana, sobre todo debida al tráfico de varios carriles, es interesante dotarse de un “arma de distanciamiento”. Cuán frecuente es la situación en la que, habiendo dos carriles en un sentido y estando uno ocupado por un automóvil y el otro por el ciclista, un automovilista pretende adelantar al último colándose entre los dos. A eso se añade la falta de consideración casi diaria a esa distancia de seguridad que se puede observar en las vías mal llamadas “rápidas”, es decir los bulevares.
  2. Aspecto práctico. El distanciador no es nada engorroso ni supone una merma de la agilidad para moverse en el tráfico de la jungla urbana. Eso se debe precisamente al hecho de que la extensión de la varilla se puede regular en marcha, es decir sentado en la bici y con una mano cogiendo la varilla que corre paralela a la barra superior del cuadro, más o menos donde algunos tienen las manetas de los cambios. De esta manera, al prever una situación que requiere una extensión menor, se recoge con un pequeño tirón que no distrae para nada de la conducción, y al revés.
  3. Aspecto visual. La atención que atrae el dispositivo, además de ser un elemento añadido de seguridad pasiva, constituye una señal para viandantes, conductores y otros participantes en la circulación de que estamos ahí para quedarnos, de que exigimos respeto y seguridad y el cumplimiento de las normas. Además, el aspecto algo “juguetón” del molinillo en el extremo añade una nota simpática que actúa de embajador de la bici urbana, al menos así lo he percibido en miradas y comentarios de transeúntes.