miércoles, 9 de julio de 2008

Y todo para acabar en Madrid


Desde que en el año 2004 me autoexilie, yéndome a vivir fuera de Madrid tras habitar durante 41 años en esta ciudad que un músico calificó como "insufrible pero insustituible", desde entonces mucha gente me ha preguntado que por qué dejé la capital.

Podría dar muchos datos acerca de los días que se superan los umbrales de aviso a la población por elementos contaminantes.

Podría decir que es una ciudad agresiva para el peatón y el ciclista. Y una ciudad que maltrata a los elementos más débiles del desplazamiento, claramente no es una ciudad muy agraciada. Algo no se ha hecho bien en Madrid.

Podría decir que "Madrid me mata" y bien cierto que es. Me matan sus humos, sus coches aparcados en todos lados, aceras incluidas; me mata su ruido; la rapidez con la que te ves obligado a hacer todo, aunque no quieras...

Podría echarme a temblar cuando se dice aquello supuestamente tan bonito: "De Madrid al cielo", porque para mí siempre ha significado que si has sido capaz de sobrevivir a Madrid mucho tiempo es que te mereces el cielo porque has tenido una enorme penitencia sobre tus espaldas.

Podría hablar del huertecito que cuido ahora y los árboles que planté cuando llegué a mi nueva casa y que veo crecer y cuido con cariño, ya que ellos también me cuidan a mí limpiando el aire y regalándome sus frutas. En el pisito de Madrid sólo podía imaginar algo así en algún episodio de un agradable sueño, que esos incluso en Madrid se tienen. Pero nada como la actual sensación de olerse uno las manos tras tocar las matas de tomates, o recoger una hoja de laurel del mismo árbol, cuando la necesitas para el cocido. Y así tantas cosas...

Pero mira... lo voy a resumir todo con un hecho real que una persona me contaba el otro día. Esta persona se encontraba en una población española alejada de todo tumulto, hablando con un aldeano. Dicha persona explicaba al aldeano que era ingeniero y que tenía un puesto de mucha relevancia. Entonces el aldeano le preguntó al ingeniero "¿Y dónde vive usted?". "En Madrid" le respondió el ingeniero. El aldeano se quedó todo pensativo, callado, cabizbajo. Y tras ese rato de incómodo silencio le dijo al ingeniero, mientras miraba al suelo y sacudía la cabeza: "Tanto estudiar para acabar en Madrid"

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me acabas de recordar por qué abandoné esa megaciudad, donde el estrés y la mala vida casi acaban conmigo.

Anónimo dijo...

Vine a Madrid y encontré lo que en mi ciudad de provincias no lograba: un trabajo acorde con mis aspiraciones, un marido cariñoso y "cosmopolita", posibilidades de ocio y cultura impensables en mi ciudad...
Pero el precio que estoy pagando ¡es tan alto!, me está desgastando, me agría el carácter, y supongo que vine porque merecía la pena, pero cuando voy a mi ciudad me da tanta envidia...
Y lo de siempre, que ayer casi me tiran de la bici. Están locos estos conductores.

Anónimo dijo...

Pues por una vez no puedo estar de acuerdo contigo:

Yo AMO la ciudad, así, con mayúsculas. Odio otras cosas: el tráfico brutal, la contaminación, las filas y filas de coches aparcados en cualquier sitio.

Pero todos sabemos, a pesar de lo que digan los "cochistas" más interesados en destruir la calidad de vida de las ciudades, que el humo y los ruidos no son característica esencial de las ciudades. Si lo son las prisas, el tumulto, la agitación... pero eso en el fondo es lo que adoro de la ciudad.

Tu y yo sabemos que hay ciudades que no son un pozo de humo y ruido: Copenhague, Berlín, Estocolmo. Algunas, están dejando de serlo, y no hablamos de ciudades pequeñas, hablamos de París y Londres, por ejemplo.

Los conductores más adictos desearían que todos los ciclistas nos fuéramos a vivir al campo. Así ellos, con sus máquinas de ruido y humo, serían los dueños absolutos de todo. Eso es lo que ocurre en lugares como la ciudad de Los Ángeles, por ejemplo.

Pero eso para mí es la anticiudad;: la verdadera ciudad es espacio de encuentro, de posibilidades, de oportunidades. No de humo, ruido y suciedad.

Yo hace tiempo que decicí que se acabó esa tiranía: pedaleo por Madrid, vestido con mis mejores galas, nada de casco ni de culottes ni maillots, relajado y sonriente a pesar de todo. Que vean que yo estoy feliz y ellos no. Que vean que yo estoy en forma y ellos no. Que vean que yo no tengo agobios y ello sí.

No claudiquemos, luchemos por nuestros derechos. Sigamos pedaleando por las calles de nuestras ciudades. Otro Madrid es posible, no lo dudes. Y lo vamos a conseguir.

juan merallo dijo...

Tarta. Mira que te entiendo, porque tanta gente vino a Madrid buscando algo y lo encontró, pero también encontró lo que no quería encontrar. Mi proceso fue el contrario: estaba en ella y me fui, pero sigo pasando por ella todos los días para trabajar, así que la tengo a la mano, la sufro lo justito, pero todos los días la doy los buenos días y luego le digo adiós para irme a cuidar mi huertecilla. Me aprovecho de sus exposiciones, de sus teatros y cines, de tantas cosas, pero luego me voy, con paso sigiloso, a dormir y a vivir a otro lado.
Me encanta salir de mi actual casa en bici y no encontrarme un solo semáforo, meterme en seguida en carreteras y caminos desiertos, pero con mucha vida natural.
Tarta, me encantan las fotos de tu blog, sigue así.
Juan

juan merallo dijo...

Anónimo, me alegro que no estés de acuerdo conmigo por una vez, que si no es muy aburrido. Sin embargo, leyéndote, veo que sí que estamos bastante de acuerdo.
A mí también me gusta la ciudad (tanto como amarla, no sé). Lo que no me gusta es lo mismo que tu mencionas.
Y no, no hemos dejado de luchar por ello, yo sigo pedaleando y luchando por Madrid, pese a no vivir allí. Me encanta pedalear por cualquier lado y Madrid no iba a ser menos.
París y Londres han mejorado mucho, pero les queda mucho para ser las ciudades que, como Madrid, podrían llegar a ser, aunque no llevan mal camino.
Hay una cosa en la que sí que es verdad que NO estamos de acuerdo: LAS PRISAS. A mí no me gustan nada. Las prisas son una carrera hacia la muerte. Las prisas es lo que ha hecho de ciudades como Madrid unos lugares tan hostiles. La gente va en coche porque "tiene prisa". La bicicleta llega antes, pero no es rápida, no tiene prisa, sólo sigue y avanza a un ritmo humano. La prisa lo deshumaniza todo.
En los pueblos y ciudades pequeñas, la gente anda más despacio, en Madrid no. Si andas despacio por una acera en Madrid eres un estorbo.
Como decían en aquella película: "ando despacio porque así me da tiempo a pensarme donde ir"

Gracias a todos por vuestros comentarios, a angeld también.